Lascaux o el nacimiento del arte en el mundo

La magia de las pinturas rupestres está en las preguntas que nos surgen al contemplarlas. El paso del tiempo nos hace cada vez más desconocidos a nosotros mismos. Pero alguien, alguna vez, por vez primera, decidió contar una historia alrededor del fuego, así como otro dejar una huella en la pared de una cueva.

8 de Septiembre de 2019 12:56

En Alicante, España, tuve la posibilidad de disfrutar una serie de pinturas rupestres del período Neolítico. Las pinturas están ubicadas en los abrigos que se encuentran en el Plá de Petracos, en la localidad de Castell.

La montaña que alberga los descansos se llama Barranco de Malafí y las pinturas que se encuentran en ese lugar tienen una antigüedad de, aproximadamente, unos 8 mil años, es decir del período que se conoce como Neolítico antiguo.

Las cuevas elegidas, se dice, son espacios ocupados por las primeras comunidades agrícolas. Las pinturas están hechas de trazos gruesos y pintadas de un rojo intenso. Son figuras  antropomorfas, con sus brazos levantados y manos abiertas. Se piensa en un carácter religioso o mágico de las posturas. La última de las pinturas se diferencia del resto porque se trata de un ciervo herido por flechas y un cazador parado junto a él.

El propio espacio geográfico te interpela. Montañas de ambos lados tajeadas por un caudal de río seco e inundado de un silencio misterioso y mágico. Las sombras de los fantasmas del pasado lo ocupan todo a medida que cae la tarde y los sentidos no alcanzan para responderse todo lo que aparece en uno.

Se dice que las imágenes se pintaban en santuarios o lugares sagrados, lugares donde se daba el encuentro de la comunidad toda, unida por profundas creencias e instancias de reconocimiento.

¿Qué cambió en el ser humano con la primera pintura? Alguna vez  alguien contó la primera historia alrededor de un fuego. También alguien, por primera vez, dejó constancia de algo en una pared. ¿El ser humano se hizo más humano con la aparición del arte en su vida?

El pensador francés Georges Bataille  busca estas respuestas en su obra Lascaux o El nacimiento del arte (Alción Editora, 2011). La cueva de Lascaux es un sistema de cuevas en Dordoña (Francia) en donde se han descubierto significativas muestras del arte rupestre. Ahora bien, el libro quiere mostrar el lugar inminente que ocupa la caverna de Lascaux en la historia del arte, pero sobre todo en la historia del ser humano. Las pinturas son las más antiguas encontradas y tienen un estado de conservación increíble. Se trata de la muestra de arte más antigua o, mejor dicho, del nacimiento del arte.

Bataille habla del primer signo sensible que nos haya sido legado por la humanidad  y el arte. La capacidad inventiva y creadora de los primeros seres humanos, con esta muestra, combate la idea maniquea del ser recolector o cazador. En esta instancia se da ese período donde nos separamos definitivamente de los animales, a los cuales éramos semejantes hasta ese instante donde aparece el arte. Es decir, Bataille considera a este hecho artístico  como la fuente de nuestra humanidad. Lo que separó al ser humano del animal fue el milagro del arte, ese primer signo sensible que nos ha sido legado por aquellos primeros que comprendieron que moríamos, que había algo en nosotros que no resistía y que había que desafiarlo de alguna manera para resistir.

Así, la primera respuesta que nos da Lascaux anida en nuestra propia oscuridad. Son sombras bellas y milagrosas que nos comunican una emoción fuerte e íntima.

Se trata de un arte tan próximo a nosotros que parece abolir el tiempo” dice Bataille. Un arte que nos hace semejantes, que nos interpela sobre cómo llegamos hasta acá y que nos hizo tal cual somos. Una incomparable belleza y simpatía que nos deja penosamente suspendidos en el tiempo.

En el texto se asume que “el nacimiento del arte debe remitirse  a la existencia  previa de los utensilios. El arte no solo supone la existencia de los mismos, y la habilidad requerida para confeccionarlos”, sino que en su nacimiento, también, se percibe el paso del mundo del trabajo al mundo del juego, es decir del bosquejo físico al Ser completo.

Aquellas primeras obras testimonian al menos una virtud decisiva, una virtud creadora que generaba y genera aún hoy, un asombro que mensura la amplitud de su riqueza.

La obra de arte desfasada en el tiempo es un ejemplo de comunicación profunda y enigmática. “Estas figuras nos emocionan, mientras que la avidez nos deja en cambio indiferentes” sostiene el autor.

La presencia de la increíble riqueza que amasó el paso del tiempo, te convida a la excitación inexplicable sobre el sentido y la definición de “belleza”. La presencia frente a aquellos vestigios de los primeros, que son los mismos vestigios nuestros de hoy, inquietan silenciosa e ineludiblemente.

El arte naciente solicitaba un movimiento de libertad de espíritu. La obra de arte nació libre y creaba aquel mundo que aun hoy nos figura. ¿Es posible? no deja de preguntarse uno al estar frente a ellas. Sí, es posible. El arte nació y siempre tendrá la fuerza de elevarse por encima de las tareas subordinadas.

“Más maravilloso aun para los ojos de los hombres que instauraron la magnificencia: de este modo se nos presenta la caverna de Lascaux, que nos retrotrae al fondo de las Eras, a nuestros primeros balbuceos… Poco nos importaría lo que esos muertos nos legaron, si no esperásemos hacerlos revivir en nosotros, aunque sea por un instante” afirma Georges Bataille.

Aquello fue, es y será una ligera muestra de lo que nos hace estremecer. Las contemplamos y sentimos, incluso, sus interpelaciones, sus recuerdos lejanos, sus ecos. Nos acercamos a través de aquellas pinturas rupestres, cualquiera de ellas, a uno de los más grandes misterios, si no el más grande: nosotros mismos.