El matadero municipal, el gigante que dio paso al complejo Centenario

10 de Abril de 2022 08:02

A principios del Siglo XX, no había ninguna duda que Mar del Plata era la villa de veraneo de la aristocracia por excelencia, pero, al mismo tiempo que la ciudad crecía en construcciones de estilo pintoresquista para habitar durante cuatro meses la Biarritz sudamericana, cientos de personas llegaban para instalarse en el pueblo que veía alterado su ritmo de vida durante el verano en busca de mejores oportunidades laborales.

Así, las necesidades iban in crescendo y las autoridades municipales sumaron a la construcción de una torre tanque para abastecer de agua y una usina para garantizar el suministro eléctrico, pero eso no resolvía el problema de abastecimiento de alimentos a una comunidad que, sin pausa iba aumentando. Entonces, en 1912, se resolvió crear entre las chacras 87 y 105 un complejo que comprendía de las calles Alvarado a Juan B. Justo y de Chile a Bronzini un corralón y un matadero municipal, linderos al predio en el que se realizaba la quema de residuos. Entonces, de Alvarado a Peña era el Corralon Municipal, de Peña a Matheu, el Matadero Municipal y de Matheu a Juan B. Justo, el predio de disposición final de basura donde había una chimenea muy alta para la quema.

Según explica el arquitecto Roberto Cova en su libro “El barrio del Oeste”, alrededor del matadero “emergía un cordón de campos, corrales y descampados” la periferia perfecta y necesaria para mantener el sistema productivo del balneario predilecto de la aristocracia.

La planta de faena de los animales estaba ubicada en Alvarado y Chile y, en uno de los predios linderos se encontraba el sector destinado a la hacienda que semanalmente tenía controles veterinarios y tras ellos, el profesional autorizaba los sacrificios que realizarían matarifes matriculados, de acuerdo a la ordenanza sancionada por el Comisionado César Ceretti que establecía además que los animales no podían ser golpeados, pecheados ni presentar signos de crueldad.

Los trabajadores de entonces, recuerdan que una vez que comenzaba la matanza, la jornada se extendía hasta que no quedaba ningún animal “de carne gorda” en pie, excepto casos de fuerza mayor. Una vez que el animal era sacrificado y desangrado, el cadáver era examinado nuevamente por el veterinario que daba el visto bueno para que la faena continúe y la carne llegase trozada a las carnicerías municipales.

Para trabajar en el matadero municipal, había que ser mayor de 15 años y, una vez presentados todos los papeles correspondientes, a cada trabajador se le otorgaba un delantal blanco que lo cubría de cuello a rodillas y calzado impermeable.

Estas reglas se mantuvieron hasta 1938, cuando el intendente José Camuzzo junto al gobernador Juan Manuel Fresco ordenaron la construcción de un nuevo edificio para que el establecimiento sea acorde a la fisonomía que adquiría la ciudad. La modernización incluyó nuevas medidas como la prohibición de transportar animales faenados “al hombro”, traslado en camionetas y uniformes impermeables.

Todo funcionó con relativa normalidad hasta comienzos de la década del 70, cuando el matadero fue clausurado ya que no se adaptaba a las nuevas condiciones de salubridad dispuestas por la Junta Provincial Sanitaria, entonces, los trabajadores comenzaron a denunciar que el cierre del matadero respondía a intereses de empresarios que buscaban monopolizar el negocio de la carne. Finalmente, en 1978 el matadero municipal fue demolido para dar paso a la construcción de lo que cuatro años más tarde se inauguraría bajo el nombre “Unidad Vecinal Rufino Inda”, y denominado popularmente como “Barrio Centenario”.