El Eternauta y la necesidad de convocarlo periódicamente

Cuando en 1957 hacía su aparición El Eternauta, se promocionaba diciendo que Juan Salvo era “un hombre que viene de regreso del futuro, que lo ha visto todo, la muerte de nuestra generación, el destino final del planeta”. Oesterheld y una historieta que despierta al lector.

No hay un héroe solitario, sino muchos héroes un héroe colectivo, de grupo.

4 de Junio de 2023 08:23

Por Redacción 0223

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Empujado por el entusiasmo que provocó Netflix y su producción alrededor de El Eternauta, releo la obra del genial Germán Oesterheld ilustrada por Francisco Solano López.

De El Eternauta se conocieron varias versiones, pero las creadas por el propio Oesterheld solo son las dos primeras: El Eternauta (publicada en tres páginas semanales en Hora Cero Semanal, desde 1957 hasta 1959, le correspondió desde el número 1 de la revista hasta el 106) y El Eternauta II (publicada en la revista Skorpio semanalmente en 1976). Ambas tienen aún reiteradas reediciones.

El título original pensado por Oesterheld y con el que presentaba el guión era Una cita con el futuro: El Eternauta, memorias de un navegante del porvenir. En el principio, lo había pensado como un cuento corto donde el dueño de una fábrica de trasformadores jugaba al truco con sus amigos mientras la ciudad era golpeada por una fuerte nevada mortal. Pero aquella primera entrega provocó mucho más en los lectores y los autores debieron continuarla.

Son muchos los aspectos que se pueden pensar de la obra. Muchas las analogías y las figuras que se destacan de la historia: la resistencia, la lucha, el héroe colectivo, ese instante donde uno debe tomar una decisión. Pero empezaré por el principio, la historia que enmarca la vida de Juan Salvo.

Situado en Buenos Aires, el relato de Oesterheld (que se incluye como personaje) da paso a una segunda historia que es la de Juan Salvo, quien se le aparece al guionista en su escritorio y quiere narrarle un futuro de la humanidad marcado por la destrucción. Comienza así a contarle sobre la nevada mortal, que se dará algunos años más adelante, y cómo él busca salvar a su familia y al resto, evitando la invasión de los Ellos. Salvo viaja de realidad en realidad y de tiempo en tiempo, de ahí su nombre El Eternauta, a través del “azar de los continum”.

Una cita con el futuro El Eternauta, memorias de un navegante del porvenir.

El filósofo Max Horkheimer sostenía que “Sólo una historia merece ser escrita: una que siempre mire desde el lado de las víctimas”. Oesterheld parecía saberlo, ya que en la obra se narra una invasión extraterrestre y la organización y resistencia ante las fuerzas invasoras por parte de la humanidad, quienes deciden luchar y resistir haciendo de esto una gran muestra de dignidad de la raza (metáfora que la convirtió en símbolo durante la dictadura).

Pero lo original en el relato y en la idea del autor es que, en este caso, el héroe no es un ser con características especiales o poderes. Por el contrario, se trata de un hombre común que tiene que responder a las circunstancias para revelarse ante el resto y provocar la figura de un “héroe colectivo”, es decir un grupo que al verse sometido a una situación límite reacciona transformándose y apoyándose entre todos. El propio Oesterheld dijo que “No hay un héroe solitario, sino muchos héroes: un héroe colectivo, de grupo. Las acciones más heroicas no son aquellas que le permiten a este grupo ganar una batalla, sino las que muestran la humanidad de los personajes, su compromiso ético con el mundo y los seres vivos (incluyendo a los invasores). Los protagonistas de esta historia no tienen superpoderes, no son superhéroes. Si bien los principales antagonistas de este héroe colectivo son los Ellos – un ente invisible, sin integridad física y que resulta indestructible- es la superación de sus propias limitaciones lo que eleva a la categoría de héroes a los protagonistas: la capacidad de hacerse responsables de su destino. Estas situaciones los obligan a tomar decisiones radicales y a asumir las consecuencias de estas”.

El Eternauta significó una auténtica revolución formal e ideológica en el relato aventurero.

Se han distinguido dos momentos principales en la obra. La primera, conocida como la “Situación Robinson” muestra a Juan Salvo, su familia y sus amigos, aislados (no como Robinson Crusoe por el mar en una isla) por la muerte que provoca la nevada. Esta etapa termina cuando los protagonistas se suman a la resistencia contra el invasor, quien bajo la denominación de “el otro” logra que las diferencias entre los sobrevivientes se borren por un mismo objetivo.

Pero ¿quiénes son los invasores? Los Ellos, colonizadores que oprimen a otros alienígenas y buscan hacer lo mismo con los humanos. Son entes invisibles que muestran una presencia práctica sobre la vida de los demás dominando a las otras especies: los Manos y los Gurbos. Estos solo matan por delegación de los Ellos sin poder elegir. Los Manos, por su lado, son sensibles y dominados por una glándula implantada llamada glándula del terror que los mataba en el caso de que se asustaran, lo que los dejaba sometidos al criterio de los Ellos por completo.

La colonización estaba sostenida tecnológicamente por dispositivos llamados “Teledirectores”. Osterheld deja en evidencia que los seres vivos pueden ser malvados por opresión y no por elección en muchos casos (debajo del concepto de Teledirectores se puede poner el concepto de imposición cultural, economía, sistema y otros). Tanto la glándula y la teledirección, grandes creaciones de los autores, se muestran como formas de sujeción de voluntad individual. La tecnología, como hoy, buscando sujetar sujetos y solo entretener.

Oesterheld es secuestrado el 27 de abril de 1977 por un grupo de tareas en La Plata.

Por eso muchos han señalado también que el gran punto de El Eternauta es el desafío filosófico y existencial a la hora de tomar decisiones entre lo práctico y lo ideal. El valor de esa decisión en torno a la familia y el grupo es indicador de ese antagonismo. Otro de los logros del autor es colocarnos en la toma de decisiones del propio Juan Salvo, en sus pensamientos y sus sentimientos, en aquel instante donde se juega lo que vendrá.

En la primera parte, las escenas memorables son frecuentes, quizás por el recurso de ubicar la historia en Buenos Aires, de donde reconocemos escenarios como la cancha de River, Congreso, Plaza Italia o la localidad de Pergamino. O quizás también por la maestría de lograr que la aventura no sea algo pasatista, sino algo que ahonda en la búsqueda de sentido.

El escritor Juan Sasturain ha dicho que “El Eternauta significó una auténtica revolución formal e ideológica en el relato aventurero, con un fuerte compromiso social (…) El héroe de Oesterheld no existe antes de que las cosas sucedan. Es un hombre común al que las circunstancias ponen a prueba y se revela para los demás, y sobre todo para sí mismo, como un héroe. Es el que está a la altura del desafío, aun con miedo y derrota incluida, y –sigue– se hace cargo de lo que cree, de lo que sueña, de sus convicciones y de sus sentimientos”.

En 1976, ya desde la clandestinidad, Germán Oesterheld comienza a escribir una segunda parte de El Eternauta. Con mayor conciencia ideológica, el guionista representa a Juan Salvo como un caudillo que lidera a un pueblo hacia la victoria contra un invasor. Muchos mueren, entre ellos su esposa y su hija, pero el resultado es el triunfo por parte del pueblo. Pero la época hace que la tragedia lo acorrale. Además de sufrir el secuestro y desaparición de sus cuatro hijas, él mismo es secuestrado el 27 de abril de 1977 por un grupo de tareas en La Plata. Según la Conadep, estuvo en Campo de Mayo y en los centros clandestinos de detención conocidos como El Vesubio y El Sheraton, donde fue salvajemente golpeado y torturado. Se cree que fue asesinado algún día de 1978 y hasta hoy se desconoce la ubicación del cuerpo. Héctor Germán Oesterheld es uno de los tantos desaparecidos que dejó como saldo el gobierno de la Dictadura cívico militar de 1976.

Como bien ha señalado Sasturain, “La moral de los personajes de Oesterheld es la moral del escritor. El acto de escribir es para él una aventura, un desafío, el lugar donde expone lo que sabe, lo que quiere y, sobre todo, lo que cree. Por eso no sólo imagina y conjetura, sino que aventura: pone el cuerpo detrás de lo que escribe. Vivir de acuerdo con el código se llama eso. Y Oesterheld llevó hasta las últimas consecuencias ese afán desmesurado, desesperado, de coherencia: obrar a la altura de lo que se ha escrito, que actuar y escribir sólo sean dos maneras paralelas, conjugadas, de aventurar, de crear un sentido bancado por la vida”.

Oesterheld, como el propio Eternauta, cruza de época en época provocando la no tan despreciable actividad del pensamiento y demostrando el valor de la vida humana y la posibilidad de resistir. Son épocas donde Juan Salvo merece ser invitado por si vuelve a nevar.