En el huerto de las Mujercitas: El homenaje de Gloria Casañas a 150 años de la obra de Alcott

En el huerto de las Mujercitas, rinde homenaje a una escritora que evadió los esquemas de pensamiento reservados a las mujeres de su época, se atrevió a desafiar las convenciones sin perder su amor por la familia ni el romanticismo, y dejó profunda huella en otros escritores.

1 de Marzo de 2020 10:54

En 1868 fue publicado el hoy clásico de Louisa May Alcott, Mujercitas. Más de 150 años después de aquella fecha, la complicidad de las cuatro hermanas March sigue generando entusiasmo y encanto en sus lectoras y lectores. Aunque también es compartido esto por quienes se animan a releer la obra en las claves que brindan el paso del tiempo.

Gloria Casañas rinde un más que merecido homenaje a Louisa May Alcott en su nuevo libro, En el huerto de las mujercitas (PLAZA & JANES - Diciembre 2019). Dicho homenaje parte de las sucesivas relecturas de la obra que la llevaron por caminos muy diversos, según el paso del tiempo, donde el contexto lleva o empuja a destacar algunos detalles que anteriormente no se había hecho. La propia autora agrega a esto que “Mujercitas es un libro que generalmente es leído durante la infancia o la primera adolescencia. Pero, en general, uno lee en esa época con avidez y no te planteas nada sobre quién es al autor, sabiendo su nombre, pero no sabés nada sobre su vida, sobre su historia, cómo vivió o dónde. Sin saber nada de ese trasfondo del lugar donde vivió Louisa, rodeada de esos vecinos tan ilustres, es algo tan extraordinario que recién ahora, al leerla de nuevo en la adultez, no solo me permiten entender muchas cosas que de chica se me pasaban, sino que además la lectura cobra otra dimensión. Y eso es lo que más me maravilló. Le encontré una riqueza a Mujercitas, que más allá de que era mi libro emblema, ahora, al releerlo,  dije, acá está la voz de Louisa May Alcott. Pero recién te das cuenta cuando conocés su trasfondo”.

-Además uno accedía a ediciones adaptadas o edulcoradas, según la época, y hasta mal traducidas.

- Totalmente, a mí me pasaba que a veces, al releer otras ediciones, notaba que habían modificado un diálogo y yo, que ya lo tenía aprendido de memoria, no me gustaba. Mujercitas es una novela que ha sido muy modificada a lo largo del tiempo. Ahora salió una edición (PLAZA & JANES - Enero 2020) que dice que es completa, dice que es “Sin censura”; y yo me preguntaba qué habían censurado, qué podían censurar de esta historia. Y en realidad creo que lo que querían sacar o modificar era lo ideológico.

Mujercitas siempre fue considerada una obra para chicas, inclusive el propio editor de la autora pareciera que le dio ese lugar. Sin embargo, desde su primera aparición, se abrió paso y quedó incrustada como un clásico, uno de aquellos que despierta lectores, y eso habla de la fibra del propio texto. Muchos fueron los que desmerecieron la obra, pero por el contrario, dejaron un germen en muchos y muchas debido a que, cada uno, se identificaba con algún personaje de ella por los motivos que sean.

-¿Por qué se da esa identificación tan fuerte con los personajes?

- Louisa tomó sus historias de la realidad en que ella vivía. Las Alcott también eran cuatro y todas eran como ella las reflejó, incluso a una ni le cambió el nombre, que era Elizabeth. A las demás le puso otros nombres, pero son ellas. Yo creo que esa conexión tan fuerte con una realidad que en Louisa estaba encarnada muy profundamente, de alguna manera te toca a vos también. Porque es algo que ya trasciende la época y el momento en que lo leés. Es algo  muy humano. Todos los que leen Mujercitas se emocionan y eso es porque toca algo íntimo del corazón humano.

Cuenta Casañas que cuando ella se enteró de la existencia de la casa de las “mujercitas”, fue un impacto tremendo. En un viaje fue hasta allí, la visitó, la conoció y descubrió el lugar donde había sido escrita la novela que tanto la había fascinado. Quería contarlo todo acerca de ese lugar, de esa gente, pero no hallaba la manera. En un segundo viaje, directamente, se instaló en Concord, lugar fundacional de la historia norteamericana. Visitó Orchard House, la casa de las hermanas March en la novela, y comenzó un estudio detallado sobre Louisa May Alcott: sobre ella, su vida, su relación con su padre y con su madre. Es así y allí mismo donde comenzó a desarrollar la manera final de contar todo la historia. “Pensé, ‘Si yo estoy acá tan encantada viendo todo esto, lo mejor es crear un personaje que también vaya a Concord, que conozca a Louisa, que conozca Emerson, a Thoreau, que sepa cómo viven todos, pero en la misma época en que se publicó Mujercitas. Así apareció Clemens (homenaje a Mark Twain) que es la interlocutora” sostiene la autora.

En el libro uno descubre mucho de Louisa May Alcott, mucho de aquello que no dejan entrever sus vivencias en Mujercitas. Ahí, ella se limita a contar una historia familiar con sus hermanas, una especie de drama doméstico. Pero en Louisa hay una mujer de una riqueza interior tremenda, pero además, de muchas contradicciones y  torbellinos internos que la hacen muy interesante como persona.

-Queda en evidencia tu fascinación. Vos querías que se supiera todo sobre ella. Ahora bien, dado ese encanto, ¿la trataste como cualquier personaje de tus ficciones o tuvo trato especial?

- Creo que la traté como si no supiéramos que es Louisa. Ella se revela. Pero todo lo que ella hace en su lugar, cómo se mueve y cómo habla, es como realmente era, ya que todo el material está tomado de sus diarios y de las biografías que leí sobre ella. La trate de mostrar tal  como se mostraba y como no se mostraba, porque era muy solitaria. Además llevaban una vida muy sencilla. El pueblo es muy chico, en ese tiempo lo era más, muy bucólico, muy apacible. Era una vida muy rural y tranquila. Su padre trabajaba en el huerto pero era un filósofo, un hombre muy idealista y era parte de todos esos trascendentalistas que había por ahí. Era muy respetado en su pensamiento.

-¿Por qué es importante leer Mujercitas hoy?

- Creo que para rescatar la voz de Louisa que fue pionera en la lucha por ideales como el abolicionismo, el sufragio femenino, la independencia de la mujer. Y esas ideas ella ya las había aprendido de su padre y de su madre. Ellos eran también parte de ese círculo ideológico que se daba en ese lugar en esa fecha (1868).

En el huerto de las Mujercitas transcurre en 1869, es decir, cuando Alcott ya era famosa. La novela tuvo un éxito inmediato, a pesar suyo, ya que no era eso exactamente lo que quería escribir. Su editor lo sabía, lo intuyó, ya que tuvo el tino de solicitarle que deje un espacio abierto para seguir escribiendo esas historias, convencido de que podían gustar (se la había hecho leer a una sobrina y había quedado encantada). Por supuesto, rápidamente, le encargó la segunda parte y de ahí salió toda la secuela de Mujercitas.

Hoy muchos hablan de Mujercitas y el logro de Alcott (los aniversarios con números redondos ayudan), de sus descripciones, de sus ideas, de sus silencios, del perfil de cada personaje y de su compromiso. Louisa May Alcott reaparece cada vez que alguien toma por primera vez Mujercitas, pero también lo hace cada vez que alguien lo relee. El texto cobra vida y despierta a su interlocutor. Lo sacude desde la historia y desde sus ideas. Lo escrito por ella escrito está; pero todo lo que genera en el otro es aún una serie de reacciones inimaginables. Reacciones que resignifican los personajes y sus ideas. Somos lo que leemos, hablamos desde aquello que leemos también. Quizás ahí esté la vigencia de Mujercitas. Denunciando y personificando las necesidades de un mundo donde aún falta tanto por construir y redescubrir.