Okāsan, diario de viaje de una madre de Mori Ponsowy

Mori Ponsowy nos narra el viaje de una madre en múltiples sentidos: a un país lejano y exótico, Japón, y hacia un hijo que se hace adulto. No está preparada para ese instante, aun sabiendo que puede pasar. Cierto es también que muchas veces la distancia, en lugar de separar, une.

21 de Junio de 2020 08:38

Hablamos de un texto difícil de clasificar, a caballo de la crónica, el diario de viaje y la experiencia de reencontrarse con su hijo, en el que Mori  Ponsowy nos deja una narración hermosa que permite reflexionar sobre las relaciones, los espacios y nuestro lugar.

La historia de Okāsan, Diario de viaje de una madre (Reservoir Books – 2019) pareciera sencilla: una madre que viaja por primera vez a Japón para visitar a su joven hijo, quien se ha ido a vivir a ese lejano país, quedando  fascinada por la cultura y el redescubrimiento de ese hijo, ahora adulto e independiente.  La obra ofrece un acercamiento particular, luminoso, sobre ese país y sobre los vínculos.

Okāsan en japonés se escribe así: “お母さん”. Según describe la  narradora, en esos cuatro caracteres, el primero es un prefijo honorífico  y los últimos dos también. Sólo el segundo es un kanji. “¿Qué queda en la palabra si le quito los prefijos y sufijos? Queda “母”. Se pronuncia “haha” y quiere decir “mamá”.  お母さん” se pronuncia “okaasan” y también quiere decir “mamá”. Pero aunando la experiencia y  el propio título  no es simplemente un nombre o un rol.

Los hijos, en muchos casos, nunca nos planteamos el lugar y el sentir bajo esa instancia de iniciación del camino propio. Si bien es lógico que suceda, nunca hay una mediación con los que quedan. El libro ha logrado, con sus lecturas, que muchos hijos e hijas se vean en circunstancias que no se habían planteado hasta ese momento con respecto a su madre.  Por otro lado, también hubo mucha identificación con “Mati”, quien guiaba y cuidaba a su madre  logrando una inversión en los roles.

-Mucho de lo escrito fue durante tu estadía en Japón, parte se agregó luego cuando fue tomando forma de libro. ¿Esos recuerdos y sensaciones eran compartidos con Mati? ¿Era el mismo recuerdo el que tenían de todo aquello?

- No. Por eso hay un espacio en el libro donde le di todo a él para que lo leyera, porque no quería publicar nada con lo que no estuviera de acuerdo. Él me lo devolvió riéndose y me dio el ok para publicarlo. Pero me preguntó si de verdad yo pensaba que todo había ocurrido de esa manera. En realidad no sé si se refería a las cosas que cuento de Japón o a aquellos recuerdos de su infancia, las escenas del crecimiento y distintos momentos de nuestras vidas juntos. Creo que muchas veces el recuerdo es muy personal. Si uno les pregunta a dos hermanos sobre una misma escena que vivieron, los recuerdos serán distintos.

La imagen de Eneas con su padre sobre los hombros, sacándolo de la ardiente Troya, es muy utilizada para ese momento de la vida donde los hijos comienzan a oficiar de guías y de responsables de su padres, a la inversa de cómo fue hasta hace poco. En este caso, esa ayuda y esa guía llegó temprana para la madre, en un mundo totalmente diferente: en su cultura, en sus distancias, en su idioma. Ponsowy asegura que “Fue uno de los momentos más impactantes del viaje y que no fue un momento ya que se repetía cotidianamente. Fue una  sensación muy extraña y creo que suele pasar cuando los padres ya pasan a ser mayores,  los hijos  debemos adoptar el rol de padres y los padres viejos se convierten en niños. Pero fue muy fuerte vivirlo no siendo aún  yo tan grande y que Mati se convierta en mi guía, por las circunstancias del lugar, de la cultura y del idioma de donde estábamos fue muy fuerte

-Claro, eso es lo que aportó  Japón…

- Claro porque no solo es el idioma. Si él se hubiese ido a Alemania, tampoco hablo el alemán, pero hay un montón de referencias que uno entiende. Es occidente, pero Japón, mas allá de que el idioma es incomprensible, también lo son los gestos de la cara, las expresiones,  es todo distinto, es como si fuera otro planeta. Uno no entiende absolutamente nada, no solo del lenguaje  sino del lenguaje corporal también.

-¿A qué se parece Japón?

- Lo que yo muestro en Okāsan es una faceta del Japón. Japón es súper moderno. En  Tokio y en las grandes ciudades es muy muy moderno, futurista. Mucho más que otros países del primer mundo. Pero con ese Japón moderno convive un Japón muy, muy  tradicional, al que lo encuentras en las mismas grandes ciudades, en diferentes lugares,  en algunas actividades y también, por supuesto, en las ciudades más pequeñas y en los pueblos. Nosotros visitamos varios  y, junto a esa misma modernidad y futurismo, sigue estando esa cordialidad, ese silencio, esa calma con la que la gente se comunica y te atiende. Es muy extraño, a mí me hacía pensar mucho en la primera película de Blade Runner,  donde uno veía cosas tremendamente futurista  mezcladas   con la multitud,  pero sin esa pobreza que aparece en la película. La pobreza en Japón no se ve.  No solo no lo ves si no que no hay.  Sí lo que se ve en el Japón  es ese contraste entre aquello que uno cree del futuro y otra cosa que tiene que ver con el pasado, en la manera en cómo se visten muchos  de ellos, que están muy cubiertos. Por ejemplo, yo fui en verano y no se ven chicas en minifaldas o short u hombres en camisetas, remeras, o con camisa sin saco. No es que no los haya,  es que la cantidad que hay es ínfima. Esa combinación produce un efecto muy asombroso.

-Y ese silencio que mencionás, ¿A qué invita: al pensamiento o más a un sentimiento?

- A mí me invitaba a absorber el momento, a  estar como una esponja. A estar recibiendo las imágenes, las sentimientos, o sea todo junto. Es extraño  porque pasan autos por la calle y yo no sé si los motores están hechos de una manera distinta a la de acá, pero la verdad es que se escuchan mucho más silenciosos que los de acá. Y las estaciones de subtes, que son multitudinarias, hay muchísima  muchísima gente, también son silenciosas. Por supuesto que el silencio no es absoluto,  tú tienes una estación de subte con 300 mil personas simultáneamente, obvio que no hay silencio absoluto. Te diría que la más grande allá es más silenciosa que la más chica de acá en su momento de menos gente. Son mucho más respetuosos del otro, en ese sentido. A mí, algo que me llamaba la atención, es la diferencia del volumen de voz con el que nos manejamos acá  y el que se utiliza allá. En cualquier negocio, por ejemplo, hablan con lo justo para que te escuche el de al lado, nadie más.  Por supuesto que todos los teléfonos están en silencio, a nadie le suena el teléfono adentro del subte y no es que esté prohibido hablar, pero está tan mal visto hacerlo dentro del transporte público que nadie lo hace.

-Imagino que debe tener que ver con la cantidad que son. Si no se ordenan sería algo incontrolable…

- Totalmente, yo creo que son cosas que no se las han planteado, sino que deben haber surgido así, por necesidad de convivencia y de sobrevivir.

Mori Ponsowy, hoy, ya acumula tres viajes a Japón. Asegura que siempre tiene la misma sensación de “haber llegado a otro planeta” pero que ninguna fue tan fuerte como aquella primera. “Siempre siento esa fascinación por ese lugar tan, pero tan distinto. La gran sorpresa fue esa primera vez. Luego empecé a estudiar japonés, por supuesto que no puedo hablar japonés, pero   sé lo básico para moverme.  Yo no me acuerdo si existía Google Maps  la primera vez que fui, dependía de Mati plenamente  porque allá tampoco se hablan inglés”.  Esa es otra gran diferencia con el resto del mundo. En cualquier ciudad podrías encontrar a alguien que hable el inglés, pero en Japón es muy difícil encontrar a alguien en la calle que lo hable. “Era una sensación de mucha vulnerabilidad, la cual se acentuaba  por el hecho de que estaba visitando a mi hijo, al cual lo encontraba como en su mundo y yo a su vez con muchas cosas distintas al mismo tiempo”, asegura.

Michitaro Tada asegura que las características de la manera japonesa de establecer  las relaciones humanas pueden ser reducidas a dos principios: tsunagari (la conexión) y hedatari (la distancia). Mori se reconoció en esa relación que profundamente nunca había cambiado, solo se había distanciado, pero que las circunstancias dadas generaban una inversión de roles. Él era el adulto y ella la guiada por la vida.

La ansiedad en alguien que quiere empezar su camino puede ser entendible y hasta necesaria. Pero, del otro lado, ¿qué queda?  ¿Se prepara una madre para ese instante? Hedatari, en este caso, agrava las circunstancias, pero la sensación de pérdida, quizás, sea similar en todos los casos. “Yo pienso que no nos preparamos, yo nunca pensé que se iba a ir tan chico. Vivimos en Estados Unidos hasta sus cuatro años y podríamos habernos quedados, pero no lo hice porque lo más común allá es que cuando terminen el bachillerato se cambien de estado para ir a la universidad. Y como es tan grande, esa otra provincia quede lejísimo. Entonces, a partir de los 18 años, los padres comienzan a ver a sus hijos solo en Navidad o en vacaciones. Y yo pensé: ‘A  mí se me va Mati a vivir a los 18 a otra provincia y me da un ataque’. Entonces quedarme no fue ni una opción. Y acá se decide ir a Japón. Estuvo un año y pico preparándose para irse con una beca, de alguna manera yo también tuve todo ese tiempo. Pero cuando sucede, creo que no estamos preparados. Por un lado, se vive un día a la vez y, en cierto modo, no resulta tan dramático como lo que uno imaginó pero, por otro lado, es algo que perdura en el tiempo. Esa distancia, esa lejanía, es de todo los días. Es decir, una cree que se prepara, pero por otro lado no es cierto que esté tan lista”.

También se dice en Japón que el principio de hedatari cede ante tsunagari  y dos personas llegan a tener una conexión genuina. Dicha conexión se crea a partir de sentimientos genuinos y surge desde sus “corazones”. Parece extraño que la distancia pueda, de manera paradójica, producir la conexión o reforzarla. Vale esta historia para confirmarlo.