Ser gitano: viaje al interior de una cultura milenaria rodeada de mitos y discriminación

Creencias, costumbres, historia y tradiciones de un pueblo milenario que trata de mantener viva su cultura pese a la desaprobación de la sociedad en general. 

La leyenda popular cuenta que fue un herrero gitano el encargado de forjar los clavos con los que los romanos crucificaron a Jesucristo y, el viernes de sacrificio, cuando el metal tocó la sangre del cordero, una maldición cayó sobre la descendencia de aquel trabajador que quedó condenada a vagar sin rumbo. Desde entonces, en España, Francia, Italia, Portugal, Alemania y los países del Este, el racismo hacia ese pueblo no ha cesado.

Representados como simpáticos bailarines, ladrones y justicieros trashumantes que enfrentan a la Iglesia Católica en películas de Disney o como grupos pertenecientes a una comunidad llena de odios ancestrales y amores prohibidos en telenovelas de cabotaje, la comunidad gitana siempre despertó una ambivalencia entre curiosidad y rechazo por un mundo vedado al “criollo”. Ochenta años después de su llegada a Mar del Plata, abren las puertas de su comunidad a 0223. Creencias, costumbres, historia y tradiciones de un pueblo milenario que trata de mantener viva su cultura pese a la desaprobación de la sociedad en general.

 

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Cuando en 1876, Nicolás Avellaneda promulgó la Ley de Inmigración y Colonización, no imaginó que cuatro años más tarde, junto a los españoles que llegaban al país huyendo de la Guerra Civil, también arribarían “egiptanos”, denominación que se le daba a los gitanos, ya que se pensaba que la rama llegada en el siglo XV a la península ibérica procedía de Egipto.

“Los primeros registros de gitanos en Argentina son de 1880, con las grandes migraciones. Vivían en grandes carpas y estaban en Buenos Aires aunque eran nómades”, cuenta a 0223 Jorge Bernal, presidente de la Asociación de Identidad Romaní en Argentina, quien advierte que la historia de los gitanos no dista de otras colectividades que se asentaron en el país. 

Según Bernal, Argentina cuenta con aproximadamente 300 mil zíngaros que pertenecen -en su mayoría- a los tres grupos predominantes: rom,  calé y ludar. Los rom llegaron desde Rusia, Grecia y Moldavia, y hablan la lengua gitana original; los calé provienen de España y se diferencian de los otros grupos por la monopolización de la cultura flamenca; mientras que los ludar son originarios de Rumania y Serbia. También hay otros grupos minoritarios que adoptaron la vestimenta y las costumbres criollas y perdieron el gyphsy, dialecto romaní que utilizan puertas adentro de la comunidad para relacionarse.

Actualmente las mayores conglomerados zíngaros se asientan en Capital Federal, el Gran Buenos Aires, Mar del Plata, Córdoba y Comodoro Rivadavia, aunque “hay gitanos en todos lados”, dice.

Si bien no hay un censo oficial, un estudio realizado por Marta Arena integrante del Programa de Estudios Multiculturales de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp) estiman que son cerca de 20 mil los gitanos que viven en Mar del Plata, principalmente, en el corredor que abarca la avenida Jara y calles adyacentes, desde Luro hasta Vértiz.

Hacia fines de la década del '20 la élite marplatense miraba con desdén los primeros campamentos gitanos que se instalaron a las orillas de la ciudad. Se asentaron sobre la actual ferroautomotora, sobre la avenida Luro y en los barrios Autódromo y Belgrano. Luego, se expandieron hacia las inmediaciones de las avenidas Fortunato de la Plaza y Polonia. Hasta que en 1968, el decreto de la prohibición del nomadismo hizo que la comunidad se concentrara sobre la avenida Jara, creando el corredor que actualmente conocemos. “Todavía quedan campamentos en Argentina, pero son pocos y son mas un tema económico que una elección nómade”, dice Bernal.

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“Yo no soy gitano. Soy Andaluz, que no es igual, aún cuando todos los andaluces seamos algo gitanos. Mi gitanismo es un tema literario”, explicaba Federico García Lorca en una entrevista poco después de publicar “El Romancero Gitano”. Sin lugar a dudas, la obra del escritor andaluz fue tomada como una referencia a la hora de adentrarse en las costumbres zíngaras. Es que, a lo largo de la historia, ante la ausencia de documentación escrita, se creó una idealización de la historia gitana que hasta hoy se mantiene como una forma de preservar la esencia gitana que, a su vez, la comunidad adopta como protección. Pero es una identidad estereotipada, falsa, que no se corresponde con la generada por la comunidad mayor. 

En su investigación,  Arena señala que para los gitanos, el centro de la pureza ritual está en la cabeza, en la boca. El resto del cuerpo es considerado "sucio" y todo lo asociado a él es tabú. De allí deviene la necesidad de las mujeres de usar largas polleras que no exhiban sus piernas, todo el ritual pertinente a la virginidad y su concepción de higienizar el cuerpo en dos zonas. 

Las mujeres, en Mar del Plata, conservan sus vestimenta típica: largas polleras o vestidos de gasas tableadas que con el paso del tiempo se volvieron menos estridentes. Llevan el pelo largo y pañuelo para señalar no solo su estado civil, sino también para reflejar el honor de ser la encargada de mantener la armonía dentro del hogar. En general, utilizan una gran cantidad de alhajas. Según Bernal, las joyas son de oro por dos motivos: el metal es sinónimo de salud pero, además, es fácil de transportar y no se devalúa al cruzar de un país a otro.

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-Pasen, pónganse cómodas. ¿Quieren tomar algo? Las vi pasar buscando algo y me imaginé que eran ustedes...

Darío Demetrio nos esperaba mirando un programa de entretenimientos en el living de su casa cuando nos vio pasar y no dudó en ponerse el barbijo y salir al encuentro. Abre las puertas del hogar, en pleno barrio Bernardino Rivadavia, un espacio de ambientes amplios y muebles organizados de manera milimétrica. Allí vive desde hace 30 años con Sabina, su esposa, además de cuatro hijos y siete nietos.

Una mujer rubia con una cola de caballo cuidadosamente peinada de aproximadamente 40 años se asoma desde la planta alta y le habla en romaní.

-No, dicen que no quieren tomar nada- responde él en castellano y automáticamente la mujer se evapora de la escena. Luego, mientras apaga el televisor, reconoce: "No es común que vengan no gitanos". 

Demetrio es, junto a su hermano menor, ministro exhortador en una de las cuatro iglesias evangélicas gitanas de Mar del Plata. En 1995 comenzó la tarea evangélica y desde 2018 está al frente de uno de los templos que congrega a cerca de 700 fieles. “Adoptamos el cristianismo evangélico en la década del 60”, dice.

Hijo de madre criolla y padre gitano, el pastor se convirtió hace dos años en el referente marplatense de la Asociación de Identidad Romaní. “Lamentablemente nos agarró la pandemia y no pudimos hacer muchas actividades. Esperemos que en unos meses cuando todo esté mas tranquilo podamos retomar algunos proyectos como la escuela gitana”, cuenta.

Los proyectos pausados no son lo único que lamenta. También lo apena no haber podido realizar para ninguno de sus hijos una boda gitana: todos se escaparon para casarse a su regreso con la persona que habían elegido. Escaparse con el ser amado es la garantía para que los padres no rompan o desaprueben el compromiso y si bien no se realiza una fiesta de tres días al estilo “Bodas de Sangre” adaptada a los tiempos que corren, eso no significa que el resto de los pasos no cumplan. En todos los casos, de hecho, igual se pagó la dote porque la novia era gitana. “Tengo cuatro hijos y los cuatro se escaparon. Yo también me escapé para poder casarme, entonces no tuvimos un casorio grande”, relata. “Obviamente teníamos la ilusión de hacerles un casamiento gitano, pero eligieron eso y lo respetamos. No nos avergüenza”, asegura.

“La dote existe todavía pero ya no como compra ni tampoco es como antes que, tus padres determinaban con quien te ibas a casar y lo conocías el día del casamiento, mientras que el amor llegaba después, con la convivencia. Ahora vos elegís a tu pareja porque estás enamorado o por lo que sea y la dote es una manera de valorar a la mujer con la que vas a compartir tu vida. No es que yo te compro, como creen los no gitanos, es algo simbólico”, remarca. Antiguamente el valor de la dote eran 25 monedas de oro; ahora, si la novia no es criolla, es un auto.

El paso del tiempo y la crisis económica que sumió al país en el 2001 hicieron que se aceptaran los casamientos mixtos, ya que si la novia no pertenece a la colectividad, no hay necesidad de pago porque su pureza no está garantizada. “Hay mixtos, no muchos, pero cada tanto hay algunos”, dice mientras explica que el caso más frecuente de unión mixta aceptada es entre gitano y paya (mujer no gitana, que no necesariamente es criolla). Para que la mujer sea aceptada en la comunidad no es necesario un bautismo, ni un ritual de conversión, como ocurre con los judíos ortodoxos. Alcanza con el casamiento. Demetrio lo explica así: “Es como enamorarte de un brasileño, te vas a vivir a otro país con un idioma que no conoces y adoptás su cultura. Si realmente hay amor, funciona, se adaptan y acompañan. Si no, no va”, dice. Si no va puede haber un divorcio, pero en caso de existir hijos en común, quedarán dentro de la comunidad, al cuidado de los abuelos.

El llanto de un bebé se escucha de fondo, proveniente de una de las habitaciones de la casa de Demetrio. Es una de sus nietas que junto a su esposa están criando porque es fruto del primer matrimonio de una de sus hijas.

Darío y Sabina son un matrimonio moderno dentro de la comunidad. Si bien mantienen las tradiciones de su pueblo, dentro de la pareja ella tiene “voz y voto”. “Nosotros tomamos las decisiones en conjunto, Sabi está al tanto de todo. Incluso, antes de aceptar el cargo de pastor o incursionar en política, lo hablé con ella”, relata. Demetrio es uno de los precandidatos de la lista celeste "Más valores". 

Como cualquier pareja, disfrutan de salir a tomar un café, dar un paseo por la costa o pasar una tarde haciendo compras. Sin embargo, admiten que cargan con la mirada del otro. Les pesa sentir que son vistos como personas sucias, primitivas, ladronas y mentirosas, y eso los condiciona a la hora de programar una salida. “Nos pasa la mayoría de las veces de ir al shopping y que la vendedora cierre la puerta y nos diga que está cerrado cuando hay clientes adentro. O que después que mi mujer termina de probarse algo viene la empleada con el desinfectante... Hay muchísima discriminación, por eso muchos eligen no abrirse a los criollos", explica.

Según Demetrio, la discriminación hacia el pueblo gitano parte desde la ignorancia. “Fijate que si vas caminando con un chiquito y ves una gitana, ¿Qué le decís al nene? 'Te va a secuestrar, te va a llevar'. ¿Y dónde te va a esconder? 'En la pollera'. ¿Sabés de dónde viene eso que los criollos usan para asustar a los chicos? Del Holocausto cuando, para proteger a sus hijos, las mujeres escondían bajo la pollera a sus hijos más chicos. Algo que para nosotros es sumamente doloroso, lo usan para discriminar. Hay mucho desconocimiento”, lamenta.

“Todavía hay muchos estereotipos desde lo artístico y desde la discriminación también. No todos somos estafadores, mentirosos ni sucios. Los hay -no vamos a decir que no- como hay criollos estafadores. Pero en nuestro caso ven uno y nos engloban a todos”, dice.

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Tarde tranquila de otoño en el Bosque Alegre. En la biblioteca "Gladys Smith", para Norma Martínez es un día como cualquier otro. Hasta que una mujer morocha, de pelo largo negro peinado con una trenza sujeta por un pañuelo blanco, campera y falda de gasa larga hasta los pies, irrumpe en la recepción y las saca de su rutina.

-Vos me tenés que enseñar a leer.

Hoy, 15 años después de aquel día, Elena Buccico, actual bibliotecaria, recuerda cómo las impactó el pedido y la insistencia y determinación con que la mujer de la comunidad zíngara que les pedía alfabetización. “Nosotras no teníamos idea cómo alfabetizar a un adulto. Trabajamos en la biblioteca, pero nunca le habíamos enseñado a leer y escribir a alguien”, dice "Norma le dijo que sí, que vuelva al día siguiente y empezó a investigar junto a Nora López que era la trabajadora social del Caps Centenario comenzaron a investigar cómo se trabajaba con adultos", cuenta. Fue así que, consultando con diferentes fuentes que dieron con el programa "Yo sí puedo", un programa de alfabetización gestado en Cuba por la pedagoga Leonela Relys y que desde 2003 se implementa en Argentina. “Es un programa en el que vos no le enseñás a la persona desde el abecedario, sino que partís de lo conocido y de ahí vas a lo que no conocen. Es más práctico”, aclara Elena.

Sin embargo, al trabajar con la comunidad gitana que vive sobre la avenida Juan B. Justo se encontraron con otro escollo: la oralidad. “Ellos tienen tradición oral. En su casa durante la infancia no es normal como pasa con nosotros que hay un papel y una lapicera o un lápiz para garabatear... Entonces arrancás a enseñar cómo agarrar un lápiz. Es todo un trabajo el que se hace”, dice la mujer. Por ahora y a raíz de la pandemia, el programa está suspendido.

Elena dice que desde que comenzó la escuela para adultos, las mujeres de la comunidad fueron las primeras que se acercaron para completar sus estudios o -en muchos casos- comenzar de cero. Dentro del lugar, además de recibir instrucción "encontraron un espacio en el que pueden dialogar y asesorarse en derechos de la mujer lejos de la mirada de los hombres que solo ingresan al barrio para controlar que las mujeres estén en clase", dice la bibliotecaria.

El problema de la alfabetización en los más chicos parece haberse solucionado, en parte debido a los planes gubernamentales que hicieron que los adultos comiencen a mandar de manera un poco más continua a los menores a las aulas, pero al no tener formado el hábito de cumplir con el horario establecido y la obligatoriedad, asisten de "manera salteada" a clases y cuando llegan a la pre adolescencia en general, según las estadísticas oficiales abandonan la instrucción formal. "La escuela para ellos no es una obligación como el negocio familiar o casarse", reconoce Elena.

“Ves chicas que tienen potencial para pensar en una carrera universitaria, pero se quedan en lo que conocen porque es difícil salir del entorno, a todos nos cuesta. Es un riesgo y un temor salir y se encuentran con que dentro de la comunidad, están cómodas, protegidas por mas que nosotras no lo entendamos”, dice Elena

El pastor Darío Demetrio dice que la asistencia mayoritaria de las mujeres de la comunidad a la escuela para adultos se debe a que el hombre, desde que tiene 10 ó 12 años, comienza a dedicarse al negocio familiar, tareas que le insume gran parte de su tiempo. En cambio -diferencia-, la mujer pasa más tiempo en la casa "Saben que van a la escuela pero que van a casarse con un gitano", dice. Para las nuevas generaciones gitanas es importante la escolaridad y bregan por que los menores, al menos, terminen el ciclo primario de educación.

El referente de la Asociación de Identidad Romaní, por su parte, atribuye la deserción escolar a la discriminación no solo por parte de los compañeros de curso, sino también por la falta de preparación de los docentes. “Somos un pueblo con tradición oral y no es un capricho. En la escuela hay discriminación a los niños e, incluso, de parte de los docentes. Dependés del maestro que te toque, lamentablemente, y no todos entienden que los chicos son bilingües. Al hablar dos lenguas. por ejemplo, es normal que se mezclen y eso no es para que los manden a un fonoaudiólogo porque hablan mal”, dice.

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Según la creencia popular, la comunidad gitana está siempre a la defensiva y es reacia a abrirse hacia el resto de la ciudadanía. Pero ese hermetismo tiene su fundamento. Según datos oficiales del municipio de General Pueyrredon, en 2005 se registró en Mar del Plata la última denuncia por discriminación. Sin embargo, esto no supone una mejora en la convivencia entre gitanos y criollos, si no, que la comunidad zíngara no cree que hacerlo pueda cambiar algo. "No nos toman en serio", reconoce Demetrio.

Desde la Dirección de Derechos Humanos de la Comuna aseguran que buscan acercarse a ellos. "El 8 de abril es el día del pueblo gitano y hacemos una jornada en la que compartimos un té y su cultura. Nosotros nos sumamos a esa actividad para dar a conocer la comunidad mas allá de los prejuicios que hay", explican desde el área. Las autoridades locales del Inadi, por su parte, ni siquiera tuvieron contacto con algún referente de la colectividad para conocer de cerca sus problemáticas y preocupaciones en cuanto a su inserción.

Los intentos de acercamiento por parte de las autoridades locales vinieron acompañadas por políticas nacionales que hicieron que la comunidad gitana comience a ser tenida en cuenta como miembros productivos de la sociedad como, por ejemplo la implementación de una delegación del registro civil dentro de los hospitales públicos que obliga a los pacientes gitanos -que aún no lo realizaron-  a tramitar su Documento Nacional de Identidad como ciudadanos argentinos, más allá de la pronunciación oral de pertenencia a la colectividad zíngara.

"Recién ahora se esta trabajando realmente porque se empezó a visibilizar la comunidad. No es un problema solo de ellos, es un problema nuestro que tampoco hicimos que pese a que hace mucho que están en la ciudad se integren. No hubo un Estado que se ocupe de esa gente", reflexiona Elena.

Pese a que hace casi un siglo que llegaron a Mar del Plata, no son pocos quienes se resisten a aceptar a los integrantes del pueblo gitano como si fueran ciudadanos con los mismos derechos adquiridos y aún existen barreras fundamentadas en los cientos de mitos que rondan a la colectividad que adoptó las costumbres criollas como propias. "Somos multiculturales. Sí, soy gitano, pero soy también tan argento como cualquiera. Como asados, miro futbol; hago lo que hacen todos. Tenemos nuestra cultura gitana marcada por supuesto, pero tenemos nuestra cultura argento. Esa es la realidad", define Demetrio por último.