El olvido y la memoria en la nueva novela de Carla Maliandi

La estirpe es la segunda novela de Carla Maliandi. Luego de las muy buenas críticas que recibió por La habitación alemana, ahora el tópico pasa por alguien que busca saber quién es y cómo acomoda las relaciones que mantiene de su vida anterior.

21 de Agosto de 2022 09:19

La estirpe (Literatura Random House – 2021) es la segunda novela de Carla Maliandi. En este caso, la autora logra demostrar cómo se dificulta recuperar la memoria. Una memoria que va unida, inevitablemente, a la historia y a su pasado familiar, señalando que hay casos donde uno es lo que le cuentan.

Por dónde va es simple: golpeada por accidente, Ana pierde la memoria. El proceso de recuperación es lento y desquicia a quienes la rodean. Mientras trata de entender qué la ata a su marido, su hijo y sus rutinas, la vida completa parece carecer de cualquier lógica y la pregunta por el ser puede tener muchas e inesperadas respuestas (según la descripción de la editorial).

Pero su experiencia de lectura va más allá.

-¿Cuánto de incomodidad hubo para narrar esta historia?

- Fue un tiempo largo, me llevó cuatro años y medio o cinco. Y fue incómodo durante el proceso de escritura, en principio porque no tenía muy en claro la trama, lo que iba a suceder en la novela tampoco, pero sí sabía sobre qué mundo trabajar y algo de lo que le pasa a la protagonista yo sentía que me pasa a mí. No saber cómo se cuenta una historia, desde dónde se cuenta.

Esa imposibilidad de la autora se ve luego encarnada en el texto. Estamos ante un texto que habla sobre la imposibilidad de contar. Ana, el personaje principal, no recuerda palabras, sentimientos, a los propios y “Eso es un reflejo de lo que me pasaba a mí cuando iba armando esta historia, esa incomodidad estaba presente, es una incomodidad productiva para mí. Porque, además, si todo fluye y se va integrando de manera muy cómoda, no me parece lo mejor” aclara la autora.

Maliandi parte su historia de una anécdota familiar.

Pero el interés de Maliandi pasaba por otro lado. Sin buscar contar una biografía personal, más allá de que se parte de una anécdota familiar, quería mostrar una historia más general. Ella misma aclara: “Me parece que si rastreamos nos encontramos con cómo son nuestras historias, personales, de familia y siempre podemos encontrar alguna anécdota como esta (su tatarabuelo que vino de Italia participó de la guerra en el Chaco como músico del ejército). Y a partir de eso también podemos empezar a rearmar la historia nacional. Pero más que una biografía o algo mío, que no me interesa mucho, me interesaba esta idea de que el personaje que había perdido su memoria  se había tenido que remontar hasta ese momento y aparece la pregunta sobre ¿Cómo llegue hasta acá? ¿Desde dónde lo cuento? ¿A dónde me remito para entender quién soy?”.

Pero a esta situación de búsqueda de su pasado, sobre el cual estudiaba y escribía Ana, hay que sumarle la importancia del presente en su propia casa. Es tan importante para ella saber qué pasó con aquello como saber cómo se llama su hijo.

-Y acá entra a jugar la importancia de la memoria y cómo esta va buscando un camino. Camino que se arma con lo que te cuentan de vos los otros. Me parece que ahí es donde aparece la impotencia de la protagonista, porque no se encuentra en aquello que dicen de ella…

- Claro, me gustaba eso como procedimiento narrativo también. Si parto de una cabeza en blanco que no se puede auto presentar, acreditar quién es, qué hace, bueno son los demás los que lo dicen. Muchas veces, sin necesidad de pasar por un accidente, nos encontramos con que somos los que nos dicen sobre nosotros. En el caso del personaje me interesaba mucho y me divertía mucho, esa idea que ella fuese encontrando lo que le dicen los demás, o perdiéndose en lo que le dicen los demás. Pero la historia también es una cosa que nos cuentan, entonces nos damos cuenta de que la historia nacional también se va armando con restos, con lo que le contaron, con lo que se leyó o con lo que investigó.

-En esa parte, me gustó donde alguien le dice que ya no tiene ese rasgo de tristeza que tenía antes. Y, ni ella, ni nosotros lectores, sabemos por qué estaba triste, sí que ahora cambió…

- Me alegra, porque eso me pasaba a mí también. Cuando empezaba a armar su rompecabezas sobre quién es, todos le está diciendo todo lo bueno. Claro, es su familia y le dicen todo lo bueno: que era feliz, que le gustaba lo que hacía, que estaba todo bien. Y viene alguien de afuera, el albañil, que le dice que ya no se va a ver tan triste. Un personaje desconocido que la ayuda a darse cuenta de que todo no era tan perfecto como le muestran.

Su primera novela, La habitación alemana, cosechó muy buenas críticas.

- Y pensando un poco en eso, es interesante ver la posibilidad también de que ella no esté tan mal y lo simula. Ella parece más cómoda con su estar luego del golpe…

- Claro. No se sabe y dudan sobre si está mal o se hace para ser quién es realmente. Cuando uno termina la novela recibe las lecturas, porque una no lo tienen tan claro. Amigos y escritoras me hablaron sobre esta posibilidad. Por ejemplo, una amiga peruana que vive en Argentina me dijo, “Ella se regala la desmemoria para su cumpleaños”. Parece a propósito esto de afectarse tanto por un golpe insignificante (a ella la golpea una bola de espejos en su fiesta de cumpleaños), es un regalo que se hace ella misma a los cuarenta años. Como decir: bueno, me olvido de todo, me acuerdo solamente de lo que más va a servir. Y otra amiga que es española, y que no sabe nada de historia argentina ni de nosotros, me decía: “Claro, ella se estaba preparando para escribir. Esta es la historia de alguien que está por meterse de lleno en un proceso de escritura de ficción”, que es lo que quería hacer, entonces se tiene que poner en ese lugar de ir encerrándose o distanciándose. Por supuesto acá es extremo, pero es lo que busca el autor o autora, que todo lo que ella hace es en realidad una necesidad para volver a su tarea, a meterse en lo que estaba haciendo. Pero sí, queda en una zona indefinida que también el lector debe decidir qué pasó: ¿Le pasó algo o se hace? Cada personaje tiene su hipótesis. En un momento llegan a culparla porque los estudios dan bien y ella no se recupera. 

Todos, finalmente, abandonan la idea de la recuperación porque ven que a ella ya no le interesa saber quién era. Ana hace el esfuerzo por reestablecer las relaciones con su marido, con su hijo, con su trabajo y hasta con su madre. Pero no puede y se da cuenta que no es por ahí la solución. Si hay una salvación, habrá un costo. “Con su hijo es distinto. Ella quiere volver a cuidarlo, a hablar del vínculo, pero lo hace desde otro lado. Ya no por ahí. Es, seguramente, lo más extremo de lo que le pasa con las cosas que necesita recuperar, pero ya no puede cumplir el rol. Entonces también suelta eso. Puede ser doloroso ante la mirada de los demás, pero ella cada vez más va sintiéndose ella y no tanto como quieren los otros” sostiene Carla.

-¿Cómo fue manejar el equilibrio para no caer en un texto histórico completamente?

- En principio no corría ese peligro porque me siento bastante incapaz de escribir algo así. Creo que requiere algo de otro tipo de cabeza, de tarea. Yo siempre fui más tomada por la imaginación que por los datos duros. Me gusta trabajar con la historia, pero siempre desde un lugar pensado desde la determinación y desde las huellas que dejan la historia en el presente. Nunca iba a poder, ni quería, escribir una novela histórica, que es a lo mejor la novela que pretende escribir la protagonista, pero tampoco lo sé. La novela histórica requiere un tipo de escritora que yo no soy.

- Tu primera novela, La habitación alemana (Mardulce – 2017) tuvo muy buenas críticas. ¿Eso te puso algo más de presión a la hora de escribir esta o pudiste disfrutar el proceso como con aquella?

- Disfruté mucho más el proceso de La habitación alemana en el sentido de que yo no tenía pensado publicarla. Entonces era realmente un pasatiempo en el mejor de los sentidos. Era un espacio que yo me daba, que no tenía que ver ni con mi trabajo ni con nada, ni pensaba en publicarla. Entonces era algo terapéutico sentarme a escribir y solo eso. Con La estirpe fue distinto, más arduo, más árido. Con muchas lecturas y muchos planes de armado, idas y venidas de programas de escritura que tenía en la cabeza y con una espera de la editorial que necesitaba el texto. Creo que no se vuelve a esa primera, a esa virginidad, de intentar escribir algo solo para mí donde no me importaba nada más que ese rato de escritura.

La estirpe es un texto cargado de memoria. Lo tentador del recuerdo y de dejar de ser uno mismo recorre la novela, prefigurando vidas que cargan dramatismo pero que le prestan belleza.