Literatura japonesa o el arte de contar en voz baja la sombra de la vida

La cultura japonesa, y la literatura en especial, generan un fenómeno por estas latitudes sumamente interesante. Pareciera que a nadie le interesa, pero cada nicho que se genera provoca fascinación. La editorial “también el caracol”  le ha dedicado una colección particular para que podamos redescubrir lo fascinante de estos autores.

25 de Octubre de 2020 10:17

Junichiro Tanizaki asegura en su texto El elogio de la sombra que “Eso que generalmente se llama bello no es más que una sublimación de las realidades de la vida, y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron en utilizarla para obtener efectos estéticos”.

Podríamos pensar que una importante línea de esos efectos estéticos que parten de las sombras  se encuentra en la literatura japonesa  en autores como Richi Yokomitsu o Yasunari Kawabata, quienes comparten esa poética de lo bello y de lo triste.

Esa línea, algo más lejana que la (¿tan occidental?) de Haruki Murakami, es la que le interesa difundir a la editorial también el caracol en su colección Bosque de Bambú.

Miguel Sardegna, director de la colección, explica que “Hay que pensar que la literatura japonesa es una literatura de mil años, con lo cual siempre hay que tener cuidado cuando uno piensa en hablar de una estética particular o pensar en arquetipos o esencias, porque en esos mil años de literatura van a caber un montón de esencias y formas diferentes. Lo que sí podría decir es que hay una estética de lo bello y de lo triste en la literatura japonesa que a mí más me gusta, que es la de Kawabata o Yokomitsu, una estética que está vinculada con deslumbrarse ante lo que propone la naturaleza, pero vibrando  ante el carácter efímero de esa naturaleza misma y de esos sentimientos. Es decir, esa idea de que  junto con la plenitud comienza también la decadencia. Fijate  qué terrible esto, el antagonismo inmediato entre el goce y el sufrimiento. Hay algo de eso en la literatura que a mí más me gusta de la literatura del Japón,  que no está en Murakami, eso en Murakami no lo vamos a encontrar jamás”.

-¿Y eso responde a su forma de contemplar los hechos y las cosas o a su forma de narrar?

- A las dos cosas. Ellos tienen una forma muy diferente de mirar. Acordate de que ellos están atravesados por la naturaleza,  es un país que tiene las cuatro estaciones,  cada una de ellas están vinculadas con un color: el blanco con el invierno, el rosa para la primavera con los cerezos, el rojo con el otoño por el Momiji, que son las hojas de los árboles que se desprenden. Fíjate que tenemos algo bien visual y bien concreto. Por otra parte, tenés el idioma que es bien diferente al nuestro. El idioma piensa en ideogramas, no es un alfabeto como el nuestro, sino que son ideogramas,  son conceptos. Ya desde la escritura misma tenemos un modo diferente de pensar la vida y de vivirla, en definitiva.

Con la literatura japonesa, y con toda su cultura, se da un hermoso fenómeno: genera fascinación en casi todos, primerizos o no, pero no hay muchos espacios donde poder encontrarse con ella. De hecho, de alguna manera, particularmente también el caracol está gestando de a poco este espacio editorial. Pero esto no significa que no se edite o no se conozca la literatura japonesa. Por el contrario, son varios los autores que a menudo uno encuentra y, hasta en algunos casos,  generan cierto fanatismo, como el ya mencionado Murakami. Es decir que lectores hay, pareciera ser que el punto es que siempre se eligen a los mismos autores desde las editoriales para compartir y sin querer arriesgarse a probar algo distinto, de lo tanto que aún tiene Japón.

Sardegna explica que, desde la colección Bosque de Bambú, entienden que la literatura japonesa “está llena de tesoros secretos que permanecen ocultos para nosotros, para los lectores en castellano”.  Y pone un ejemplo para justificar el trabajo que llevan adelante desde la editorial: “Yo fui profesor de literatura japonesa en un seminario de la UBA hace unos diez años, aproximadamente, y ya en ese tiempo daba clases con textos japoneses que estaban en inglés. Fijate qué curioso, pasaron diez años y ese bache que uno notaba en la falta de traducciones no ha cambiado mucho hasta ahora. Hay un momento donde uno quiere leer algo y no está y siente,  entonces, que es uno mismo quien tiene que emprender ese trabajo de traducción y presentación”.

La literatura japonesa es milenaria. Y dentro de lo tanto que se puede rescatar de ella es el lugar que ocupó la mujer. Las obras maestras iniciales de su narrativa fueron escritas por mujeres: El libro de la almohada de Sei Shônagon o el Romance de Genji de Murasaki Shikibu son ejemplos de esto. Lo literario circulaba en ámbitos predominantemente femeninos. Sus formas más celebradas fueron los poemas, los diarios y las memorias. Estos nuevos sistemas de expresión fueron llevados adelante por mujeres en forma propia y peculiar. Hasta podríamos pensar que, más allá de que la discusión se daría mucho tiempo más adelante, estas primeras formas narrativas escritas por mujeres fueron también lo que luego conoceríamos como novelas.

Es decir que la primera mujer fue editada con su novela en el año mil en Japón. Sardegna nos adelanta el próximo material que editaran dentro de poco y el lugar que ocupará la mujer en él, “Se trata de un antología de literatura proletaria japonesa. Y, fijate que curioso, yo creo que en general la gente no sabe que existe una literatura proletaria en Japón, una literatura socialista que busca modificar algunas condiciones concretas laborales y políticas, es decir una literatura profundamente activista…”

-¿De qué año estamos hablando?

- Periodos entre guerras. Viene con la depresión que vino luego de la Primera Guerra Mundial. Con la industrialización, el endurecimiento de las condiciones de trabajo, alrededor de 1930. Paréntesis, la misma época de Kawabata y Yokomitsu también. Y, mientras ellos privilegiaban la forma y la belleza, tenemos también esta otra literatura que privilegia el fondo, privilegia  buscar el cambio bien concreto y tangible. Había un verdadero llamado a la acción, bueno, todo coexistía. Pero vuelvo al lugar de la mujer, en esta antología que estamos preparando hay una mujer también que piensa a la familia como una célula revolucionaria y lo escribe.

Una de las particularidades de la literatura japonesa es su predisposición en la narración. Es decir, un lector frente a una obra literaria de este estilo  va examinando la historia desde adentro. Se encuentra siendo parte del contexto de la misma mientras enhebra dato tras dato. Uno no se va a encontrar con esa peripecia o cambio de suerte del protagonista que tanto les gustaba a los griegos. No hay cimbronazos en estas historias: “Acá no vas a encontrar un “de golpe” o un “de repente”. Si pensamos en Kawabata o Yokomitsu, lo que vas a encontrar en esos autores es la ausencia, lo elusivo. Lo dicho a media voz, lo dicho bajito, lo apenas sugerido. Ahora, eso apenas sugerido en estos autores es terrible porque tiene que ver con el sufrimiento y con la muerte, no tiene que ver con algo intrascendente e insignificante. No es que esa voz es chiquita porque no tiene nada que contar. No, la voz es cuidada porque te están contando algo que es terrible, es algo que nos va a golpear. Pero ese golpe viene a partir de esa sutileza y de esa sugerencia. En eso creo yo que radica el verdadero arte  y el talento de estos narradores”.

Y tal es el talento para observar y narrar que han decidido colocar un concepto que los defina como “Dios de la literatura”: Bungaku no kamisama.

Se cuenta que los críticos de su tiempo a  Yokomitsu (contemporáneo de Kawabata, quien será después premio Nobel de literatura y a quien el propio Yokomitsu consideraba un maestro) para dimensionar su estatura de autor lo consideraban Bungaku no kamisama, es decir un “Dios de la literatura”. ¿Cuál sería la diferencia entre ellos o cuál la condición para ser declarado divinidad? Gran pregunta que solo se responde por el talento y quizás en la variación de intensidad de cada una de las narraciones donde lo cotidiano se pensaba y sentía desde el texto mismo. Lo más elemental de la significación era algo que incluía todo, que no clausuraba absolutamente nada, sino que contenía hasta lo que está debajo de las tinieblas.

Miguel Sardegna también acaba de editar su primera novela: Los tristes años de Kawabata (Odelia Editora - 2020). En ella, el protagonista de esta novela descubrirá en Kawabata un amigo y un maestro  que lo ayudará a resignificar su historia familiar, y en la cultura japonesa, las palabras para encontrar belleza en las circunstancias más atroces. “Me siento muy contento y sorprendido por las repercusiones que ha tenido. Es un trabajo de muchos años. El primer borrador tuve la suerte de hacerlo con cierta  velocidad, algo que no es habitual en mi modo de escritura, pero después tuvo muchos años de corrección y de ajustes. A mí me gusta esa literatura bien meticulosa, bien obsesiva, que busca  el término preciso. Así que, cuando el libro salió al mundo y uno ya no puede hacer más nada, es una sensación extraña también” celebra.

El arte nos da un respiro y trascendencia. Mil años trajeron esta literatura hasta nosotros, mil y más seguirán generando elogios sobre una cultura que nos descubre lo bello en el seno de las sombras.