Historias verdaderas de barcos fantasmas

Mucho antes de mirar hacia el espacio exterior el mar fue el lugar más misterioso. Lugar donde residían monstruos marino y terribles maldiciones que alcanzaban a aquellos que osaban internarse en él. Los barcos fantasmas han quedado como registro de aquella época.

14 de Febrero de 2021 12:10

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo”, sostenía H. P. Lovecraft en su ensayo El Horror en la literatura. Y agregaba que, “el más antiguo y más intenso de los miedos, es el miedo a lo desconocido”.

Si tomamos la definición del diccionario de la Real Academia Española para “fantasma”, podríamos destacar varias entradas: imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos. O imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía.

Es decir que, hablar de lo desconocido y de miedo puede acercarnos mucho a lo fantasmagórico. Hablamos de muertos que se niegan a morir porque no saben o no pueden o no se le permite hacerlo. Etimológicamente la palabra "fantasma" proviene de phantasía (fantasía). Pero siempre, también, esas fantasías parten de algo: de alguna anécdota que fue creciendo en su discurso o de alguien que vio equivocadamente algo que no fue. También suelen salir de hechos que son difíciles de explicar.

Las historias de barcos fantasmas en la literatura pueden partir de estos últimos. Hay mucha literatura para recorrer sobre el tema. Cuentos y novelas que no dejan de crear terror e incertidumbre. De generar el más intenso de los miedos, el “miedo a lo desconocido”.

El mar, antes de pensar en el espacio exterior, fue la frontera más lejana y desconocida. Plagado de misterios y hostilidades, era un escenario ideal para los relatos que generaban miedo. En él podía haber todo tipo de bestias y monstruos acuáticos, agresiones naturales y misterios en sus profundidades. Hasta civilizaciones perdidas que arrastraban malos augurios y maldiciones ancestrales. No había población pesquera que no hablara de ellas.

Autores como Samuel Taylor Coleridge (Rime of the Ancient Mariner), Walter Scott (Rokeby), Joseph Conrad (El bruto), Robert Louis Stevenson (El barco que se hunde), H. P. Lovecraft, Ambroce Bierce (Un naufragio psicológico) o Robert E. Howard (Maldición marina), fueron sus mejores cronistas sobrenaturales.

Pero, volviendo al principio, esas sombras son generadas por algo más que imaginación.

En el año 1872, el capitán Benjamín Briggs ordenó a su tripulación levar anclas y fijar el curso hacia Génova, Italia. Junto a él iba su esposa Sarah, su pequeña hija de dos años Sophie y siete marineros como tripulación.

En el bergantín llamado Mary Celeste, de 30 metros de largo, salieron de Nueva York para el 25 de noviembre, luego de cruzar el Atlántico, llegar a las Azores, a 1500 kilómetros de Lisboa, para luego retomar la ruta a Génova. Pero nunca llegarían.

Según se cuenta, el 4 ó 5 de diciembre el barco apareció navegando sin rumbo en medio del océano. Otra embarcación, el Dei Gratia, lo vio y se acercó a él. Nadie había en cubierta y, tras suponer lo peor, lo abordaron y comenzaron la búsqueda de sobrevivientes. Pero no había rastros de ellos. No había indicios de pelea o de ataque pirata, en cambio había té servido, una carga de provisiones completa en las bodegas y ropa tendida secándose al sol.

Parecía que toda la tripulación y los pasajeros se habían evaporado. Al día de hoy, nadie sabe que fue de la suerte de sus pasajeros ni de su tripulación.

Los barcos fantasmas, conducidos o habitados por estos, son parte de la literatura y de la imaginación. Pero existen muchos casos como el del Mary Celeste que ha quedado a la deriva y nadie sabe qué ocurrió después.

Luego del hallazgo, las historias se incrementaron. Muchos aseguraban que el bergantín, desde su origen, obtuvo fama de provocar mala suerte. Dicen que su primer capitán no alcanzó a dirigir el barco, ya que murió ahogado, y su segundo capitán también falleció durante el viaje inaugural. Sin embargo, después de su desafortunado comienzo, el barco navegó varios años sin sobresaltos hasta que fue vendido a un estadounidense llamado Benjamin S. Briggs, quien realizó modificaciones importantes y lo rebautizó como Mary Celeste en 1869.

Otra historia que fue fuente de la literatura sobre barcos fantasmas fue la conocida como “El Holandés Errante”. Así se conoce al capitán holandés Hendrik van der Decken, quien dijo haber hecho un pacto con el diablo para que ninguna fuerza de la naturaleza pudiera hundir su barco. A cambio, este debía viajar hasta el fin de los tiempos sin poder tocar puerto.

Otras voces aseguran que el mismísimo demonio se había apoderado del alma del capitán condenándolo a vagar eternamente por el mar. Así, la búsqueda de redención quedó como una característica más de esta literatura.

La historia del Holandés Errante se le debe a un irlandés llamado George Barrington, quien en el capítulo sexto de su libro Viaje a Botany Bay (1795), cuenta que varios tripulantes de un navío que navegaba por el Cabo de Buena Esperanza tuvieron que afrontar una tempestad y, en el medio de ella, algunos vieron o imaginaron haber visto un navío justo frente al suyo como si fuera a embestirlo. Pero, al aclarar la visión, una niebla impidió verlo para luego desaparecer.

Las leyendas circularon y comenzó a decirse que la tripulación del Holandés Errante, en realidad, se había visto envuelta en un horrible crimen y, como castigo divino, la peste se abatió sobre ellos por lo que fueron condenados, una vez muertos, a seguir navegando a perpetuidad.

Estas leyendas inspiraron también a otros escritores y hasta se le dedicó una ópera y obras de teatro. Pero lo cierto es que muchos capitanes han volcado sus experiencias con el Holandés Errante en sus propias bitácoras.

También existe la leyenda del Octavius, el fantasmal buque hallado por el ballenero Herald frente a las costas de Groenlandia en 1775. Al abordarlo, los marineros se llevaron una terrible sorpresa: toda la tripulación y los pasajeros en el interior de la nave se encontraban congelados.

La última entrada de la bitácora del capitán era de 1762, es decir, 13 años antes de que los encontraran. Este buque había navegado más de una década y había logrado atravesar todo el paso norte del océano Atlántico solo.

En 1761, el Octavius zarpó de Inglaterra hacia Lejano Oriente con el plan de cruzar el Pasaje del Noroeste, una ruta ártica hasta entonces nunca hecha. El 11 de octubre de 1775, el ballenero Herald dio con el navío perdido.

Todos estaban congelados. Cuentan que “el capitán permanecía tieso en su cabina, con un lápiz en la mano aún puesto sobre la página del cuaderno de bitácora, acompañado de una mujer, un niño cubierto con una manta y un marino agarrando unas yescas. Todos muertos de frío”. Aquella última entrada del diario de navegación era de 1762. Llevaban trece años en ese estado.

El Herald siguió su camino y el Octavius desapareció como por encantamiento, convirtiéndose así en el barco fantasma del Ártico por excelencia.

Lo cierto es que el hallazgo de navíos abandonados por su tripulación en altamar está documentado y estos registros formales comparten sus historias con las leyendas.

Durante el siglo XVIII, cuentan los registros formales el caso de la goleta Lady Lovibond en el Canal de la Mancha.

El 13 de febrero de 1748 el capitán Reed, recién casado, subió a su joven esposa a bordo para celebrar la luna de miel durante su viaje a Oporto. El primer oficial Rivers, enamorado de la misma mujer, sufrió un incontenible ataque de celos. Mató a Reed y gobernó el timón de la nave hacia las traicioneras aguas de Goodwin Sands, un banco de arena situado a seis millas de la ciudad de Deal. De acuerdo al informe de la autoridad correspondiente, el trágico hundimiento ocurrió de modo accidental. No hubo sobrevivientes.

Pero, según las leyendas, la Lady Lovibond, intacta y sin tripulantes, volvió a hacerse visible el 13 de febrero de 1798, según atestiguan el capitán Westlake del Edenbridge y el patrón de un barco pesquero. Desde entonces, aseguran que su aparición ha sido registrada puntualmente cada 50 años, en la fecha y la zona del naufragio.

Pero también hay barcos fantasmas que salvan gente.

Al capitán Hampson, patrón del yate Mary Ann, nunca se le borró de la memoria aquel día de julio de 1934 en que “navegando en altamar cayó niebla y surgió por estribor, delante de él, un viejo velero a toda velocidad sin nadie a bordo. Para esquivarlo tuvo que hacer una brusca maniobra. Pero desapareció tan rápido que no pudo leer el nombre. Al clarear, divisó un remolcador y vio también una buena partida de madera a flor de agua que se había desprendido del tren de popa de alguna embarcación. Asombrado, comprendió que de no ser por la aparición del viejo velero, habría naufragado al chocar contra una barrera sólida de piezas de madera”.

Otra versión cuenta que Hampson no pudo evitar el impacto con la vieja embarcación, pero que esta no advirtió el choque. Nada crujió ni nada se movió. El velero estaba desierto y sus velas rotas parecían hincharse con el viento pese a que todo estaba sumido en el más completo silencio.

La imaginación del ser humano siempre ha sido algo fascinante. Recreó historias y encontró fantasía donde no la había. Lo hizo para entretener y para temer. Pero nadie podía quedar afuera de cada uno de esos relatos. Faltando explicaciones para algunos hechos, el ser humano llegaba a puerto y reponía todo el resto de la historia. Esta, a su vez, quizás bajo los efectos del alcohol, crecía y crecía cada vez que alguien la contaba.

Si bien en algún momento histórico el entusiasmo por los relatos de fantasmas fue cayendo, ni siquiera la Ilustración pudo con ellos. Quedaron arraigados a la cultura popular. Después de todo, ¿quién no disfruta de una buena historia de barcos fantasmas, aunque sea con miedo?