Pablo Bernasconi en la búsqueda de El infinito

El escritor acaba de recibir por este libro el “Gran Premio Alija”, el más importante para la literatura infantil y juvenil argentina, entregado por la asociación que nuclea al sector en el país. El infinito es una hermosa combinación de ilustraciones y poesías que empujan a la reflexión.

5 de Mayo de 2019 21:59

Hablar sobre el infinito puede llevar, de hecho ha llevado ya, muchos tratados, papers y teorías científicas. Pero la gran mayoría de estas formas a muchos de nosotros nos quedan grandes.

Por otro lado, muchos artistas también han intentado atrapar este bendito concepto. Roberto Juarroz, por ejemplo, ha dicho que “la ausencia de infinito es el centro” o Pizarnik,  quien habla de aquella que encuentra la máscara del infinito y rompe el muro de la poesía, o Amado Nervo quien lo invoca en la entraña de la tiniebla luego del grito desesperante.

Lo cierto es que el infinito se nos escapa. Sin embargo la pregunta por él aparece constantemente. A toda edad, como metáfora, como frustración. De hecho este libro surge bajo esas circunstancias. El propio Pablo Bernasconi lo relata así: “Cuando yo estaba en tercer grado un compañero de mi clase, no sé por qué o en qué circunstancia, le hace a la maestra esta pregunta: ‘¿Qué es el infinito?’  La maestra entró como en pánico y tiró unas respuestas que a mí me sacudieron dramáticamente, me provocaron algo así como una angustia existencial muy temprana. Tiempo después es que empecé a pensar cómo resolver aquel problema, cómo acercar el concepto de infinito de una forma más accesible, más humana, que tenga en cuenta casualmente el espacio más consciente que el científico, pero que también incluya ciertas ramas de la ciencia con la poesía, visual y escrita. Entonces salió este libro bastante extraño que hoy me da estas alegrías”.

-¿Te hubiese gustado un libro como este en tu infancia?

- Sí, la verdad que sí. En general todos mis libros parten de algún tipo de disparor que se originó en mi infancia. Y este fue uno de ellos, fue una especie de deuda que yo tenía.

 En nuestro país la literatura infantil y juvenil ha crecido muy bien en estos últimos 20 años aproximadamente. Se encuentra ya en una etapa de madurez con respecto al libro álbum o a la propia literatura que se hace para niños y niñas o para adolescentes. “Es algo que se ha logrado desde el respeto y la consciencia de los autores al momento de entregar un libro que sabemos que va a ir para los más chicos,  y sabiendo también que es un libro que entra dentro de una familia. No es solamente un libro para los más chicos, es un libro que está vinculado con los padres, con los abuelos y siempre vinculado de una forma muy afectiva. Eso para mí es un logro que ha tenido la literatura infantojuvenil en argentina en los últimos 20 años y cada vez es progresivamente mejor. Hay como un salto de calidad” defiende Pablo Bernasconi.

Sus ilustraciones son muy particulares. Son imágenes que conllevan una textura y una perspectiva que descubren formas y sentidos nuevos, que están al alcance de todos. El propio autor intenta explicarla y dice: “Yo me encuentro  con esta técnica que combina el collage con la escultura, por llamarlo de alguna forma, y que todo termina en una alquimia de poesía visual. Hay un discurso, una narración, tienen un orden narrativo, hay algo que quieren decir y lo digo en forma poética”.

 

Por supuesto que lo mismo podía decirse en forma literal o en forma de historieta, pero él elije decirlo en una sola imagen que se vincule con la metáfora. “Lo que importa es el hecho de que estos versos nos hieran. La poesía no necesita justificación, debe herirnos. Los versos están hechos para ser recitados y las metáforas adquieren otra dimensión cuando son recitadas”, decía Borges. El poder de la metáfora para ayudar a nuestra imaginación a encontrar aquello que no puede atraparse o no se deja. “Para mí, la metáfora es  la herramienta más maravillosa que creó el hombre a nivel poético, es decir,  encontrarse con conceptos muy complejos de transmitir (o que costaría mucho tiempo transmitir) y sin embargo la metáfora inmediatamente te acerca a ese concepto. Por supuesto que hay algunos conceptos más sencillos y otros más difíciles. El infinito es de estos últimos, pero tampoco es  casual que elija un tema tan ríspido, ahí hay algo que yo quería medir también,  que es la efectividad de la metáfora en este contexto”, dice.

-Y,  finalmente ¿quién gana esa batalla a la hora de dar el concepto, la ciencia o la poesía?

- En realidad uno siempre se acerca a escenarios donde se siente más cómodo o más comprensibles  que otros. Lo mío es más dialéctico ya que mis padres son científicos, mi madre era química y mi padre ingeniero nuclear, entonces yo tengo un acercamiento a las ciencias, pero solo de oído  por haber escuchado de chico conversaciones extrañísimas. Yo estoy como en un plano haciendo equilibro. En otros aspectos la ciencia es más fáctica, es decir,  necesita comprobar ciertas cosas y para eso reduce el tiempo en forma dramática y  se reduce toda a experimentos, a un hecho empírico. Quizás hay teorías matemáticas  o de física cuántica que se van acercando al concepto, pero que dejan a mucha gente afuera. Es lo que siempre ocurre ya que son abismalmente herméticas para el conocimiento común, al menos del que la gente tiene sobre la matemática o de la física. La metáfora no, desde ese lugar le ganamos.

 

-¿Entonces?

- Entonces nos acercamos desde esa irracionalidad poética que proveemos los artistas, ese capricho con argumentos. Eso es lo que generamos, un capricho al que le agregamos argumentos y se vuelve entendible, se vuelve cercano.

- También hay algo de ansiedad al buscar una respuesta y al intentar dársela, ¿no?

- Hoy que se quiere todo ya, esa ansiedad también se amortigua con la metáfora donde aparece algo que empieza a resonar. La metáfora también tiene esa sensibilidad de que quizás no la entendés  al principio, pero queda ahí como rebotando, y la entendés  más tarde o la entiende tu hijo y te la cuenta a vos y vos te pones muy orgulloso por él.

La metáfora como instrumento de comunicación, de aprendizaje. Un instrumento que se busca artesanalmente, ya que el buscar la metáfora exacta, es decir,  que no sea muy hermética ni muy críptica pero tampoco demasiado didáctica. Esto es, que no se subestime al lector.

El infinito (Sudamericana, 2018) nació de aquel niño que era Pablo Bernasconi. Desde aquel ayer vino este bonito libro oscuro, con una pequeña puerta en su portada que al abrirla muestra a un rey, quien será tu compañero durante toda la lectura. Ese rey es cada uno de nosotros que buscamos ingresar al libro, a los textos, a las ilustraciones y al infinito. Tiene mucho de Hamlet, realmente es muy shakesperiano su aspecto. De hecho abre el texto una frase de Hamlet: “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”. Shakespeare, el  infinito y Borges vuelven a encontrarse.  “Luego de haber publicado el libro, descubrí que esa misma frase es la que usa Borges para iniciar el cuento El Aleph, que habla del infinito también. Ahí pensé realmente cómo comienzan a unirse los conceptos desde lugares tan disímiles también y me pareció muy interesante”, cuenta.  

 

Pablo Bernasconi confiesa que tiene siempre muy presente a aquel niño que fue. Dice estar muy congraciado con él, ya que le debe un gran porcentaje de todo lo que ha hecho. “Él me nutrió para llegar a este que soy hoy” afirma.

¿Qué será lo mejor, finalmente, para definir el infinito? Vaya uno a saber. Quizás desde la ciencia, quizás desde la poesía, quizás desde una ilustración. Es decir, puede venir de cualquier parte.  El libro de Bernasconi  permite meterse en el infinito mundo del infinito, aun sin saber exactamente de qué hablamos. Sin dudas una experiencia enriquecedora de lectura, distinta, lograda, que por estar hecha en forma de collage, tanto en sus ilustraciones como en sus letras, permite que te encuentres y te pierdas permanentemente, porque, como dice en él, “El infinito es leer solo la última línea de un libro e imaginar lo que falta…