El mundo en sus bibliotecas

En el 2007 el periodista español Jesús Marchamalo comenzó a publicar en el diario ABC la serie Bibliotecas de autor. En 2011 tomó formato de libro con el título Donde se guardan los libros y este nos permite conocer más las manías y gustos de escritores y escritoras contemporáneos.

Jesús Marchamalo publicó en el diario ABC la serie Bibliotecas de autor. En 2011 tomó formato de libro.

15 de Mayo de 2022 11:44

Suele decirse que hay dos tipos de personas amantes de los libros: aquellos que ordenan su biblioteca y los que los van dejando sueltos por ahí, mezclados, formando pilas y pilas de volúmenes en constante crecimiento.

Para los escritores, las bibliotecas, sus bibliotecas, son sus mundos (suele decirse que escriben desde sus lecturas y sus experiencias de vida). También sus estantes y sus pilas revistan y revisitan a sus colegas conocidos, a sus admirados y aquellas fechas y lugares donde los consiguieron.  

También es cierto que en aquellos estantes suelen estar sus manías con los libros. Manías y secretos que Jesús Marchamalo cuenta en Donde se guardan los libros – Bibliotecas de escritores (Siruela – 2011).

Veinte escritores cuentan sus bibliotecas o, quizás mejor, veinte bibliotecas nos hablan de escritores y escritoras contemporáneos. Por el libro pasan el filósofo Fernando Savater, Vila-Matas, Clara Sánchez y Soledad Puértolas, entre otros, contando experiencias y elegidos entre los estantes. Por ejemplo, encontramos un gesto que el propio autor califica como una “idea del amor que se puede llegar a tener por los libros” al señalar los dos libros quemados que Arturo Pérez Reverte se trajo de la Biblioteca de Sarajevo. O las cajas en donde tenía sus libros Antonio Gamoneda porque había decidido ordenar su biblioteca y “… las cajas iban del sótano, que era el purgatorio, al desván, que era el infierno, en un continuo trasiego de cajas que subían y bajaban".

Para aquellos que nos gusta recorrer los estantes de las bibliotecas de los lugares a los que concurrimos, intentando reconocer algo en ellas, el libro de Jesús Marchamalo es una interesante experiencia de lectura. Si como decía Marguerite Yourcenar, una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros, esta es la posibilidad de acercarnos a muchos de aquellos y aquellas que ya nos han hecho disfrutar de sus historias.

  • Arturo Pérez-Reverte

“… Muchos. Como treinta mil. Quijotes —entre ellos las cuatro ediciones de la Academia—, mucho Quevedo y Moratín, Stendhal y Pynchon —tiene dos ejemplares de V, uno destrozado, de uso, y otro de repuesto—, Borges, todo, Nabokov, y dos libros con los que ha viajado durante algo más de veinte años en la mochila: África, Asia, Oriente MedioLas Vidas paralelas de Plutarco, en la edición de Edaf, y el tomo de las obras completas de Thomas Mann, en Plaza y Janés, que contiene Los Buddenbrook y La montaña mágica… Hay un epicentro en todo este universo de libros y papeles localizado en la mesa donde escribe, junto a una foto de Conrad, y una carta elogiosa, enmarcada, que sobre él escribió Patrick O’Brian; una concesión a la mitomanía…”

  • Mario Vargas Llosas

“… Veinticinco mil ejemplares en total, salpicados de hipopótamos, o más, porque tiene la manía, una de tantas, de no desprenderse de ningún libro, nunca. Cada uno que entra en su casa —bueno, malo, necesario o fatalmente prescindible— obtiene, según cruza el umbral, plaza a perpetuidad en los estantes, fija como la de un funcionario. Hay también repetidos. Títulos que están duplicados, y a veces triplicados, en varias ediciones, distintas traducciones, en todas las bibliotecas. Son los imprescindibles: Tirant lo Blanc, Guerra y paz, el Quijote… ‘Desde hace tiempo releo muchos de los libros que en su momento me gustaron’, cuenta. ‘Faulkner, Tolstói, todo Conrad, mi admirado Conrad, y muchos clásicos, también, Góngora, Cervantes, Guerra y paz, que he releído por lo menos tres veces, y Flaubert’. En 1959 estaba recién llegado a París. Acababa de instalarse en la buhardilla del hotel Watter, donde terminaría, meses después, el manuscrito de La ciudad y los perros, y se acercó hasta La Joie de lire, la mítica librería de François Maspero, donde compró un ejemplar de Madame Bovary que leyó, deslumbrado, esa misma tarde. Aquella habitación de hotel, pequeña, cubierta de esa luz parisina tamizada, de visillo, casi de fluorescente, se fue llenando con el tiempo de libros, pero hubo un momento en que ese de Flaubert fue el único que había. En su biblioteca tiene, hoy, un ejemplar de la primera edición —costaba un franco en 1857, según figura en la cubierta— comprado a un anticuario en Londres cuando firmó el contrato de Historia de Mayta, y al lado, la primera edición de Los miserables, de Victor Hugo, que también se regaló con el anticipo de otra novela, El Paraíso en la otra esquina…”

  • Clara Janés

“… ‘También mantengo parte de aquel ritual de niña, y cada mañana, al despertar, leo poesía; Octavio Paz, sus Poesías completas, o Cántico, de Guillén. También leo mucho, para aprender, a Lorca, San Juan de la Cruz o Bobrowski’…. Tiene, eso sí, un problema con el papel antiguo. Una alergia fatal, intransigente, que la obliga a leer con mascarilla, como los médicos, los libros que, con el tiempo, van adquiriendo polvo, tostándose el papel, y se llenan de ácaros. Los conserva hasta que la situación se hace insostenible, y tiene que comprar otro ejemplar flamante. Así, su biblioteca está llena de claves y razones que únicamente ella conoce: conviven libros nuevos y viejos, cubiertas desgastadas y otras casi a estrenar, y algo de aquel orden peculiar que llevó durante años —amigos y no amigos—, y que todavía se mantiene, vagamente, en algunos estantes donde están juntos, o cerca, Chacel y Zambrano en medio de los libros de filosofía y de ciencia; Alquimia & Mística, de Alexander Roob, o Los nombres de las estrellas, de E. J. Webb. Y después, como un atlas mal desplegado, los libros checos, cerca de los persas, y esa zona dedicada al Oriente: Wang Wei y el teatro japonés, salpicado de rocas —amatistas y cuarzos— y fósil…”.

  • Javier Marías

“…En su habitación, destaca una balda completa dedicada a Ellery Queen —una afición, la de la novela policíaca, heredada de su padre—, las obras completas de Henry James y todo Faulkner, o casi todo, de quien tiene un ejemplar firmado. ‘Me gustan los libros que no ocultan enteramente su pasado. Los que contienen alguna foto, algún papel, los que cuentan algo. También guardo algunos con firma o dedicatoria autógrafa: Mallarmé, Radiguet, Gombrowicz, Chesterton, Isak Dinesen, Mann… Pero no me considero bibliófilo, nunca compraría un libro que no estuviera dispuesto a leer’. Sobre el cabecero, nada casual, nada original, Cervantes y Shakespeare, para las noches de insomnio. Entre sus manías, confesables, la de guardar la correspondencia que recibe de los escritores con los que se cartea entre las páginas de sus propios libros: Mendoza, Aleixandre, Magris o Sebald, de quien conserva no solo alguna carta, sino también un trozo de lápiz, el final, que le ofreció la familia a su muerte, y que guarda, también, junto a su obra…”

Biblioteca de Javier Marías.