Ya no soy tuya

Entre los 13 y los 17 años, Rocío fue violada por su padre, un integrante de la Armada. La Justicia certificó los abusos pero aún no definió cuántos años pasará en la cárcel. El relato del horror, en primera persona.

12 de Septiembre de 2014 19:25

Te perdono todo, pero dejame ser libre, escribió Rocío en la última carta que le envió a su padre, un suboficial de la Armada Argentina que la violó entre los 13 y los 17 años. Fue la última porque su madre la encontró −junto con otras tantas− y pudo comprender los cambios de comportamiento, las malas notas en la escuela y las marcas en el cuerpo de su hija de los últimos tres años. Entonces la encaró. Ya sé la verdad, nos vamos de acá.

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El Tribunal en lo Criminal 3 de Mar del Plata encontró a Marcelo Alberto Girat culpable del delito de abuso sexual con acceso carnal agravado por el vínculo. A pesar de que el fallo emitido la semana pasada establece que se acreditaron los hechos denunciados por la víctima, al tratarse de un juicio por cesura, los jueces aún deben definir la cuantía de la condena. La fiscalía pidió 14 años.

Girat escuchó la resolución afuera de la sala y supo que continuaría al menos unos días más en libertad porque la Justicia había desestimado que existiera riesgo de fuga. Entonces llamó al ascensor y antes de que cerraran las puertas, gritó:

−¡A ustedes dos las voy a matar!

Rocío y su madre llegaron a escucharlo; el fiscal Eduardo Amavet, también. Ahora, por eso, el acusado está con prisión domiciliaria, sin pulsera ni custodia. Ahora, por eso, Rocío tiene miedo.

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La primera vez que su padre −o Marcelo, como le dice− la violó, no había cumplido los 14 años. Dos meses después, mandó la primera señal de alerta: dos intentos de suicidio. Hasta inventó un intento de secuestro y detalló un diálogo imaginario con sus raptores.

−¿Qué querían, Rocío; qué querían los secuestradores?

−Que papá me dejara de hacer cosas malas.

Pese a que sabían que era violento, su madre y su hermano no imaginaban que Girat violaba a Rocío en todos los rincones de su casa e, incluso, en su lugar de trabajo, el área de Contrainteligencia de la Base Naval de Mar del Plata. “Me iba a buscar a la matineé a las 12 y me llevaba a la Base, hasta las 3 de la mañana. A esa hora nos íbamos a buscar a mi mamá al trabajo, en una pizzería”, dice. ¿La coartada? Había pedido permiso para que Rocío −todavía menor de edad− hiciera limpieza en las oficinas militares y así juntara unos pesos para viajar a Bariloche.

−¿Nadie dijo nada al verlos entrar a la Base a esa hora?

−Nadie.

Para asegurarse de que era el único en su vida, Girat cambió a su hija de escuela, le prohibió tener amigos y hasta le puso un rastreador en el teléfono celular para saber el lugar exacto en el que se encontraba. También, aunque compartían el techo, le escribía cartas de amor en la que la llamaba su manzana prohibida y le recomendaba mantener el secreto por el bien de los dos.  No te olvides jamás: vos sos mía.

Rocío ahora tiene 20 años y pide que publiquemos el nombre completo de su abusador. No le da vergüenza; no tiene por qué esconderse, dice.

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Durante el juicio que se le siguió a Girat, la víctima declaró que su progenitor aprovechaba los horarios cruzados que había entre él y su madre para violarla. Los informes médicos y periciales arrojaron que la joven presentaba un cuadro de abuso sexual infantil.

Los jueces, por su parte, descartaron que el testimonio de Rocío estuviera inducido por terceros o que la chica hubiese tenido alguna motivación secundaria que la impulsara a mentir.

Marcelo Alberto Girat sigue en funciones y durante el proceso judicial recibió muestras de apoyo de otros integrantes de la Armada Argentina. Por eso Rocío insiste en que se revele su identidad; para que tanta impunidad −quizás− duela un poco menos.

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El día que abandonaron la casa familiar, Rocío creyó que podía darle un cierre a la etapa más aberrante de su vida. Sin siquiera contención psicológica −la única profesional que la recibió rompió en llanto durante la primera y única sesión−, la joven, su mamá y su hermano, empezaron una larga batalla en la justicia para que se condenara al violador.

Hoy, tres años más tarde y a pesar de que a Girat le queda poco para ser trasladado a la cárcel, se siente presa en su propio hogar. Casi no sale, su número de teléfono lo conocen unas pocas personas de su máxima confianza y el miedo a que su padre la encuentre siempre está. Al menos, hasta que la justicia sea real.