Volvieron los candados del amor al puente Illia: el origen de un rito que nunca muere

Pese a la medida que adoptó en septiembre el Municipio, muchas parejas volvieron a repetir la tradición romántica en el Paseo Dávila. Cuándo y cómo nació esta costumbre.

7 de Marzo de 2020 17:54

Algunos tienen la suerte de lucir fechas y nombres grabados, otros apenas se jactan de llevar impresas grandes iniciales en tinta de fibrón aunque se reconocen dichosos cuando advierten que a su lado existen pares más desamparados, que sólo pueden exhibir una desnudez anónima, casi virgen, únicamente ultrajada por las huellas del tiempo. Poco importan las marcas en su piel si se descubre la razón amorosa que da vida a aquellos rostros de bronce. Sí, estos candados tienen rostro y es un rostro que también brilla frente al sol con la misma fuerza de ese mar que se descubre como un manto de plata increíble ante las miradas que lo interpelan.

Los candados que tienen rostro son los que se encuentran en el puente Arturo Umberto Illia: son los que volvieron a nacer en el Paseo Alfonso Dávila después de que el exintendente Carlos Arroyo los retirara y los fundiera en septiembre por temor al peso con el que sobrecargaban las lingas de acero ante el riesgo que significaba para las personas que circulaban por la zona. El rito, sin embargo, hace oídos sordos a las acusaciones de las autoridades y no muere en Punta Iglesia: muchas parejas se siguen acercando a la costa para dejar una muestra cabal y perpetua de la unión de sus corazones.

Es, sin dudas, el rostro del amor el que se dibuja bajo el peso simbólico de los candados del Paseo de Las Américas: el rostro de un amor puro, dulce, inocente, casi novelesco. Precisamente, el éxito en ventas de Tengo ganas de ti (2006), escrita por el italiano Federico Moccia, fue lo que terminó de expandir por Europa la tendencia romántica que años después se consolidaría en “La Feliz”. En la novela, Step y Gin, los protagonistas, sellan su romance con un candado que dejan en el Ponte Milvio sobre el río Tíber, al norte de Roma.

En una entrevista, el autor aseguró que, hasta el lanzamiento de su obra, solamente había un candado en el lugar. No era casualidad: él mismo lo había colocado antes de publicar la historia para fingir un rigor de verdad a sus lectores. “Yo puse el primero, el día antes de salir el libro, en febrero de 2006, en el puente. Todavía no existía esta tradición. Puse una cadena con un candado porque pensé que si alguien leía el libro y era curioso e iba allí para ver si había algún candado, lo vería y se emocionaría. Se quedaría sorprendido y diría: ‘Ah, la historia es de verdad’”, explicó.

Probablemente, el mayor éxito de la novela no fue en papel sino en la pantalla grande. La ficción edulcorada de Moccia, que en realidad se configura como la segunda parte de una trilogía que abrió sus puertas con “Tres metros sobre el cielo” y tuvo su cierre con “Tres veces tú”, fue otro gran furor en el cine tanto en la adaptación italiana que estuvo a cargo de Luis Prieto como con la versión española que dirigió Fernando González Molina y que tuvo a Mario Casas y Clara Lago como protagonistas.

Así, el rito se contagió como una epidemia entre los enamorados que deambulaban por los puentes de ciudades tradicionales como Sevilla, Murcia, Badajoz, Londres, Florencia y París. Y tal como ocurrió en Mar del Plata, las autoridades de cada sitio donde se replicó la costumbre sufrieron los mismos dolores de cabeza por los serios riesgos que implicaban los candados para el sostenimiento de las estructuras. Los problemas en la capital francesa, sin embargo, son de los más anecdóticos e increíbles para evocar.

El Pont des Arts, el que atraviesa al río Sena, el mismo que sirve de escenario para los reencuentros permanentes entre Horacio y la Maga en la “Rayuela” de Julio Cortázar, soportó 45 toneladas de los candados del amor hasta que un día no pudo más: en 2014, sufrió el derrumbe de una baranda de casi dos metros de largo. Obviamente, los parisinos no encontraron más remedio que retirarlos y dictar su prohibición aunque todavía, pese a las advertencias gubernamentales, sobreviven gestos románticos en la escalera que conduce a la ribera del río.

El rito de novela, al final, parece encontrar el mismo destino que la metáfora bajo la cual las parejas justifican el acorazamiento simbólico de los puentes: el de perpetuar una unión. En Roma, encontraron una solución parcial que fue la de colocar rejas y columnas dentro del mismo Ponte Milvio para evitar que se debilitaran las farolas antiguas. La iniciativa dio resultados pero con el paso del tiempo también se vieron obligados a quitar los candados.

Mientras el Municipio evalúa la nueva determinación que tomará al respecto, el puente del Paseo Dávila será un testigo fiel de los amores que convergen en la costa marplatense. No sólo lo es por sus candados: en sus barandas y maderas se descubren otros gestos de ternura. Hay infinidad de nombres escritos, se repiten pares de palabras que se leen como si fueran una sola como "te quiero" y "te extraño"; hay corazones dibujados en formas diversas y hasta se puede llegar a leer un clásico adverbio en inglés como "forever".

La vida que sostiene esta tradición romántica, quizás, se puede explicar como una prueba diáfana de que todavía existe 'lo cursi’, eso que Mario Benedetti, con un leve resquemor, define en "La Tregua" como la necesidad inexplicable de algunas personas de andar siempre con el corazón en la mano. Es evidente que, en Mar del Plata, las parejas más enamoradas no sólo andan con el corazón en la mano sino con candados y con la esperanza renovada de que el amor también puede llegar y quedarse para siempre.