Anecdotario

Las anécdotas de los artistas hablan mucho sobre su obra. En la gran mayoría de los casos, el trajinar del día a día se mezcla con sus procesos creativos, así como con su obra. Su niñez, sus caminos recorridos y sus vínculos, como parte de su legado artístico.

22 de Noviembre de 2020 08:21

Hay aspectos de la vida de los y las artistas que, de alguna manera, marcan sus obras por venir. Dichos aspectos se mezclan, evidentemente, en su día a día con su producción. Quizás no directamente, quizás como germen de una obra por venir, o quizás también, como parte de ese proceso creativo. Muchos de ellos ven en clave de su capacidad o genialidad cada instante de su vida. Incluso aquellas que parecen no tener nada que ver con su obra.

En los casos que mencionaré, dichos aspectos revelan una faceta distinta de ellos. No dejan de ser instantes de vida que, por una u otra razón, son ratificados más adelante en sus producciones artísticas. Pero no hablaremos de doctrinas ni de teorías, sino de ocasiones que los cruzaron en lo cotidiano. Algunos de su niñez, otros entre sus vínculos. Lo cierto es que dichos aspectos privados terminan siendo públicos. Con o sin consentimiento.

Leeremos aquí algunos casos donde sus vidas trascienden en tanto vida, pero también señalan una obra y un espíritu artístico que se replica en cada uno que se acerca como espectador o lector.

1-Cuenta Daniel Guebel en Genios Destrozados (Eterna Cadencia – 2013):

“En una sala del museo Nacional de Bellas Artes de la República, se pueden ver, enfrentadas, dos de las mejores pinturas con las que cuenta el país. Pese a sospechas acerca de la legitimidad de ambas, se las atribuye respectivamente a Franz Hals y a Rembrandt.

Admirable por la brillantez en la representación de la luz y la libertad en el manejo de los pinceles, ni en vida ni muerto Hals gozó de la fama, el prestigio y la fortuna que distinguieron a Rembrandt, a cuya carrera siguió durante años desde una relativa opacidad rencorosa. No se tenía por menos que el otro, a quien la sociedad consideraba como un genio descomunal, mientras que a él lo tomaba por un mero talento. Pese a ello, pese a que su obra fue muy demandada, tuvo grandes dificultades económicas y nunca contó con ayuda externa. Alguna vez, en la sinceridad de su dolor, cotejaba de memoria sus trabajos con los del rival y se preguntaba cómo era posible que, habiendo sido premiado de manera excesiva e injusta, Rembrandt nunca hubiese tenido la delicadeza de reconocer públicamente su superioridad –absteniéndose incluso de obsequiarle cuanto menos una fuerte suma de dinero que equilibrara un poco el fiel de la balanza. La avaricia del triunfador alimentaba su hambre. En 1652, para pagar una deuda, debió vender sus pertenencias: solo pudo entregar tres colchones, cinco almohadas, una calavera en buen estado, la faja de Lisbeth, su segunda esposa, una mesa y cinco cuadros. En su diario deja orgullosa constancia de su padecimiento: “La vulgaridad me subleva. Todos prefieren a quienes no los pintan como son, sino como quisieran ser, personas con aires de distinción y nobleza. No es casual que, a la hora de contratar a un artista, elijan a Antonio Moro, a Anthony Dick o, desde luego, a Rembrandt, quien recibe los encargos y las invitaciones a los banquetes mientras yo debo retratar a la hija del tendero de la esquina o a las monjas de la pequeña compañía de María”… La historia es distraída y no zanjó de ninguna manera el asunto, pero la miseria, que es universal, ofreció a los rivales un destino parejo. Rembrandt sobrevivió a sus dos esposas y a sus cinco hijos. Murió solo, sin nadie que sostuviera su mano, el 4 de octubre de 1669, y fue enterrado en una tumba sin nombre en el Westerkerk de Ámsterdam. Frans Hals murió en Haarlem en 1666 y está enterrado en la Catedral de San Bavón. Su viuda acabó poco después en un hospital de caridad de la beneficencia pública”.

2- Un pintor descubrió las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.

Tras la muerte de su amigo y preocupado por el sustento de la esposa e hijos que dejaba Bécquer, el artista Casado de Alisal aconsejó publicar sus poemas. En ese momento no era consciente del impacto que tendrían en la historia de la literatura romántica.

3-Según Santiago Posteguillo en La noche en que Frankenstein leyó El Quijote (Planeta – 2012):

Dickens no lo tuvo fácil en sus comienzos: no recibió educación alguna hasta los nueve años y, aunque de los nueve a los doce pudo disfrutar de un breve intervalo de tranquilidad en el que devoró todos los libros que caían en sus manos, desde el Tom Jones de Fielding, uno de sus escritores preferidos, hasta el mismísimo Quijote. Todo le iba mejor hasta que su padre ingresó en la cárcel por su incapacidad de hacer frente a las deudas, y entonces Dickens, un niño de doce años, empezó a trabajar en una factoría de zapatos. Fueron tiempos durísimos que se quedarían grabados en su memoria para siempre y que luego reflejaría en sus obras maestras. Dickens, ejemplo donde los haya de un hombre hecho a sí mismo, consiguió dejar la fábrica gracias a sus enconados esfuerzos en autoeducarse para así ingresar como pasante en un bufete de abogados. Sin embargo, ejercer el derecho no era algo que colmara las expectativas de Dickens, quien, en cuanto le fue posible, saltó del despacho de abogados a un periódico y, por fin, a una editorial…

Dickens, como tantos otros en su época, publicaba sus novelas por fascículos, por la sencilla razón de que el público lector normalmente no disponía de la capacidad económica suficiente para comprar un gran volumen y les era mucho más asequible ir adquiriendo fascículos semanales o mensuales a un precio muy inferior. El éxito de Dickens en este formato fue arrollador. Sus obras literarias no sólo han pasado a la historia de la literatura inglesa y universal, sino que además ya en su tiempo disfrutaron de un desbordante éxito popular. Como muestra, baste decir que, según el periódico británico The Telegraph, en su edición del 8 de mayo de 2010, Historia de dos ciudades de Dickens, la gran novela que recrea los tumultuosos años de la Revolución francesa, había vendido más de doscientos millones de ejemplares en todo el mundo desde su publicación en 1859, siendo el libro más leído de la historia (dejando de lado la Biblia, el Corán y otros libros religiosos), superando a la épica trilogía de El señor de los anillos. Con Dickens el éxito popular y el prestigio literario han ido de la mano durante decenios…

Pero Dickens dio un salto más que muy pocos escritores se han atrevido a dar. Todo empezó, como muchas cosas en nuestra vida, de forma casual, con el objeto de recaudar fondos con fines benéficos: varias instituciones se habían dirigido al famoso escritor para que aceptara realizar algunas lecturas públicas de sus obras en diferentes centros culturales del Reino Unido para reunir el dinero necesario que precisaban varios hospitales y orfanatos que, de lo contrario, se verían obligados a cerrar. Dickens, que no había olvidado lo que era pasar penurias, aceptó sin dudarlo. Para sorpresa de todos, aquellas lecturas supusieron un éxito rotundo, muy por encima de las mejores expectativas que hubieran podido imaginar. Fue entonces cuando Charles Dickens pensó: «¿Y por qué no seguir con estas lecturas públicas en teatros por todo el país y por Estados Unidos?» Y eso hizo. Dickens, siempre un profesional, viajaba con todo lo necesario, que tampoco era tanto: una mesa, una silla, una pantalla para situar a su espalda que ayudara a proyectar mejor su voz. Iba de ciudad en ciudad, y la gente, su público, sus lectores, pagaban por escuchar en vivo y en directo a uno de sus autores favoritos leyendo en voz alta; más aún, recreando con diferentes voces y acentos los distintos personajes de Un cuento de Navidad, Historia de dos ciudades, Oliver Twist y tantas otras historias memorables. El escritor salía a escena, saludaba al público presente y anunciaba la novela que iba a leer… Estas lecturas públicas proporcionaron a Dickens la fuente regular de ingresos que le hacía falta para mantener a su esposa, a sus diez hijos y… a su amante… Dickens falleció en su casa un día de verano y dejó por escrito que deseaba un funeral sencillo y privado y una lápida en la que sólo se pusiera, con caracteres carentes de adornos, su nombre y su fecha de nacimiento y muerte. Y todo se cumplió, con excepción de que el público exigió que Charles Dickens debiera estar enterrado en la Abadía de Westminster en el corazón de Londres, ese Londres que tanto amó y que tan bien describió con todas sus luces y sus muchas sombras.

4  Adolfo Bioy Casares relata en su ya citado Borges (Destino – 2006):

“Sábado, 2 de noviembre. Trabajo en la Biblioteca, con Borges, en el Libro del cielo y del infierno. Borges está de excelente humor; quiere que atribuyamos un absurdo pasaje musulmán, sobre el mejor medio para obtener el perdón de los pecados y la recompensa del cielo, a algún comunista a quien tengamos rabia. “Firmemos —dice— Rafael Alberti Arríela”.

 Vamos a tomar el té a casa.  Un chico, que juega al fútbol en la calle, al ver que su pelota corre debajo de mi automóvil, grita “Adiós, pelota”. Borges comenta: « “Adiós, pelota”, toda la ternura y la poesía que hay en esa frase». Bioy: «Así es fácil hacer poesía. La palabra pelota es irrefutable». En seguida, Borges inventó este Cuento:

                «Un señor inglés vivió sesenta años en el país y luego volvió a su patria, cargado de buenos recuerdos. Los porteños, para expresarle gratitud por su espíritu alegre, lo llamaban don Pelotas. En Inglaterra, don Pelotas llegó a ser la primera autoridad para cuestiones rioplatenses. Ahora sus nietas han venido a Buenos Aires y, al mencionar el sobrenombre del glorioso abuelo, entrevén que tal vez hubo cambios en el idioma. En todo caso, prefieren callar el sobrenombre; desde luego, no pueden borrarlo, porque lo registra el mármol del monumento erigido en la patria».”

 

Mencionamos solo hechos que nos introducen en el mundo de cada uno de estos pintores y escritores con la intención de ir al encuentro personal con ellos. A lo mejor nos ayudan a descubrir o redescubrir su obra. La misma que se disfraza de intento por recuperar la vida anecdotaria de cada uno de ellos. Porque, como dijo alguna vez Witold Gombrowicz, “Lo que importa es ser alguien, para expresar lo que uno es. ¿No creen?”