Alberto Bruzzone, el artista que la dictadura intentó dejar en el olvido

Fue uno de los artistas plásticos más importantes del Siglo XX. La proscripción durante la última dictadura cívico militar -recuerdan sus familiares- le produjo un cuadro depresivo y una debacle económica que empañaron el final de su vida.

24 de Marzo de 2021 09:33

En la Casa Museo Bruzzone el tiempo se detuvo. El gran caserón ubicado en el corazón del barrio El Grosellar mantiene el espíritu del artista sanjuanino que llegó a Mar del Plata a inicios de la década del '60 en busca de un lugar tranquilo para trabajar y vivir junto a su tercer pareja y modelo de su obra.

“Lo primero que se construyó cuando llegó Bruzzone a Mar del Plata fue el taller que fue especialmente pensado para obtener luz solar durante gran parte del día y necesitaba también que tuviera la altura necesaria, por los caballetes. Después se fue anexando la vivienda en la que crió cinco hijos”, dice María Bruzzone, una de las hijas del reconocido artista plástico a 0223, y durante toda la charla se referirá a él por el apellido, como si se tratara de una persona ajena a ella pero por la que siente una profunda admiración.

Alberto Bruzzone vivió durante 30 años en su casa taller del barrio El Grosellar de Mar del Plata.

Junto a Berni, Castagnino, Policastro, Urruchúa y Spilimbergo, Bruzzone  gestó lo que se conoce actualmente como “Realismo rioplatense” y en su madurez artística decidió alejarse del circuito de exposiciones en grandes galerías y salones para abocarse, junto a la modelo y pareja Magdalena Konopacki, al estudio de pintura, sin descuidar su labor paterna y su militancia política.

Hoy, casi cincuenta años después de la instalación de la familia en al ciudad, María recuerda que la estancia en la casa Bruzzone siempre fue particular, ya que Bruzzone y Magda querían criar a sus hijos en un ambiente rural con fácil acceso a la ciudad. "Imaginate que en ese entonces, El Grosellar no era lo que es ahora, estábamos un poco aislados. Así que fue una vida semi rural pero urbana y marcada, lógicamente, por las características de vivir con un padre con semejante diferencia de edad", recuerda.

"Bruzzone y Magda querían criar a sus hijos en un ambiente rural", recuerda su hija María

"Fue una infancia distinta a la de cualquier chico, pero muy linda. Como padre, la pintura estaba en primer término. Bruzzone estaba muy abocado a su taller, al estudio de la luz y el color", dice María mientras resalta que de pequeña pasaba horas modelando frente a su padre que la recompensaba con dulces al finalizar la jornada.

Desde un primer momento Bruzzone tuvo una relación fluida con la comunidad local: integraba a filial local de la Asamblea Permanente por los Derechos del Hombre y consideraba que la defensa de los derechos humanos más puros eran fundamentales para el desarrollo del hombre. Su pintura siempre fue reflejo de ello: desde "El bombardeo", de 1950 a la serie de ilustraciones de Ana Frank, representan ese pensamiento.

Durante su estadía en Mar del Plata, realizó "su mejor y más fecunda obra", aseguran sus familiares. Hasta que llegó la dictadura cívico Militar y la situación familiar cambió. "Empezó una debacle económica y Bruzzone entró en una depresión muy grande", recuerdan. Es que el maestro de la pintura rioplatense entró en las denominadas "listas negras" que en ese entonces elaboró el Proceso y las obras dejaron de ser expuestas en el circuito oficial, y por consiguiente, el hombre que hasta principios de los '70 figuraba entre los doce artistas de mayor prestigio en el país, fue dejado de lado por los galeristas y la crítica especializada. "Lo olvidaron", recordaría Magda tiempo después.

El taller de Alberto Bruzzone fue diseñado a medida.

Su militancia, entonces, se concentró en su taller. "Pasaba horas abstraído en la pintura, hablaba poco, se concentró únicamente en el estudio y nosotros sabíamos que no podíamos acercarnos al taller que era su lugar de trabajo. Se levantaba temprano y se quedaba ahí todo el día", recuerda María que, durante esa época compartió mas tiempo con su padre gracias al modelaje. "Por ahí un día te veía desayunando y te decía '¿querés que te pinte?' porque te había visto algo que consideraba que tenía que ser plasmado. Entonces, yo pasaba el día posando y mirando hacia la ventana", cuenta la mujer que está al frente del Museo Casa Bruzzone y es la encargada de restaurar la obra de su padre. Para los Bruzzone, todo pasa por el arte.

A raíz de la depresión que le generó la proscripción y de la avanzada edad del artista, su cuerpo comenzó a fallar y en 1985, a los 78 años, perdió la movilidad del brazo derecho. Sin embargo, eso no le impidió continuar con su obra ya que, según explica Magda, el artista nunca llega a ser viejo en su espíritu o en su intelecto "porque crear lo mantiene de otra manera frente al desgaste de la vida". Así. comenzó a entrenar su brazo izquierdo y descubrió "el trazo quebrado" que se convirtió en su técnica predilecta durante su última etapa. 

María Bruzzone se convirtió en la encargada de mantener el Espíritu de Bruzzone en la Casa Museo.

"Tenía más de ochenta años y estaba un paso más adelante que la gente joven", dice María. Bruzzone falleció el 14 de junio de 1994, a los 87 años y dejó en la casa devenida en Museo más de 7 mil pinturas y documentos, entre ellos  “Madre de Plaza de Mayo” y “Y fueron 30.000 desaparecidos” de 1991, que la familia consideró que debían ser compartidas con la comunidad. Desde entonces, se convirtieron en los guardianes de la obra que da cuenta de la visión pacifista del maestro de la pintura que, pese a los intentos, la dictadura no logró callar.