Más vigente que nunca, el género policial como novela social en los cuentos de Piglia

Ricardo Piglia deja 12 cuentos policiales, cuentos con crímenes de por medio, para ser editados luego de su muerte. Los escribe a través de un programa especial y dictando por instantes. Logra, no solo una obra acorde a su corpus personal, sino también un homenaje a los referentes del género. 

25 de Noviembre de 2018 10:57

Cae en mis manos el último libro que se editó de Ricardo Piglia. Luego de sus tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi, el autor, fallecido en  2017, dejó preparado para su publicación póstuma este libro que es una muy notable incorporación a su corpus literario. Así, Los casos del comisario Croce encierra un maravilloso homenaje, a través de cada uno de sus 12 cuentos, a los grandes que cultivaron el género. En ellos hay guiños y referencias a Agatha Christie, Conan Doyle, Chesterton, Poe y por supuesto a Borges.

Las historias construyen la mitología alrededor del detective, en este caso el propio Croce, quien posee intuición poética, pero que se maneja con exactitud matemática. Él piensa en cómo los crímenes narran la realidad y, sobre todo,  en cuáles serán las consecuencias de este a su alrededor.

El encantamiento que generan estos doce cuentos está, en alguna medida también, sostenidos por esos guiños a los clásicos. Respeta el género y lo alienta, demuestra, Piglia, que el Policial sigue no solo con vida sino como experiencia también de la novela social contemporánea. Muchos aseguran que es lo mejor para describirnos hoy.

¿Qué historia hay detrás de las historias policiales?

Un autor policial escribe necesariamente dos historias al mismo tiempo: la del culpable y la del justiciero. Por eso tiene que saber cuál es el crimen y como fue cometido para poder organizar de determinada manera el misterio y  presentárselo al detective bajo  la apariencia más opaca y desalentadora posible,  sostiene Thomas Narcejac en La novela policial (Paidos-1968)

Para esto, Poe, en una primera instancia (y otros después), hicieron del género una maestría. El arte de narrar se conjugaba con el arte de descubrir y desnudar hechos sociales.

 

A Edgar Allan Poe le bastaron tres cuentos para sentar las bases del género. Él establece la estructura del relato policial e incluso sus principales variaciones. Los crímenes de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Roget (1842) y La carta robada (1845), conocidos como cuentos de raciocinio, dan forma al policial que vendrá después.

En estos tres relatos (La trilogía de DupinSeix Barral) Poe sienta al personaje del detective aficionado, distante del uso de la fuerza física, así como la torpeza del aparato policial. Además presenta dos instancias superadoras para el género como son el crimen dentro de un cuarto cerrado y la resolución a simple vista y por eso difícil de hallar.

Asimismo se descarta  desde el principio la posibilidad de lo fantástico o sobrenatural para resolver el caso, lo cual dejará solo al detective y su ingenio para resolverlo.

Junto al detective se presenta  el narrador, quien complementa la escena pero interviene poco en su resolución. Es más,  el detective lo ilustra permanentemente sobre lo que va resolviendo. Todo un antecedente de Sherlock Holmes.

En estos tres relatos cortos, Poe pasa del misterio a la solución rápidamente. La historia así se arma en el desarrollo mismo de la situación. El autor no les da tiempo a los lectores para nada más que seguir la narración, para creer que pensamos con Dupin. Así no conmueve, no es visceral, entonces solo el pensamiento interviene, y eso, para muchos, es lo original de Poe pero también su límite.

El género comienza a ganar espacio y, según dónde se escribe, las diferencias de estilo se hacen más notorias. Por ejemplo, según define Narcejac, “mientras que la novela anglosajona se propone, desde el origen, castigar el crimen, la francesa se fija como meta sobre todo describirlo”.

¿Qué novedad aporta Conan Doyle? En primera instancia, uno de los personajes más icónicos del género, sin dudas, pero por otro lado, según Elvio Gandolfo en El libro de los géneros, “él establece el mecanismo de la serie, distinto al del folletín y adaptado a las revistas mensuales o semanales de relatos que comienzan a imponerse: dos personajes fijos y complementarios, Holmes (el detective genial) y Watson (el ayudante honesto) que enfrentan diversos casos”. Es decir que en lugar de ser personajes imprevisibles, como se encontraban en las novelas  tradicionales, ahora el lector siempre encontrará a los mismos personajes, afianzados en sí mismos, pero en circunstancias variables. El héroe no evoluciona biográficamente, pero sus historias van cambiando permanentemente, así como sus contextos.

Los relatos de Doyle marcan una impronta  de extensión similar en toda su obra. También logra instalar, recursos literarios y maestría mediante, el miedo. Y este necesita ser explicado. Conan Doyle es el mejor en este paso y así marca la gran diferencia entre Dupin y Holmes.

Por otro lado, el detective siempre se presenta como una maquina analítica  que,  agregándole un toque de dramaturgia, va resolviendo los casos ante su ayudante, quien logra captar lo simple de la resolución pero que le es imposible repetirlo. Agrega Gandolfo, “Doyle fue tan hábil en la construcción de su Watson como en la de su Holmes. Mientras que en Poe el acompañante del detective es una figura bidimensional, sin voz propia, Watson   resuelve a la perfección el difícil equilibrio entre transparencia y existencia que aqueja a este tipo de personajes”.

 

Mención aparte merece el Padre Brown de G. K. Chesterton, no solo por la originalidad del personaje sino también por la calidad de muchos de sus relatos. La primera serie de cuentos de este, incluyó 12 relatos, cada uno independiente de los otros. Pero aquí la genialidad de Chesterton logra que finalmente los doce se interrelacionen haciendo un todo orgánico.

El padre Brown es el protagonista. Un cura de “cara de luna”, se dirá, que siempre completa un binomio. Por ejemplo, enfrenta a un ateo, a un rico, a un mezquino, frente a un criminal, etc. Pero es su actitud la que gana todas las jugadas, ganando así  la historia.

Por otro lado, Chesterton inserta la idea del crimen como una obra de arte. Convirtiendo así al criminal en un artista y al investigador en un crítico de arte. El padre Brown no encarna tanto en la figura del detective analítico y deductivo. Más bien era un personaje pequeño y descuidado que prestaba más atención al azar y que solo con su fe enfrentaba los delitos pensando más en los impulsos morales que llevaron al delincuente a cometer ese crimen que en el crimen mismo.

Un poco más tarde, en Estados Unidos, Hammett, Chandler y otros, volverán a unir crimen con realidad y modificarán el género revitalizándolo en un momento donde aparecía agotado. Ya el crimen y/o su resolución no es lo que define al género. Lo que lo define en esta etapa es que, dicho crimen, existe y tiene una razón de ser. El policial negro, así como el wester, dirán algunos, son las letras que buscan justificar y describir las modalidades del capitalismo.

En El cuerpo del delito (Eterna Cadencia-2011), Josefina Ludmer sostiene, “Como bien lo sabía Marx, el delito es un instrumento crítico ideal porque es histórico, cultural, político, económico, jurídico, social y literario a la vez: es una de esas nociones articuladoras que están en o entre todos los campos”. Marx, en Historia critica de la plusvalía, refuerza diciendo, “por lo tanto el criminal aparece como uno de esos “contrapesos” naturales que producen un balance correcto y abren una perspectiva total de ocupaciones “útiles””

Desde las primeras letras el delito aparece como uno de los instrumentos más utilizados para distinguir una cultura de lo no-cultura y sobre todo para marcar qué o quién queda afuera de eso.  Así, volviendo a Ludmer, “con el delito se construyen conciencias culpables y fábulas de fundación y de identidad cultural”. Deberíamos saberlo bien por estas tierras luego de que Esteban Echeverría escribiera un cuento negro que fundó casi todo y llamó El matadero.

Echeverría me trae a los escritores argentinos y su relación con el género policial. La gran mayoría ha entrado y salido del género sin problemas. Muchos dejaron legados y personajes icónicos. También se dio una constante para el género, tuvieron que ir adaptándose y reconvirtiéndolo  para no salir de él. Por ejemplo, Ernesto Sábato con El Túnel, donde ya se sabe quién mató a quién y cómo en la primera página. O Jorge Luis Borges con Emma Zunz, o Naipe Marcado de Rodolfo Walsh o Los amigos de Cortázar. Entre tantos ejemplos, ejemplares, cierro con Juan José Saer y su obra La pesquisa (Planeta-2012), donde dos investigaciones paralelas y la narración criminal abren y cierran permanentemente lo incomprensible, lo inexplicable para la razón. La Pesquisa de Saer está dedicada a Ricardo Piglia quien, con Los casos del comisario Croce, no solo abrió esta columna sino que reivindica el género policial también, el género del crimen, buscando una relación con el lector inmediata, así como una relación entre lectura y escritura que se destaca en el propio Piglia en la búsqueda de una verdad sobre la literatura. Una verdad y una autenticidad que, a través de la ficción, atrape nuestra vida cotidiana.