El retorno de ideas predemocráticas y la erosión de consensos: qué está en juego en el balotaje
Por Redacción 0223
PARA 0223
Por Damián Ibáñez (Ciencia Política, Unmdp), especial para 0223.
"El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido.”
Leopardo Marechal
Desde el año 1983 Argentina transita un amplio proceso de democratización que favoreció la erradicación de la violencia política como forma de resolución de conflictos. Gracias a la institucionalización del voto, fue posible construir el consenso de elecciones transparentes como modo de legitimación y alternancia de gobiernos para la toma de decisiones colectivas. Este año, 2023, nuestro país celebra 40 años de continuidad del sistema político democrático: cuatro décadas de persistencia institucional y revalorización de una forma de gobierno popular –luego de períodos marcados por un péndulo de golpes de estado (entre gobiernos civiles y militares) y proscripciones de todo tipo– que visualizan el enorme esfuerzo por generar una memoria colectiva como horizonte político. Y que, además, fueron gestando un abanico de promesas, logros y avances en materia de derechos, de reconocimiento de nuevas demandas sociales, de participación ciudadana, de una sólida reconfiguración de los partidos políticos, de innumerables reafirmaciones sobre la memoria popular y colectiva y de fuertes luchas por la justicia social.
No obstante, y más allá de las grandes conquistas que en estos 40 años de democracia los argentinos y las argentinas supimos construir, este período también padeció retrocesos, tensiones y silencios producto de gobiernos neoliberales. Por consiguiente, es importante señalar que cada franja temporal que integra estas décadas tuvo su impronta.
Podríamos decir, entonces, que durante los ‘80 la democracia nació débil e incluso, a pesar de la promesa de Alfonsín de que con ella se comía, se educaba y se curaba, siempre ha enfrentado desafíos y ha ensayado respuestas para dar solución a problemas sociales que aún hoy no ha podido saldar y que constituyen sus imperiosas deudas: la desigualdad, la exclusión social, los problemas habitacionales, educativos y de salud y, sobre todo, una deuda externa que lima la propia legitimidad del sistema político. En este sentido, y si bien es innegable que el régimen democrático logró una legitimación política, no menos cierto es que trajo consigo un deterioro socioeconómico. Por ello, y aunque nos pese, es nuestro compromiso resaltar que este derrotero de 40 años ininterrumpidos de gobiernos democráticos no logró resolver la desigualdad social, ni la pobreza, ni la indigencia ni la precarización laboral. Esto se debe, en parte, a la imposibilidad de encontrar un modelo de desarrollo sostenido en el tiempo.
Aún hoy nos seguimos preguntando ¿cuál es el modelo que la Argentina debe implementar? ¿Cuál es el lugar de nuestro país en el Mundo? ¿Cuál, en todo caso, es la manera de insertarse en él? Las posibles respuestas a estas preguntas no resultan, aún para muchos, del todo satisfactorias. Viramos de posturas autonomistas o desarrollistas que sostiene, un modelo industrialista basado en la sustitución de importaciones buscando el interés nacional, a posturas basadas en el modelo agroexportador, como diría Basualdo de “modernización excluyente”, que persiguen la primarización o reprimarización de la economía argentina basado en actividades agropecuarias y extractivistas. Ojalá, los argentinos y las argentinas podamos resolver esta disputa que gira sobre dos frentes antagónicos. Más allá del modelo implementado, existe algo que nos queda claro: las democracias, y al mismo tiempo, la calidad democrática, son más fuertes cuando las economías son más igualitarias y más prosperas.
Es en este sentido que consideramos vital reflexionar sobre las deudas de esta joven democracia porque evitar o escapar a estos dilemas, posibilita el surgimiento de cuestionamientos al sistema democrático. Y es ahí, en donde la ciudadanía se frustra debido a la incapacidad de la clase política y del sistema de incluir, reparar y transformar las demandas de la población en condiciones materiales y concretas. El politólogo varsoviano Adam Przeworski (2010) elaboró un argumento teórico sobre el desgaste democrático. Según él, la democracia genera insatisfacción debido a la incapacidad de generar igualdad en el terreno socioeconómico y de hacer sentir a los ciudadanos que su participación es, al fin y al cabo, efectiva. Esto se potencia aún más cuando los gobiernos no hacen lo que tienen que realizar y no cumplen con las promesas de campaña.
A lo recién dicho, urge añadir que frente a la alegría del período de mayor continuidad democrática argentina se presenta un dilema de orden tal vez más actual: la irrupción de sectores autoritarios con visiones pre-democráticas que se muestran como novedosos. Frente a la crisis económica y la insatisfacción que, al decir de Przeworski estaría implícita en toda democracia, surgen expresiones políticas de una nueva derecha radicalizada que erosionan los consensos alcanzados, como los de los derechos humanos. Lo que se disputará en las próximas elecciones no solo es la representación de dos modelos de país antagónicos sino el sentido mismo de la democracia.
A pesar de todas las deudas pendientes que tiene esta joven forma de gobierno, la democracia sigue siendo la casa común donde todos queremos estar. Esto último debería alcanzar para que todos trabajemos y tendamos a fortalecerla y llenarla de contenido. No se trata únicamente de proponer la construcción de un Estado más capaz sino de pensar y edificar, entre todos y con todos, la sociedad que deseamos para alcanzar una democratización de la democracia. Es decir, más igualitaria, participativa y empoderada.
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