Edmundo O’Neill, el juez que murió sin sentarse en el banquillo: 27 mujeres lo denunciaron por abusos

Se estima que habrían sido cerca de 40 las víctimas del camarista de Mar del Plata. Todas eran nenas de entre 6 y 12 años. El magistrado, según las denuncias, las elegía especialmente por tratarse de vecinas, sobrinas o amigas de sus hijas.

16 de Mayo de 2022 18:01

Durante su declaración en la causa N 08-00-178648-04, Edmundo O’Neill, experimentado camarista de la Justicia de Mar del Plata, admitió (sic - folio 71): “Yo sé que he hecho algo incorrecto pero no siento culpa” ¿De qué estaba hablando? De abusar nenas. Sí, eso era lo “incorrecto”, lo que no despertaba en él ninguna clase de remordimiento.

Así, sin culpa, fue que el juez –según numerosas denuncias– abusó una y otra vez, durante largos años, de muchas de las chicas que frecuentaban su entorno. Todas tenían entre 6 y 12 años y las elegía especialmente por tratarse de vecinas, sobrinas o amigas de sus hijas. El número total de víctimas es difícil de determinar: fueron veintisiete las mujeres que lo denunciaron y doce las que se animaron a testificar en su contra pero se estima que son más de treinta y cinco las menores abusadas.

O’Neill comenzó a cumplir funciones de juez en plena dictadura. En 1976, prestó juramento al gobierno de la junta militar para ser magistrado en la Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial de Mar del Plata, cargo que ocupó por seis años, y luego hizo lo propio en la Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Penal de Necochea.

 

Cronológicamente, también es difícil determinar cuándo comenzaron los abusos sexuales: lo que sí está claro es que perduraron por décadas. Al tratarse de un hombre de poder y de un padre de familia respetada –funcionario judicial católico, casado, con cuatro hijos–, el camarista encontró la fachada perfecta para mantener las aberraciones bajo las sombras.

La propia casa de O’Neill, que muchos años después una chica rebautizó como “la casa del terror con aroma a bizcochuelo”; el balneario Siempre Verde, sobre ruta 11, a unos cinco kilómetros del complejo turístico de Chapadmalal, a donde el juez iba con la familia en cada temporada estival; y una estancia en Tandil sirvieron de escenarios para gran parte de los ataques sexuales.

En secreto

Carolina Carillo, prestigiosa investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), fue una de las tantas nenas que acusó ser víctima de O’Neill. Durante mucho tiempo le costó ponerle nombre al pasado que la atormentaba. Debió sortear varios años de diván para reordenar esas imágenes que lastimaban su memoria hasta que comprendió el abuso sexual que sufrió a los diez años.

El testimonio de Carolina es público: lo reconstruyó Mariana Carbajal en “Yo Te Creo Hermana” (Editorial Aguilar, 2019), junto a las voces de otras víctimas que denunciaron al juez, con un nivel de detalle que por momentos se vuelve difícil de digerir. El libro de la periodista especializada en temática de género precisamente busca incluir un mosaico de historias de mujeres atravesadas por discriminación, maltrato, acoso o abuso.

En plena pandemia del coronavirus, el presidente Alberto Fernández reconoció a Carolina Carillo por sus aportes científicos.

Allí, entonces, Carolina cuenta cómo O’Neill la abusó en un verano de principios de los ’80, en la una playa del sur de la ciudad. Mientras un grupo jugaba al truco y otro al vóley, el juez la llevó a escondidas a un sector de carpas y la animó a hacer unas “piruetas”. “Empecé a sentir que me agarraba de las tetas. Todavía no me había desarrollado. Sentía que me las tocaba pero al mismo tiempo no sabía si él no se estaba dando cuenta de que lo hacía. Le pedí que me bajara. Mientras me alzaba también me tocó mis partes de abajo. Yo no sabía si se daba cuenta o no. Es que nunca nadie —ni yo— había tocado mi cuerpo así. No entendía”, relata.

“Un rato después volvió a convencerme para ir detrás de las carpas otra vez. Muchas veces me sentí culpable por eso: ¿cómo fue que pudo volver a convencerme? ¿Cómo fue que volví a darle otra oportunidad? Es que en ese momento, no terminás de darte cuenta… Te engatusaba. Ahí volvió a pasar. De nuevo me tocó las tetas y la vulva o la vagina”, dice, y continúa: “Corrí y llegué hasta el mar. Yo creía que estaba a salvo porque pensaba que todos nos estaban viendo. Pero volvió a agarrarme, esta vez la cara. Recuerdo su mirada… Es la cara de la lujuria [llora]. Me encajó un beso con un lengüetazo y me dijo: ‘Esto es un secreto entre nosotros dos’”.

Manoseos, besos y eyaculaciones

En el libro hay más detalles estremecedores de la práctica abusiva que sostenía Edmundo O’Neill. “A una amiga de sus hijas, la sentaba a caballito, de espalda, y empezaba a contarle historias mientras le besaba el cuello y movía sus genitales en forma bastante violenta. Ella usaba medias tipo cancán: se las bajaba, le bajaba la bombacha y después ella sentía que la “ensuciaba”. Eyaculaba sobre su cuerpo (…) Después la limpiaba muy rápidamente y le subía la bombachita y las medias con toda delicadeza. Eso se lo hizo más de una vez, cuando tenía entre 6 y 7 años”, se narra, en la publicación periodística que vio la luz hace tres años.

La investigación de Mariana Carbajal reconstruye con un detalle estremecedor los abusos de O'Neill.

En el mismo capítulo se revela que a otra chica la “penetraba con los dedos, le lamía la boca, la concha, la tocaba de muchas formas”. “Ella siempre se aguantó todo porque tenía miedo de que su papá, que era empleado de él, perdiera el trabajo. También pensaba que si la agarraba a ella no le iba a pasar nada a sus hermanitas. Y resulta que a otra de sus hermanas también la había abusado”, se afirma en el libro, en base a declaraciones que constan en la Justicia, y se agrega: “En los cumpleaños infantiles que se celebraban en la casa, cuando se soplaban las velitas, él también manoseaba. Se apagaban las luces y aprovechaba. Una de las chicas contó que le agarró la concha mientras se cantaba el feliz cumpleaños y ella pensaba: no debe estar pasando porque nadie lo ve”.

Varias veces, en el testimonio que recoge Carbajal, Carolina y el resto de las víctimas repiten el eco de dos preguntas sin respuesta: “¿Cómo ningún adulto se dio cuenta?”, “¿Por qué nadie nos protegió?”. Y realmente cuesta entender la indiferencia ya que, en los recuerdos de las chicas, la figura del juez estaba presente, al acecho, en todo momento, como si se tratara de una amenaza permanente. “Siempre estaba ahí, deslizándose entre nosotras”, insisten las víctimas.

Impunidad

La primera y única denuncia contra O’Neill se presentó en 2004. Camila, una trabajadora social que en ese entonces era consciente de que el magistrado tenía dos nietas de 10 y 7 años que frecuentaban su casa, fue quien la presentó. La mujer había abierto los ojos después de ver una serie de dibujos donde se representaban unas jirafas extrañas, con cuellos “fálicos”. “Para cualquier profesional eso era muy reconocible. Camila habló del tema con sus dos hermanas y así se enteró de que ellas habían sido abusadas por él. Nunca lo habían dicho. Ni siquiera se lo habían contado entre ellas”, se cuenta en la investigación de Carbajal.

Pero la gran red de víctimas se comenzó a tejer gracias a una de las propias hijas del juez, que nunca había entendido la distancia que tomaron muchas de las amigas de la infancia después de conocer su casa. El inicio de la causa judicial sirvió para que ella misma se encargara de relocalizar una por una, a cada chica, hasta confirmar las peores sospechas. “Durante muchos años se sintió culpable porque llevaba amigas a su casa y su padre —sin que ella supiera, claro— las abusaba. Por eso se encargó de buscarnos”, se explica en el relato de "Yo te creo, hermana".

Así, se llegaron a contabilizar veintisiete víctimas de O’Neill aunque solo doce declararon —de entre 28 y 57 años en ese momento— porque varias vivían en el exterior y no encontraron medios para hacerlo, o porque se enteraron más tarde, o porque no pudieron por otras razones. En 2013, sin embargo, aparecieron más denunciantes cuando los abusos del juez volvieron a quedar públicamente expuestos por un escrache que se organizó para la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires de mayo de aquel año.

A O’Neill no pudieron condenarlo porque, para la Justicia, los abusos sexuales prescriben con el tiempo.

Como el excamarista buscaba hacer una exposición con una publicación suya en el evento, varias mujeres que lo acusaban se juntaron y pidieron apoyo para evitar que se presentara, algo que finalmente se logró. "Con la movida de la Feria del Libro, llegamos a identificar a treinta y cinco víctimas con certeza y podían ser más de cuarenta rearmando todas las historias que tenían registros chequeables", precisa, ante la consulta de 0223, la científica Carrillo, y revela: "En aquel entonces, la mujer de mayor edad tenía unos 65 años (apenas unos 15 menos que Edmundo) y la menor tenía 3 años. Esto da clara cuenta de la absoluta impunidad de acción de la que gozó a lo largo de toda su vida".

Y es que la causa judicial, efectivamente, ya había quedado archivada en 2006, dos años después de la denuncia. En el caso tomó intervención Silvina Darmandrail cuando se encontraba al frente del Juzgado de Menores Nº1 de Mar de Plata. El fiscal Alfredo Deleonardis llegó a viajar especialmente a Buenos Aires para tomarles declaración a Carillo y otras víctimas pero toda la investigación quedó en la nada porque las autoridades entendieron que estaba “extinguida la acción penal por el paso del tiempo”. Así, Edmundo O’Neill gozó de diez años más de vida sin condena hasta que el 15 de noviembre del 2016 falleció a los 85 años.

De la realidad a la ficción

La oscura historia de O’Neill inspiró “Algo incorrecto”, el film que próximamente estrenará Susana Nieri, una directora que se destaca por documentales sobre violencia de género. Con los protagónicos de César Bordón, en la piel del juez, y Eleonora Wexler, en la piel de la hija del camarista que descubrió la faceta abusadora de su propio padre, la película contará, en clave de ficción, las aberraciones que durante años vivieron decenas de nenas en Mar del Plata.

A pesar de su larga experiencia, la proyección supone un nuevo desafío para Nieri ya que se trata de su primera apuesta ficcional en pantalla grande. La directora buscó replicar la historia con la mayor fidelidad posible y por eso rodó la película en Mar del Plata, entre julio y agosto del año pasado. "Esta película se las debía a esas víctimas que tuvieron el coraje para denunciar a este juez y para visibilizar el caso en su momento", sostuvo, en una entrevista con este medio.

Durante el rodaje, distintas víctimas y allegados al magistrados llegaron a comunicarse con la misma directora y la producción. “De repente estábamos grabando escenas y nos llegaban mails o mensajes por Facebook, por el correo que habíamos abierto para el casting, o a mi Instagram, diferentes relatos. Fue una experiencia muy fuerte la que vivimos esos meses en Mar del Plata”, recordó la cineasta, que se ha destacado por diferentes trabajos en formato documental.