Selene y el pálido rostro que nos acompaña desde casi siempre

Se cumplieron cincuenta años de la llegada del hombre a la Luna. Una proeza de la raza humana que le posibilitó pasar, meterse en el mundo de lo mítico y de las leyendas. La luna acompañó desde siempre al ser humano generando las más cuestionadoras preguntas sobre ella y sobre nosotros. Pero mucho tiempo antes del viaje del programa Apolo, desde la literatura se abordó al satélite natural y sus misterios.

28 de Julio de 2019 12:30

Este último 20 de julio se cumplieron 50 años de la llegada del ser humano a la Luna. Pero desde la literatura, mucho antes,  ya se pensaba en ella y ya, también, se había visitado.

La Luna fue nuestra compañera desde tiempos inmemoriales. Estaba allí cuando nuestros antepasados descendieron de los árboles hacia las sabanas, cuando aprendimos a caminar erguidos, cuando fabricamos las primeras herramientas de piedra, cuando domesticamos el fuego y cuando inventamos la agricultura, construimos ciudades y empezamos a dominar la tierra.

Desde un principio acompañó nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestra imaginación.

En la mitología griega se la conocía como Selene, hija de los titanes Hiperión y Tea. Su nombre se encuentra conectado con el termino griego “selas” que significa luz. Su hermano Helios es el dios del Sol y su hermana Eos, la diosa de la aurora. Se la reconoce a esta diosa por ser una mujer muy hermosa de pálido rostro que conduce un carruaje plateado a través de los cielos nocturnos. El carruaje es tirado por un par de bueyes o caballos que habrían sido obsequio de Pan, uno de sus amantes. Pero su historia de amor más fuerte es con el pastor Endimión, a quien despierta con un beso mientras este descansa con su rebaño en una cueva. Este se enamora inmediatamente,  Selene pide a Zeus que los deje estar juntos y Endimión pide ser siempre joven y poder dormir eternamente para que ella esté en su eterna compañía. Solo podría despertar cuando Selene bajara de los cielos para estar con él. Así, Zeus lo bendijo otorgándole un sueño eterno y cada noche Selene lo visitaba donde estaba enterrado en el monte Latmo.

El primer registro escrito de un viaje a la Luna data del siglo II d.C. Se trata, en realidad, de  en un texto de Luciano de Samósata (125- aproximadamente 181 d.C), dentro de un libro de viajes. En su Historia verdadera o Relatos verídicos, el autor narra un viaje a la luna en donde se encuentran con posibles habitantes de este lugar desconocido. Se piensa como la ficción más antigua conocida sobre el viaje al espacio, las formas de vida alienígena y la guerra interplanetaria. Se le ha considerado el primer texto de algo parecido a la ciencia ficción. En realidad se plantea con mucho humor, casi en clave de burla a Heródoto, un relato donde nos habla de un desplazamiento de la Tierra hacia la Luna a través de un barco convertido en una nave voladora a consecuencia de un tifón. Independientemente de las distintas lecturas que se han planteado, no deja de ser un acercamiento a la Luna en toda su majestuosidad.

Inspirado en Luciano, Cyrano de Bergerac relata varias formas de llegar hasta la Luna. Los textos se encuentran dentro de la obra El Otro Mundo  (1657) publicada por su amigo íntimo Henry Le Bret después de muerto Cyrano. Allí aparece esta historia cómica de los estados e imperios de la Luna donde se cuenta que se puede llegar hasta el satélite natural, por ejemplo, utilizando gotas de rocío envasadas, cohetes, pájaros y extrañas máquinas. En ella también defiende el modelo copernicano y el de Galileo, marcando su preferencia por la razón frente a la fe. Finalmente, luego de varios intentos, mediante unos ingeniosos cohetes,  llega a la Luna. Esta está habitada por seres humanos de doce pies que andan en cuatro patas y que miran hacia abajo. También se encuentra con un demonio, el demonio de Sócrates, un personaje interesante que es su guía y amigo en la Luna. Este dice haber estado en la tierra en forma de oráculo, de genio, dios de fuego, vampiro, fantasma, pero en realidad se trata de un habitante del Sol, seres que llegan a tener de 3000 a 4000 años, cargados de experiencia y poderes, quienes buscaron instruir a personajes históricos en la tierra. La obra termina con una vista aérea de la Tierra.

Pero sin dudas que el libro probablemente  más famoso que relata un viaje al espacio es De la Tierra a la Luna, del escritor francés Julio Verne. El libro fue escrito en 1865 y llevado al cine en 1958. El éxito de esta novela fue tal que Verne no dudo en escribir un segundo relato sobre el espacio y en 1870 publicó Alrededor de la Luna.

Se considera a Verne como el primer escritor profesional, o que al menos fue el primero en ganarse la vida con algo que podría llamarse ciencia ficción. El término aun no existía, así que difícilmente él podrá llamarse de esa forma, pero escribió en esta línea durante doce años para las tablas francesas con éxito regular. Escribía, al igual que otros, sobre viajes a distintos mundos, pero en particular con la Luna vale decir  que fue el primero en utilizar dispositivos y principios para el viaje netamente científicos que aún no habían sido puestos en práctica en la vida real.

En el primero, a un grupo de personas les es asignada la compleja tarea de construir un cohete no tripulado que viaje al espacio, pero a última hora deciden que allí debería viajar uno de ellos. En la segunda, el viaje se hace realidad para tres aventureros quienes viajan al espacio  pero que,  por fuerzas de la naturaleza, su cohete es sacado del curso trazado para llevarlos a ver la Luna desde un nuevo punto de vista. La novela anticipó detalles de la que ciento trece años después sería la primera misión espacial Apolo. Poco a poco se va viendo que lo que parecía obra de unos locos tiene su lógica y el artefacto que logran construir permitirá acercarse a la Luna ante el asombro de toda la sociedad. Así se deciden a construir el mayor cañón del mundo jamás creado, apuntar hacia ella, destruirla, por supuesto, y conseguir así la popularidad y disfrutar de la gloria de ser los padres del ingenio. Es decir que, mientras en De la Tierra a la Luna se dedica a explicar minuciosamente cómo unos emprendedores planean y ejecutan todos los preparativos para un viaje hacia la Luna en una bala de cañón, en Alrededor de la Luna describe el transcurso de ese viaje.  “Lo que un hombre puede imaginar, otro, algún día, lo podrá hacer realidad” se lee en la Enciclopedia Britannica sobre Julio Verne.

Podríamos seguir nombrando reconocidos escritores de todos los tiempos que se adelantaron a Julio de 1969. Autores de la talla de Daniel Defoe, Wells, Clarke, Godwin, Stapledon o Heinlein entre tantos. Pero cerraré este listado con dos más: El padre del cuento moderno, Edgard Allan Poe y el argentino Juan José Saer.

Treinta años antes que Julio Verne, Edgard Allan Poe narra detalladamente un viaje muy loco al espacio exterior. El protagonista es un artesano remendón de fuelles de apellido Pfaall y está acompañado por una camada de gatos y unas palomas con vértigo. El motivo del viaje es lograr escapar de sus acreedores y para eso planea un viaje en un revolucionario globo que comprime y transforma el vacío del espacio en aire respirable que lo llevara desde Róterdam hasta la Luna.

El talento de Poe está puesto en hacer verosímil el relato y para eso utiliza un lenguaje científico y un registro igual. De este modo consigue llegar a la Luna en 17 días. Una vez allí descubre a unos seres diferentes a los terrícolas, más pequeños, con forma casi esférica, sin orejas  y decide quedarse allí durante cinco años.

Sin dudas que La aventura sin par de un tal Hans Pfaall es uno de los cuentos menos conocidos de Poe. Pero a través de él se atreve, mediante la observación directa de la naturaleza,  a desafiar a las propias leyes imperantes en el siglo XIX sobre física y astronomía,  para recrear un viaje que mucho tiempo después recién se hizo realidad. Sin embargo al describir los viajes a la Luna, en aquel entonces, los autores partían de aquello que el lector pudieran creer e identificar y en ese tiempo, el globo aerostático era un objeto acorde para esas circunstancias.

Cierro este arbitrario listado de cuentos vinculados a la Luna con el argentino Juan José Saer. En su último libro de cuentos, Lugar (2000), aparece Ligustros en flor. Un cuento donde un astronauta, luego de haber estado en la Luna, reflexiona sobre aquello y lo que somos. ¿Cuál es el límite de nuestro conocimiento o, mejor dicho, de nuestra ignorancia? ¿En cuánto afecta ese límite el estudio del universo? ¿Tiene sentido ese estudio? y, finalmente, ¿cuál es el límite de nuestra propia existencia?

El protagonista es, en realidad, toda la raza humana. Una raza que se sabe incompleta e imposible de completar por su condición de mortal y finito.  “[…] Para qué ir tan lejos a develar misterios, si lo más cercano -yo mismo, por ejemplo- es igualmente enigmático. La yema de los dedos y la Luna son igualmente misteriosos pero los cinco sentidos son más inexplicables que toda la totalidad de la materia ígnea, pétrea o gaseosa, de modo que excavar la luna, sondear el sol o visitar Saturno, como han dado en llamar caprichosamente a esos objetos sin nombre apropiado y sin razón de ser, no resolverá nada” dice el protagonista. Y agrega, “La vejez y lo que le sigue me ha dado cita  para uno de estos días en alguna de sus esquinas desiertas”. Refiriéndose a la luna sostiene, “[…] desde acá sigue siendo un enigma, pero un enigma familiar como el de mis pies, de los que no podría asegurar si existen o no, como el enigma de que haya plantas…”. Saer ubica a su personaje ante la existencia misma. Reflexiones existenciales que parten del encuentro con ese maravilloso satélite natural que nos acompaña desde que recordamos. Como en toda su literatura, el autor nos empuja hacia un viaje intertextual fascinante donde nos conecta con nuestras propias preocupaciones que van  desde el conocimiento de lo que nos rodea hasta el porqué de nuestra existencia.

Preguntas que nos abordan desde lo inalcanzable. Preguntas que, de llegar a sus respuestas, siempre generarán una más. Como nuestra luna.

La misma que se ha transformado en metáfora de la inalcanzable, (tráeme la luna y te daré mi amor, se decía)  o aquella que vuelve loco a la raza humana: “si duermes a la luz de la luna, puedes volverte loco”, expresaban en la antigüedad. De ahí la relación con lunático que hoy mantenemos.  

Ha pasado mucho tiempo, pero aún nos mantiene hechizados. Todavía hoy, que ya la hemos recorrido, mantiene secretos con nosotros. Durante la mayor parte de nuestra historia no hemos tenido la menor idea de que era. No sabíamos si era así de grande o estaba muy cerca. Recién hace poco tiempo dimensionamos su tamaño, su lugar, su distancia, su posible origen y así se impuso como lugar para ir. La Luna hace cincuenta años dejó de ser un lugar inalcanzable, generando la pregunta sobre cuál podría ser nuestro próximo paso, luego de haber llegado allí.

Las imágenes de nuestro planeta, desde el espacio,  fueron contundentes para nuestra raza. Esa fotografía de la esfera blanca y azul en un fondo completamente negro generó toda una gran  conciencia planetaria. Fue cierto aquello que dijo Neil Armstrong al descender de la nave, era un momento histórico para la especie humana.

La sensación de irrealidad que envolvió todo. Fue una asombrosa hazaña tecnológica llevando a los seres humanos a los dominios de la leyenda y de los mitos. Alguna vez quise ser Hiperión. También Pfaall y los personajes de Verne. También quise ser el doctor Heywood  Floyd,  pasando por el astronauta del cuento Ligustros en flor y hasta Neil Armstrong. La literatura y los libros me lo permitieron.