Natalia Melmann: a 20 años de un crimen que conmocionó al país y aún no termina de resolverse

El 4 de febrero de 2001, Natalia Melmann (15) fue interceptada por una manada de policías que la secuestró, torturó, violó y asesinó. En su cuerpo, que apareció enterrado en el vivero de Miramar, se hallaron cinco ADN distintos. A dos décadas del crimen que conmocionó al país, hay sólo tres efectivos de la bonaerense condenados. La familia de la adolescente espera que se juzgue a un cuarto policía implicado y se investigue el quinto perfil genético.

La familia Melmann se había instalado en Miramar en noviembre de 1992, en busca de un lugar en el que los chicos pudieran crecer tranquilos, en libertad. (Foto: archivo familia Melmann)

2 de Febrero de 2021 08:02

El 4 de febrero de 2001, Natalia Mariel Melmann de 15 años, volvía a su casa en la localidad de Miramar. Aproximadamente a las siete de la mañana, fue abordada y secuestrada por efectivos de la policía bonaerense quienes, tras reducirla a golpes, la subieron a una camioneta de la fuerza y la trasladaron a una vivienda del barrio Copacabana, en las afueras de la ciudad. Allí la torturaron, violaron y ahorcaron con el cordón de su propia zapatilla. Su cuerpo apareció el 8 de febrero, enterrado debajo de un montículo de hojas secas y un tronco en el Vivero Florentino Ameghino. Se presume que el cadáver fue dejado allí ese mismo día y fue encontrado por un chico que paseaba por la zona. 

Durante los cuatro días que no hubo noticias de Natalia, sus familiares y amigos la buscaron a la par de las fuerzas de seguridad, aún sin saber que la policía había participado del salvaje hecho que iba a conmocionar a todo el país. Lo primero que se hizo fue rastrear a la adolescente en la casa de sus amigas, puerta por puerta, pero con el transcurso de las horas y sin ningún tipo de novedad, la búsqueda se amplió a Mar del Sud. Gustavo Melmann, su papá, y sus hermanos Nicolás y Nahuel fueron desde el primer instante parte del operativo que llevó adelante la policía y los bomberos de Miramar, mientras que Laura Calampuca, mamá de la joven, aguardaba algún llamado al teléfono fijo de su casa. Al mismo tiempo, otros allegados repartían volantes con la cara de Natalia entre los vecinos y comenzaban a organizarse marchas que concentraban en las calles 21 y 28, a metros de la municipalidad, en reclamo de su aparición. "A veces éramos muchos; a veces, pocos; otras, sólo dos", reconocerá Calampuca varios años más tarde. 

Tras cuatro días de búsqueda, el cuerpo sin vida de Natalia fue hallado tapado por hojas y un tronco en el vivero Florentino Ameghino de la localidad balnearia.

Los comentarios que pretendían ensuciar la imagen de la adolescente no demoraron en aparecer. Así lo recuerda Daniel Alberto Pensotti, periodista y amigo de la familia Melmann y quien, a bordo de un viejo Taunus, salió a buscar algún rastro de Natalia. "Lo primero que se hizo fue buscar a Natalia con vida. Por supuesto que había miles de versiones: la habían visto con un novio en Santa Teresita, en Jujuy o en la China y estaban seguros de que era ella porque estaba drogada. La revictimización de la víctima empezó desde el primer día: ‘Se había fugado con un flaco, había bebido y llevaba una pollera corta’, cuenta Pensotti en el documental “Natalia Melmann” (2018) de la realizadora Constanza Sagula.

La aparición del cuerpo de Natalia, ya en estado de descomposición, desató una pueblada frente a la comisaría, lo que derivó en el desplazamiento del comisario Carlos Grillo, cuestionado por las falencias en la búsqueda de la víctima. Gustavo Melmann estaba en Necochea, a donde había viajado a buscar perros entrenados para sumar a los rastrillajes, cuando se conoció la noticia y enseguida se dirigió al lugar del hallazgo. Al llegar al vivero dunícola, se abalanzó sobre los restos de su hija para que nadie la tocara, pero era tarde: alguien le había cortado las uñas con la clara intención de entorpecer la investigación. Desde ese momento y hasta su sepultura en el cementerio local, los Melmann se encargaron de custodiar ellos mismos el cuerpo de la menor.

El cadáver de Natalia presentaba moretones en los muslos, quemaduras de cigarrillos en la mano izquierda, el tabique roto y un fuerte golpe en el cráneo. La autopsia reveló, además, la presencia de cinco perfiles genéticos diferentes y confirmó que, tras haber sido torturada y violada, fue asfixiada con el cordón de una de sus zapatillas, que estaba atado en su cuello con un nudo doble. La justicia le entregó el cuerpo a la familia el 9 de febrero y esa misma mañana fue sepultado, ante la presencia de una multitud que se había acercado para solidarizarse con la familia y pedir justicia. Ahí fue cuando se produjo una de las escenas más desgarradoras que se recuerden: apenas colocaron el cajón en la fosa, su padre tomó una pala y, tras gritar “a mi hija la entierro yo”, comenzó a echar tierra sobre el féretro, mientras sus hermanos, con las manos, ayudaban a cubrirlo. 

Con sus propias manos, los hermanos y el papá de Natalia cubrieron de tierra el cajón con los restos de la adolescente en el cementerio de Miramar.

El avance de la investigación del crimen de Natalia Melmann evidenció la participación en el hecho de los policías bonaerenses Ricardo Suárez, Oscar Echenique y Ricardo Anselmini, y de un cuarto sujeto, Gustavo “el gallo” Fernández, quien fue señalado como el responsable de haber entregado a Natalia a la manada de violadores. Los cuatro acusados llegaron al juicio en libertad, que comenzó dieciocho meses más tarde, por lo que para los Melmann no era extraño cruzarse con los acusados; sobre todo, con Echenique y Suárez, vecinos de la familia de la víctima.

 

El primer juicio y el misterio del quinto ADN

Entre septiembre y octubre de 2002, el Tribunal Oral en lo Criminal 2 de Mar del Plata comprobó que Natalia fue “accedida carnalmente por vía vaginal, bucal y anal por varias personas", y luego, "con el inequívoco propósito de procurar la impunidad de la agresión sexual, la víctima fue muerta por asfixia, estrangulada con un lazo confeccionado con el cordón de una de sus zapatillas". “En una de las audiencias, el juez le pide a Suárez que se desate las botas y él, con la misma misma actitud soberbia que tuvo durante todo el juicio, lo hace. Después le dice: ‘ahora áteselas’. Y se las ató con el mismo nudo que habían encontrado (en el cuello) a Natalia. Fue el momento más duro del juicio”, rememora el periodista Pensotti.

Tres policías de la bonarense fueron condenados por el secuestro, violación y crimen de la adolescente. Un cuarto efectivo fue absuelto y aún se desconoce a quién pertenece el quinto perfil genético encontrado en el cuerpo de la víctima.

El TOC 2 condenó a los policías Oscar Echenique, Ricardo Anselmini y Ricardo Suárez a reclusión perpetua con accesorias al ser considerados coautores de los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada, abuso sexual agravado y homicidio triplemente calificado por ensañamiento, alevosía y en concurso de dos o más personas. También se condenó Gustavo “el gallo” Fernández a 25 años de cárcel por haber actuado como entregador de Natalia, aunque esa pena luego fue reducida a diez. 

Tres de los cinco ADN hallados en el cuerpo de Natalia correspondían a los policías condenados, mientras que otro perfil tenía un 97% de coincidencia con el del efectivo Ricardo Panadero, pero fue sobreseído. El quinto ADN, aún hoy es un misterio a quién pertenece y la familia de la joven continúa reclamando que se investigue ese dato. 

 

De “ciudad de los niños” a escenario del horror

Los Melmann habían llegado a Miramar en noviembre de 1992, provenientes de Buenos Aires, luego de evaluar durante varios meses distintas alternativas antes de instalarse definitivamente en la denominada “Ciudad de los niños”. La localidad del Partido de General Alvarado -creyeron- era el lugar indicado para que los chicos pudieran crecer tranquilos y libres, una idea que había empezado a dar vueltas en las cabezas de Gustavo y Laura durante las vacaciones de verano que solían pasar en los hoteles de Chapadmalal; lejos del ruidoso paisaje de la Capital Federal, en donde él conducía un taxi y ella trabajaba como empleada bancaria.

A veinte años del brutal crimen, sólo Laura Calampuca (64) continúa radicada en Miramar: vive recluida en la misma casa familiar, rodeada de los recuerdos de Natalia porque cree que es la única forma de mantener su memoria presente y sostener su pedido de justicia. Aunque eso implique que alguna vez se haya cruzado en un almacén de su barrio con uno de los acusados de haber matado a su hija. El resto, tiempo después del hecho, decidió seguir sus vidas, como pudieron, en otros lugares. El asesinato de Natalia los dañó tanto física como psicológicamente.

Otros tiempos. Laura Calampuca junto a tres de sus cuatro hijos. (Foto: archivo familia Melmann)

Nahuel Melmann tenía 17 años cuando asesinaron a su hermana y, durante los cuatro días que ella estuvo desaparecida, participó activamente de su búsqueda. De hecho, en el momento en el que se produjo el hallazgo del cuerpo de Natalia, se encontraba en el cuartel de bomberos miramarense, listo para continuar con los rastrillajes. Como el resto de la familia, tenía la ilusión de encontrarla con vida. Sobre todo porque, en una de las marchas que habían organizado durante esos días de incertidumbre, dos personas le aseguraron al padre de la adolescente que la habían visto caminando en las afueras de Miramar, con dirección a Mar del Sud. Hoy, a la distancia, Nahuel cree que ese tipo de maniobras distractivas tuvieron un fundamento. “Cuando uno desconoce la existencia de una manada de femicidas y cuando la violencia viene de parte de las instituciones del Estado, se utiliza un protocolo de impunidad, se violenta a la víctima y su familia y se siembran pistas falsas en pos de garantizar la impunidad”, dice a 0223

“En estos veinte años nuestra calidad de vida se ha visto degradada por todo lo que ocurrió, que no deja de hacer mella en la psiquis de los familiares. Tener que entender que a tu hija le pasó lo que le pasó y que vas a tener que vivir toda la vida con una herida que no va a cerrar jamás, es una tragedia. Desgraciadamente no somos los únicos que pasamos por esto. En este país, tener justicia le cuesta salud a la gente”, asegura Nahuel que después de convertirse en padre, decidió abandonar Miramar porque no aceptaba la posibilidad de que los responsables del crimen de su hermana pudieran caminar por las mismas calles en las que lo hacían ellos. “Intenté tomar una distancia que me permita desarrollarme como persona y que mis hijos desarrollen una vida más sana”, explica.

Natalia y Lucía, su hermana menor. (Foto: archivo familia Melmann)

A pesar de la distancia física, mantiene un contacto diario con su madre y sigue de cerca la causa judicial. Hay, dice, cosas que no olvidarán jamás. Como la vez que el entonces intendente de Miramar, Enrique Honores, le pidió a la familia que bajara los pasacalles con pedidos de justicia porque -a su entender- dañaba la imagen de la ciudad. Tampoco, advierte, debe dejar de reconocer que la comunidad miramarense “decidió abrazar la lucha para llegar a la verdad y la justicia” a lo largo de las últimas dos décadas, tiempo en el que los vaivenes judiciales les impidieron realizar cualquier duelo. 

“La justicia marplatense no aplica la perspectiva de género y hay jueces que encaminan su visión en base a sus creencias y no a lo que dice la ley, por eso hay fallos que son escandalosos. Esto hace que uno se sienta una y otra vez ultrajado. Es muy violento para nosotros”, reflexiona el hombre, que este jueves a las 18 participará de la colocación de una señalización en la Plaza de la Memoria de Miramar, acto impulsado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación en recuerdo de las víctimas de la violencia institucional. 

Este jueves a la tarde se colocará una señalización en la Plaza de la Memoria, en el centro de Miramar. (Foto: archivo 0223)

 

Justicia por Natalia: apelaciones, huelga de hambre y salidas transitorias

Cuatro años después de la sentencia del TOC 2, en octubre de 2006, los jueces Juan Carlos Ursi, Ricardo Borinsky y Carlos Alberto Mahiques de la Sala III Cámara de Casación Penal bonaerense declaró la inconstitucionalidad del artículo 24 del Código Penal de la Nación y, en consecuencia, redujo la pena de los tres policías condenados de reclusión perpetua a prisión perpetua. Esto les permitió a los condenados obtener beneficios como salidas laborales o transitorias y poder pedir la libertad condicional. Además, se redujo la pena del entregador Gustavo Fernández de veinticinco a diez años. 

La defensa de la familia de Natalia Melmann apeló estas resoluciones y recién en marzo de  2010, la Suprema Corte bonaerense revocó la decisión del Tribunal de Casación que había dejado al borde de la libertad condicional a los tres policías, por considerar que correspondía la pena más grave dados los delitos cometidos, y restableció la reclusión perpetua. Sin embargo, confirmó la reducción de pena que le había otorgado Casación a Fernández.

Desesperado por la inminente liberación de los asesinos de su hija, Gustavo Melmann llegó a hacer una huelga de hambre para que su pedido sea escuchado por la justicia.

Lejos de encontrar paz, en abril de 2012,  Gustavo Melmann realizó durante varios días una huelga de hambre frente a la Corte Suprema ante la posibilidad de que los tres policías condenados fueran beneficiados con la libertad condicional, luego de que su defensora, la abogada Patricia Perelló, planteara que la condena no estaba firme porque habían apelado la resolución de la Corte bonaerense. 

El 25 del mismo mes, los jueces de la Corte, Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Carlos Fayt, Enrique Petracchi y Carmen Argibay, rechazaron por  “inadmisible” el recurso de queja presentado por la abogada Perelló y dejó firme la resolución de la Suprema Corte bonaerense, que en marzo de 2010 había restablecido la reclusión perpetua para los tres suboficiales.

Dos meses después, en junio de 2012, el juez de Ejecución Penal I marplatense, Ricardo Perdichizzi, resolvió otorgarle las salidas transitorias a los tres policías condenados. El magistrado desestimó la presentación del fiscal Guillermo Nicora, quien había solicitado impugnar la aplicación de la Ley del 2x1. En ese momento, Anselmini fue beneficiado con dos salidas transitorias al mes, mientras que Ricardo Suárez y Oscar Echenique comenzaron con un régimen que los autorizaba a abandonar la cárcel cuarenta y ocho horas una vez al mes. 

Los vecinos de Miramar acompañaron desde el primer momento el reclamo de justicia de la familia Melmann.

En febrero de 2017, a quince años del crimen de Natalia, la abogada de los tres policías condenados pidió la revisión de la condena emitida por el TOC 2 en 2002. Sin embargo, en octubre del mismo año, los jueces Carlos Natiello, Martín Ordoqui y Luis María Mancini resolvieron rechazar por improcedente esa acción. Entre otros argumentos, señalaron que la defensa no aportó elementos nuevos "para desmoronar la categórica y contundente prueba valorada en su conjunto oportunamente tanto en la sentencia como en los siguientes estadios procesales".

Antes de que se conociera esta última sentencia, Perelló solicitó nuevamente que se le concedieran las salidas transitorias a sus tres clientes. Si bien en una primera instancia este pedido fue denegado por el juez Perdichizzi, tan solo una semana después, la Sala I de la Cámara de Apelaciones de Mar del Plata, a cargo de los jueces Javier Mendoza y Esteban Viñas, aceptó la apelación de los policías criminales y los benefició con salidas transitorias cada quince días, a pesar de que un informe psicológico del Servicio Penitenciario señalaba que ninguno de los asesinos de Natalia asumía la culpa ni expresaba arrepentimiento, por lo que creían que su presencia en la calle constituía un peligro. Tuvieron este beneficio durante un año, hasta que Casación se los revocó. 

 

Natalia, la más “hippona” del grupo de amigas

Verónica Alimonta (35) era una de cuatro amigas con las que Natalia salió la trágica madrugada del 4 de febrero de 2001. Habían recorrido varios bares del centro de Miramar, algo habitual, principalmente, entre las jóvenes de esa época, ya que los locales nocturnos permitían el acceso libre a las chicas. Eran otros tiempos: se conocían todos e, incluso, la mayoría iba en bicicleta al boliche y la dejaba sin candado en la puerta porque sabía que a la salida iba a estar ahí.   

Natalia tenía previsto esa noche ver al chico que le gustaba y con quien planeaba tener su primera relación sexual. Según cuentan sus amigas, hacía tiempo que estaba esperando ese momento y por eso le había dicho a sus padres que se iba a quedar a dormir en la casa de Verónica. Pero el joven no acudió al encuentro y Natalia regresó caminando a su casa, momento que aprovecharon sus abusadores para interceptarla y secuestrarla.

Natalia estudiaba en la escuela de educación media Nº 1 "Rodolfo Walsh" de Miramar. (Foto: archivo familia Melmann)

“Fuimos a la primaria y si bien nos separamos en la secundaria, nunca dejamos de vernos. La recuerdo siempre con una sonrisa, siempre estaba de buen humor. Fanática de Silvio Rodríguez, era la ‘hippona’ del grupo”, dice Verónica, quien desde hace algunos años milita en el frente feminista Marea dentro de la organización Somos de Barrios de Pie. También asegura que su amiga tenía “otro vuelo” y que sus temas de conversación estaban atravesados por lo social. Alguna vez, comenta, Natalia le había confiado que le gustaba la idea de estudiar obstetricia.

Verónica es una de las pocas amigas de Natalia que sigue viviendo en esa localidad balnearia, que dejó de ser la que era a partir del brutal asesinato de Melmann. “Algunas, directamente desaparecieron, no supimos más de ellas”, asegura. Atrás quedaron las salidas nocturnas y el “no te metás” empezó a cobrar fuerza entre los jóvenes de aquellos años que, sin embargo, no dejaron de acudir a las marchas convocadas para exigir juicio y condena a los autores de tanto horror. “En lo personal, fue muy doloroso ver la muerte, el peligro, la maldad tan de cerca y siendo tan chica”, cuenta Verónica, que poco después de terminar la secundaria también necesitó huir de la ciudad. Un largo viaje por el norte del país, una mudanza breve a Tandil y el inicio de un tratamiento psicológico la ayudaron a poner en palabras su dolor. “No nos dejaban ir a las marchas ni hablar del tema, y en nuestras casa nos decían que hiciéramos de cuenta que no había pasado nada. Eso fue lo peor”, admite en diálogo con 0223.

(Foto: archivo familia Melmann)

Hoy, Alimonta es docente, mamá de una nena de 7 años y está embarazada de su segunda hija. Su participación en organizaciones sociales y, principalmente, espacios feministas fue -en parte- consecuencia de haber sido testigo directa de la impunidad con la que se manejaron los responsables de la muerte violenta de su amiga. “Todos sabemos que las cosas se pueden hacer un poco mejor pero con la queja y la falta de compromiso es muy difícil lograrlo. Si la familia Melmann y la ciudad de Miramar no se hubiera comprometido en buscar justicia como lo hizo, no se hubiera llegado a nada”, sostiene.

 

Panadero, el cuarto acusado que aún sigue sin condena

En mayo de 2018 comenzó el segundo juicio por la causa Melmann, esta vez, con un único imputado: el policía Ricardo Panadero. El efectivo policial estaba imputado como coautor de los delitos de privación ilegítima de la libertad por el uso de violencia, abuso sexual agravado por acceso carnal y por el concurso de dos o más personas, y homicidio doblemente agravado por haberse cometido para lograr la impunidad de los coautores de un delito anterior. Si bien en el primer juicio de 2002 había sido sobreseído, en 2013 la Corte Suprema revocó el sobreseimiento y ordenó que sea nuevamente juzgado. 

Uno de los cincos ADN hallados en el cuerpo de Natalia tenía un 97% de coincidencia con el del policía Ricardo Panadero, quien fue sobreseído en un primer y segundo juicio. No obstante, la Casación ordenó que se emita una nueva sentencia. Hasta el momento, eso sigue pendiente.

En julio de ese año, los Melmann iban a recibir un nuevo golpe. Los jueces del Tribunal Oral 4 de Mar del Plata, Jorge Peralta, Fabián Riquert y Juan Manuel Sueyro, absolvieron a Panadero tras desestimar los testimonios aportados por la querella que lo ubicaban en el lugar de los hechos y considerar que el ADN localizado en un vello púbico hallado en el cuerpo de Natalia no demostraba con claridad que perteneciera a él. Aún hoy la familia sostiene que el peritaje arroja un 97% de certeza. 

No obstante, lejos de darse por vencidos, los padres de Natalia apelaron la absolución del cuarto policía y, en noviembre de 2019, los jueces de la Sala III de Casación provincial, Ricardo Maidana y Fernando Luis María Mancini, declararon admisibles las impugnaciones deducidas, hicieron lugar parcialmente a los recursos de casación del Ministerio Público Fiscal y el particular damnificado; declararon la nulidad del veredicto impugnado y enviaron las actuaciones al Tribunal de Instancia a fin que, por intermedio de jueces hábiles y renovados los actos procesales necesarios, se dicte una nueva sentencia.

Durante estos veinte años, Laura y Gustavo, papás de la joven asesinada, no dejaron de pedir justicia. (Foto: archivo 0223)

“No es posible concebir un derecho penal moderno sin contemplar los derechos de las víctimas y, en particular, frente a la violencia de género, la revisión de la valoración probatoria debe efectuarse con especial cautela”, indica parte de la resolución de Maidana y Mancini. A su vez, los jueces señalan que “se observa que los sentenciantes efectuaron una arbitraria selección, tanto al brindar credibilidad de unos testigos por sobre otros, como al omitir ponderar informes periciales, evidenciando una valoración sesgada del material probatorio que genera absurdo en la conclusión lograda”. 

Esta instancia sigue pendiente hasta el momento. La defensa de la familia de Natalia entiende que a partir de los videos del juicio que ya se le realizó a Panadero, así como de una nueva ponderación de las pruebas y los testimonios, podría obtenerse una nueva sentencia sin necesidad de un nuevo debate oral.

Los primeros días de abril del año pasado, a pocos del inicio de la cuarentena estricta por la llegada de la pandemia de coronavirus al país, Patricia Perelló presentó un hábeas corpus preventivo correctivo con el propósito de que se les conceda la prisión domiciliaria a sus tres defendidos, pero el juez Perdichizzi les negó el beneficio. 

A partir de los informes que surgieron de este último pedido a la justicia, la familia de Natalia tomó conocimiento de un oficio del año 2014 del Juzgado de Ejecución Penal Nº 1 de Mar del Plata en el que se indica que en 2022 los sentenciados, al cumplir 20 años de condena, estarán en condiciones de acceder a la libertad condicional. Todavía falta para ese momento, pero los Melmann miran de cerca el accionar de la justicia. No pararán hasta saber que la memoria de su hija descansa en paz.