Olmedo, Muñiz, Levrino y Rozenmacher: las muertes trágicas de famosos en Mar del Plata
Mar del Plata atravesó en 1988 una temporada marcada por la tragedia: dos muertes impactantes ensombrecieron al mundo del espectáculo y a la ciudad: las de Alberto Olmedo y Alicia Muñiz. Pero ya existían otros antecedentes que también dejaron huella en su historia.
El año 1988 estuvo marcado por una temporada veraniega en Mar del Plata llena de hechos policiales. Dos muertes trágicas acapararon la atención de todos los medios nacionales: la de Alberto Olmedo y la de Alicia Muñiz. Tiempo atrás, nombres como el del actor Claudio Levrino, cuya muerte ocurrió en estas mismas calles mientras manipulaba un arma, o Germán Rozenmacher, fallecido en un desgraciado accidente doméstico en el departamento que había alquilado con su familia, se sumaron a estas crónicas de infortunios. Mar del Plata y una parte triste y fatal de su historia.
El caso Olmedo: Dudas en un balcón
Según las crónicas de la época, Alberto Olmedo cenó cochinillo, acompañado con Kleinburg blanco, y de postre panqueque de manzana en el restaurante Hamburgo, ubicado sobre la avenida Colón. El “Negro" atravesaba una de sus mejores temporadas artísticas y gozaba de gran popularidad.
Olmedo se despidió temprano, cerca de las dos de la madrugada de aquel 5 de marzo de 1988, y partió a encontrarse con Nancy Herrera, quien lo había llamado al restaurante para avisarle que estaba en la ciudad. Venían de un distanciamiento que había afectado mucho a Olmedo. Susana Romero contó alguna vez a la revista Viva: “Estaba feliz porque se iban a encontrar”.
Se dirigió hacia el edificio Maral 39, donde en el piso 11 tenía su departamento. Lo que ocurrió después ya es bien conocido: la escena en el balcón, los gritos de Herrera desesperada por no poder sostenerlo, la caída y el llanto de todo un país.
Se mencionó que, en el espejo del baño, Nancy había escrito "Te ama, Nan" con jabón, y Olmedo respondió, en un gesto divertido, con “Eu também, Al”. Aún hoy, la incertidumbre prevalece sobre lo que realmente sucedió en ese departamento esa mañana, bajo una tenue llovizna. Tenía apenas 54 años.
El caso Alicia Muñiz: violencia en San Valentín
El hecho que terminó con la vida de Alberto Olmedo tuvo su antecedente 20 días antes en La Feliz. Durante la madrugada del 14 de febrero, después de una discusión, el excampeón mundial de boxeo Carlos Monzón agredió y estranguló a su pareja, Alicia Muñiz, para luego arrojarla por el balcón.
Muñiz, de 32 años, había regresado a Mar del Plata para ver a su hijo, a quien no veía desde hacía un mes, y para solicitarle a Monzón un aumento en la cuota alimentaria. Él ya tenía dos denuncias por violencia doméstica, una del 12 de agosto de 1986 y otra del 12 de octubre de 1987, y sus parejas anteriores también habían mencionado sus ataques violentos.
La versión inicial de Monzón fue que Alicia se había caído del balcón. Pero, dos semanas después, aparece Rafael Crisanto Báez, de 67 años, quien luego pasaría a ser conocido como el Cartonero Báez, quien dice haber presenciado el hecho. Este declaró en el juicio contra Monzón que “el boxeador tomó a Alicia Muñiz del cuello y, cuando ella se desmayó, la arrojó del balcón como si fuera una bolsa de papas”. Según la autopsia, el cuerpo de Alicia presentaba fracturas múltiples de cráneo, una lesión en el codo derecho y una fractura en la rótula izquierda. Se concluyó que Alicia había sido estrangulada y que había sido arrojada por el balcón.
El asesinato de Alicia Muñiz a manos de Carlos Monzón en 1988 fue tipificado como un caso de "homicidio simple", ya que en ese momento no existía la figura del femicidio.
El caso Claudio Levrino: una discusión y un disparo jugando
El 18 de enero de 1980, Claudio Levrino estaba haciendo temporada en Mar del Plata, en el teatro Provincial, junto a Rodolfo Bebán, Bárbara Múgica, Beatriz Bonnet, Gabriela Gilli, Alberto Martín y Carlos Rotundo. Venía de protagonizar, un par de años antes, la exitosa novela Un mundo de 20 asientos, junto a Gabriela Gilli y María de los Ángeles Medrano. Un año antes, se había intentado repetir la fórmula de éxito con la novela Daniela y Cecilia, pero el proyecto terminó abruptamente debido al fallecimiento del actor.
El 17 de enero de 1980, Levrino cumplió con la doble función de No pises la raya, querida, a sala llena, a pesar de haber llegado al teatro casi a la hora de la primera función, debido a una falla mecánica de su Ford Taunus. Esa noche, en la primera fila, se encontraba el presidente de facto Jorge Rafael Videla, acompañado por su esposa.
Después de la presentación, Claudio Levrino y su esposa Cristina del Valle cenaron con amigos y, cerca de las 2:30 de la madrugada del 18 de enero, decidieron partir hacia Miramar, donde vivían durante la temporada.
En el coche, discutieron sobre un tema recurrente en la pareja: la tenencia de una pistola Beretta calibre 22, que Levrino portaba por razones de seguridad debido al viaje nocturno hasta Miramar.
Llovía torrencialmente. El coche se detuvo en la esquina de Falucho y España, cerca de las 3 de la madrugada. Ella le pidió que se deshiciera del arma, volvieron a discutir y, según contó Cristina mucho tiempo después, le entregó la pistola con la funda. Levrino le respondió: “Ante todo quiero decirte que no comí postre, pero ya tengo mi postre”. Luego la besó y agregó: “Vos sos mi postre, te amo y voy a darte el gusto”. Levrino quitó el cargador y, antes de llevar la punta del cañón a su propia sien, le dijo: “¿Ves? Ya no sirve para nada”. Fue lo último que se escuchó antes del disparo. Ella pensó que era un trueno, pero luego vio la gota de sangre que caía sobre su pantalón.
Cristina del Valle bajó del auto, corrió y comenzó a tocar timbres pidiendo ayuda. Alguien que pasaba por allí se identificó como policía y, en un taxi, se trasladaron hasta la Clínica Pueyrredon.
Por gestión de Videla, el avión presidencial Tango 01 trasladó al doctor Raúl Matera desde Punta del Este hasta Mar del Plata para intentar salvarle la vida a Levrino, pero al llegar encontró un panorama irreversible.
El arma había sido un regalo de Alfredo Cahe, el médico que luego se hizo conocido por atender a celebridades como Diego Maradona, para su concuñado: estaba casado con María Marta del Valle, hermana de Cristina.
Levrino decía portar el arma por seguridad, ya que recorría 50 kilómetros todas las noches hasta Miramar, pero el tema había generado conflictos en la pareja, especialmente después de que Cristina del Valle encontró a sus hijos manipulando el arma en su casa.
El parte médico fue contundente: “Se comunica que, a la hora 3, ingresó a este nosocomio el Sr. Claudio Levrino, víctima de un accidente, siendo su estado de extrema gravedad. Firmado: Dr. R. Distéfano”.
Después de dos días en coma, Levrino falleció a las 2:30 de la madrugada del domingo 20 de enero. Tenía 35 años. Según se cuenta, frente a la Clínica Pueyrredon unas mil personas escucharon la noticia.
El caso Rozenmacher: un absurdo “accidente doméstico”
Germán Rozenmacher era licenciado en Letras y maestro de hebreo. Logró un estilo de escritura donde los personajes tenían más espacio que los narradores, lo que permitía que los hechos estuvieran cargados de impresiones subjetivas y en un constante cruce de voces. El escritor y periodista Eduardo Pogorile dijo de él: “Él entendía la literatura como un dolor. Al escribir, se quedó con las espinas, pero a sus lectores les entregó un perfume inolvidable”.
Hace 54 años, el autor de Cabecita negra vino a Mar del Plata con su familia para combinar trabajo con unos días de descanso. Enviado por la revista Siete Días para investigar tres notas, decidió alquilar un departamento por unos pocos días en la ciudad balnearia.
Era invierno, con jornadas frías y lluviosas. Según las crónicas, su esposa, Amalia Chana Figueiredo, y su hijo menor habían pasado la noche en una clínica marplatense para atender al niño. Germán se quedó en el departamento con su hijo mayor, Juan Pablo, de cinco años. Se cuenta que, debido al frío, encendió las hornallas de la cocina, pero olvidó abrir una ventana. La mala combustión del gas acabó con sus vidas.
Era el viernes 6 de agosto de 1971. Al día siguiente, Siete Días y el resto de los medios nacionales reprodujeron el comunicado emitido por la revista: “El viernes 6, un viernes de sol que prometía mejores cosas, una noticia increíble, una disparada ráfaga de espanto, sacudió a la gente de Siete Días, paralizó sus cuerpos y mentes; Germán había muerto en Mar del Plata y con él su hijo Juampi, un chico de 5 años”.
Rozenmacher tenía 35 años. Muchas veces había visitado Mar del Plata, la misma ciudad que también había sido escenario de sus cuentos. La viuda de Rozenmacher, la periodista Amelia Figueiredo, contó alguna vez que: “En el viaje de ida en tren a Mar del Plata, Germán me mostró el libreto de Sordos ruidos oír se dejan, un espectáculo de cabaret político que había escrito para el actor Oscar Martínez”.
Se cuenta que, por esos días, Rozenmacher había escrito: “Ojalá, dentro de muchos años, cuando ni usted ni yo estemos, alguien se acuerde de un cuento, o de alguna frase, o aunque sea de un adjetivo de esos pocos felices que a uno le salen a veces en la vida, y entonces el lector diga: ‘Esto es verdad, esto está vivo todavía’. Si eso pasa, yo, desde el purgatorio, voy a guiñar este ojo miope, sincero pero desconfiable, bastante agradecido”.
Hoy se le recuerda por sus obras de teatro, sus crónicas y los dos espléndidos libros de cuentos: Cabecita negra (1962) y Los ojos del tigre (1968).
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