La reconstrucción de Sandra, la mujer que tocó fondo y hoy encabeza la lucha contra la droga en Mar del Plata

Fue alcohólica, cocainómana, narcoadicta, sufrió abusos, superó cuatro intentos de suicidio y afrontó la muerte de su primer hijo, que cayó de un octavo piso. Pero a partir de 2012 resignificó su pasado de dolor en un espacio de esperanza y contención para cientos de pibes y pibas cegados por el consumo.

Con 53 años, la líder de Vida Digna es un ejemplo de recuperación, fortaleza y dignidad. Fotos: Romina Elvira para 0223.

8 de Marzo de 2022 08:15

Cuando habla de los hijos, Sandra Álvarez habla de Emiliano, Gastón, Magalí y Abril. Pero se olvida de contar a los otros treinta jóvenes que todos los días abraza, con el mismo calor de madre, en Vida Digna, la organización que lidera hace una década. Sandra escucha y contiene a esos pibes y pibas que llegan tan perdidos, tan cegados por el consumo de pipa, como pocos saben en Mar del Plata y el país. Cada miedo, dolor e incertidumbre, lo conoce a la perfección y no por estudios de academia sino por el propio pasado de adicciones y tragedias que supo resignificar para ser, hoy, una de las voces más contundentes en la lucha contra el flagelo creciente de la droga.

Alguna vez, Sandra se creyó “inútil”. Tenía diecisiete años cuando empezó a hacerse la idea y no se la pudo sacar de la cabeza hasta que probó con cortarse las venas. La primera vez fracasó; luego, con otra madurez, probó con veneno en tres oportunidades distintas pero tampoco pudo. A la edad del primer intento, la cocaína ya estaba presente en su vida. La adicción, sin embargo, comenzó en ella mucho antes, a los catorce, de la mano del alcohol, la misma droga que se había apoderado de su mamá.

Entre las postales de infancia que se reparten entre Mar del Plata, Formosa y otros destinos de Europa, Sandra dice que la familia se transformó en un “infierno” a partir de los doce. Desde ese momento, en su memoria no hay escena donde la mamá no esté alcoholizada. También le es difícil encontrar gestos de contención en su papá, un geólogo que recurría a excusas laborales para ausentarse cada vez más y evadir, de algún modo, la problemática que desbordaba a la pareja.

Sandra Álvarez en "El Castillo", uno de los centros de día que trata de contener el avance de la droga en Mar del Plata. Foto: 0223.

“Mamá es de Río de Gallegos y se casó a los diecisiete. Soy hija única,  a mí me tuvieron enseguida en Mar del Plata. Por el trabajo de papá llegamos a vivir mucho tiempo afuera y cuando volvimos a la ciudad mamá no tenía amigas, estaba muy sola. Yo creo que el alcohol terminó siendo un refugio para tanta soledad”, explica la referente de Vida Digna en una entrevista que le concede a 0223, al conmemorarse este martes el Día Internacional de la Mujer.

Sandra puede dar la explicación ahora, con cincuenta y tres años, pero un contexto tan hostil era imposible de comprender para una nena que solo sufría la distancia de los papás. “Siempre sentí que mi mamá había estado ausente y eso me dolió. También que papá no me prestaba atención y que no hacía nada para que mamá dejara de tomar, y entonces yo quedaba como olvidada”, confiesa, y sostiene, tras años de terapia: “Hoy entiendo que, en realidad, mi mamá tenía una enfermedad que se llama alcoholismo y que ninguno de los dos hizo nada para dañarme sino que sobrevivieron lo mejor que pudieron”.

Puro hueso

En Alcohólicos Anónimos suelen ilustrar el avance de una adicción con tres metáforas. A la primera la llaman etapa del “mono” o del “payaso”, que aplica a todo aquel que usa al alcohol para estar alegre o eufórico en momentos festivos; la segunda la definen como la etapa del “león” porque es el momento en donde el adicto se encierra en el consumo hasta adoptar actitudes violentas; y la última y más grave es la etapa del “chancho”, que sucede cuando no importa nada más que la bebida y la persona entra en un completo estado de abandono. “Mi mamá, con poco más de treinta años, ya estaba entrando en la tercera etapa”, grafica Sandra.

La mujer, incluso, advierte la misma línea de progreso en su adicción adolescente aunque con un punto más grave: ella se convirtió en una  “narcoadicta”, es decir, vendía droga para poder “bancar” el consumo diario. “Descubrí que la cocaína me sacaba la borrachera y que me permitía consumir más alcohol y así empecé los fines de semana hasta que después eran tantas las ganas que necesitaba consumir todos los días. Pesaba cuarenta y cinco kilos, era puro hueso”, revela, y agrega: “Yo no podía disfrutar ni pasarla bien en ningún lado si no tenía la sustancia: primero tenía que tener la sustancia y después decidía a dónde iba. Pero en realidad yo tampoco consumía para disfrutar sino por dolor, para tapar dolor”.

Sandra Álvarez fue presa de las adicciones y la violencia de género durante muchos años. Foto: 0223.

Sin el control de los padres, Sandra se lanzó a la calle sola, a muy corta edad, y así conoció “amigos” y al papá de su primer hijo, que fueron la vía de entrada de la droga. “Yo empecé a consumir fuertemente cocaína y alcohol con el padre de mi hijo. En esa época era muy difícil conseguirla pero él, por su historia de vida, tenía todas las líneas para tener acceso. Ahí realmente me hice adicta”, dice, y aclara: “Mis papás no veían cómo me drogaba porque nunca lo hacía en mi casa sino afuera”.

“Cuando agarré la calle, me desbordé y estaba imparable. En una oportunidad mi viejo me tuvo que ir a buscar porque había desaparecido de casa por tres días. Mi mamá, obviamente, no estaba en condiciones de controlarme o ponerme límites, y así me volví ingobernable. Cuando cierro los ojos recuerdo que mi viejo siempre trataba de estimularme para que vaya a la escuela de arte, para que termine el secundario a la noche, y yo quizás trataba, hacía dos meses, y dejaba, como pasa con los chicos ahora”, comenta.

Paz y servicio

Sandra tuvo a Emiliano antes de cumplir los dieciocho: el papá de ella se encargó de tramitar la autorización para poder sacarla del hospital donde dio a luz. El embarazo sirvió, al menos, para mantenerla a salvo de la droga por algunos meses y concentrar todas las energías en el cuidado del bebé, que nació sano y con cuatro kilos. “Ahí yo estaba bien, dentro de todo, pero después empecé a consumir muchísimo más”, asegura.

Con la llegada a la adultez, Emiliano también se volvió adicto aunque hizo lo posible por llevar una “vida normal”. Trabajó seis temporadas en la heladería Gianelli. El punto de no retorno se produjo en el mismo instante en que conoció a Daiana, una chica con problemas psiquiátricos de la que se enamoró. Cada encuentro, era una oportunidad para drogarse juntos, con marihuana, cocaína y pastillas.

La muerte del primer hijo marcó un antes y un después en la vida de la fundadora de Vida Digna. Foto: 0223.

La relación era conflictiva y terminó de la peor manera, en octubre de 2015, cuando Emiliano fue hasta el departamento de la novia que quedaba en Córdoba al 1400 y cayó al vacío desde un octavo piso. Algunos dijeron que la caída fue intencional, otros que se trató de un accidente, pero lo cierto es que la Justicia de Mar del Plata todavía no sabe darle una respuesta clara a la mamá. “Cuando empezaron a decir lo del suicidio, el padre de mi hijo decía que Emi no iba a ir con Dios y entonces yo volví a casa devastada, destruida, y me largué a llorar al borde de la cama”, recuerda.

Sandra dice que en esa noche de dolor encontró la señal divina que le marcó el camino para reconstruir su vida. “Le pedí a Dios que por favor me diera una palabra para saber que Emi estaba con él y estaba bien. Abrí la biblia, como hago siempre, y lo primero que leí fue: “Los hijos de mis siervos siempre morarán conmigo”. Y ahí entendí que tenía que servir a Dios, y la única forma de servir es ayudando al prójimo y mostrándole el camino que no tiene que seguir. Ese día, entonces, me propuse abrazar a todos los que pudiera para que mi hijo siempre esté con Dios”, confirma.

Abuso y violencia

En la vida de Sandra tampoco faltaron relaciones conflictivas y sumamente violentas. Cuenta que una vez tuvo que permanecer encerrada durante dos semanas en su casa porque le quebraron una parte de la cara. “Mi pareja no me dejó salir porque sabía que si alguien me veía de esa forma, iba a sospechar y lo denunciarían. Así que hasta que no se me fueron los moretones no pude salir”, recuerda.

A ella, sin embargo, le llevó mucho tiempo reconocer y tomar distancia de la violencia, del mismo modo en que le costó recordar el abuso sexual que sufrió en manos de un familiar lejano – ya fallecido – a los seis años. “Mi mente lo tapó completamente y recién a los treinta y dos años pude recordarlo. Lo tenía anulado; no lo conté por vergüenza y porque me habían amenazado. Yo siempre vi en eso una culpa terrible. Pensaba que la responsable era yo”, afirma.

Hace años que Sandra Álvarez alza la voz por una nueva ley de Salud Mental en Argentina. Foto: 0223.

“A mí me pasaba que sentía que me faltaba algo en las relaciones sexuales porque no las llegaba a disfrutar. Y hablando con un compañero de terapia que quise mucho pude recordar el abuso y me animé a contarlo. Ahí entendí que yo tenía bloqueada la posibilidad de disfrutar como los demás porque me sentía avergonzada y culpable por lo que me había pasado cuando era una nena”, explica, y agrega: “Hoy ya no siento vergüenza pero sí tengo ganas de abrazar a esa nena que fui y mimarla un poco”.

Este tipo de situaciones extremas no se repitieron en el tiempo pero sí fue constante la violencia entre las distintas parejas, tanto a nivel físico como psicológico. “A mí me repetían que mi familia no me quería, que mi mamá me compraba la garrafa para que no volviera con ellos, y durante siete años compré todo eso. Fue una época muy dura para mí. Pero cuando me separé, mis viejos lo primero que hicieron fue abrir los brazos para recibirme a mí y a mis tres criaturas”, valora.

Sí, se puede

La mujer, que también forma parte de la ONG Madres Territoriales, lleva once años y nueve meses “limpia” después de vivir durante décadas bajo la sombra de una alcohólica cocainómana. Más allá de los avances que vio a partir del programa de Narcóticos Anónimos, dice que se alejó de la droga gracias a Emiliano. “Yo considero que soy un milagro de Dios porque el que me sacó de la droga fue Emi. Yo sola no hubiera podido salir”, insiste.

Sin embargo, el momento de inflexión para iniciar el tratamiento lo vislumbró con Abril, su última hija, de catorce. Sandra comenzaba a recomponerse poco a poco de la adicción pero cuando quedó embarazada de la nena sufrió una “recaída”. Entre tanta oscuridad, hay una escena que no olvida y corresponde al primer año de vida de Abril: Sandra consumía en casa, junto a la beba, hasta que la abandonó para ir a buscar más droga.

Vida Digna contiene a medio centenar de jóvenes atrapados por el consumo, entre pacientes fijos y ambulatorios. Foto: 0223.

“Se me había terminado la sustancia y necesitaba más así que ni lo pensé. Cuando volví, me di cuenta que la había dejado sola en la cuna y ahí me dije: ‘Esto no da para más’. Y por suerte, Dios me dio la oportunidad de ser una buena madre. Con ella pude hacer todo lo que me faltó hacer con mis otros tres hijos. Los amo a todos con el corazón pero sé que tuve fallas. Ni Abril ni Magalí tuvieron problemas de consumo”, dice.

La recuperación no fue nada fácil. En aquel entonces, no se promocionaban ni existían espacios de contención como el que Sandra levantó en Vida Digna. “A mí me costó mucho recuperarme porque el programa de NNA solamente tenía algunas horas de grupo por la tarde. Pero el resto del día estaba sola. Y a mí me dolía el corazón y el alma cuando veía lo que se había convertido mi casa, mi vida, que no tenía futuro y que no sabía para dónde ir”, reconoce.

Pero pudo: sí, Sandra pudo salir adelante. Y los papás también. Hace treinta y tres años que la mamá está completamente alejada de la bebida mientras que el papá cumple treinta y ocho en los grupos de familias de contención de alcohólicos anónimos. No solo eso: con ochenta y dos años, el hombre está estudiando la carrera de Psicología. “Ellos son mi ejemplo de nunca abandonar”, resalta, y comenta: “Ahora me anoté en abogacía. Es una deuda pendiente que tenía conmigo. No me importa si me recibo o no. Lo que me importa es que lo intento”.

Vida Digna

La organización vio sus primeros pasos en 2012, en el Centro Cerrado de Menores y en la Unidad Penal Nº15 de Batán hasta que en 2015, después de las gestiones de Gustavo Estevez y Alicia Magariño, se mudó a "El Castillo" en Tres Arroyos, casi Santa Cruz, a metros de la rotonda de la Asociación Empleados de Casino Pro Ayuda a la Niñez Desamparada (Apand). Al principio, en la mente de Sandra no cabía la idea de constituir un lugar de internación: la propuesta original del proyecto consistía en ofrecer una serie de talleres.

Pero los planes cambiaron cuando Matías, uno de los chicos que asistía a las capacitaciones, quedó tendido en la puerta de la organización por una sobredosis. “Cuando llevamos a Mati al Hospital Interzonal, se negaban a atenderlo hasta que insistimos y lo estabilizaron. Pero cuando lo llevamos de nuevo a su casa y vimos la realidad en la que vivía, nos dimos cuenta que si se quedaba ahí se iba a morir. Al final se quedó con nosotros y hoy, con treinta y cinco años, está recuperando a otros chicos en Córdoba. Él está muy contento y a nosotros nos alegra verlo tan bien”, dice la mujer.

Así, con la fuerza de espíritu de Sandra y la colaboración de Carlita Enrique, Luis Corda Galeano, Marita Virgili, Jorge Alvarez y Daniel Somertein, Vida Digna consolidó en pocos años el funcionamiento de un centro de día con alcance en Mar del Plata y la zona. En la actualidad, tiene treinta y cinco pacientes con internación fija. Cada uno recibe la contención de un equipo terapéutico compuesto por dos psiquiatras, ocho psicólogos, operadores y trabajadores sociales.

Hay otros veinte pacientes que califican como “satélites”, que son aquellos que entran y salen porque “no tocan el fondo necesario” de la adicción como para atreverse a encarar un tratamiento definitivo. “Cuando viene un papá o una mamá a decirnos que su hijo está muy mal, que se va a matar, lo primero que hacemos es abrazar al chico. Después vemos si la familia quiere que él se quede o no pero lo importante es sacarlo de la calle para tratar de que pase algunos días sin consumir. El tema pasa por no dejar al hijo con la familia que no sabe qué hacer durante la crisis. Así funciona nuestro hogar”, explica Sandra.

Sandra Álvarez pide que no haya estigmas ni prejuicios sociales a la hora de reflexionar sobre la problemática de las adicciones. Foto: 0223.

Entre los chicos, la representante local de Madres Territoriales asoma como un ejemplo de recuperación, dignidad y fortaleza. Dice que le habla a cada uno a “corazón abierto”, con “honestidad”, como si se tratara de una par más. “No hay otra forma de hablarles: un adicto no es tonto, se da cuenta si le mentís o no. Yo no les digo nada que no haya hecho o que no me haya servido. Comparto mi recuperación plenamente con ellos”, plantea.

“Los chicos saben cuando estoy bien o mal. La idea es que esto funcione por atracción y no por promoción: ellos me ven bien, saben que no consumo, que estoy ayudando a gente, y así se suman. Y quiero que esta red de contención ayude a cuantos más pibes podamos llegar”, expresa, y asegura: “Vida Digna para mí es muy importante porque pasé de ser una persona inútil, que no tenía perspectiva o proyecto de vida a ser alguien útil, responsable. Eso es lo que te da la recuperación”.

Humanidad

Gastón, el tercer hijo de Sandra, lucha a sus treinta años contra el consumo problemático de sustancias. La mamá ha intentado convencerlo en más de una oportunidad para que siga su camino e inicie un tratamiento pero todavía no encontró la forma de persuadirlo. “Él está sobreviviendo y así sigue; no se manda grandes macanas y trabaja cuando está bien pero no tiene la conciencia de la enfermedad que se necesita para iniciar una recuperación y dejar todo”, lamenta.

Al conocer en carne propia la problemática de un sinnúmero de familias en el país, la líder de Vida Digna lucha en los últimos años para que el Congreso avance, de una buena vez, con una “ley específica de adicciones”. “En la ley de Salud Mental que rige ahora se plantea sobre el adicto una voluntad de recuperación pero lo que nadie entiende es que lo primero que te saca la droga es la voluntad. Lo digo por experiencia personal y porque lo veo con los chicos todos los días: entre droga y recuperación, siempre gana la elección por la droga”, apunta.

“La recuperación difícilmente se elige hasta que la cosa se pone muy fea. Y la verdad es que cuando la cosa se pone muy fea, también es difícil tomar la decisión porque el pibe ya está tomado psíquicamente, espiritualmente y emocionalmente, y todo eso complica la decisión de dejar de consumir”, reitera, y añade: “Los padres también se ven afectados en forma directa por el consumo porque no son profesionales para tratar este problema y no saben qué le pasó a ese hijo amado que era una dulzura, un amor y de repente se convirtió en un infierno para la familia”.

Entre otros aspectos, Sandra considera que la nueva legislación debería garantizar por parte del Estado una asistencia psicológica para la familia del adicto. “Esto no se dice pero la verdad es que las familias quedan muy mal después de haber vivido un largo tiempo con un adicto. Tenemos una ley de víctimas que ampara las víctimas pero no tenemos nada de nada para esos padres que perdieron el trabajo corriendo atrás de sus hijos, para esos padres a los que los hijos le vendieron todo al transa de la cuadra y no tienen cómo subsistir. O quizás internan a los hijos en lugares lejos y los papás no tienen recursos económicos para ir a verlos”, cuestiona, y señala: “Es totalmente inhumano. En otras cosas se fijan hasta el último punto y acá la ley de Salud Mental en adicciones tiene dos renglones. Es una vergüenza”.

En lo que va del año, la referente de Vida Digna ya tuvo que abrazar a tres madres que perdieron a sus hijos ahorcados porque no sabían cómo salir de la droga y no se animaron a pedir ayuda. A la mujer le duele contarlo pero lo dice para tomar conciencia, para tratar de despertar a un Estado que “está llegando muy tarde”. “Ningún padre tiene que tener vergüenza por tener a un hijo adicto. Esto es una enfermedad más. A un enfermo de cáncer, se lo acompaña, se le tiene misericordia, y a un enfermo adicto se la hacen tan difícil que después la familia se termina rindiendo. Pero eso es porque está faltando estructura, empatía y humanidad. Sobre todo, humanidad”, denuncia.