Los africanos con sus joyas de fantasía y nostalgias en Mar del Plata

Africanos con sus joyas de fantasía y nostalgias en Mar del Plata.

9 de Enero de 2013 10:20

Por Redacción 0223

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A los infaltables heladeros y churreros que recorren las playas de Mar del Plata en el verano, en los últimos años se sumaron vendedores ambulantes de los más diversos productos, entre ellos los africanos "porteños" que llevaron sus negocios portátiles de joyas de fantasía y ya conforman una nueva comunidad de la temporada en la ciudad.

En las playas del centro, en especial La Popular, a la altura de la Rambla del Casino, también se venden en forma ambulante panchos, bebidas, ensaladas de frutas y de las otras, sándwiches, bikinis, shorts, ojotas, sombrillas, bronceadores, cacerolas, reposeras y hamacas, entre otras cosas.

Los africanos se diferencian de estos vendedores no sólo por su aspecto sino porque no fuerzan la voz hasta la ronquera para vender su mercadería, sino que sólo la muestran, a veces con un sonrisa y un gesto oferente al potencial comprador.

La mayoría de esos morenos son llegados de Senegal, Nigeria y Ghana, y poco más de un centenar dejó sus puestos en los barrios porteños de Balvanera, Almagro y Congreso y se trasladó a Mar del Plata con sus delgadas valijas de madera que transforman en mesas, cargadas de relojes, aros, anillos y otras joyas de fantasía.

David, un senegalés de Dakar que habla buen español y, aunque no lo admite, se comporta como líder de un grupo, contó a la agencia Télam que buscan mejores ventas donde hay más gente dispuesta a gastar en el verano.

Antes, dos de estos vendedores se habían alejado para no hablar y uno de ellos, con una sonrisa tímida, expresó algo así como "no habla con `journalisia`, yo solo vendo, todo bien, tu trabaja, todo bien".

David explicó que pocos de estos africanos hablan castellano y a veces tienen "temores injustificados de la gente argentina" y se disculpó por la negativa de los anteriores.

También aclaró que no es el desconocimiento del idioma el motivo por el cual no vociferan sus productos, ya que podrían repetir el nombre por fonética, sino que es simplemente un estilo de vender menos invasivo.

Mientras esperaba su almuerzo sobre una delgada franja de sombra de las carpas del Paseo de Ventas de la Playa Popular, contó que no trabajan todos en equipo pero sí están conectados y alquilan departamentos, en grupos de cinco a siete.

"No estamos todos juntos, pero estamos siempre en contacto, porque un hombre solo no puede hacer nada, ni trabajar ni progresar", reflexionó, mientras otros africanos se arrimaban al lugar en el momento de descanso.

A los tradicionales relojes dorados de Sudáfrica y la "bijou" generalmente china, este año agregaron artesanías brasileñas, como pulseras, brazaletes y collares de cuentas de semillas multicolores.

Este hombre de 33 años que a los 30 vino desde Dakar, contó que todos trabajan para ayudar a sus familias en África y que "Argentina es un buen país para vivir, pero no es mi país y algún día tengo que volver".

Uno de los motivos es la dificultad para obtener documentación que les permita trabajar, "porque esto es venta para conseguir dinero, pero cada uno de nosotros tiene un oficio o una profesión, como en mi caso que soy ceramista; la venta no me da vacaciones ni jubilación, y un hombre tiene que trabajar para vivir".

La mayoría de los africanos que llegaron en los últimos años son hombres solteros, aunque hay quienes vinieron con sus esposas, pero éstas no se dedican a la venta callejera.

Aunque la cercanía del mar le trae recuerdos del Atlántico en su país, aclaró que no están veraneando, "no podemos disfrutar del mar, trabajamos a veces de 7 de la mañana a 8 de la noche; quizás en marzo descansemos un poco como si fuéramos turistas".

"Me gusta más Mar del Plata que Buenos Aires, porque acá camino mucho; estamos en la Rambla a la mañana y después vamos caminando a Varese, y seguimos caminando entre la gente, en cambio en Buenos Aires estamos muy quietos con nuestros puestos", reveló.

En las playas Popular, Varese y Grande trabajan sin inconvenientes pero "en La Perla cobran 200 pesos por mes y en Punta Mogotes, donde más se vende, nos pide 300 por semana un muchacho del balneario que dice que es de la municipalidad", contó con gesto incrédulo.

En medio de la conversación llegó otro africano con un changuito y distribuyó el almuerzo en bandejas de PVC a este grupo y a otros que también descansaban a las sombras exteriores de otras carpas.

"Él es Buz, cocina comida africana y nos vende a buen precio", explicó mientras mostraba su plato que consistía en arroz blanco guisado con cebollas, aceitunas, morrones y carne de vaca", tras lo que precisó que "somos musulmanes y no comemos carne de cerdo ni tomamos alcohol".

Luego extendió la bandeja y ofreció: "Come comida africana, esto se llama `yasa` y aquello que come Keh -otro del grupo- es `tiabuiap`, es muy energética".

"La gente acá dice que nosotros somos grandotes y muy altos, y eso es porque comemos esta comida", aseguró con orgullo en referencia al muy bien condimentado plato que fue imposible rechazar.

A los pocos minutos, junto al grupo que lo rodeaba y con el cual dialogaba en su idioma, levantaron sus valijas de madera y partieron rumbo a Varese, donde concluirían la jornada a la caída del sol.


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