Publican un texto inédito de Jorge Luis Borges

Se lo dictó el escritor a María Kodama y este fin de semana se conoció el manuscrito. Narra la culpa que siente el autor de "El Aleph" por el fusilamiento de un adolescente ordenado por su abuelo militar,

4 de Noviembre de 2020 08:45

Por Redacción 0223

PARA 0223

Siete meses antes de su muerte, el escritor Jorge Luis Borges le dictó a María Kodama un relato titulado "Silvano Acosta" en el que narra la culpa que siente ante un hombre fusilado por orden de su abuelo militar, un texto que por un lado expone los sentimientos del autor de "Ficciones" ante lo que considera un acto indigno a reparar.

El inédito, publicado el domingo junto con la versión manuscrita por la viuda de Borges, señala desde el comienzo algunas imprecisiones históricas en torno al accionar del coronel Francisco Borges -abuelo del escritor-, quien mientras se desempeñaba como Comandante Militar del Paraná firmó una resolución que terminó con la ejecución de un hombre llamado Silvano Acosta en 1871 bajo la acusación de ser un traidor.

A partir de datos autobiográficos, Borges le dicta Kodama que desde que nació contrajo "una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871". Esta historia está certificada por "un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública", dice el escritor.

El escritor dictó el 19 de noviembre de 1985 un borrador de cuatro cortos párrafos, cuyo interés radica en lo anecdótico, en lo biográfico, en el cierre perfecto de una vida literaria en la que construyó un linaje familiar signado por las armas y las letras.

"Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública. Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.

Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.

Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros. Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.

Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985".