La extraña aventura de pensar el humor

El actor Julián Lucero analiza el desafío de hacer reír. Qué mecanismos se accionan y porqué es necesario interpretar el estado del cuerpo para lograr un resultado efectivo.

De qué reírse. Julián Lucero asegura que el exceso de ironía es un recurso de poca inteligencia.

24 de Enero de 2015 17:48

Reconozco que cuando lo veo me río, de nada, de él, con él, da igual. Julián Lucero es gracioso hasta en los momentos que no quiere ser gracioso, por ejemplo cuando saluda. Después uno se acostumbra al tono y esa impresión se disipa. Lo primero que pienso, en esto de pensar el humor, es la dificultad que implica hacer reír: hace falta una palabra o un gesto, con una impronta justa, frente a la persona justa. Y muchas veces todo eso no se puede pensar. Sucede.

Julián Lucero llega con Sebastián Furman, el encargado de hacer la música de Los Bla Bla. Pedimos café y charlamos sobre el humor, que es una forma elegante de amontonar opiniones e ideas fáciles de refutar. Lo que funciona para unos no funciona para otros; un texto en boca de un actor puede ser una maravilla, y en boca de otro puede ser insostenible. El arte es la obra, pero también la interpretación. El qué y el cómo. El contenido, la forma. Qué es el qué: el qué puede ser el cómo. Y al revés. Esa oscilación no tiene una respuesta definitiva. Afortunadamente, el humor supera a la inteligencia en la teoría y en los hechos.

- ¿Qué es el sentido del humor?

- J.L: Es un grado de sensibilidad y permeabilidad frente a una estructura, hacia la descontractura. Hay algo de la risa que te afloja, que viene desde adentro del cuerpo. Creo que el sentido del humor es ese grado de sensibilidad para descontracturar la cabeza, el pensamiento. Por eso también hay gente que se ofende tan fácil con el humor. En lugar de descontraturarse se tensionan. Esa tensión es falta de sentido del humor.

- Hay gente que se ríe con humor de suegras. Y otra que se ríe con las sutilezas. ¿El humor se entrena?

- J.L: Como artista, depende de la decisión que tomes. Nosotros con los Cualca construimos un humor atravesado por el absurdo, las guarangadas, las pavadas, la locura. Creo que el humor funciona con la desmedida, con lo que sobra, con lo que se rebalsa. Lo trágico, llevado a un punto que rebalsa, ya es cómico. Si mantenés la tragedia en un grado de solemnidad se mantiene en tragedia. Si la subrayas y la acentuás, ya es comedia. Esa es mi decisión, cuando estoy haciendo algo muy oscuro traspaso la línea. El humor es un desborde. Un juego. Y a todos no nos divierte jugar al mismo juego.

- ¿El humor sería entonces un idioma que se entiende o no se entiende?

- J.L: Exactamente. Un lenguaje. Nuestro humor funciona a un nivel generacional. Ahí está el código. A mí me encanta la película Virgen a los cuarenta, me gusta lo que se dice y cómo se dice. Y es por una cuestión generacional. En cambio, pongo una peli de Jerry Lewis y ya no me hace reír.

- Se dice que el humor viaja mal en tiempo y espacio. Nadie se ríe hoy con el humor de hace cien años. Y tampoco es fácil trasladar el humor argentino a, por ejemplo, Japón. ¿A vos qué te parece?

- J.L: Eso es totalmente cierto. Pero lo que sí llega del humor es la universalidad, el humor físico. También se puede pensar en cierta estructura que sí funciona.

- ¿Hay fórmulas para el humor?

- J.L: Yo creo que no. En mi experiencia por lo menos es fundamental el trabajo en grupo y la discusión de las ideas. Tanto en Bla Bla como en Cualca discutimos todo y bajamos el nivel de sensibilidad, no hay cuestiones personales de por medio. Si tirás una idea que creés genial y a ocho personas les parece una verga, bueno, queda afuera, la usarás para otro proyecto. Y al revés. A veces pensamos que algo está buenísimo y para el público después es una verga. Es importante escuchar al otro para no caer en cosas sin vuelo, sin ritmo, cosas chatas, sin cuerpo. Hay un montón de variables, pero en los hechos el humor es algo muy concreto.

Julián Lucero hace una pausa y pregunta si se entiende algo de lo que está diciendo. “Esto parece una tesis de grado”, dice. Los tres nos reímos. De ahí, no sé por qué, pasamos a hablar del humor de Cacho Garay. “Es un tipo que sabe perfectamente lo que hace, mantiene un registro y entiende cómo comunicarse con el público. Tal vez no me bancaria dos horas de espectáculo, pero reconozco que es un grosso”, dice Julián y da el pie para torcer la entrevista.

- ¿Ustedes cómo manejan la conexión con el público?

- J.L: Es composición. A veces pensamos en la estructura de la ópera, con partes que crecen, que bajan, formas clásicas. De todo eso lo que más funciona es la escucha con el público. Hay que estar atento cuando el público está distante, ahí hay que ir a las marcas. Eso viene del clown. Cuando las cosas no están yendo bien no tenés que ahogar tus recursos, andá por donde tenés que ir, no le exijas nada al público y lo recuperás.

- Tranquilidad...

- Si el público ve a alguien relajado se engancha. El hijo de Alejandro Jodorowsky dice que la conexión con el público es un hilo que toma a tus compañeros de escena y al público. Ese hilo tiene que estar en la tensión justa, ni tirando mucho ni dejándola suelta.

- S.F: El público agradece la sinceridad. Hay algo rítmico ahí. Hay que relajarse, no hay que ser pretencioso ni soberbio. La risa es una consecuencia.

- ¿Por qué hay tan poco humor en los medios de comunicación?

- J.L: Porque hay una soberbia de los productores y los guionistas. Hace diez años que los humoristas son imitadores en la televisión. Lo increíble es que en la escena teatral, en la escena independiente, se está viendo mucho humor y muy bueno. Pero la tele llega tarde a todo. Hay algo retrógrado de pensar en el raiting y que nadie se la juegue por algo nuevo. Es un error terrible, es ir a contrapelo de la historia del humor argentino. Sandrini era payaso con quince años de registro de público, Pepe Biondi era acróbata y payaso con registro de público, Pepito Marrone también. Es increíble que ahora crean que con un imitador y par de chicas lindas estén ocupando ese espacio del humor.

- S.F: Además hay algo que se desvirtuó. Es todo un cóctel de farándula, política y policiales. Ponés un programa y hablan de una vedette, después de una violación y mandan al corte con un video de un perrito bajado de youtube. Es un collage imposible.

- El mismo Tinelli dejó de hacer humor para poner baile. Y el humor de Tinelli en los noventa estaba bueno, nobleza obliga. Había sketches interesantes.

- J.L: Ni hablar. Deportes en el recuerdo estaba muy bien. Ahora quedaron los Sin codificar y Capusotto. Son los dos que se dedican a eso específicamente. El humor es un espacio de lucha muy potente. [Antonio] Gramsci dice que el lugar de lucha más importante es el más popular. Para Gramsci era el folletín. Para nosotros es el sketch. Eso, para mí, es un lugar de lucha. La solemnidad te va a bajar el pito. Hay que encontrar un nivel oculto en el humor para encontrar una piña, un golpe nuevo. Me molesta el humor que se vuelve demasiado explicativo. La enunciación debilita el humor.

- S.F: Es eso. La televisión es la no-metáfora. La explicación de lo que estás haciendo y la bajada de línea, con obviedades, de cuándo te tenés que reír.

- Sin embargo, Cualca es un fenómeno de culto. ¿Por qué?

- J.L: Funciona bien, pero es un público reducido. Le gusta a mucha gente que nosotros conocemos. Es para una franja de edad. Y en Canal 9 llegó a mucha más gente, pero hasta ahí. Avanza de boca en boca.

- ¿Cuál es la búsqueda?

- J.L: Algunos son números tontos y algunos son complejos. Es un nivel de pavada para todo el mundo. Yo creo que hay personas que se aburren con determinados sketchs y otros que llegan a ser muy populares. No sé. Es una creación colectiva.

- ¿El de la semana pasada fue realmente el último  Cualca?

- Fue el último de ese ciclo. Estamos pensando ideas nuevas, en teatro y demás. Por lo pronto tenemos una reunión el mes que viene para cranear cómo seguimos. Nos movemos con libertad.

De Cualca otra vez a la reflexión sobre el humor.

- ¿Sirve de algo pensar el humor para hacer humor?

- J.L: Nosotros con los grupos lo hacemos escuchando al público. Entonces manejás la situación. Por ejemplo, con los Bla Bla hacemos un sketch donde una persona mea a un viejo. El público ahí se ríe, pero también se enoja y se incomoda. Esa tensión es interesante. En Cualca es igual. En el arte, se dice, tiene que haber una parte bella y una parte siniestra. A mí me gusta ese juego. Alguno entran y otros no.

- S.F: En cuanto a pensarlo. No sé si lo pensamos. No vamos a un escritorio y bajamos en palabras lo que funciona y lo que no. Es más un registro corporal. Y hay algo de aceptar la libertad: podés ganar o perder, pero no podés perder la frescura en pensar todo.

- Voy a una pregunta básica entonces. ¿Qué es el humor?

- J.L: El humor es estado. Inclusive cuando está todo escrito. Si el estado de la persona no es el adecuado, el humor no llega. En el estándap se ve muy claro. Hay unos videos de Richard Pryor, para mí el más grosso comediante yanqui, donde lo ves perfecto. Hay funciones improvisadas del tipo donde no le funcionan la mitad de los chistes, pero está tan relajado que comprás todo. Y eso te va llevando. En ese sentido el pensamiento no tiene nada que ver con el estado.

- ¿Y qué es el estado?

- J.L: Es la forma de respirar, es la forma en que circula la sangre, es el cuerpo puesto. Hay gente que no está pensando en habitar el cuerpo. Ya está habitada.

- S.F: Es igual que en la música. Vos podés saber todo al detalle, pero si no tenés cuerpo, si no respetás la danza que requiere el estilo, sos un robotito. Y esa ausencia la percibe cualquiera.

- ¿Y la técnica?

- J.L: El trabajo y la obsesión son muy importantes. El humor es un laburo empírico por sobre todas las cosas. Es prueba, prueba, prueba, cambiar, cambiar, cambiar.

- ¿Cómo se dosifica la ironía en el humor?

- J.L: Personalmente, me parece cada día más pelotuda la ironía y el cinismo. Lo siento como una falta de inteligencia. Como la ironía en la pareja, es una mierda. Sí atravesada en una idea o en un acto, pero en la palabra me aburre un poco. No sé cómo se maneja. A veces lo veo en mí y me doy cuenta que es una falencia, es no saber argumentar las cosas de otra forma. La ironía y el cinismo no es la gran cosa. Las redes sociales están llenas de ironía y cinismo.

- Es real que hay humoristas que de tan irónicos se vuelven predecibles...

- J.L: Totalmente, ya sabés cómo van a resolver. Resta sorpresa. Y el humor necesita sorpresa.

- ¿Y el humor popular? ¿Por qué se lo denosta?

- J.L: No sé. Yo te puedo decir que la inteligencia crítica en el humor es también un tanto relativa. Hay una inteligencia que trasciende la temática. Si la inteligencia no está puesta en juego de forma adecuada tampoco sirve de nada. Es preferible un actor vivo y en movimiento que un actor inteligente. Todo tiene que estar en juego y circulando. La sensibilidad, el estado físico y la inteligencia te pueden ayudar a hacer humor de algún tipo, pero la inteligencia sola no sirve para nada. A veces el humor popular, chabacano, está mucho mejor puesto en escena que el humor supuestamente inteligente. Hay más inteligencia es saber utilizar la pavada que la alta cultura, porque quedás en offside. Te meten una piña que no te esperás.

- Incluso sospecho que la alta cultura guarda un recelo con lo popular. La denosta desde la soberbia, sin argumentos demasiado sólidos.

- J.L: Sin duda. El humor sin groove, sin ritmo, no funciona. Y eso no viene ni se genera desde lo racional. No está ahí.

- ¿Vos de qué te reís?

- J.L: De las pavadas. Estamos todo el día haciendo pavadas. Yo trato de reírme mucho, me hace bien, me hace feliz. Con los Cualca y los Bla Bla estamos todo el día poniendo la pavada arriba de la mesa. Y con humoristas como Juana Molina, me parece una grossa. Con ella tengo un nivel de cholulismo como con Maradona. Si me los cruzo no sé ni cómo accionar.

La entrevista de a poco se va yendo sin rumbo a otros temas. Por ejemplo Charlie Hebdo y el atentado terrorista donde el humor parecía, al principio, ser el núcleo fundamental de la cuestión. “Veo un manejo tan oscuro detrás de todo esto. Siento mucho lo de las víctimas, son de nuestro gremio, del humor, pero no sé si son víctimas de los asesinos ni quiénes son los asesinos. No encuentro formalmente al victimario. No sé quién está atacando a quién, siento una mano muy oscura, muy terrible. Tengo miedo y tristeza de que se le pegue tan fácilmente a los musulmanes. Es muy complejo. Siempre sospecho en estos casos”, dice.

Y sin nexo alguno volvimos a hablar de Cacho Garay. Del groove humorístico de Cacho Garay. Otra vez nos reímos.

Alguien mira la hora. Pedimos la cuenta apurados.

Y nos vamos. Sin certezas de nada.