Jorge Newbery, un barrio al mando de la organización social

Más de 15 mil personas viven en Jorge Newbery, en el oeste de Mar del Plata.

10 de Octubre de 2013 16:05

Por Redacción 0223

PARA 0223

Por Luciana Acosta

El barrio Jorge Newbery es uno de los más grandes que existe en Mar del Plata: ahí se concentran más de 15 mil personas. En esas 220 manzanas del oeste de la ciudad vive más gente que en 31 localidades de la provincia de Buenos Aires.

Aquí, donde las políticas neoliberales de los '90 hicieron estragos, todo se logra a través de la lucha y la organización: tras el derrumbe del 2001, la conformación de cooperativas sociales de trabajo, comedores y merenderos sacaron del hambre a miles de almas que habían quedado afuera del sistema y no veían la posibilidad de volver.

Así fue como un grupo de voluntarias de la cocina de la sociedad de fomento de Jorge Newbery, ubicada en Bolívar 9048, empezó a producir comida a gran escala para los que no tenían nada. Al mismo tiempo, los otros espacios del edificio se transformaron aulas escolares o en talleres en los que todavía se enseña plomería, mecánica, poda y costura, con títulos y todo. Acá se aprende a trabajar, a tener un oficio, a ser alguien con título y todo.

Claudia, la coordinadora del comedor que de lunes a viernes entrega 200 viandas -carne, fideos, arroz, verduras, pan, un vaso de leche y fruta para los chicos- es un metro y medio de pura energía. Habla, da indicaciones y pide que junten unas migas de pan para que no salgan en la foto.

- ¿No alcanza el espacio para que la gente venga a comer acá?

- Espacio hay, pero preferimos que la gente se lleve la comida y almuercen en familia, todos juntos.

En el primer piso de la sede barrial funciona la cooperativa textil "Claudia Pía Baudracco" en la que doce chicas trans encontraron un escape, una salida laboral distinta a la que los prejuicios y la discriminación las había confinado: la calle.

Abajo, a la derecha, en un cuadrado de pocos metros, hay otro emprendimiento productivo: la rotisería de Nora, que ofrece pizzas y empanadas a precios accesibles a los alumnos de la primaria 21 y a los policías de la comisaría duodécima, ubicada a pocos metros. A cambio del espacio, debe dar una mano con la comida, los viáticos y la ropa de los casi cien pibes de entre 6 y 16 años que juegan al fútbol en el equipo del barrio, el "Atahualpa".

- A mí me encanta hacer esto porque además puedo ayudar a alguien, qué se yo-, dice.

Detrás suyo, Sofía, su hermana, friega en silencio al lado de un horno industrial encendido al máximo.

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Sofía es licenciada en Ciencias de la Educación pero, por falta de horas en escuelas, se convirtió primero en encargada de un edificio del centro y después, en una de los más de tres millones de desocupados que había en el país en 2002.

Entonces, con sus hijas ya grandes e impulsada por Nora, volvió al barrio y empezó a trabajar en la cooperativa La Unión, a hacer tendidos de cloacas y cañerías. En esa época había un 80% de mujeres y su tarea, asegura, era sencilla: debía hacer un pozo con la pala, colocar el caño, conectarlo a la cámara que sale del baño y tapar de nuevo.

- Mi papá era tucumano y siempre nos inculcó eso de tener la huerta, la quinta atrás de la casa. A mí me gustaba mucho ayudarlo, ver cómo hacía los surcos. Por eso no me costó agarrar la pala. Ahí uno se da cuenta de que todo sirve a la vuelta de la vida.

Ahora, además de ayudar a su hermana en la rotisería, Sofía tiene una nueva función: es promotora territorial. "Eso significa que si hay una nueva actividad o empieza un nuevo curso, yo tengo que ir casa por casa a avisarle a la gente para que se entere y venga. Al final, viste, terminé haciendo algo que está relacionado con lo que estudié", dice.

La Unión representa actualmente la única fuente laboral para unas sesenta familias de la zona y es parte de la red de cooperativas que funcionan en el Programa de Inversión Social, financiado con fondos del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Los trabajadores realizan obras de cloacas, tendidos de redes de agua potable, reparaciones de veredas y mantenimientos de plazas por un salario mensual de 1340 pesos.

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La aparición en un descampado del cuerpo Patricia Ardiles, la joven de 23 años que fue violada y asesinada el último día de agosto de este año, sacudió al barrio. La mayoría conocía a la víctima, algunos imaginaron que podría haberle ocurrido lo mismo a cualquiera de sus hijas y todos coincidieron en que jamás pensaron que podría pasar una cosa así, tan aberrante, por dios

El hecho tuvo dos efectos: uno inmediato y otro en pleno desarrollo. Por un lado, la furia y la indignación que terminó con los incendios de las casas del principal sospechoso y la de su suegro. Por el otro, el estado de alerta, la decisión de encerrarse, extremar las medidas de seguridad y hablar del caso en un tono bajo, contar lo que pasó en un susurro. El miedo.

- Estas cosas pasan por la droga y la falta de contención para los adolescentes. Acá hay mujeres solas que tienen al marido preso, o a las que todos los días las revientan a palos. La violencia de género, ¿no?-, aporta una vecina que, claro, también tiene miedo.

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En un extremo del barrio, entre un caserío humilde, emergen los colores vivos de la fachada del centro comunitario "Los Peques". En ese lugar, seis mujeres que cumplen turnos de cuatro horas por 350 pesos mensuales, administran los recursos que reciben de la organización internacional Aldeas Infantiles SOS para que a los veintitrés chicos que asisten no les falte desayuno, almuerzo y merienda.

Norma, responsable del centro, dice que hubo épocas en las que llegaron a tener a cargo entre cincuenta y sesenta niños, y que debieron establecer un horario de cierre porque, de lo contrario, muchos padres los iban a retirar a última hora. También cuenta que si bien con los fondos que reciben se las arreglan bastante bien, a veces deben salir a pedir colaboraciones de ropa y pañales entre los vecinos.

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Mario Puche es el presidente de la sociedad de fomento y máximo referente del Movimiento Atahualpa, una organización social que, al igual que el Movimiento Teresa Rodríguez, se consolidó como las más importantes que trabaja en Jorge Newbery.

Sentado en una silla que colocó justo frente a la biblioteca del polideportivo y centro cultural Ernesto "Che" Guevara -un edificio que irrumpe en el paisaje llano de Alberti y 202 y que se construyó con los Presupuestos Participativos 2009, 2010 y 2011-, asegura que el barrio está superpoblado y que las obras públicas muchas veces se demoran, pero llegan. "Tenemos luces, agua, cloacas, gas. El asfalto, sí, es algo que todavía está pendiente", enumera.

- También tenemos el problema de la inclusión. Si bien creo que desde el gobierno nacional se ha hecho mucho por eso, hay que acelerar y terminar algunas cuestiones. Todavía hay bolsones de hambre y pobreza en el país.

- ¿Y en Jorge Newbery?

- En Jorge Newbery también. Pero este es un problema que debemos trabajar como sociedad. Tenemos que hacer algo, sobre todo, con el tema de los jóvenes. Hay una parte de nuestro barrio en la que vive una población muy joven, que nació en la década menemista, que no comió bien, no pudo educarse; con padres que se quedaron sin trabajo; mucha gente que cayó en la droga. Para nosotros eso debe abordarse desde tres aspectos: la educación, el trabajo y la contención. Es una tarea difícil, que no se resuelve en dos días pero hacerlo es algo central para el barrio. ¿O no, Normita?

Norma asiente en silencio. Piensa que hay muchos pibes que están en la lona, que siempre debe cerrar con candado la reja del centro comunitario para que no escapen los nenes ni se le metan desconocidos, y que ayer vio cómo uno le arrebataba la cartera a una abuela que esperaba en parada del colectivo. Entonces dice que sí, que es cierto, que algo hay que hacer.