Gabo Ferro y esa manía de despertar

Días atrás, la muerte nos golpea de nuevo. Gabo Ferro, quien había estado compartiendo su música en las redes sociales no hacía mucho, estaba muerto. Mensaje y mensajes corrían dando el anuncio en forma personal. Como corrían sus canciones. Nos deja mucho. Nos queda aún Gabo Ferro, porque la memoria es asesina y hasta a la muerte mata. 

18 de Octubre de 2020 08:33

Dicen que cada uno encuentra en la poesía lo que uno busca. Aunque con Gabo Ferro nunca se sabe. Uno encuentra más. Y más. Porque en sus poemas-canciones uno encuentra lo que busca, pero también lo que esconde.

Cómo no pensar y pensarse, sentir y sentirse en versos como: “Alternan su conciencia de vacíos a llenos, de complejos a simples, de mortales a eternos”. O “Somos tres en la vida, lo muerto, yo y el camino”.

Me gustaría pensar que la poesía y la música de Gabo Ferro es para todos y todas. Abordar lo real, el lenguaje y la imaginación partiendo de la vida misma. Y esa vida misma que toca tu cuerpo también, se expresa.

Dice Alejandra Pizarnik: “y alguien entra a la muerte con los ojos abiertos como Alicia en el país de lo ya visto”. Quizás Gabo entró así. Porque sí. Gabo Ferro está muerto. Pero me gusta pensar que tuvo esa misma actitud que describe Pizarnik.

Lo conocí hace cerca de quince años, si mi memoria no falla. El amigo Joaquín Correa me invitó a la patriada de traer a un trovador de Buenos Aires  a cantar a Mar del Plata. Y vino. Y trajo su poesía y su lectura de esto que llamamos realidad y la convidó.

Fue un viaje de ida. No hubo vuelta atrás luego de aquel primer encuentro, al que le sucedieron varios más después, así como intensas charlas previas a sus presentaciones. En este espacio compartiré algunas de ellas. Fueron largas, muchas y reiteradas, por eso decidí solo tomar algo de su voz y de su pensamiento.

A Gabo Ferro le gustaba poder revisar los viejos temas con nuevas  miradas. No le interesaba  la fama. No trabajó para eso, sí lo hizo para que estas canciones y su manera de trabajar lleguen a la mayor cantidad de gente posible, pero no  a cualquier precio. “Porque la manera es lo efectivo” decía. Y esto tiene que darse como un contagio cuerpo a cuerpo.

Como decía, a uno le gustaría que esto llegara a todos. Quizás el mundo sería otro sí así fuera. Pero está visto que no. Pero llegar y destinar son cosas distintas: ¿para quién trabaja y escribe Gabo Ferro?

“…llegué a una conclusión que me gustó y aún hoy me sigue gustando y por eso la repito: escribo para un sujeto que es libre y porque es libre está angustiado y entonces trato como objetivo la felicidad mía y de los otros y en base a eso entender. Entender con una canción, entender con un ensayo que apunta a lo histórico, entendiendo la historia general para entender nuestra historia particular. Entendiendo porque hacemos lo que hacemos, porque sufrimos, porque nos causa dolor lo que nos pasa. Entonces el objetivo es el mismo, las maneras por las que pretendo llegar a la felicidad son diferentes” dijo.

Uno llega a su música, a sus poemas, y la atracción se completa. Pero aparece también cierto temor. Temor a huir por verse. Porque al placer estético que se genera inmediatamente le sobreviene un placer intelectual. Un cimbronazo a nuestras creencias, a nuestras actitudes impuestas. Pero esas canciones poemas son tan profundas que no se detienen en uno mismo. Sino, por el contrario, sigue. Nos traspasa.

-Definime lo que hace Gabo Ferro. Te pregunto porque parece que hay una necesidad de encasillarte todo el tiempo. Necesidad que creo vos no tenés…

-La música que debería escaparse de este sistema capitalista, al encerrarse en un disco, por lo tanto en un objeto de la industria cultural, se piensa en términos capitalistas y en términos de mercado. Y en esos  términos de mercado la clasificación es imperiosa. Por lo tanto, como a mí no me interesa y no trabajo para las cuestiones de mercado, no me interesa tampoco la clasificación, porque la clasificación hace que se puedan vender los discos por etilos, por géneros. Y  no solo en cuanto bateas, me refiero ahora a las descargas digitales que te propone lo que vos ya te bajaste, entonces la verdad es que no caigo en  la trampa de la clasificación y la veo como un proceso de asimilación y anulación de la obra del artista. Porque si hacés algo del estilo “A” se anula cualquier originalidad.

-Y esto ¿es bueno para el músico, para la música, para la cultura, para el sistema?

- Los músicos la padecen porque en el disco hay una canción que gusta o se vende y te empiezan a pedir que hagas un disco igual a esa canción. Y cuando alguien tira algo más o menos original te dicen “pero no se parece a…” ¿y en qué  termina? En el refrito del vivo poniendo dos temas originales que solo les interesa a los fans y lo único que quieren es escuchar es la misma canción miles de veces. Pero una misma canción que hacen miles de autores y miles de músicos. Y eso anula identidades y  le viene bárbaro al mercado al que no le interesa nada la identidad de los músicos.

-¿Y qué es una canción?

- La canción no es como un brillante, por el contrario, es como una piedra que a medida que va cayendo y va rodando, se va cargando. Así como los cantos rodados,  se va cargando de energía, de sentido, de significado. A mí una canción que nadie escuchó no me dice nada. Cuando me vuelve una canción que ya está gastada de cantada, me vuelve con una riqueza que muestra que en el origen es un grano de arena y me vuelve una montaña.

- Para que sea una montaña de regreso tuvo que circular mucho…

- No me gusta imponer mi canción. Por eso si alguien llega a ella es porque alguien hizo un trabajo: le pasó un link, le comentó algo, le pasó un disco. Y ese boca a boca no es un boca a boca así nomás, porque uno no habla con cualquiera ni se comunica con cualquiera. Hay carga de afecto en eso. Y es la mejor manera que puede tener un artista para que su obra se divulgue y con esa llegada ya es una llegada amorosa. Yo quiero, casi como un Virgilio ¿no?, pasear a alguien por distintos escenarios, distintos paisajes que hasta le pueden ser muy  familiares y de ahí jugar con la propia historia, sin yo conocerla  inclusive, pero cada uno hace de las cosas más valientes y más interesantes que pueda tener quien participa de un hecho artístico, que es poner a jugar su propia historia. No es lo que yo pido, sino lo que resulta.

Gabo Ferro no se consideraba un poeta. Según decía, él intentaba hacer letras lo mejor que podía usando recursos poéticos. Pero no las veía como poemas, sino como letras de canciones.  La poeta Diana Bellesi asegura que “son canciones, pero al mismo tiempo hermosos  poemas: canciones-poemas de amor”.

Sus discos arrancan con preguntas. Preguntas lanzadas que cuentan lo que le contaron o lo que vivió el propio Gabo (“A la canción hay que ponerle el cuerpo también” me dijo una vez). Sin simplificar, él intentaba hacer una canción, una melodía, un ritmo y una potente letra – poema. Y siempre lograba revelar algo. Siempre conseguía darte ese empujón hacia la comprensión, que desde la cabeza ordenaba el alma.

“Hay que hacer cosas buenas con los recuerdos, no hay que quedarse con un regocijo melancólico vicioso y viciado. Al contrario, hay que hacer cosas lindas con los recuerdos” me dijo. Y agregó: “Calculo que el carpintero trabaja con la madera y el panadero con la masa, nosotros trabajamos  con las emociones y por eso salimos tan cachados… Trabajar con las emociones tiene eso de estar en un estado particular; donde dos o más personas se encuentran, por lo general, siempre sucede algo”.

En el origen de ese grito y de ese canto  están, ya dije, los hechos mismos.  Ese grito desgarrador y denunciador clausura abriendo.  Pero ese grito no ocupa el lugar de la poesía-canción, sino que lo comparte.  Se presta el sublime esfuerzo  de pasar de lo ordinario a lo más supremo. Todo queda expuesto. Todo golpea y denuncia. Todo se goza. “Nous écrivons des choses éternelles (escribimos cosas eternas)” le dije alguna vez,  “el amor, la muerte, la búsqueda de la felicidad (si existe algo así), la angustia”. Y él agregó, “Yo con la angustia me llevo muy bien porque me moviliza, me moviliza hacia un lugar de alegría. Yo no creo mucho en ese status pleno de la felicidad porque la verdad es que hasta ahora no me ha toca, lamentablemente. Pero  sí me han tocado infinitas cantidades de momentos de mucha alegría. Es entonces una angustia movilizante para la alegría, que es el lugar donde yo estoy. Quien ha ido a mis conciertos sabe que hay un momento pesante que es el momento de la canción o de la lectura, pero está el otro momento que es el del diálogo, del aflojar, de la broma, del chiste, de la risa”.

Gabo Ferro descubrió lo profundo. No se lo contaron, lo descubrió. Como los budistas, no buscaba: encontraba. Él supo que el ser humano es ir yendo. Lo supo y lo compartió con todos y todas. No importaba quien. Él compartía.

Las mejores canciones fueron antes que nada. Hay que cantarlas, hay que compartirlas. Siempre lo que pasó se cuenta desde lo que pasa. Fui un privilegiado. Lo soy al sentir hoy sus palabras y al traerlas. Gabo Ferro tenía un color propio. Uno que compartía y fundía con los que elegía para que se acerquen. De ahí, siempre salió algo nuevo. No importa qué, pero siempre con algo nuevo te quedabas.

 “…La muerte no existe acá, todo está vivo, presente, la memoria es asesina;

da muerte a la misma muerte… ¿Por qué no lloras un poco vos que vas bailando tanto?

Llorá bien, abrí los ojos y después seguís bailando…No te pido que te amargues,

me estas entendiendo mal, el apetito no es hambre y moverse no es bailar…”