Año nuevo

El comienzo de un año siempre parece alentador. Las civilizaciones antiguas celebraban con ritos la llegada del nuevo tiempo mientras que las modernas lo piensan como el olvido de lo que pasó en el tiempo anterior.

2 de Enero de 2022 13:49

Un nuevo año comienza. Arranca el 2022 y uno podría decir que, venga lo que venga, puede que sea mejor que lo que deja el 2020 y el 2021. Pero vaya uno a saber qué nos espera. Vaya uno a saber cómo se mirará el año que dejamos atrás bajo la perspectiva el tiempo.

Lo cierto es que un año nuevo comienza, al menos para nosotros y nuestro calendario gregoriano que pone como fecha de inicio el 1 de enero (día de año nuevo) que coincide con el primer día del año en el calendario juliano original y en el romano.

A propósito, entre los antiguos romanos, al iniciar un nuevo año (annus), se dedicaban plegarias a la diosa Anna Perenna.  Esto tenía que ver con que el annus magnus es lo que tarda en su rotación el ciclo zodiacal para volver a su posición primera. Se simbolizaba con un círculo que representaba un ciclo.

“Llené los vasos y dije, que el próximo año sea mejor. Feliz año nuevo” dice el narrador del cuento Feliz año nuevo de Rubem Fonseca.

Pero si hablamos del comienzo de un año nuevo y de festejos, debemos recordar también que existe una  leyenda galesa que relata que el hijo del rey Berwyn, Ceraint el Borracho, fue el primero en preparar la cerveza de malta. Cuenta la leyenda que hizo hervir el mosto con flores campestres y miel y, durante la ebullición, vino un jabalí y dejó caer un espumarajo que provocó la fermentación. La leyenda no tiene equivalente conocido en el repertorio irlandés, pero se advierte que el consumo de la cerveza va parejo con la de la carne de cerdo (o sobre todo de jabalí) en todos los festines rituales de la fiesta de Samain (año nuevo céltico).

Otras culturas celebran de otras formas. Por ejemplo, entre el pueblo de Zuni (etnia indígena norteamericana), en la gran fiesta del solsticio de invierno, que es también la fiesta del año nuevo, el primer día, después de haber encendido sobre un altar el fuego del año nuevo, se entonan cantos-espirales y se bailan danzas-espirales. Estas, afirman algunos, aseguran la permanencia del ser a través de las fluctuaciones del cambio. Cuentan que para los mayas el solsticio de invierno es el momento cero de su cosmología que  tiene la espiral por símbolo. Es el instante crítico en que debe asegurarse el nuevo inicio del ciclo anual, sin el que ocurriría el fin del mundo. El terror provocado por esta amenaza debe relacionarse con los sacrificios humanos practicados por los aztecas para dar fuerza y sangre al sol a fin de que recomenzase su recorrido.

Emilia Pardo Bazán es la autora del cuento Vida nueva.

Un poco más abajo, hacia el sur del continente americano, la constelación de las Pléyades desempeñaba  un papel de primer orden en el sistema cosmogónico-religioso de los incas. Era una constelación  divina por su vínculo con el ciclo agrario, eran honradas en junio, a su aparición, que coincidía con el año nuevo para ellos, mediante sacrificios humanos en los que víctimas voluntarias se arrojaban a un precipicio. Se las consideraba guardianas de las cosechas, las dueñas de la madurez de los frutos, que velaban sobre el maíz para que no se resecase. Eran, por otra parte, las divinidades protectoras frente a las enfermedades y especialmente frente al paludismo. También en el antiguo Perú el padre Francisco de Ávila señala que los yunca observaban detenidamente la aparición de esta constelación: si las estrellas aparecen un poco grandes, concluyen de ello que el año será próspero; si por el contrario son pequeñas, es un signo de un año escaso.

El muérdago suele empardarse con las fiestas de fin de año. Esto surge de la tradición de regalar una rama dorada, símbolo universal de regeneración y de inmortalidad. La rama de oro es el muérdago, cuyas hojas verde pálido se doran a los rayos del sol del invierno en los oscuros encinares y robledales. Su cosecha coincide con el nacimiento del año. De ahí aquella expresión, “¡Con el muérdago el año nuevo!”.

Más acá en la historia, el poeta W. H. Auden presenta su Carta de Año Nuevo en 1940. En el magnífico poema de más de 1700 versos dice: Sometidos al peso sin clemencia / del invierno, el estado y la conciencia, / en formación variable, compartiendo / amor, lenguaje, soledad o miedo, hacia los hábitos del año entrante / la gente va fluyendo por las calles / cantando o suspirando mientras pasa.

Iniciamos una nueva vuelta alrededor del sol. El imaginario moderno asimiló esto con la llegada de un recién nacido y al año que despedimos con un viejo. La escritora Emilia Pardo Bazán, en su cuento Vida nueva, cuenta que “… Ángela, exaltada, materializó, por espacio de algunos segundos, la imagen del año que se iba y la del que venía. Los vio tal cual los pintan en alegorías y almanaques: el que se iba, centenario de luenga barba nívea, de agobiado espinazo, de trémulas manos secas, apoyado en nudoso bastón, envuelto en burdo capote gris, del gris acuoso de las nubes; y el que venía, rollizo bebé, en camisa, hoyoso, carrilludo, colorado, juguetón de pies, acariciador de manos, con luz del cielo en los ojos azules y rosas de primavera en los labios, que aún humedece la ambrosía de la leche maternal…”.

Promediando el texto, Pardo Bazán sentencia una frase que bien podría decirse hoy con respecto a lo pasado: “empieza Año Nuevo, ¿sabes? -suspiraba ella, vehemente, anhelosa, menos embriagada con la realidad que embebecida en la esperanza-. Año nuevo, vida nueva… ¿Verdad que sí? ¿Verdad que no volverán días como esos del año pasado, tan largos, tan fríos, tan horrorosos? ¡Ese año maldito tuvo lo menos dieciocho meses! ¡Anda, dime que no volverán!… Vida nueva…”

El 2022 ya es nuestro. “Llené los vasos y dije, que el próximo año sea mejor. Feliz año nuevo” dice el narrador del cuento Feliz año nuevo del brasileño Rubem Fonseca, y me lo repito en voz baja…