Trabajar en la cárcel de mujeres: "No es fácil salir y no sentirse atravesado"
Andrés y Florencia son una pareja de abogados que trabaja hace dos años en la Unidad Penal de Mujeres en Batán. Conocidos como "los chicos de derecho", contaron su experiencia.
Andrés Murad y Florencia Ocampos son una pareja de abogados que trabaja desde hace dos años en distintos cursos dentro de la Unidad Penal Nº 50 de la Cárcel de Batán, en busca de una alternativa para esas mujeres que quedaron tras las rejas después que un juez dictó su sentencia. En exclusiva contaron a 0223 su experiencia dentro de estas paredes que separan a la sociedad y la dividen en estratos.
Un dato sorpresivo que surge de la charla es que alrededor del 70% de las mujeres que habitan esta cárcel local no son nativas de Mar del Plata, por lo general vienen del Conurbano Bonaerense, especialmente de San Martín o Lomas de Zamora. Y esa no es una información menor, sino que se genera una situación bien complicada, porque los abogados, los juzgados y sus familiares están lejos, sumado a que los departamentos judiciales de Buenos Aires tardan más tiempo que los de esta ciudad, en resolver los trámites.
El desarraigo de las familias no sólo significa visitas muy esporádicas -por no decir inexistentes-, sino que el acceso a elementos de primera necesidad que no provee el sistema penal y que por lo general son los acercados por los parientes (como jabones, perfumes o toallitas femeninas), quedan totalmente anulados.
"Todo genera una problemática muy profunda. Por lo único que no produce una violencia mayor es porque se trata de una población pequeña", explicó Andrés. La capacidad de la unidad Penal Nº 50 es de 100 mujeres.
Trascender los muros, romper barreras
- ¿Y cómo le ponemos?
- "Taller contra el efecto desocializador que produce el encierro"
- ¡Es muy largo, y sólo lo entienden ustedes!, ¿qué es eso?
- ¿Y por qué no "Mil Flores tras los muros?
Así quedó. En conmemoración a la leyenda política que se le atribuye al líder de la revolución china, Mao Zedong y que Néstor Kirchner reflotó en un discurso de septiembre de 2010, “Mil Flores tras los muros” es el nombre oficial de los talleres de Florencia y Andrés. Aunque, a decir verdad, son conocidos dentro de los pasillos como "los chicos de derecho".
El objetivo siempre fue generar un espacio de libertad, de reflexión. La educación carcelaria permite bajo el sistema no formal -es decir ni estudios primarios, secundarios, ni terciarios- desarrollar toda serie de talleres que colaboren con la formación de los presidiarios. Y fue en ese espacio que la pareja de abogados decidió insertarse.
En junio de 2013 fue el inicio. La idea original tenía que ver con generar un espacio de intervenciones temáticas a través de un equipo multidisciplinario. En el verano, por ejemplo, se llevó adelante un ciclo de cine con películas que permitían un amplio debate ético.
Pero lo cierto es que las planificaciones en estas cuestiones no sirven demasiado.
“Hay una cosa que no se tiene que hacer en estos casos, y es tener respuestas de antemano, ir con una batería de cosas que esa persona necesita, porque cuando llegás te tiran una agenda entera", contó Andrés.
La situación en la cárcel es muy compleja, son tantas las necesidades que tienen las mujeres que ni bien supieron de los talleres, empezaron a pedir asistencia.
"Muchas veces nuestra ayuda es legal", contaron los chicos que buscan por ejemplo posibilitar salidas anticipadas. Lo que se intenta es que vayan recuperando su libertad paulatinamente, ya que hacerlo de forma abrupta es contraproducente. "Estos mal llamados beneficios, son en verdad un derecho", aclaró Andrés en relación a este tema que muchas veces es mal visto por la sociedad.
Pero, ¿cuánto se puede modificar en verdad? Estructuralmente, poco, dicen. “Entonces uno trata de brindar herramientas por un lado, y generar espacios de visibilización de las problemáticas, por otro”, contó la pareja. "Hay que ir, poner la oreja, escuchar y dar lo que está a tu alcance, que para ellas es un montón", sostuvo Florencia.
La participación de la población civil, de las personas que tienen un círculo social afuera de esos paredones, oxigena la unidad carcelaria. La enriquece, la convierte en un compartir de experiencias, en un redescubrimiento del sentido de la vida.
Correr para algunos, fútbol o hacer yoga para otros, es lo que cambia el día. Para Florencia, la cárcel. “Yo me voy cargada de energía”, se sinceró.
"Te hace valorar", aportó Andrés. Porque “por un lado hay una gran desazón de que te fuiste y ellas quedaron ahí, pero también hay una valoración, porque empezás a dimensionar y valorar tus cosas de otra forma”, opinó.
El taller estuvo atravesado por distintas etapas, y los grupos con los que se trabajo fueron bien diversos. A veces más chicos, en otros momentos con más de 20 mujeres dispuestas a cambiar. Liliana Quintas, una maestra de 60 años que estuvo "siempre proponiendo y organizando, muy operativa", Federico Adler y Leonardo Blommeta son tres colaboradores que siempre estuvieron presentes.
Un régimen en crisis
La cárcel es un sistema perverso, que bajo políticas de premios y castigos hace que las personas que están privadas de la libertad modifiquen sus conductas para adaptarse. Tal es el caso de las mujeres que terminan presas por haber tenido un conflicto violento con su pareja y que desenlazó en la muerte del hombre.
Esas mujeres no imaginaron nunca pasar por una situación similar, les cuesta "mucho más, porque les es muy ajeno". No pertenecen al mundo carcelario, no han tenido antes una experiencia con ese universo. “Es muy desesperante para ellas”, contó Florencia.
Por eso, buscan cualquier forma para salir de ahí. Por lo general, “pierden todo”, venden sus propiedades, sus autos, sus casas para pagar un abogado que las saque lo más urgente. Si con el correr del tiempo logran salir, descubren que ya no tienen nada de lo que les correspondía en su vida anterior. Porque nunca más serán las mismas.
Para nada restaurador. Se supone que una persona termina ahí porque cometió un error y debe reflexionar sobre ello para no volver a cometerlo. Sin embargo, es tan desgarrador cómo viven esos años que la fortaleza interna tiene que ser muy grande para no volver a caer.
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Las cárceles en la Provincia de Buenos Aires están superpobladas, y el Sistema de Salud está en emergencia. El Comité Contra la Tortura revela datos todo el tiempo.
Por ejemplo, la falta de controles ginecológicos, que todas las mujeres deben hacerse una vez por año, sólo la entrega de resultados puede durar ese mismo período de tiempo en la Unidad de Mujeres de Batán.
Y una situación particular vive la comunidad trans. En la cárcel de hombres son rechazadas, en la de mujeres también.
Si bien gracias la Ley de Igualdad de Género sancionada en mayo de 2012 permitió que ya cinco chicas trans hayan pasado a la Unidad Penal de Mujeres, el resto aún permanece en la N° 44, de hombres. Florencia contó que pidió muchas veces por los traslados, pero por ejemplo “la Jueza dice que sí y después desde el penal te dicen que no tienen lugar, y ahí estamos en un problema, porque no tenemos forma de comprobarlo".
En la Unidad de Hombres, la comunidad trans se encuentran en un pabellón aparte. Y un dato a resaltar es que previo a la Ley 26.743 eran requizadas por personal penitenciario masculino y a partir de ahora lo hacen trabajadores de enfermería.
"Vengo a ver a una de mis detenidas", se anunció más de una vez la abogada en la entrada del Penal N°44. “Acá sólo hay detenidos", fueron siempre las respuestas. Las resistencias de parte de la institución, son muchas.
Sobre la Reforma del Código Penal
“Se comprobó que las penas cortas no tienen ningún tipo de resultado positivo”, sostuvo Andrés a favor del Proyecto que prevé una modificación del Sistema Penal Argentino.
No importa que sean 4 años o 25. El shock que produce a una persona estar encerrada en situaciones de precariedad en las que no tiene ni asegurada su salud, es muy grande.
Una persona “está ahí porque se equivocó y cuando sale no quiere volver a caer ni cometer delitos, pero es muy difícil insertarse en un mundo donde quizás nunca estuvo insertado”. Difícilmente una mujer que sufrió violencia de género la mayor parte de su vida haya podido formar parte de la sociedad sin dificultades.
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