Los muchos Paraísos

La figura del Paraíso terrenal o del Jardín del Edén acompañó al ser humano a lo largo de su historia cultural. Muchas versiones, descripciones y discusiones se dieron en torno a él. Ni profetas, religiosos ni poetas han podido responder si es terrenal o celestial.

30 de Julio de 2023 08:34

Mientras algunos aseguraban su existencia, otros necesitaban verlo. Y mientras algunos le daban una impronta espacial, otros lo medían como una experiencia espiritual o subjetiva. El Paraíso terrenal, como espacio donde inició todo o como aquel lugar donde descansaremos luego del final, no solo tuvo muchos nombres, sino que también contó con muchas caracterizaciones. No fueron pocos los que se lanzaron en su búsqueda, como así los que polemizaron con su ubicación y su forma.

En Grandes mitos y leyendas de la historia, Carlos Taranilla de la Varga sostiene: “En un mundo de desgracias y calamidades no es de extrañar la creencia ni el anhelo de tiempos pasados en los que la vida fue mejor, ni tampoco en el de otros futuros que nos liberarán del sufrimiento de la condición imperfecta de la raza humana. Todas las culturas y civilizaciones, a lo largo de los tiempos, han manifestado su fe en un mañana mejor tanto a través de la literatura como de la religión”.

La judeocristiana lo presenta en la Biblia en el capítulo 2 del Génesis. Es ese jardín donde vivían Adán y Eva antes de ser expulsados, después de caer en el pecado original. Comienza así su impronta nostálgica. Aquel espacio donde todo está bien y uno quisiera volver.

Desde el principio se lo ubicó en Oriente, “donde nace el sol”. Pero al ser tan ambigua la localización, y en la descripción se mencionan cuatro ríos, entre ellos el Tigris y el Éufrates que delimitan la Mesopotamia, comenzó a pensarse que se ubicaba, en realidad, donde nacían estos: es decir en la India. Luego otros lo ubicarán en la desaparecida Atlántida. El propio Cristóbal Colón lo identifica en los territorios recién descubiertos por sus bosques ricos en frutas, los pájaros de colores y lo agradable para vivir.

Historia de las tierras y los lugares legendarios por Umberto Eco.

Según narra Umberto Eco en su Historia de las tierras y los lugares legendarios, “después de Colón, la hipótesis del Paraíso terrenal en territorio americano la recupera Antonio de León Pinelo (1556), en El paraíso en el Nuevo Mundo. El descubrimiento del Nuevo Mundo dio lugar a una amplia discusión sobre los orígenes del pueblo americano, y muchos defendían la tesis de una emigración de los descendientes de Noé. Pinelo, sin embargo, no sostenía que los amerindios procedieran del Mediterráneo, sino al contrario: esos pueblos vivían en el continente antes del Diluvio y era allí donde Noé había construido el arca que, concebida como una galera de 28.125 toneladas, pudo superar el océano y llegar a Armenia hasta posarse sobre el monte Ararat. El viaje habría durado de noviembre de 1625 a noviembre de 1626 (fechas calculadas desde la creación del mundo), partiendo de la cordillera de los Andes, penetrando en el continente asiático por la parte de China y, luego, por el Ganges hasta Armenia, en un recorrido de 3.605 leguas. De todo eso había que concluir que el Paraíso terrenal estaba situado en el Nuevo Mundo, y Pinelo demostraba que los cuatro ríos que brotan del Paraíso terrenal no eran los mencionados por la Biblia, sino el Río de la Plata, el río Amazonas, el Orinoco y el Magdalena”.

Luego lo ubicaron en Palestina, África, Armenia y, como ya no quedaban espacios en Oriente Próximo, se concluyó que la búsqueda de El dorado era la búsqueda de un Edén laico.

Pero, ¿cómo era el Paraíso terrenal? ¿Qué encontraba cualquiera que llegara a ese Jardín?

La Divina comedia de Dante Alighieri.

Según se describe en la Biblia, el Jardín del Edén o Paraíso Terrenal es un lugar idílico en el que fluye un río que se divide en otras cuatro corrientes: el Pisón, el Guijón, el Tigris y el Éufrates. En su centro se encuentran los árboles de la Ciencia y del Bien y del Mal. Dicen el Génesis: “Y Yahvéh-Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles gratos a la vista y de frutos sabrosos; y también el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”.

Se cree que es un lugar cerrado por la traducción de su nombre, ya que, del idioma bíblico al griego, el vocablo paradesio, derivado del persa, se refiere a un terreno cercado.

Si decíamos que la figura o el espacio del paraíso terrenal cruza muchas culturas y religiones, son muchas las descripciones que se dieron de él. Por ejemplo, para la cultura sumeria, el paraíso se identifica con un lugar mágico donde viven los dioses. Ahí no existe la tristeza, la enfermedad ni la muerte. En el Poema de Gilgamesh, el protagonista viaja hasta ese lugar que se encuentra sobre una montaña y ve árboles en los que brillan piedras preciosas y gemas.

En el Corán, las descripciones que se dan sobre el Paraíso son bastante parecidas a las demás. Los justos accederán a ese Jardín de las delicias (Jannat al-Na’im) donde encontrarán mujeres hermosas, frutas y bebida.

El Janna, nombre con el que se conoce el paraíso islámico, está formado por siete cielos, en el último de los cuales, el más perfecto y al que se emparenta con el paraíso, vivirán los mártires, los profetas y los creyentes que hayan llevado una vida de acuerdo a los preceptos coránicos. Este también está sobre una montaña y rodeado por ocho puertas principales y su extensión no tiene límites. También se nombran los cuatro ríos, pero en este caso, la corriente trasladará en forma continua agua, leche, vino y miel: “Arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel (Sura 47.15)”. los que accedan vivirán una vida llena de placeres por toda la eternidad. Tendrán siempre 18 años y se encontrarán con su familia, cónyugues e hijos si pudieron acceder también”.

Muchos poetas también tomaron el Paraíso terrenal como un espacio a describir. Uno de los más reconocidos es el inglés John Milton quien en su poema El paraíso perdido dice que se encuentra en la cima de una montaña y que está rodeado por un muro. Está cubierto de palmeras, pinos y cedros, se vive en una eterna primavera y solo se puede llegar a él por caminos empinados.

“En las leyendas taoístas (Lie Tse o Tratado del vacío perfecto, c. 300 d. C.) se habla de un sueño en el que aparece un lugar maravilloso donde no hay gobernantes ni súbditos y todo ocurre por espontaneidad natural. De una edad feliz hablan los mitos egipcios, que tal vez esbozaron por primera vez el sueño del jardín de las Hespérides. El paraíso de los sumerios se llamaba Dilmun y no había en él enfermedades ni muerte. Las montañas del Kunlun eran el lugar del Paraíso terrenal para el taoísmo. Tanto en la mitología china como en la japonesa se habla del monte Penglai (que las leyendas sitúan en lugares diversos), donde no existe el dolor ni el invierno, hay grandes tazas de arroz y vasos de vino que no se vacían nunca (…). Los griegos y los latinos fabulaban acerca de la Edad de Oro y de los reinos felices de Cronos y de Saturno (cuando, según Hesíodo, los hombres vivían sin preocupaciones y, manteniéndose eternamente jóvenes, se alimentaban de la tierra sin trabajarla, y morían como si el sueño se hubiera apoderado de ellos)”, describe Umberto Eco en Historia de las tierras y los lugares legendarios.

El diario de Adán y Eva de Mark Twain.

Para Dante Alighieri, en su Divina Comedia, mientras el Infierno y el Purgatorio son sitios terrestres, el Paraíso es un mundo inmaterial, etéreo y dividido en nueve cielos. Los primeros siete llevan el nombre de cuerpos celestes del sistema solar, que en su orden son Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno. Dante lo ubicará en la cima de la montaña del Purgatorio, por tanto, en un hemisferio desconocido para el hombre de su tiempo. Ya en el paraíso terrenal, este inicia su viaje por el río Leteo y aparece una procesión precedida por los siete dones del Espíritu Santo. A través de él se accede al Empíreo, que es donde Dios habita.

Como se ve, el Jardín del Edén es revisitado y resignificado por distintos actores. Se ha discutido mucho sobre él, desde dónde está, si se encuentra en una zona templada o fría, hasta si es eterno o cómo se salvó del diluvio. En cualquiera de los casos, el Paraíso siempre funcionó como la alternativa feliz ante lo doloroso del mundo.

No sé cuántos hoy en día siguen buscándolo. No sé tampoco cuántos lo visitan en sueños. El Paraíso o Jardín del Edén, terrenal o celestial, ha dejado relatos, poemas, versiones y miradas diferentes y, hasta quizás, sean todas reales.

Si alguien me obligara a elegir alguna de las versiones, creo que preferiría una de las que no he mencionado. Una que me propuso Mark Twain hace ya un largo tiempo en El diario de Adán y Eva: “En la tumba de Eva. Adán: Dondequiera que ella estuviese, ahí estaba el Paraíso”.