La experiencia fallida del “nuevo” cementerio

3 de Febrero de 2020 18:16

Por Redacción 0223

PARA 0223

Por Magalí Golfieri, especial para 0223.

En 1898, el Concejo Deliberante decidió organizar el paisaje de La Loma en cuatro manzanas (A, B, C y D), que hoy conforman la zona más antigua del cementerio. En la ordenanza municipal también se establece que cada una de las manzanas delimitadas debía tener ciertos tipos de estructuras funerarias, que estaban asociadas a determinadas clases sociales y a la permanencia de los restos en el cementerio. Así, se pensó a la manzana B sólo para sepulturas en tierra con cinco años de concesión; las manzanas C y D para bóvedas y medias bóvedas a perpetuidad y los nichos municipales adosados al muro de circunvalación.

Vista del plano del Cementerio de la Loma en el cual se observan las cuatro manzanas originales.

Esta directiva confirma que el funcionamiento del cementerio de La Loma era, al igual que la gran mayoría de sus contemporáneos, similar al de una ciudad.

La familia del fallecido que tenía acceso a la compra de un terreno para bóveda, podía hacerlo siempre y cuando respetara ciertas reglamentaciones municipales y tenía libertad para construir y diseñar la “casa para la eternidad”. Por esta razón en los cementerios de la época se observa una gran variedad de estilos arquitectónicos que hacen pensar más en un museo al aire libre que en un lugar de entierro.

Muchas de estas familias le encargaban al mismo arquitecto el diseño de la casa familiar y de la bóveda en el cementerio. A su vez, entraban en juego otros factores, como la elección del terreno y del “barrio/manzana” en donde la construcción se emplazaría: no tenía el mismo status que la tumba estuviese en las avenidas principales o más visibles que en el interior de la manzana.

Por otro lado, era habitual que se pidieran terrenos cercanos a aquellos de otras familias conocidas y, de esta manera, las relaciones sociales de la ciudad de los vivos -materializadas en los barrios- se mantenían en  la ciudad de los muertos.

Desde 1885 hasta 1911, el cementerio de La Loma funcionó como el único espacio funerario público de Mar del Plata. Durante la primera década del siglo XX, Pedro Olegario Luro donó una chacra de 128 hectáreas entre las actuales calles de Arturo Alió, Alvarado y Tres Arroyos, con el fin de construir un nuevo cementerio municipal para la ciudad. Sin embargo, aún quedaba mucho lugar para edificar en el cementerio de La Loma y en los terrenos adyacentes.

Con la instalación en el paisaje del nuevo cementerio municipal el de La Loma comienza a llamarse el “viejo” y se observa una intención de enfocar los entierros del siglo nuevo en el “cementerio nuevo”. Hasta entonces no se había planteado la necesidad de construir un nuevo espacio funerario, por lo que esta decisión pone en evidencia un cambio en la concepción del paisaje urbano: Mar del Plata, fundada como pueblo pampeano no miraba hacia la costa ni se proyectaba hacia las lomas, pero el pueblo fundacional estaba mutando hacia una villa de veraneo para la élite porteña. De hecho, la chacra donada por Pedro Olegario Luro, se hallaba en  una zona bien alejada de los paisajes deseados por los turistas, ya que se buscaba alejar el cementerio de los lugares predilectos de los visitantes.

Sin embargo, no se tuvieron en cuenta cuestiones fundamentales al momento de elegir el terreno de una necrópolis, como la ausencia de cursos de agua y la cota del mismo. Numerosas son las historias que cuentan que, durante los temporales y las fuertes lluvias, se producían exhumaciones espontáneas y que, incluso, se solían ver ataúdes “navegando” por el centro de la ciudad. En 1927 el intendente socialista Rufindo Inda ordenó el cierre del flamante recinto funerario.

 

Un “boom” de la construcción en el “viejo” cementerio

Al  mismo tiempo, según registros documentales de la época, la élite local promovió un fuerte impulso en la construcción de sepulturas en el “viejo” cementerio, a través de la construcción de bóvedas, panteones sociales como el francés y el italiano,  y el diseño del paisaje interno del conjunto monumental.

Frente a la fuerte actividad en La Loma, sumado a los problemas del “nuevo” cementerio, las autoridades municipales deciden conservar como único camposanto el ubicado en la zona de Playa Grande. Incluso, en los documentos de la época quedó asentado el interés por regularizar la construcción funeraria que hasta el momento había escapado a las directivas por falta de control municipal.

Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de abordar la historia del cementerio de La Loma es el sector social del que estaban a cargo las construcciones: eran los primeros inmigrantes de la zona, llegados al pueblo pampeano de Mar del Plata a fines del siglo XIX y sus orígenes estaban vinculados a la clase trabajadora; en su mayoría, italianos, españoles y franceses. Con el desarrollo vertiginoso de la villa turística, estos grupos se vieron beneficiados económicamente y lograron una ascensión social que los transformó en la élite impulsora de la ciudad, antes monopolizada por las familias Luro y Peralta Ramos.

Muchas de las familias mencionadas en los expedientes constructivos de esta época fueron, en años posteriores, parte de los gobiernos municipales, la gestión de espacios educativos y de salud pública, la edificación de la ciudad así como la organización de eventos sociales de reafirmación identitaria. Sin embargo, su rol social en relación a la burguesía de la capital, siempre estuvo subordinado a las necesidades de los últimos. Es de esta manera que, ante la posible pérdida de un espacio dedicado a la conservación de la memoria de sus antepasados, se observa una fuerte tenacidad para conservarlo y al mismo tiempo destacar arquitectónicamente al conjunto monumental.