El Rincón de Osvaldo Soriano en un café de Mogotes en el que escribía en las tardes de lluvia

Aunque Soriano siempre confesó que escribía de noche por el silencio y sus hábitos, en Mar del Plata existe un bar donde el "Gordo" iba por las tardes a tomar café y escribir en pequeños cuadernos. 

Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata y volvió pasados los cincuenta para instalarse en una casa cerca del mar y quedarse parte del año.

12 de Julio de 2025 10:27

“Prefiero trabajar en Mar del Plata o en París. No es por esnobismo: estoy en París como si estuviera en Villa Crespo, porque cuando llego me encierro en el departamento y de ahí no salgo. Y cuando voy a Mar del Plata, ni me acerco a la playa”, dicen que contó Osvaldo Soriano alguna vez. Pero quizás esto no era tan así.

Es cierto que en Mar del Plata no se acercaba a la playa, pero sí sabemos que salía durante el día a escribir a un bar en el barrio de Punta Mogotes. En ese lugar, el “GordoSoriano tomaba su café de la tarde y escribía frente a una de sus ventanas. Quizás en esa mesa terminó de escribir La hora sin sombra, o al menos desarrolló algunos de sus capítulos más sentidos.

La Vereda de Vicente es un bar que se encuentra justo en la ochava de las esquinas de Puan y Acevedo, pleno corazón de Mogotes. Su dueño, el “Tano” Di Gennaro, lo heredó de sus padres y, lamentablemente, falleció hace algunos meses. Sin embargo, las versiones hablan de un cierre provisorio por reformas y luego una apertura parcial de aquel espacio donde se vivía un clima muy especial, muy bohemio.

A esa esquina, a ese bar, Osvaldo Soriano se dirigía cuando estaba en Mar del Plata para tomar su café de la tarde y escribir un rato. Se sabe que el “Gordo” escribía en el silencio de la noche, pero la tranquilidad de la siesta y la ubicación provocaban que Soriano también asistiera con sus cuadernos a aquel lugar.

“Primero íbamos con el Gallego Pérez y después conocí a mi mujer en Mogotes, y nos fuimos a vivir ahí cerca. Quiero decir que las pocas salidas que teníamos con ella eran ir a tomar algo de vez en cuando a La Vereda de Vicente”, comienza contando Claudio Gómez, uno de los que fundó aquel “Rincón de Soriano” en ese bar.

De a poco, Claudio fue llevando amigos a ese espacio. Entre los nombres que menciona aparecen el propio “GallegoPérez, el “SapoBertucci, el “TanitoGiannini, entre otros.

La Vereda de Vicente donde Soriano escribía de día.

Y fue en una de aquellas reuniones cuando Pérez le preguntó a Di Gennaro: “Siendo el único bar en la zona sur con mucha actividad nocturna, ¿Osvaldo Soriano nunca vino por acá?”.

El “Tano” no contestó enseguida. Hizo un silencio y dijo: “Cómo no. Sí, claro que venía. Pero por el escándalo que era de noche, él venía a la tarde. Prefería las tardes nubladas, las tardes lluviosas, para que sobre la ventana le pegara la lluvia. Escribía, escribía muy atento en un cuaderno. Pero no mucho tiempo, 40, 45 minutos, se tomaba su café y se iba a la mierda”.

Según les contó el propio Di Gennaro, en un principio él no lo había reconocido hasta que alguien le indicó quién era. “Pero yo nunca lo jodí ni lo molesté, quizás por eso venía”, relató.

Luego de esa confesión, bastó una mirada para que Pérez y Gómez empezaran a diagramar la idea de señalar aquel rincón del bar como el “Rincón de Soriano”.

“Enseguida agarramos viaje, yo iba a donar los libros que, por mi gusto por Soriano, siempre me regalaban sus títulos y tenía muchos repetidos, pero después resultó que la “TurcaSleiman, que estaba en la Universidad, logró que nos donaran todo el material. La colección completa de Soriano, así como muchos que se habían escrito sobre él, como varios de Sasturain, me acuerdo”, cuenta Claudio.

Se pidieron los permisos del caso, se consiguió el material y se decidió el día. En cuanto al lugar, junto a la ventana era bastante incómodo para la clientela, pero justo había un rincón que favorecía la vista y el alcance del homenaje. “Fue todo muy simple. Una gran picada, unas botellas de vino, hablamos un poco cada uno de los que estábamos sobre Osvaldo y listo. La gente que entraba al café no entendía qué hacíamos nosotros ahí. Parecía que estábamos velando a alguien, no se entendía bien, la única diferencia es que teníamos en lugar de un ataúd, una tabla con una picada inmensa y unas botellas de vino. Porque además el lugar estaba abierto, es decir, que entraba y salía gente a cada rato. No éramos mucho más de diez: estaba el “Gallego”, el “SapoBertucci, Marcelo Franganillo, la “NegraBritos, mi señora y yo, y no recuerdo si alguno más. Éramos un grupito chico. Yo me acuerdo que conté cómo lo había conocido y aquel asado en su casa”, detalló.

Soriano, su gato y sus libros.

—¿Y cómo fueron aquellas experiencias? No era fácil tener a Soriano al lado, me imagino…

—Fue toda una locura. Yo trabajaba en el Concejo y Franganillo, que ya lo conocía y lo trataba a Soriano, me pide que le gestione algo y que, encima, cuando lo haga, se lo lleve al café Fidelio que estaba ahí a la vuelta. Imaginate, iba re caliente y cuando llego, entro y se lo tiro arriba de la mesa, indignado, hasta que veo en la mesa de atrás la cara de Osvaldo. Yo lo amaba al “Gordo”. Después, pensando, veía que era más fácil que lo viera primero a Osvaldo que al propio Franganillo, pero yo iba tan acelerado que ni lo vi. Todos se reían, lo saludé y quedé hecho un pavote. Creo que lo volví loco, pobre tipo, porque hablé yo solo. Hasta que me di cuenta de que lo estaba incomodando y decidí irme. Entonces, Soriano dice que, si se daba lo de la casa, él iba a hacer un asado y le pide a Franganillo que me invite y me lleve.

—Y eso se da al poco tiempo en una casa que le prestan a Soriano acá…

—Sí, hubo un asado y sí estuve y fui realmente con otro Gómez encima. Fui con un Gómez medio avergonzado del papelón hecho la vez anterior. Entonces, esta vez me dediqué a escuchar.

—¿Cómo lo recordás esa noche?

—Era un tipo muy reservado, pero esa noche estaba verborrágico. Pero no creo que se pueda rescatar de esa charla coloquial nada que pueda ponerse en un titular de molde. Éramos seis o siete tipos comiendo un asado. Es más, tal vez hubo alguien ilustre en esa mesa que no lo recuerdo o no lo registré. Exceptuando a Marcelo Franganillo y al propio Soriano, al resto de los que estaban en la mesa compartiendo el asado no sé quiénes eran. Por ahí había algún otro que era algún personaje conocido, pero yo no lo recuerdo. En la cena estuvo muy verborrágico con el resto, contaba historias todo el tiempo, pero sí noté que las preguntas las hacía con cierto pudor, casi con un exceso de respeto. A pesar del encuentro anterior, a mí me cuidó mucho en esa cena, yo no era su amigo, así que me cuidó mucho y fue sumamente respetuoso conmigo, que era un pibe que estaba encantado de estar ahí con él.

Aquel rincón no estaba muy lejos de aquella mesa junto a la ventana, justo hacia la calle paralela al mar. Un rincón que se destacaba por una pequeña biblioteca poblada de libros de Osvaldo Soriano y de sus comentaristas, algunos afiches de las películas, así como una gran foto del propio Osvaldo Soriano con el mar de fondo.

La hora sin sombra es un clásico de Soriano.

“Ahí tenemos otra anécdota”, se entusiasma Gómez, y agrega: “El “Gallego” había encontrado una foto muy linda del gordo para ilustrar y la habíamos puesto en una especie de atril. Pero alguien, creo que fue Franganillo, le dijo que esa foto no la pusiéramos, porque no le gustaba a la familia. La foto se conoce, es la que lo muestra de cerca con su típico habano en la mano y Osvaldo había muerto de cáncer por tanto fumar, entonces a la familia esas fotos no les caían muy bien. Entonces Franganillo nos consigue una que, creo, era de la revista Gente, donde se lo ve con el mar de fondo y despeinado”.

—Una de las pocas o la única foto junto al mar de Osvaldo Soriano.

—Sí, siendo marplatense, el “Gordo” no tenía muchas fotos acá. En esta se ubicó de espaldas al mar y está algo despeinado, sonriendo. Todo vestido de azul que hace juego con el mar y el cielo. Una linda foto.

No hace mucho tiempo, aquel rincón se mudó junto a la ventana donde Osvaldo Soriano tomaba su café y escribía. El cuadro sigue ahí y faltan algunos libros de los estantes de la biblioteca, a pesar de que el propio Claudio Gómez repuso muchos después de que algunos “vivos” se los llevaran.

La historia está sesgada por la visión, el entusiasmo, el recuerdo y el amor que Gómez siente por Osvaldo Soriano y sus libros. Pero nada le quita el merecido reconocimiento a ese espacio.

Osvaldo Soriano y su relación con Mar del Plata

Osvaldo Soriano nació en Mar del Plata y volvió pasados los cincuenta para instalarse en una casa cerca del mar y quedarse parte del año. Él mismo lo contó así: “Nací en Mar del Plata, en la calle Alvear, frente al viejo edificio de Obras Sanitarias, donde trabajaba mi padre. Fue justamente ahí donde empezó a trabajar para esa empresa, participando en la instalación de las cloacas. Tengo muchas fotos suyas de esa época. En Mar del Plata conoció a mi madre, allí se casaron y nací yo en 1943, un seis de enero de un calor espantoso, según mi madre, en lo que era al parecer una casilla de madera, y donde ahora hay un chalet muy elegante. En la única foto mía que conservo de Mar del Plata, tendré aproximadamente un año y medio y estoy sentadito en la playa, con un bombachón amarillo”.

Según se cuenta, le tenía miedo al mar. Sin embargo, eligió estar frente a él cierta parte de su vida. Aquí hizo amigos, escribió parte de su obra, recorrió bares y encontró sus merecidos reconocimientos. “Uno no puede estar sin ningún lugar de origen, es muy conflictivo. En estos últimos años he tenido un reencuentro con un lugar al que pertenezco. O sea, yo puedo decir sin mentir que soy de Mar del Plata, que nací allá, que soy de allá. Y en ese lugar no me consideran de otra parte. Hay otros lugares donde viví más años, y sin embargo la relación es otra”, dijo Soriano alguna vez.

Soriano y Mar del Plata. La relación entre una ciudad y el escritor que amaba a los gatos, el fútbol y la noche, aunque alguna que otra tarde también se escapaba a este café desde donde hoy todavía se lo recuerda.