¿Qué pasó con Fernando?: más de una década de pistas falsas, un cuerpo que nunca apareció y una familia que no se rinde
A más de una década de la desaparición de Fernando Javier Lario en Mar del Plata, el caso sigue siendo un enigma. Con un expediente que acumula miles de fojas, la investigación ha navegado entre la hipótesis del suicidio, respaldada por un mensaje de despedida, y la de un posible homicidio, a partir del testimonio de un tercero. ¿Qué pasó con Fernando?
El 7 de julio de 2012, las cámaras del complejo universitario Manuel Belgrano registraron el paso de Fernando Javier Lario por última vez. Tenía 45 años y había ido a votar en la Facultad de Arquitectura. La derrota de su lista lo dejó de mal humor, según le dijo a su pareja, Carmen Graciela Maldonado, en una llamada de más de cinco minutos. A las 14:05, otra cámara lo mostró en el edificio de la Facultad de Humanidades. A las 14:30, salió por la calle Peña. Sin auto, pues tenía su moto en el taller, planeaba ver a su único hijo para ayudarlo con matemáticas para una prueba. Finalmente, ese encuentro nunca ocurrió.
Un mensaje inquietante
A las 14:39, el teléfono de Carmen recibió un SMS enviado desde el celular de Fernando. Era un texto breve con disposiciones sobre sus libros y discos, un "te quiero", un "perdón" y una frase áspera que sonó a despedida: “Los libros son todos para vos. Los discos son para Fidel (su hijo), encárgate de que así sea, por favor. Te quiero mucho, perdón por todo. La vida es una mierda”. Fue su último rastro escrito.
Horas después, cerca de las 16:00, en Los Acantilados, hallaron su campera de corderoy bien doblada junto a un árbol y el morral con documentos y tarjetas. El celular no apareció. Hubo rastrillajes, drones, perros, mareas que suben y bajan; el balance fue el mismo una y otra vez: nada.
Hipótesis enfrentadas
El tono del mensaje inclinó las primeras conjeturas hacia el suicidio, pero la familia nunca lo aceptó y sostuvo que “sin cuerpo” no había certeza posible. “Hace rato que me quieren hacer creer que él se suicidó, pero primero tráiganme el cuerpo y ahí charlamos. Si mi hermano se tiró de un acantilado es porque tenía a alguien atrás apuntándole”, sostuvo Laura, su hermana, en una entrevista que le concedió a 0223 al cumplirse el décimo aniversario de la desaparición.
El posible trayecto hasta Los Acantilados es otra sombra. La tarjeta SUBE no registró viajes y nadie lo vio llegar. Una taxista dijo haberlo llevado a la Terminal de micros, pero las cámaras lo ubicaron en la facultad a la hora en que se dio supuestamente el viaje. Así, los minutos no calzan y las dudas se multiplican. En Los Acantilados, el mar es abierto. Aunque allí hay plataforma rocosa, la búsqueda se inició recién tres días más tarde, es decir, seis ciclos de marea después capaces de arrastrar, esconder o borrar cualquier hipótesis.
En 2017, el testimonio en declaración oficial de un interno de la unidad penal de Batán aseguró haber escuchado la confesión del supuesto asesino de Fernando Lario en una reunión de rehabilitación. La hipótesis prendió rápido: robo, ropa arrojada en la playa, cuerpo quemado dentro de un auto. Por fin, un relato con principio, medio y final. Tras esto, la causa pasó de “averiguación de paradero” a “homicidio en ocasión de robo”. Aquel relato hablaba de tres delincuentes que lo asaltaron, lo golpearon hasta matarlo y luego quemaron su cuerpo dentro de un auto en la zona sur de la ciudad.
Con el tiempo, las versiones se desmoronaron. El interno que activó la pista fue imputado y luego sobreseído, negando haber participado, pero señaló a un albañil que habría trabajado con Lario hacía un tiempo. Esa línea sumó declaraciones, cruces y sospechas, pero no pruebas materiales. De hecho, el albañil nunca fue citado formalmente.
En 2019, ya con otra fiscalía a cargo, un testigo de 72 años indicó un pozo molinero en Valle Hermoso como el escondite del cuerpo. El sujeto era, según su declaración, conocido de uno de los implicados mencionados antes. Se excavaron casi 20 metros. Entre la tierra aparecieron restos de una heladera y basura. Ninguna evidencia vinculada a Lario. Quien dio por concluidas esas averiguaciones fue Andrea Gómez, la nueva fiscal del caso, que se hizo cargo de la causa luego de María Isabel Sánchez, Fernando Berlingeri y Fernando Castro.
Una causa que persiste
El expediente pasó por distintas manos y hoy sigue activo, con una recompensa vigente para quien aporte información útil. Las preguntas, sin embargo, se mantienen sin respuestas: ¿fue él quien envió el mensaje?, ¿cómo llegó al borde del mar?, ¿a quién podía incomodar?
Fernando Lario medía 1,82 m, tenía piel clara y ojos marrones. Ese día vestía jean oscuro, zapatillas blancas, un pulóver a rayas y un saco de corderoy. Era docente de dos cátedras, militante de la vida universitaria y vivía con su madre en el barrio Bernardino Rivadavia. Su hermana Laura condensa la incertidumbre: “Si lo mataron, ¿qué pasó con el cuerpo? ¿Dónde está?”. Y también la esperanza: “Ojalá algún día pueda saber qué fue lo que pasó. Nadie debe olvidar a Fernando”.
Su madre, Sara, por su parte, dijo en su momento también a 0223: "Yo lo que siento es angustia y tristeza. Alguien tiene que hablar, decir algo. Yo espero a mi hijo todos los días, no sé si vivo o muerto, pero lo espero”.
En el expediente, las palabras sobran y los hallazgos nunca llegaron. Testimonios que prometen, pozos que no hablan, un océano que también mantiene el silencio. Siempre falta una pieza que explique el resto. Hasta que esa pieza aparezca, Mar del Plata seguirá recordando la última imagen de Fernando: un hombre que camina por un pasillo de la facultad. ¿Dónde terminó ese camino? La causa sigue abierta y la investigación, supuestamente, continúa, todo en un estado de completa incertidumbre a la que no deberíamos acostumbrarnos.
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