Tres marplatenses integrantes del Conicet realizan su primera campaña científica en la Antártida

Se trata de dos biólogas y un biólogo del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de la ciudad perteneciente al Conicet y la Unmdp viajaron al continente blanco para realizar estudios sobre aves marinas. 

13 de Febrero de 2024 17:50

Por Redacción 0223

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La Antártida debe ser de esos escenarios naturales que sorprenden y maravillan en cada visita. Y cuando se viaja allí por primera vez las emociones deben ser mayores. El licenciado en Biología Maximiliano Hernández cuenta a Agustín Casa para Citecus que lo que más maravilló al biólogo fue observar la enorme colonia de pingüinos.

Hernández es uno de los tres biólogos marplatenses, junto a Jésica Andrea Paz y Aylén María de Prinzio, que en los últimos meses realizaron su primera campaña científica en Base Esperanza, en la Antártida, para realizar estudios sobre aves marinas. Los tres integran el Grupo de Vertebrados del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Iimyc) de Mar del Plata, perteneciente al Conicet y la Unmdp. El director del grupo es Marco Favero, quien realiza viajes a la Antártida desde hace 37 años.

La llegada de los jóvenes científicos marplatenses al continente blanco fue el domingo 12 de noviembre a bordo del avión Hércules. Aterrizaron en la Base Marambio y, luego, se trasladaron en helicóptero a la Base Esperanza.

“Fueron muchas emociones juntas y muchas expectativas que fueron superadas por completo. Soy una privilegiada de poder haber trabajado allá y conocer ese increíble lugar. No esperaba encontrarme con tanta nieve en la base a esta altura del año. De hecho, no es lo habitual, pero creo que es una de las cosas que más me gustan del paisaje. En la base nos esperaba mucha nieve y viento. Lo más impactante fue comenzar a ver desde el helicóptero los témpanos de hielo, los glaciares, las montañas y, obviamente, los pingüinos” recuerda Andrea Paz, doctora en Biología y becaria posdoctoral del Conicet .

Por su parte, la licenciada en Ciencias Biológicas y becaria doctoral del C0nicet Aylén María de Prinzio también relata cómo fue la primera vez que pisó el continente blanco: “Fue increíble, es casi como llegar a otro planeta. Nuestro destino final era Base Esperanza y, finalmente, al arribar allí nos recibió una nevada y todo estaba cubierto de blanco. Fue hermoso, me faltan palabras para describir la belleza de Antártida. Sin mencionar el viaje Marambio-Esperanza: una de las experiencias más increíbles que tuve. ¡Me acuerdo y me emociono otra vez!”.

“Aprendí mucho sobre el lugar. Desde el principio sabía que iba a trabajar en una de las colonias más grandes de Pingüino Adelia del territorio, pero no sabía cómo era la dinámica del trabajo. La colonia está separada por decenas de manchones (grupos) que se sitúan desde pocos metros de la costa hasta lo alto de laderas empinadas a más de 100-200 metros de la costa. Uno no llega a terminar de reconocer el terreno que empieza el deshielo y, donde hace unas semanas caminabas tranquilo, ahora corre un chorrillo, arroyito o laguna subterránea”, detalla.

Y agrega: “Trabajar con los pingüinos no es difícil, no son muy difíciles de manipular y, por suerte, nuestra jefa científica tiene mucha experiencia en el tema, nos enseñó tanto cómo movernos por el ambiente como técnicas para manipular o cosas a tener en cuenta durante el trabajo de campo”.

De Prinzio destaca su experiencia en la Antártida como “hermosa y enriquecedora” y añade: “Una aprende a cada paso que da sobre Antártida, y disfruta de la experiencia, incluso cuando las condiciones son difíciles. Siempre hay algo nuevo que aparece en la ´rutina´ y eso es fascinante”.

El trabajo en Antártida

Jésica Andrea Paz y Maximiliano Hernández participaron junto a Rocío Nigro (actual coordinadora científica en la base) del Programa de Monitoreo del Ecosistema del Instituto Antártico Argentino, dependiente de la Dirección Nacional del Antártico en la Base Esperanza. Este programa se inició en 1994/95, a cargo de los doctores Néstor Coria y Alejandro Carlini, y en la actualidad continúa sus actividades a cargo de la Dra. Mariana Juáres.

“Trabajamos con dos especies de pingüinos: pingüino Adelia (Pygoscelis adeliae) y pingüino papúa (Pygoscelis papua). Ambas especies se reproducen en las zonas costeras durante la primavera y el verano austral, cuando las condiciones ambientales mejoran. Ponen dos huevos y tienen un periodo de incubación de 30 a 40 días. Cuando los huevos eclosionan comienza una etapa de pichones en cuidados intensivos, en la cual los pichones permanecen en el nido y necesitan de los adultos para su protección y alimentación. Alrededor de los 25 días de edad, los pichones se agrupan fuera de sus nidos iniciando una etapa de pichones en guardería. En este periodo ambos adultos buscan alimento para sus crías. Finalmente, con 50 días, los pichones empluman y, posteriormente, parten al mar”, explica Paz.

En bahía Esperanza se monitorean las colonias de ambas especies de pingüinos siguiendo el protocolo estandarizado de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos.

Paz indica que cada año se colecta información acerca de las fechas de los principales eventos reproductivos, por ejemplo, el peso de los pingüinos al arribar a la colonia, la duración del primer viaje de alimentación, conteo de nidos, huevos, pichones y adultos, peso y medición de huevos, entre otros datos.

Asimismo, la bióloga agrega que en esta campaña también censaron la colonia, realizaron estudios de comportamiento de ambas especies y recuperaron y colocaron geolocalizadores para conocer las áreas de alimentación durante todo el ciclo anual.

“Actualmente, el trabajo dentro de la pingüinera es más limitado dado los potenciales casos de gripe aviar que podrían surgir en el área. Dado este contexto trabajamos bajo protocolos que eviten posibles contagios, incluyendo usos de trajes particulares, limpieza y desinfección de elementos y ropa, minimizar el tiempo en la colonia, etc”, destaca Paz.

Por su parte, de Prinzio integra un proyecto que se desarrolla desde 2014 y consiste en el monitoreo de la población de escúa pardo (Stercorarius antarcticus) y escúa polar (Stercorarius maccormicki), menos abundante en el área de bahía Esperanza. Este proyecto está coordinado por el Dr. Diego Montalti (investigador del Instituto Antártico Argentino y del Conicet) y por el Dr. Andrés Ibáñez (investigador del Conicet).

Los escúas son predadores tope, oportunistas y carroñeros, y se alimentan tanto de recursos terrestres como marinos. En particular, el escúa pardo monopoliza los recursos terrestres, mientras que los escúas polares dependen más de viajes marinos para alimentarse”, señala la bióloga.

La importancia de los estudios en la Antártida

“El ecosistema antártico es único, sin embargo, en las últimas décadas ha sufrido el impacto del cambio climático. En este sentido, los datos científicos nos brindan el conocimiento necesario para hacerle frente a esta problemática, permitiendo el desarrollo de medidas de conservación que respalden la toma de decisiones”, asegura Paz.

En esa línea, de Prinzio subraya: “Necesitamos conocer para conservar”. Y detalla: “Los ecosistemas antárticos son únicos y cada vez más frágiles. Es fundamental que sigamos haciendo el trabajo científico en Antártida para obtener la mayor cantidad de información de este lugar tan especial para conservarlo”.

“La humanidad tiene la obligación de protegerlo, y que siga siendo nuestro (y lamentablemente último) santuario de ´tierra virgen´ de nuestro planeta. El hecho de poder llevar a cabo proyectos de investigación sobre el continente antártico tiene también implicancias positivas sobre la soberanía argentina sobre el territorio antártico”, añade de Prinzio.

Respecto al aporte que genera el estudio de animales como pingüinos o escúas en la Antártida, Paz resalta que estos trabajos permiten conocer “los impactos de actividades como la pesca y el turismo, y también cómo la contaminación y el cambio climático podrían afectar a estas especies que reproducen y se alimentan en la zona”.

“El monitoreo de estas colonias de pingüinos y escúas a lo largo de los años permite evidenciar potenciales cambios en la dinámica poblacional de estas especies, por ejemplo, en sus abundancias, periodos de puesta de huevos, supervivencia y mortalidad de adultos y pichones, etc. Estos estudios son relevantes dado que permiten ampliar nuestro conocimiento acerca de la ecología de estas especies para poder desarrollar herramientas de conservación y manejo”, comenta la bióloga.

“Lo que cualquiera podría preguntarse es cómo hace un organismo para sobrevivir en condiciones que a nosotros nos exige logística extrema y que, a pesar de ello, siga sujeta a las condiciones climáticas complejas de la región”, reflexiona de Prinzio.

En este sentido, la investigadora remarca: “Desde nuestra disciplina podemos indagar a niveles más específicos, evaluando, para dar un pequeño ejemplo, cómo se adaptan la fisiología y el comportamiento de los individuos que estudiamos ante un imprevisto climático. Asimismo, conocer las interacciones de las especies, cómo una depende de la otra (a través de predación, competencia, entre otras cosas), nos ayuda a entender no solo cómo es la ecología antártica, sino también cómo eso impacta en otras interacciones por fuera del ´continente blanco´. Hay relaciones entre especies que no conocemos y tal vez las estamos pasando por alto. Eso puede desembocar en tomar decisiones equivocadas cuando se trata de manejo ambiental y recursos. Además, es conocimiento que pertenece a las generaciones actuales y futuras”.

Paz y Hernández finalizaron su estadía en la Antártida a finales de diciembre. En tanto, de Prinzio terminó su participación en la campaña de investigación en Base Esperanza a principios de febrero.

Por Agustín Casa para Citecus.