Buzones de pilar, los guardianes de una época
La historia postal de Mar del Plata se remonta a fines de 1880. La ciudad aún conserva en algunas esquinas de la ciudad buzones de pilar de hierro que formaban parte del servicio postal. Hoy podemos ver a los que sobrevivieron al paso del tiempo, gracias a un trabajo de restauración pintados de rojo
“Escríbeme, poniendo en cada trazo la fiebre de tu pulso, que se me vuelve abrazo y es un abrazo tuyo…. una carta, solo una carta que me empañe los ojos de alegría”, cantaba Daniel Toro en “Escríbeme una carta”, tema que años más tarde popularizaron Los Nocheros..
Lejos del tinte romántico, Mar del Plata aún conserva en algunas esquinas de la ciudad buzones de pilar de hierro que formaban parte del servicio postal. Hoy podemos ver a los que sobrevivieron al paso del tiempo, gracias a un trabajo de restauración pintados de rojo. En épocas en que la mensajería instantánea era impensada, estos dispositivos buzones rojos las esquinas en las que se depositaban cartas de todo tipo con el objetivo de acortar las distancias y, en épocas en que la mensajería instantánea era impensada, con suerte en un lapso de quince días tendrían una respuesta.
La historia postal de Mar del Plata se remonta a fines de 1880 cuando se instalaron seis buzones de madera en distintos puntos de la naciente ciudad. El sistema de envío de correspondencia era sencillo: pasaba el “buzonista”, vaciaba el contenido de los objetos y los llevaba a la oficina de correos.
1895 fue un año clave en la historia de epistolar de la ciudad: el 15 de febrero, la dirección de Correos decidió unificar los buzones para sistematizar y hacer más efectiva la recolección de cartas y creó un modelo de diseño nacional con características similares al estilo inglés, pintados de color rojo bermellón.
De acuerdo a la investigación del Licenciado Ángel Somma, publicada en Fotos de Familia, luego de fijar cuáles serían las medidas, el material y la forma que adoptarían los buzones, se le encargó a la empresa Bash Hnos – Taller del Fénix, la construcción de 715 buzones que se distribuirían en todo el país y suplantarían a los precarios recipientes de madera que se utilizaba hasta entonces. A la ciudad, se designaron en principio cinco unidades.
El paso del tiempo y el desarrollo del sistema postal hicieron que los buzones de pilar como son popularmente conocidos se distribuyan por toda la ciudad. Actualmente quedan ocho que pasaron a formar parte de la dirección de Restauración de Patrimonio Arquitectónico de la Comuna
De los ocho que aún sobreviven quizá, el más conocido sea el que se encuentra en Plaza San Martín y que en Navidad recibe las miles de cartas que los niños escriben a “Papa Noel”. A este se suman los ubicados en 9 de Julio e Italia, Avenida Independencia y 9 de Julio, Avenida Luro y Avenida Independencia, Avenida Luro e Hipólito Yrigoyen, Güemes y Rawson, Avenida Juan José Paso y Santa Fe y en Villa Mitre.
Un principito y un cambio fundamental en la historia postal de la ciudad
El 17 de enero de 1920 marcó un antes y un después en la historia de Mar del Plata. Desde esa fecha, quienes abonaban $ 150 podían acceder a un vuelo regular o acercarse al departamento postal y pedir enviar una carta mediante el Servicio Aereo Postal (Sap) y, colaborar con el abono del envío o el pasaje con el hospital Francés de Buenos Aires y el hospital de Mar del Plata.
Así, la ciudad, que aún era un lugar de veraneo aristocrático sumaba un nuevo servicio que se extendía hasta el último día del primer mes del año y tenía fechas de envío y arribo puntuales que los acomodados miembros de la sociedad preferían para tener noticias de interés de los veraneantes con mayor agilidad, que hasta entonces, si deseaban dar algún aviso debían dirigirse al edificio postal y aguardar que los bolsones de cartas se carguen en un buque que las lleve a destino.
Aquello que para los habitantes de la Mar del Plata de entonces parecía sensacional era, en realidad una operación muy precaria, que no admitía ser establecida de modo regular sin inversiones importantísimas.
Según consta en los periódicos de la época, durante la segunda quincena de enero, en Mar del Plata dos pasajeros a bordo de un Bréguet Limousine transportaron kilos de ejemplares del diario La Prensa y misivas particulares a 700 m de altura, siguiendo visualmente la vía férrea que en ocasiones cubría la neblina.
El avance tecnológico no fue un logro argentino, sino la consecuencia del esfuerzo comercial francés posterior a la Primera Guerra Mundial, ya que los vuelos estuvieron enmarcados en la visita de una misión gala que buscaba hacer negocios con un país que parecía ideal para desarrollar la aviación y que disponía de excedentes financieros.
Así, por poco menos de una década, los acaudalados veraneantes de Mar del Plata recibieron periódicos, hasta que el joven Antoine de Saint-Exupéry llegó al país en 1929 para asumir la dirección de la Aeroposta Argentina, filial de la Générale Aéropostale de Francia, empresa dedicada al transporte de correo aéreo.
Lo primero que hizo el autor de “El Principito” fue crear la línea de la Patagonia, que conectaba Buenos Aires con Río Gallegos. Saint-Exupéry, entendía que era fundamental, debido al incremento población estival marplatense y la necesidad de los habitantes de la ciudad de comunicar a los inmigrantes con sus familias en Europa incluir una estación del correo aéreo postal en Mar del Plata.
Fue así que el 2 de enero de 1930 la Dirección Nacional de Correos y Telégrafos creó la Aeroposta de Verano Mar del Plata, siendo los trayectos: Buenos Aires – Mar del Plata con salida a las 6 horas y llegada a las 8; regreso programado a las 15 y llegada a Buenos Aires a las 17 horas.
El primer vuelo de la Aeroposta fue un Laté 25 piloteado por el propio Antoine de Saint-Exupéry. Llegó a la ciudad a las 8:15 cargando 77 piezas de correspondencia. Según la Lic. María Claudia Armesto, especializada en la obra de Saint Exupéry, “al llegar la alegría fue inmensa. Muchas familias tradicionales de Mar del Plata y de los campos de Monsalvo, hoy Maipú, Pinamar y Madariaga estaban al encuentro de estos grandes que comunicaban los pueblos, las ramas con las raíces familiares, mediante cartas. Sin duda alguna, un modo de acortar las distancias entre esas familias pioneras que tanto extrañaban a sus tierras de origen”, cuenta.
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