De espías a actores multifacéticos: historia de las estatuas vivientes

Su origen se remonta al Antiguo Egipto. En Mar del Plata, el género tuvo su explosión a fines de la década del '90 y solo cuatro artistas se dedican al estatuismo de manera permanente. Deidades de la Grecia Clásica, gárgolas y duendes, son algunos de los personajes que se encuentran en la Peatonal. Historia de un género milenario que cautiva a marplatenses y turistas.

A fines de la década del '90 la Peatonal San Martín comenzó a poblarse de artistas que realizaban acciones detenidas. Foto: Gentileza Ariel Maedina

22 de Agosto de 2021 13:00

Los orígenes de las estatuas vivientes se remontan al Antiguo Egipto, en donde, para  entretener a los huéspedes de los faraones, además de músicos y bailarines, los nobles contrataban los servicios de actores que por horas desarrollaban el arte de la quietud. Pero fue en la Grecia Clásica en donde este tipo de experiencia cobró notoriedad. Dicen que allí entre las grandes murallas que protegían los reinos helénicos, los espías se disfrazaban de estatuas para no ser identificados y así lograban infiltrarse y obtener información.

Con el paso del tiempo, el arte de la quietud pasó a estudiarse en las escuelas de arte dramático hasta que  una estatua viviente apareció en una escena de la película francesa “Les enfants du paradis” en 1945 y se renovó el interés por el género que, entre sus referentes, tuvo en años '60 a los  artistas de Londres Gilbert, George y Entiènne Decreux.

Em 1992, el actor Ernesto La Vega importó desde España el arte de la quietud como experiencia al aire libre. La Vega había vivido en Barcelona y allí conoció a una joven que trabajaba como estatua viviente en la Avenida de las Ramblas. Enseguida comenzó a trabajar con ella, y le sumó movimiento y color con maquillajes acrílicos a las performances.

Las estatuas vivientes surgieron en el antiguo Egipto.

En Mar del Plata, las estatuas vivientes tuvieron su explosión a fines de la década del '90. Entonces, por la tarde, la Peatonal San Martín se convertía en un corredor con diferentes propuestas de artistas que llamaban la atención de locales y turistas, que se acercaban con curiosidad a los actores que permanecían inmutables hasta que alguien depositaba una moneda. Ante esa acción, la estatua realizaba un movimiento y un cambio de pose que perduraba hasta la siguiente colaboración.

“En el 2000 éramos un montón los que nos parábamos en la Peatonal, uno al lado del otro. Ahora somos cuatro estatuas locas”, cuenta Ariel Medina a 0223. A principios del milenio, Medina trabajaba vendiendo velas artesanales en la Diagonal de los Artesanos y miraba fascinado el trabajo de las estatuas vivientes que llegaban al sector por la mañana y permanecían allí, quietos, regalando movimientos a quienes les dejaban algo a cambio. 

Una tarde, Ariel viajó a Buenos Aires a buscar insumos y de regreso en Plaza Constitución le robaron todas sus pertenencias. Sin herramientas para poder continuar con su trabajo ni dinero para invertir en nuevo material, regresó a la ciudad, juntó todos sus ahorros -alcanzaban los 30 pesos- y los invirtió en elementos para confeccionar un disfraz de estatua clásica. “Compré un can-can blanco, colorante para tortas que usé para maquillarme, lana blanca para hacer una peluca. Conseguí una cortina blanca y un cajón de espinaca lleno de alambres que usé para pararme. Armé un cartel con una cartulina  y empecé a trabajar como estatua”, recuerda.

El furor por las estatuas vivientes en la ciudad surgió a principios del nuevo milenio.

"En ese entonces cualquiera se disfrazaba y se paraba en un banquito no había demasiado control”, dice Medina. También asegura que muchas personas empezaron a creer que se trataba de una actividad "fácil de realizar", pero luego no pudieron continuar con la tarea ya que el trabajo de estatua viviente requiere tiempo de preparación que no todos están dispuestos a invertir.

Desde aquella presentación hasta la fecha, Medina perfeccionó su trabajo: hizo talleres de actuación, mimo, clown, maquillaje escénico y vestuario. Al mismo tiempo, comenzó a cuestionarse el rol 'naif' de la estatua viviente, hasta que creó “la Gárgola” con la que llegó a ganar una decena de concursos nacionales.

“Cuando empecé, trabajaba muchas horas. Ahora trabajo aproximadamente tres o cuatro horas con acciones detenidas y si bien cada acción tiene un tiempo de duración que varía de acuerdo a la interacción con la gente, las poses tienen un tiempo estimado de media hora”, explica. 

Actualmente, hay dos tipos de performances en cuanto a estatuismo se refiere: la clásica de dos movimientos y las de performance que combinan la quietud con baile, música y movimientos. 

Actualmente, son cuatro los artistas que trabajan como Estatuas vivientes en Mar del Plata.

Gabriel Pace trabaja como estatua viviente en este segundo estilo y llegó a representar al país en diferentes encuentros internacionales de estatuismo. “En Mar del Plata trabajo poco”, admite el hombre que se formó en la Escuela Superior de Arte Dramático de Mar del Plata y que con su performance de “Duende” recorre diferentes escenarios. Hoy, más abocado a la actuación en salas teatrales, Pace admite que no se siente tan cómodo como antes en la calle principal del centro marplatense. “La peatonal ya es cualquier cosa. Trabajo los fines de semana y en temporada un rato por la mañana porque después se desvirtúa todo. Si vas a Rivadavia, es cualquier cosa”, explica el estatuista que en sus comienzos -recuerda- fue asesorado por Medina y el ya fallecido actor Carlos Monzón, quien dio las claves para la realización de un buen vestuario.

Gabriel Pace practica el estatuismo performático.

Según Pace, la técnica para ser una estatua viviente no se aprende únicamente en la escuela de teatro, sino que hay diferentes formas que se aplican, como el control de la respiración, por ejemplo. Y, sobre todo, es fundamental el control de la expresión corporal. Pero para que una estatua tenga éxito, el secreto está en generar en el espectador una conexión que permita una experiencia lúdica.

Llamativas, coloridas con un halo de misterio,  las  estatuas vivientes detienen  el tiempo y aún hoy este arte milenario tiene la particularidad de llamar la atención en un espacio móvil atiborrado de gente en movimiento.