Curiosidades de la literatura y de las letras (parte 4)

El reconocerse en la experiencia de lectura de otros provoca, siempre, algo en lo más íntimo de cada uno. El acceso a la buena literatura nos hace sentir, de alguna manera, nuestra humanidad común con el autor y otros lectores. ¿Pudimos conocer la Divina Comedia incompleta? ¿Cuál es el origen de “ni pincha ni corta”? ¿Leyó Mary Shelley la obra de Cervantes? Algunas de las curiosidades de esta entrega.

24 de Noviembre de 2019 12:58

Algunos aseguran que la lectura es un acontecimiento, es decir, una experiencia que se vive en el tiempo y que produce un cambio en aquel que la experimenta de forma irrepetible y singular. Pero la gran pregunta es qué pasa dentro nuestro al acercarnos a las ideas y, otro tanto,  a otros seres humanos que terminan hablándome  de mí. Por otro lado, esta experiencia es compartida  ya que a muchos les ocurre lo mismo. Es decir, que lo de uno es de todos al momento de hablar de lecturas y literatura.

El conocer a los autores o reconocerse en la experiencia de lectura de otros provoca el acercamiento a la buena literatura, generando en uno, no solo el acercamiento como  una experiencia cultural, sino también  como un posicionamiento político de la vida, las emociones  y los planteamientos de dilemas vitales de cada uno de ellos.

El acceso a la buena literatura, dice Louise Rosenblatt, “activa  muchas diferentes líneas de pensamiento”  y una gran capacidad de empatía. Sin importar lo diferente que seamos, nos hace sentir de alguna manera nuestra humanidad común.

Conozcamos algo más sobre aquellos que nos acercan permanentemente:

1- Tras un esfuerzo enorme de doce años, en una hazaña singular de erudición, el orfebre cherokee Sequoyah (1770-1843) creó un alfabeto (un silabario de ochenta y seis caracteres) para el lenguaje cherokee. Su nación lo adoptó, y en sólo siete años se transformó en una sociedad literaria con un periódico semanal. El árbol sequoia es su monumento viviente.

2- Existía una mayor diversidad de idiomas en América del Norte, cuando llegaron los españoles,  que en todas las naciones del Viejo Mundo. Había aun una mayor variedad en Sudamérica que en Norteamérica. Los cálculos más conservadores estiman que el número de lenguas, mutualmente no inteligibles, en América del Norte fluctuaba entre quinientas y mil, y en América del Sur, por lo menos el doble.

3- Los historiadores han relatado la admirable historia de Abdul Kassem Ismael (938-995), el sabio gran visir de Persia, y de su biblioteca de 117.000 volúmenes. En sus muchos viajes como guerrero y estadista, jamás se apartó de sus amados libros. Estos eran transportados por 400 camellos, entrenados para caminar en fila, de manera que los libros que llevaban sobre sus lomos se mantuvieran en orden alfabético. Los camelleros bibliotecarios ponían inmediatamente en manos de su amo cualquier libro que este pidiera. Debido a su trato cordial, Abdul Kassem Ismael fue apodado Saheb, el camarada.

4- La Divina comedia podría haberse conocido incompleta, pero no fue así. De esta obra cumbre faltaban los últimos trece cantos al momento de publicarse, pero fueron hallados en virtud de la insistencia de un amigo de los Alighieri, empecinado en hacer notar que Dante no hubiese podido escribir algo tan imperfecto como dos partes con 33 cantos y la última con 20. Persuadidos de esto, los hijos del autor buscaron por cielo y tierra y hallaron esos versos perdidos tras los muros de la casa en la que vivió el escritor, en Florencia.

5- Cuenta Daniel Balmaceda en su Historia de letras palabras y frases (Sudamericana, 2011) que, tanto el emperador Julio César, como Ramsés III,  fueron víctimas de una conspiración y terminaron asesinados. El primero de una puñalada, el segundo degollado. Dice Balmaceda: “Ambos se llevaron a cabo con armas blancas, pero en el caso de César fue perforado, mientras que Ramsés fue cortado. Esas son las cualidades de este tipo de armas: pueden ser utilizadas de punta, tanto para pinchar como para perforar. O puede emplearse el filo, para cortar y amputar un miembro. Eso sí: para que cumpliera su función, el propietario del arma debía mantenerla en buen estado. No fuera cosa que un día tuviera que hacer uso y no sirviera. O, lo que es lo mismo, qué inútil era tener una de estas armas si no pinchaba ni cortaba. Por eso, cuando decimos que alguien “ni pincha ni corta” en un asunto, no estamos hablando de una cuchara. Julio César y Ramsés III pueden dar fe”.

6- Santiago Posteguillo en La noche en que Frankenstein leyó El Quijote (Booket, 2012) se pregunta, coincidentemente, si Mary Shelley pudo haber leído la obra de Cervantes. Y la respuesta es: sí.

Sabida ya es la historia de aquel verano de 1816 donde surgen los personajes de Frankenstein y el del vampiro. También se conoce que, al no poder salir de allí, las alternativas para pasar el tiempo no eran muchas y su pasión por la literatura los llevaba a disfrutar de largas veladas de lectura.

La propia Mary Shelley, esposa de Percy Shelley,  en su propio diario personal, nos describe cómo influían en ella, de una forma u otra, las maravillosas lecturas que su esposo Percy seguía haciendo por las noches junto a la chimenea de grandes clásicos de la literatura. Una noche especial, relata Mary, tras largas caminatas para unos en la montaña y una intensa sesión de escritura, Percy eligió una obra maestra de la literatura española traducida al inglés: Don Quijote.  Mary Shelley en su diario en la entrada del 7 de octubre de 1816 informa lo siguiente: «Percy lee Curtius y Clarendon; escribir; Percy lee Don Quijote por la noche.» Un mes más tarde, el 7 de noviembre, Mary  anota en su diario: «Escribir. Percy lee Montaigne por la mañana y termina la lectura de Don Quijote por la noche

Dice Posteguillo: “Mary Shelley se enamoró de la literatura mediterránea y en particular de Cervantes, ya fuera por la pasión con la que Percy leyó aquella traducción del Quijote, o por sus largas estancias en países del sur de Europa. El hecho es que Mary Shelley, años después, entre 1835 y 1837, escribiría la más que bien documentada y aún más que interesante Vidas de los más eminentes hombres de la ciencia y la literatura de Italia, España y Portugal, donde, entre otros muchos autores italianos y portugueses, biografiaba también las vidas de poetas, dramaturgos y novelistas españoles como Boscán, Garcilaso de la Vega, Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo o Calderón de la Barca. Y es que Mary Shelley hablaba no sólo inglés, sino francés, italiano, portugués y hasta español. ¿Y cómo aprendió español? Muy «sencillo» (obsérvese que escribo sencillo entre comillas): tanto le gustaron el Quijote y su lectura por parte de su esposo en 1816 que, cuatro años después, en 1820, volvió a leerlo, después de haber iniciado el estudio del español, pero esta vez lo leyó directamente en castellano. Y tal es la pasión que Mary Shelley sintió por esa gran obra que el lector curioso encontrará una referencia a Sancho Panza en el prólogo a Frankenstein, igual que podrá observar que la novela de Mary Shelley presenta su relato a través de múltiples narradores (el aventurero Walton, el doctor Frankenstein y hasta el propio monstruo). Es decir, la misma técnica narrativa que Cervantes usó para el desarrollo del Quijote (narrado por alguien que encontró un supuesto original en árabe que debe traducir una tercera persona y donde cada uno quita y pone según le place). Y, por si quedan dudas, Mary Shelley decidió recrear la famosa «Historia del cautivo» (capítulos XXXIX-XLI del Quijote, primera parte) en el capítulo 14 de la versión corregida de 1831 de Frankenstein. Para que se hagan una idea de las similitudes: en la «Historia del cautivo» del Quijote, un cristiano secuestrado en un país musulmán es rescatado por una musulmana que está dispuesta a abrazar la fe cristiana desposándose con el cautivo cristiano al que va a ayudar a escapar; mientras que en la novela de Mary Shelley,  la monstruosa criatura creada por el doctor Frankenstein conocerá a Safie, una musulmana cuyo padre está preso en la cárcel de París y será ayudado por un cristiano que ama a Safie. Las conexiones entre ambos relatos son evidentes.”