Haroldo Conti, entre la llanura y el río

Haroldo Conti nació en Chacabuco. Fue uno de los tantos desaparecidos por la dictadura cívico militar del 76. Hoy lo tenemos en sus maravillosos textos que homenajean a la vida combinado arte y compromiso. Nadie puede salir igual  una vez dentro de su obra.

14 de Junio de 2020 10:00

Tarde o temprano la vida se me pondrá por delante y saltaré al camino. Como un león” dice un personaje de Haroldo Conti en uno de sus cuentos. Como un león. Y así encaró también él toda su vida. Toda, hasta ese mayo del 76 donde lo secuestran los militares en su domicilio. Hoy es uno de los tantos desaparecidos más.

Haroldo Conti nació en Chacabuco, pueblo pequeño en la llanura de la provincia de Buenos Aires. Aquellos que lo conocieron lo definen como  un tipo muy simpático, un gran viajero y un aventurero. Durante su vida practicó muchos oficios: fue camionero, publicista, casi cura, dio clases de filosofía y literatura, piloto, navegante, construyó su propio barco y hasta tuvo un naufragio. Todo eso, y más, hizo de la vida de Conti una obra literaria, y de su literatura una experiencia vívida y sentida que no te deja igual después de leerlo. 

Bajo una humildad temática y un tono sostenido, más la fuerza de los personajes (sin heroísmo ni reconocimientos), nos lleva Conti a una lectura tan potente que logra confundir en el lector  lo narrado con su propia vida. Como si todo fuese lo mismo o igual. Pero no es así. Cada cual tiene su lugar y su experiencia. Cada uno representa un mundo que se enriquece con el otro. “Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo”, dice en La balada del álamo carolina.

Habían pasado siete años de la desaparición del escritor de Chacabuco cuando los periodistas Camilo Sánchez y Néstor Restivo llevaron adelante su biografía. Es decir, aún vivían muchos de los personajes que él había puesto en su literatura. “En aquel entonces fue muy entrañable ver como en la obra de Haroldo, se mezclaba la vida y la literatura. Iban por un mismo carril. No es que la literatura iba por un lado y la vida por el otro. En un principio, toda esa generación: Walsh, Urondo, Conti, homenajeaban la vida. En el caso de Haroldo era  más de tributo. Casi toda su literatura, salvo un par de cosas que son muy elegíacas, van hacia la alegría, de festejo de la vida”, recuerda Camilo Sánchez.

El libro salió en tres ediciones. Hoy es casi un inhallable. La primera, en 1986, se llamó Haroldo Conti con vida y se presentó en la feria del libro de ese año. El título encarnaba en el emblema de los derechos humanos de ese año y, además, iba en función con la novela del autor, En vida. Para la segunda edición, una más pequeña, se eligió un título más representativo del propio autor: Haroldo Conti,  una épica del río y de la llanura. Jugando así, con los dos ámbitos literarios de Conti, el Delta y Chacabuco su pueblo. La última edición, hasta ahora, se tituló Haroldo Conti: Biografía de un cazador, bajo la impronta de algunos de sus títulos también.

-¿Cómo terminó Haroldo siendo escritor?

- Él había pasado por el Seminario y era una cosa que le brotaba muy naturalmente. No le faltaba mucho para ser cura y decide dejar. Eso para nosotros está bien porque lo ganamos como escritor, no sé si hubiese podido ser las dos cosas juntas. Él ya escribía en esa época obras de teatro. Obvio que la formación que había tenido allí fue muy útil. Por ejemplo, fue alguien que leyó a San Agustín como nadie hasta ese momento lo había leído. Era un tipo de una gran poética, de un bagaje de lecturas de la literatura japonesa. Muy amplio y, además, un hombre de camino.

Conti fue una persona de un gran amor por la vida. Y eso se traslada a su literatura. Y a todo aquello, el lector lo ve, lo percibe, lo siente y lo vive en sus textos. En ellos se busca permanentemente unificar lo racional, lo lógico, con lo narrativo. Sabía narrar y muy bien, pero nunca dejaba de lado lo emocional. Camilo Sánchez recuerda las lecturas de sus textos y afirma que “nunca dejaba  de lado el otro carril, ese que a nosotros nos mantiene vivos: el de la emoción, el del corazón”. Como decía él mismo: “No estamos solo para hace cuentas acá, hay un farol en el pecho siempre iluminando el camino”.

Sus días están en permanente contacto con sus letras. Acción, pensamiento y sentimientos se unifican, confluyen en su trabajo. Fue, quizás, una generación marcada por esta característica y por eso lo hemos pagado tan caro. Sus libros generan encantamiento. Uno no puede permanecer igual luego de sus textos. Es más, a uno le resulta difícil salir de él, de ellos. Pero, a pesar de todo, hoy ya pertenece a ese grupo de escritores más citados que leídos. “Creo que aún su literatura es algo que hoy muchos argentinos nos debemos” afirma Sánchez.

-¿Se puede hablar de una poética de Conti?

- Él no hacía una literatura engorrosa ni pretenciosa. Decía que era un hombre de los caminos y que había que despojarse de toda pretensión a la hora de hacer literatura, que había que despojarse de toda pretensión y contar. “Solo contá con todo tu corazón, que nadie recuerde tu nombre sino esta simple y sencilla historia” decía.  Si hay una línea de acción en la literatura de Conti quizás sea esta. Está en uno de sus libros, en un acápite  me parece que hay algo de eso. Hay una gran carga de emotividad en él, que en general  podríamos decir que ser emotivo o generar emoción, en los últimos años te diría, es como ninguneado.

- ¿Cuánto de su vida hay en esa poética?

- Él tenía cero vanidades, pero de lo único que tenía cierto orgullo era de su certificado de naufragio. Frente a La paloma, en un barco que habían hecho con cuatro amigos, en un cruce por el Río de la Plata y llegando a La Paloma, habían tenido que naufragar y, entonces, le habían dado un certificado de naúfrago. A él le gustaba el camino, la ruta a la aventura. Pero también reivindicaba su lugar de origen. Cuentan que a él lo llevan una vez a un congreso de cultura en otro país donde estaban todos los grandes escritores latinoamericanos. Y todos se presentaban diciendo, por ejemplo, “Mario Vargas Llosa, de Perú”,  “García Márquez, de Colombia”,  “Bendetti, de Uruguay”  y cuando le tocó a él dijo: “Haroldo Conti, de Chacabuco”. La reivindicación del pago chico, de su lugar.

El río y la llanura. Toda su literatura,  su épica, está ahí. Sus libros más entrañables son los que adhiere o recuerdan al río (Sudeste)  y a la llanura (al final de su vida hace La balada del álamo carolina que es un tributo a Chacabuco).  Entre esas épicas estaba la aventura de su vida junto con En vida o Alrededor de la jaula que son libros aporteñados, de su transición por Buenos Aires y donde está  más melancolizada su voz, como esperando el momento de salir a la ruta de nuevo.  

-Él tenía relación con Cuba y militaba, además, pero ¿qué idea de revolución tenía? ¿Cómo fue todo aquello?

- Fue una cuestión epocal para mí. Él estaba en el PRT, en la estructura partidaria del partido, y era una persona que había viajado a Cuba. En realidad él fue premiado allá y también fue a investigar a uno de sus grandes amores literarios que era Hemingway. Pero lo que siempre se dice es que nadie se lo imaginaba como una persona de armas llevar. Sí, según lo que me contó Marta Sabat,  su segunda esposa, quizás ellos estaban protegiendo en su casa a alguien y cuando vinieron también se lo llevaron a Haroldo. Él no era inocente y sabía que corría sus riesgos…

- ¿Él se sabía buscado, entonces?

- Sí, y eso es lo más tremendo. En fin, no sabemos qué pasó ahí y quizás nunca lo sabremos. Pero era una persona muy reconocida, había salido en la revista Gente para darte un ejemplo, escribía en la revista Crisis, es decir, era un tipo de lo más importante de la literatura Argentina en ese momento y quizás haya pensado que, como él no estaba realmente en algún grupo armado directamente  sino solo en el PRT,  tal vez no corriera ningún riesgo físico. O tal vez, sencillamente  (como él mismo dijo en alguna declaración) no se iba a ir de acá. Tenía un hijo de pocos meses de su segundo matrimonio, tenía sus otros hijos adolescentes acá también con quienes tenía un vínculo entrañable. Eso está chequeado para el libro, porque ambos colaboraron mucho para que esto salga. Era un padre muy presente  y, tal vez, no haya podido dejar todo e irse del país en ese momento.  Y tampoco le dieron mucho tiempo: el golpe fue en marzo y a él se lo llevan en mayo. Una enorme pérdida humana y una grandísima pérdida literaria, porque la verdad es que yo no sé a dónde hubiese llegado Haroldo si a los 51 años había escrito lo que había escrito;  yo no sé si llegaba a los setenta o más lo que hubiese podido dejar. La verdad es que hasta ese momento ya tenía una obra contundente.

-¿Lo hicieron en los primeros años de la década del 80, esto les generó algún problema en su proceso de escritura?

- Como estuvo el libro muy signado por la cercanía de su desaparición, primero tuvimos dificultades con la gente porque no se atrevían a contar mucho, había cierto miedo aún. Pero me acuerdo que fuimos a entrevistar a su familia a Chacabuco y allá estaba  Haydeé, que es la tía amada por Haroldo, fue casi su madre y es la protagonista del cuento Perfumada noche (La balada del álamo carolina). Estábamos en su casa en la llanura y mientras grabamos sus recuerdos comenzó a sonar el teléfono y ella lo dejaba sonar. Entonces le dijimos que podíamos parar para que atendiera (un personaje entrañable con sus casi 80 años también). Le dijimos si quería que cortemos la grabación para después seguir. Nos miró y nos dijo: “¡Noooo, hace siete años que quiero hablar de mi sobrino, que llamen de nuevo!”.

Camilo Sánchez no deja de recordar instancias de aquella investigación y repensar la obra de Haroldo. Menciona a familiares y amigos de Conti que fueron parte de las entrevistas que dieron lugar luego al libro, entre ellos  a Humberto Costantini, quien lanzó la idea que él, junto a Restivo, recogieron para llevar adelante esta biografía, así como relecturas de su obra. “Una vez, dando clases en TEA y en un momento donde estaba dando crónica, me digo: ‘voy a dar algo de Haroldo que hacía tiempo que no lo visitaba. Por suerte cada vez que uno vuelve a él lo encuentra muy vivo siempre’. Entonces di la última crónica que él publicó, se llama Tristezas del vino de la costa y aparece en la revista Crisis (abril – 1976). La empezamos a leer en clase y él ahí, en el segundo párrafo hace un chiste, como preguntándose si existía la isla Paulino, si no habría desaparecido. Y se pregunta: “¿o el desaparecido seré yo?”.  Casi un augurio, faltaba un mes para que él desapareciera realmente. En la clase siguiente, uno de los chicos se acerca y me da el teléfono y me dice que su mamá me quería saludar porque hacía mucho que no hablaba conmigo. Atiendo sin saber quién era y era Alejandra Conti, la hija de Haroldo. Su nieto estaba ahí mientras leíamos su crónica, ahora él estaba estudiando periodismo. Fue una tarde muy emotiva para todos”

Ese número de la revista Crisis fue una edición extraordinaria por su tercer aniversario. Ahí se juntaron firmas de los más grandes de la literatura: Pichón Riviere, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Juan L. Ortiz, Vicente Zito Lema y Julio Cortázar.

Escuché alguna vez por ahí que  muchas de las cosas imposibles con las que uno se choca  tienden a cierta perfección. Las relaciones circunstanciales que brinda la literatura, así como su don de anticipación, suelen ser muy dolorosos. El resaltado de aquella última crónica de Conti lo ejemplifica. Pero hay más. Por supuesto que con “el diario del lunes” todo parece más fácil. Pero eso no despeja de nostalgia y dolor los hechos reales.

Cuenta Julio Cortázar que el cuento Segunda vez fue escrito en momentos en que la Argentina empezaba una de las formas más siniestras de la represión, las desapariciones de personas. “Gente de la cual bruscamente se deja de tener noticia total y definitivamente...” sostiene Cortázar. Y agrega en sus Clases de literatura en Berkeley (Alfaguara – 2014) “En mi espíritu, cuando lo escribí, el cuento contenía una denuncia, pero no hay una referencia concreta a ese tipo de desapariciones (salvo el hecho de que ocurre en Buenos Aires)…” Segunda vez es el cuento que se publica del autor en dicha revista. Es decir, a los dichos de Conti en su crónica, podríamos sumar también esta denuncia de Cortázar sobre las desapariciones, viéndolo a la distancia, como recreación de lo que vino luego. A toda esa pérdida, a todo ese dolor incomprensible y desconcertante se  lo anticipó con palabras casi al mismo tiempo de su facticidad.

Mi “primera lectora”  fue quien me metió en el mundo de Haroldo Conti. Solía decirme que en sus textos combinaba arte con compromiso. Su vida eran esos textos y esos textos ordenaban sus días.  Como se dijo, no hay posibilidad de salir indemne luego de llegar a Conti. Mascaró, el cazador americano, Sudeste, La balada del álamo carolina, Con otra gente. Textos maravillosos que nos traen a Conti a nuestros días permanentemente.

Cuenta Camilo Sánchez que en aquel viaje a Chacabuco, mientras hacían el libro, conocieron al “Pelado Conti”, como Haroldo le decía a su padre, ya con 80 años. Así relata aquello: “Lo recuerdo sentado al sol en una silla de ruedas. Nosotros decidimos no entrevistarlo porque realmente no daba para una charla de largo aliento, qué sé yo. Habíamos ido a saludar a la familia. Allí tenía un primo que tenía gallos de riña y estaba Maruca Cirigliano en la quinta donde él escribía los cuentos y donde se encuentra el famosos álamo Carolina que es protagonista de ese cuento formidable suyo. El padre, en un momento de la recorrida por ahí  junto a  Restivo, me llama y me dice: “Dígame, ¿usted es periodista y está haciendo un libro sobre el flaco?”  Y, ante mi respuesta afirmativa, me mira y me dice en voz baja, ‘Y dígame ¿Haroldo está vivo?’. Yo me quedé en silencio porque la información que yo tenía era que no, pero en ese momento, te digo la verdad, yo le mentí. En realidad,  yo creía que le mentía, “Me parece que está vivo”. Y vos fijate que ahora estamos hablando por Haroldo y de Haroldo, o sea que tal vez yo no le haya mentido tanto, esa es la sensación que tengo hoy. Quizás no le mentí a don Pedro Conti sobre la historia de su hijo”. A Haroldo Conti, para que nunca se muera.