Prometeo, el primer rebelde

Algunos lo consideran su creador, otros solo el bienhechor de los seres humanos. Prometeo fue un rebelde contra la autoridad divina y fue una de las grandes figuras de la tragedia griega. Su amor por los seres humanos, a quien les dio el fuego y les enseñó a valerse por sí solos, le costó una disputa con el mismísimo Zeus. 

8 de Diciembre de 2019 08:45

Ya es sabido que dios por excelencia del fuego era Hefesto. Pero al mismo tiempo que él y como él, unido especialmente al elemento ígneo, estaba Prometeo, perteneciente a la raza de los Titanes.

Dice Hesíodo que Prometeo (el que ve con antelación, es decir el previsor) era hijo de Jápeto  y de la oceánida. Klimene, aunque también existen otras versiones sobre estos nombres.

Si bien era de la raza de los dioses, los griegos consideraban a Prometeo más como un ser de la tierra que del cielo; más amigo de los seres humano que de sus congéneres celestiales.

Hermanos de Prometeo eran Atlas, condenado por Zeus a sostener con sus espaladas la bóveda del Olimpo; Menecio, hundido en el Tártaro por los rayos de Zeus  a causa de su orgullo y de su brutalidad, y Epimeteo, la primera mujer creada por Vulcano y Atenea, ayudados  por los demás dioses.

Pero, ¿cómo llegó Prometeo a ser una divinidad entonces? En la recopilación hecha por José Repolles, Las mejores leyendas mitológicas (Bruguera, 1969), se cuenta que “cuando Heracles, (Hércules)  acabó con los Centauros (monstruos mitad hombres, mitad caballos  que vivían en los bosques, se alimentaban de carne cruda y eran salvajes y bestiales en sus maneras y costumbres) Quirón fue herido por el héroe involuntariamente. El centauro Quirón era un afamado médico y sabio que fuera maestro de Esculapio, además de ser quien casó a Peleo y Tetis, padres de Aquiles a quien el propio Quirón entrenó como a Jasón, entre otros héroes. Se cuenta que la herida era muy grave, pues las flechas de Heracles, envenenadas con la sangre de Hidra de Lerna, enorme culebra de siete cabezas, producían lesiones que no tenían cura.  El centauro Quirón, víctima de agudísimos dolores,  se retiró a su gruta. A todo trance quería morir al verse impotente para resistir tanto dolor. Pero no podía conseguirlo, a causa de ser inmortal, ya que era hijo de Cronos y Fílira.  Apiadado de él, Prometeo, que había nacido mortal, le ofreció su derecho a morir a cambio de la inmortalidad que tanto le pesaba. Y así pudo el sabio y benéfico centauro hallar al fin reposo  mientras Prometeo adquiría el don de habitar el Olimpo”.

Prometeo era, sin dudas, más amigo de los seres humanos que de los dioses. Y empezó a demostrarlo al atreverse a engañar, nada más ni nada menos, que al propio Zeus, tan solo por favorecer a sus protegidos.

Dicen que la cosa empezó cuando, cierto día en Mecone, tras un sacrificio a los Olímpicos, Prometeo hizo dos partes con el buey que acababa de inmolar. A un lado puso la carne y las entrañas y lo cubrió todo con la piel del animal. En otro montón colocó los huesos, que disimuló bajo unos pedazos de grasa perfectamente blanca y limpia.

“Elegid”, invitó a Zeus. “Lo que no queráis será para los seres humanos”, dijo.

Sin dudar en lo más mínimo, el dios se apresuró a escoger la buena grasa blanca, sin suponer ni adivinar  lo que había debajo. Pero al verse burlado, concibió un odio implacable, no solamente contra Prometeo, sino también con los seres humanos que se reían de la situación.

El castigo contra los hombres fue inmediato. Decidió no darles el fuego que tanto podía servirles, pero al enterarse Prometo  de semejante decisión les dijo: “Yo les daré el fuego”.

Y entonces fue, cuando robando la semilla del fuego de la fragua de Hefesto (Vulcano), la  llevó a la tierra escondida  en un tallo de férula. Envidioso una vez más de la suerte de los seres humanos, Zeus cayó sobre ellos enviando a  Pandora con sus males (esa será otra historia)  y sobre Prometeo, a quien lo encadenó, por la eternidad, primero a una columna y luego al monte Cáucaso  en donde un águila le devoraba constantemente el hígado durante el día, el que volvía a crecer durante la noche, para que el ave rapaz pudiese reanudar su banquete al llegar el amanecer.

Ahora bien, “por el contrario, su martirio lo hacía afirmarse cada día en su decisión y le producía la íntima satisfacción de creer que todo lo que había sufrido  era un precio inevitable, pero insignificante, si con ello conseguía garantizar el progreso de los seres humanos  gracias al fuego. Mientras el ave cumplía con su cometido  ajena a las reflexiones de su víctima, Prometeo se complacía tanto en contemplar el progreso de los seres humanos  que apenas sentía el pico del ave devorando el interior de su cuerpo” según se explica en los mitos rescatados por la editorial Gredos.   Es decir, toda su vida cobraba sentido con cada hoguera que se encendía en la tierra.

Por la zona del Cáucaso pasaba justo en ese tiempo  Heracles, quien al ver el águila la atravesó con una flecha y liberó al prisionero.

Zeus no protestó,  orgulloso de su hijo y de la hazaña que acababa de realizar. Se limitó a sonreír complacido, ya que aumentaba la gloria de su hijo  a pesar de haber dejado libre a Prometeo. Sin embargo, para que su promesa fuese recordada, obligó a este  a llevar un anillo hecho del hierro de las cadenas y con una piedra donde había sido encadenado tanto tiempo.

En agradecimiento Prometeo, que poseía el don profético,  le dijo a Heracles cómo y dónde conseguir las manzanas de oro que necesitaba para uno de sus doce trabajos.  

De Prometeo  algunos  dicen que fue el creador de la humanidad, modelándolos en arcilla; otros,  que solo era su benefactor, como en la Teogonía. Lo cierto es que, si engañó  a Zeus, fue por amor al ser humano. Prometeo les regala el fuego para que puedan cocinar sus alimentos, calentarse, iluminar sus cuevas, trabajar los metales, dominar el medio, además de reconocer que ese resplandor ígneo es también el que aparece como el origen del arte todo. Es decir, con el fuego  el ser humano sale de las tinieblas en todo sentido.

Luego del mito propiamente dicho, la primera obra que lo menciona es la de Esquilo en su tragedia Prometeo encadenado. Se dice que constaba de dos partes, Prometeo portador del fuego y Prometeo encadenado, pero solo se recuperaron hasta ahora  fragmentos de esta última. Luego, en pleno movimiento  Sturm und Drang, Goethe escribe un poema dramático llamado Prometeo, rescatando sobre todo su impronta rebelde, pero esta obra quedó inacabada.

Más adelante, Mary Shelley titula su novela Frankenstein o el moderno Prometeo, donde más que su rebeldía se destaca la posibilidad de que Prometeo haya creado la vida humana. Como este, el doctor Frankenstein crea una criatura jugando a ser dios.

Sostiene Jean Pierre Vernant que “Prometeo expresa la disidencia en el seno de este universo ordenado. No quiere ocupar el lugar de Zeus  pero, en el orden instituido por este, es  la voz de la disidencia”. Prometeo, el que ve hacia adelante es el justo medio entre los dioses y los seres humanos. Y como en cada uno de ellos, en el mismo Prometeo hay aspectos contradictorios que aun hoy se re-significan.