La Perla, el barrio en el que el boom inmobiliario "demolió" la identidad

En La Perla, los edificios se multiplican y cambiaron la fisonomía de chalets del barrio. Foto: 0223.

12 de Septiembre de 2013 18:14

Por Redacción 0223

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Por Luciana Acosta

La Perla es, junto a Estación Norte, uno de los primeros núcleos urbanos que se constituyeron Mar del Plata a fines del siglo XIX. Pero tiene una particularidad: a diferencia de lo que ocurrió en otros sectores, surgió a partir de un asentamiento en la playa. Sí, sobre la arena. En 1882, un inmigrante levantó sobre pilares de madera el hotel "La Perla", una construcción hecha a imagen y semejanza de otra que existía en la añorada Biarritz. En torno a una rambla, también de madera, se ubicaron familias enteras de ingleses, españoles e italianos que habían venido a hacerse la América y administraban dos balnearios de la zona, justo donde ahora están Alfonsina, Saint Mitchel, San Sebastián y Alicante.

Ahí, en casillas precarias, resistieron los embates del mar y el viento. Sin embargo, la feroz sudestada de 1929 y el incendio de 1934 los obligaron a mudarse en el área continental. Pronto aparecieron pequeños emprendimientos vinculados a la construcción y otros relacionados con los servicios que demandaban los veraneantes que viajaban a descansar en la incipiente villa balnearia: hospedajes, restaurantes, alquileres de viviendas.

Según el Censo Nacional de 1938, la población estable de Mar del Plata ascendía a 72.159 habitantes, de los cuales 21.214 eran extranjeros. Gran parte se instaló en La Perla, donde pronto se multiplicaron las casas bajas de piedra, madera trabajada y techos de tejas de cerámica. Los obreros a cargo de esas edificaciones antes habían trabajado en la construcción de las ostentosas casonas de la costa y le dieron a sus obras un sello característico, único. Así, quizás sin saberlo, crearon el tradicional chalet estilo Mar del Plata.

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La reactivación de la economía y el auge de la construcción post crisis del 2001 cambiaron la fisonomía del barrio: el avance de los edificios de departamentos sobre las propiedades horizontales fue inevitable. A la aparición de un edificio en una cuadra le sucedió el temor de los propietarios a que sus inmuebles se desvaloricen y muchos optaron por deshacerse de ellos antes de que sea tarde. Otros decidieron quedarse, pero se cansaron de vivir encerrados entre paredones de hormigón.

En varios puntos de La Perla se ve, por lo menos, un edificio en obra por cuadra. En 11 de Septiembre, entre Salta e Independencia, por ejemplo, está el chalet donde funcionaba el Colegio de Técnicos y al que, dicen, no le queda mucho para terminar reducido a una montaña de escombros. Al lado, hay una inmobiliaria y en diagonal, sobre la otra vereda, las oficinas de una constructora que ofrece departamentos a ciento cincuenta cuotas fijas y en pesos. Frente a la constructora, dos cuerpos de carteles tapan el foso donde ya están los cimientos de lo que en meses será un nuevo edificio.

La cercanía al mar y al centro cívico y comercial de Mar del Plata fueron los factores que tuvieron -y tienen- en cuenta los inversores inmobiliarios a la hora de elegir ese espacio.

El martillero Alejandro Aćampora, responsable de Acámpora Propiedades, reconoce que La Perla es uno de los lugares preferidos por los empresarios del rubro y compite con otros barrios muy cotizados como Chauvín, Plaza Mitre, Los Troncos, Playa Grande y la zona de la exterminal de ómnibus.

Acá, un departamento de dos ambientes a estrenar vale entre 120 y 125 mil dólares, mientras que el precio de un monoambiente usado oscila entre los 40 y 55 mil dólares.

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Javier es el dueño de un almacén y conoce a la perfección todos los movimientos de la cuadra. Desde la puerta de su local y gesticulando con las dos manos, detalla cómo fue cambiando la morfología del barrio.

- Vení, que te presento a Raquel. Es una amiga que tiene 87 años y te puede contar cómo era esto antes.

- Quizás deberíamos avisarle antes, ¿no?

- Vamos y le contamos que te gustan las casas antiguas, seguro te deja pasar y todo.

Raquel es una de esas abuelas que sostienen la cara con las dos manos cuando saludan a alguien. Descendiente de una familia vasco francesa, llegó al barrio hace más de medio siglo, cuando en la zona había inmensos chalets con parques y árboles frutales. Hoy continúa viviendo en la misma casa centenaria, en la que el tiempo y la humedad hicieron lo suyo.

Es una construcción hecha de ladrillos de arena, cemento y agua, de techo de tejas a dos aguas y un nido abandonado en una esquina del alero. Los ambientes se dividen así: un living pequeño, dos habitaciones de cuatro por cuatro, y un baño tan amplio como los dormitorios. En la cocina, una mesada de azulejos blancos reemplaza lo que antes fue una cocina económica a leña. Al final, un patio mutilado y sin sol: las desgracias familiares y la necesidad la llevaron a vender su antiguo parque sobre el que ahora se erige un edificio de seis pisos.

- Gracias por todo, Raquel. Cuídese, trate de no abrirle a desconocidos.

- No, quedate tranquila, jamás lo hago.

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Lorena Sánchez, doctora en Arquitectura y magíster en Intervención en el Patrimonio Arquitectónico y Urbano, explica que las casas bajas estilo Mar del Plata de La Perla conforman un patrimonio modesto, doméstico. "Es un conjunto de bienes urbanos típicos. Eso no quiere decir que no tengan un valor preciado, al contrario, le dan a la ciudad una identidad y son una referencia en todo el país, como ocurre con las edificaciones medievales de Italia o las casas blancas griegas", dice.

Según la profesional, las presiones inmobiliarias, económicas y hasta estéticas; el progresivo recambio generacional y el escaso conocimiento sobre el valor histórico de las propiedades son algunas de las cuestiones que determinan que este tipo de viviendas tienda a desaparecer. "A eso hay que sumarle que la Municipalidad tampoco tiene una oferta para ayudar a los propietarios o persuadirlos para que no las vendan al mejor postor", advierte.

- ¿Esto se puede revertir?

- Es difícil. La venta y desaparición de chalecitos es masiva. Lo primero que hay que hacer es generar conciencia entre los usuarios y tratar de buscar una retroalimentación en los demás actores: políticos, funcionarios, los propios inversionistas.

Después, necesariamente, el Estado debe impulsar políticas que contemplen restricciones y oportunidades para construir en otros lugares. Es importante que se piense en establecer áreas de preservación, como se hizo en los barrios de La Boca, San Telmo y Barracas, en Buenos Aires.

Además, debe pensarse un Código de Ordenamiento Territorial especial para estas zonas; no se puede utilizar la misma normativa en toda la ciudad.

Pero insisto, primero debemos tomar conciencia de nuestra historia, nuestra identidad, de lo que somos. El barrio, la ciudad sin esos chalets típicos sería una ciudad sin alma.