Juan Cruz Ruiz y el Retrato de un hombre desnudo

Los textos de Juan Cruz Ruiz son escritos con la fuerza de la melancolía y de la memoria. Te atrapan y te cuestionan sobre aquellos momentos importantes que protagonizamos sin darnos cuenta. Las experiencias de cada uno ahondadas en la literatura y en la poesía. 

3 de Noviembre de 2019 13:04

Juan Cruz Ruiz es periodista. Fundó el diario El País de España y también fue editor de Alfaguara. Yo lo conocí primero por sus libros y estos me ayudaron a conocerme.

Juan Cruz explora a partir de su memoria, pero no son libros autobiográficos. En realidad, se pone en perspectiva con aquello que lo rodea. Ahí, entonces, aparece la pregunta sobre todo aquello que lo trajo hasta este lugar, hasta este tiempo. Aparece la pregunta existencialista a partir de lo melancólico, de lo triste y de la escritura.

Dice, por ejemplo, en Muchas veces me pediste que te contara esos años (Alfaguara, 2008), “Ahora cuando veo cine recuerdo películas así, historias en la que va creciendo mi propia historia, y yo soy el malo, el bueno, el desasistido, el que ha perdido, el triste, estoy hecho de literatura, y de sueños y de películas, de poemas, me gustaría vivir más tiempo, tener un momento infinito en el que pudiera recoger mi historia y contarla para que ocurriera de otro modo si alguna vez se repite, pero no se va a repetir, y yo me iré y quién sabe qué será de la máquina de escribir, de los papeles, de los libros, lo que parece esencial desaparece con el dolor, el dolor es el olvido”.

Y así uno, entonces, se encuentra pensando en esas confesiones sobre el paso del tiempo y el peso que esto conlleva en cada uno de nosotros, pero viendo el reflejo de lo que les pasa a otros. La fuerza de la melancolía en este ejercicio es contundente.

Pero él no va a menos en sus textos, por el contrario, va siempre por más, siempre por habitar y apropiarse de ese mundo colectivo integrado por todos esos mundos individuales ricos en experiencias humanas. Y a través de una indagación permanente, Juan Cruz escribe para otros, pero también para él mismo. Arma así, bajo el orden (o desorden) de la memoria emotiva, arrastrando recuerdos y  traspasando la anécdota para asociarlas al presente y a un todo, la fascinación de lo imposible de la vida.

“Habla, Paco, no te lo quedes todo adentro. Eso le decía mi madre. Él se llenó de preguntas que nunca se atrevió a formular. Me lo dejó en herencia. También. En El chino del dolor, Peter Handke dice que el hombre está hecho de preguntas. De eso estaba hecho mi padre. Pero no las hacía. Nunca le oí hablar de la muerte. Y era lo que verdaderamente le preocupaba. Quería ser inmortal. Ver cómo era la vida después. Un melancólico que amaba la vida” apunta en Ojalá octubre (Alfaguara, 2007)

Su fuerza narradora viene de la intención de ver, tocar y sentir cada circunstancia, cada cosa, como si fuera la primera vez. Tiene un estilo noble, minucioso y brillante. Su tono es amable y poético. Íntimo y evocativo. Da forma a sí a una literatura en forma de experiencia plena, en forma de algo que te cambia, ya que siendo el narrador el protagonista, también lo es lector, bajo la forma de todo aquello que ha sido y de todo lo que no ha podido ser.

Sus textos también funcionan como artificio para detener el tiempo. Enfrenta al ser en su totalidad, enfrenta a las posibilidades de ese ser y, sobre todo, a su última, a la final, es decir a aquella posibilidad de no tener más posibilidades. Sin pudor te anoticia, te recuerda, que  todos extrañamos a los que no están, que todos lloramos en silencio para que no nos escuchen y que todos arrojamos de nuestra vidas y que somos arrojados también al mundo.

Va desarrollando en un modo fragmentado y desordenado, como todo lo subjetivo, el paso por esta vida. Juan Cruz, buscando en todos los otros, se busca a sí mismo. Y en cada libro parece que se encontrase, y me gusta decir que solo parece porque así doy lugar al deseo de la garantía de una nueva obra.

 Juan Cruz Ruiz escribe y describe con sensibilidad y pasión a cada uno de nosotros. Asume su memoria como una muñeca rusa. Aparentemente sería uno de sus juegos favoritos, aquel de ir abriendo muñeca tras muñeca hasta encontrar el final de los finales, el final del juego elegido, y así muestra que en ese final está lo más íntimo de cada uno para dejar atrás el olvido. Él se muestra tal cual piensa, más que eso, se muestra tal cual siente. Esconde, quizás, el razonamiento para dar paso a la sensibilidad del mundo que lo rodea y que lo interpela, tomando formas de cartas. Cartas destinadas al niño que fue, al padre que lo acompañó, al padre que no lo entendió, a los amores que no supo amar y a otras tantas cosas. Juan Cruz descubre y nos obliga a descubrirlo también, que en el mundo que nos rodea las emociones corren por cuenta de cada uno.

Sostiene en Retrato de un hombre desnudo (Alfaguara, 2005), “Me lavo las manos en esa orilla de mar que es el tiempo, y cuando las saco parece que otra vez me devuelve el mar algunas de las edades que él mismo me ha robado: la infancia de aire, la adolescencia de espuma, la madurez de arena con la que convive el ser angustiado por la persistencia de la memoria… nadie en el mundo fue capaz de indicarte que tus manos estaban hechas de tiempo y el tiempo un día te iba a ahogar como el mar”.

Es así que su escritura nos recuerda que hemos sido testigos de momentos importantes. Logra que prevalezca el sentir más que el pensar en la respuesta. Más allá del sentido del texto, a uno le queda la sensación de que, entre palabra y palabra, hay también un grito silenciado de desasosiego.