El desafío de reconocer nuestro camino de lector a través de La vida invisible de Silvia Iparraguirre

Silvia Iparraguirre nos cuenta en La vida invisible su vida a través de sus lecturas. Desde aquella niña que tomó un libro de Tolstoi de la biblioteca de su abuela y no pudo parar de leer hasta la lectora entrenada que disfruta de la poesía y de la ciencia ficción por igual. Interesante colección de editorial Ampersand.

10 de Noviembre de 2018 13:03

“Yo vivía dos vidas", dice Silvia Iparraguirre, una visible y otra invisible. En la vida visible estaban mis padres, mi hermana, mi casa, la escuela.  La vida invisible empezaba y terminaba con la lectura”, fantástica forma de narrar una biografía. Esa distinción, que solo quizás, podrán entender, comprender,  aquellos que tienen fuertemente arraigado el hábito de la lectura, es la clave del libro de Silvia Iparraguirre, La vida invisible (2017), de editorial Ampersand.

La editorial se decidió lanzar una colección titulada Lectora. Allí, hasta ahora, Alan Pauls, Daniel Link, y la propia Iparraguirre, entre otros, relatan su propia vida a través de sus lecturas, de sus hábitos y de su inicio junto a esta maravillosa experiencia de leer. Experiencia que solo se advierte personalmente, experiencia que inevitablemente  te cambia alguna perspectiva del mundo.

“Si hay un común denominador en los libros de la colección Lector&s, acaso sea la pasión, presente en el cuerpo imbuido de emociones, de pulsiones, de saberes que inquietan o enardecen al lector, modelando en ese gesto algo más que una trayectoria, sino también una subjetividad. Se trata, en definitiva, de explorar los lazos entre la vida y la lectura, para recoger las experiencias singulares de un conjunto de autores argentinos, latinoamericanos, europeos”, sostiene Graciela Batticuore, directora de la colección.

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El caso de Iparraguirre es bellamente poético. No solo por el ritmo que logra su lectura, sino por las palabras elegidas, por el tenor de la intimidad y por como te hace parte, además de la calidez que convida su experiencia y la comunicación de ellas.

En el texto hay una primera etapa de infancia, de adolescencia y descubrimientos, para pasar luego a aquellos profesores que le marcaron algunos mojones del camino de lectora, entre ellos recuerda a Borges y su particular manera de tomar los exámenes. Transcurre por la vida académica y sus lecturas, rescata la relectura como un saludable hábito y, hacia el final, elige algunos poemas y lleva adelante un diario de lectura sobre algunas obras literarias.  Sensaciones compartidas tanto por el hábito de leer, como por los sentimientos que generan esos benditos títulos, al pensar si uno los ha leído, si merecen una relectura, si no leyó alguno de ellos aún o, es más, si están en nuestra biblioteca en algún estante esperando su turno.

 

“Fui afortunada, dice la escritora, no solo por tener una biblioteca a la mano cuando empecé a leer, sino también porque nadie en mi familia me dijo qué leer o no”. El azar indicando caminos. La selección por impulso de encarar determinado libro y dejar otros que solo se explica desde lo más íntimo. Más que explicarse se acepta y uno obedece aquel mandato y lee. Y esa lectura, inmediatamente o mañana, tocará tu veta más vulnerable.

En el año 2016 tuve la oportunidad de entrevistar a Silvia Iparraguirre cuando visitó Mar del Plata. En aquella oportunidad hablábamos sobre los inicios de un lector. “En la adolescencia se lee con mucha intensidad y esas lecturas te marcan” dijo. Y agregó, “pero no creo que esté estratificado, que haya libros que se deban leer a determinada edad, yo creo que a partir  de los 12 o 14 años uno puede leer de todo, rescatarás quizás un 20 por ciento, pero todo eso te va a marcar. Si uno lee a los 15 años a Dostoievski, no creo que logres alcanzarlo todo, pero seguro que te va a marcar, porque Dostoievski tiene una fuerza en esa literatura, igual que Tolstoi, que no importa que esté a tu alcance intelectual, porque la literatura crece con la experiencia personal. Ese libro va a crecer con mi experiencia de vida

-¿Es más fácil formar un buen escritor que un buen lector o al revés?

-Es complejo formar un buen lector. Y estoy segura de que esa es la base para ser un buen escritor. No existe un buen escritor sin lecturas.

La selección de poemas que hace la autora le pone un toque distinto al texto, casi como la selección de fotografías personales. Leemos y pensamos en un álbum familiar, en un canon, en una antología, en una biografía literaria marcada por el asombro, la curiosidad y el azar.

Leyendo las lecturas de Iparraguirre nos leemos. Leemos nuestras bibliotecas, que son nuestras vidas y nuestros cambios de ánimo, leemos nuestros inicios también. “Al lector le gusta buscarse hacia atrás, saber qué le pasó cuando leyó por primera vez  ese libro” escribe. Subrayo aquí esa nostalgia por aquel instante, pero también aquel primer encuentro entre el pensamiento y la expresión de la obra. Aquellos primeros intentos de acercarse fascinado a una verdad. La verdad de ese texto que seguimos línea tras línea, que nos rescata, que nos cambia.

Párrafo aparte para el capítulo donde narra su encuentro con el escritor argentino Abelardo Castillo (1935-2017), con quien compartió más de 48 años de su vida. “Con Abelardo empecé aprendiendo que no había separación entre vida y literatura; que la literatura era su vida. Y que la lectura que practicaba implicaba ese vínculo” dice. Silvia Iparraguirre estaba escribiendo La vida invisible cuando su esposo falleció. Ella recuerda no sólo sus hábitos de lector, sino,  a través de distintas situaciones,  cómo la literatura fue formando y contribuyendo en sus vidas. “Con Abelardo la vida invisible se visibilizó, fluyó, para transformarse en un dialogo continuo” sostiene.

La vida invisible, así como el resto de la colección, es una invitación a lo más íntimo de un lector, a pasar por sus hábitos de lectura, sus costumbres, sus obsesiones. Pero también a recorrer juntos un camino de lecturas que los fueron formando como lectores y también como escritores. Encuentra uno ahí  todo un proceso de lucha y conquista. Iparraguirre nos cuenta tanto lo externo como lo interno de todo ese proceso. Nosotros, los lectores de estas experiencias, nos encontramos así con un relato de viaje en el que, cuanto más nos adentramos en ellos, más queremos saber y más creemos saber que llegamos a un destino. Un destino que es, sin dudarlo, el placer de conocer más íntimamente a estos autores, así como también un destino que nos involucra de llenos con nuestras propias bibliotecas, con nuestras propias experiencias de lecturas primarias y actuales. Tal viaje es también un desafío para cualquiera de nosotros. Desafío que seguramente fue para ellos la selección de algunos de aquellos textos que los trajeron hasta este hoy, y para nosotros tratar de intercambiar y sustituir aquello con nuestra propia experiencia.

Silvia Iparraguirre traduce su vida a libros, lecturas, poemas, pensamientos propios. Explica y nos cuenta aquello que no es contable cuando uno lee. Todo aquello que nos traspasa, nos lleva a otra dimensión y nos transforma. Leer a los que leen para, en definitiva, buscar algo o perderse en el camino.