"La historia está llena de culebrones que humanizan a los próceres y los hacen más inmensos"

La escritora marplatense Florencia Canale presentó su último libro, centrado en dos mujeres esenciales en la vida de Juan Manuel de Rosas: su esposa, Encarnación Ezcurra y su madre, Agustina López de Osornio.

24 de Enero de 2016 12:54

La vida de Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el restaurador de leyes o el tirano, completa cientos de páginas de la historia de los inicios de la Nación. Y Florencia Canale elige a esta figura en su último libro, Sangre y deseo. La pasión de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra (Planeta, 2015); pero esta vez como una excusa para llegar a dos mujeres imprescindibles en la existencia del principal caudillo de la Confederación Argentina: su esposa, Encarnación Ezcurra y su madre, Agustina López de Osornio.

De paso por Mar del Plata, donde participó en el ciclo de charlas Verano Planeta, la escritora conversó con 0223 sobre la humanización del prócer de bronce y el rol de Encarnación, la Heroína de la Santa Federación, una mujer de armas tomar.

¿Por qué Rosas?

Me parece que es el prócer más amado y más odiado. Él ya era un personaje convocante para mí por todo lo que tiene en su haber, pero me parece una de las cosas más interesantes que tenía era su mujer de la que sí se ha contado, por supuesto, pero yo tenía ganas de hablar de ella, de dedicarle una novela.

Es decir, Rosas fue la excusa para hablar de Encarnación.

Exactamente. Y ese amor también es una excusa para hablar de ese momento histórico tan sangriento de nuestra historia. La nación, que todavía no existía, tuvo un antes y un después de Rosas; me parece que Rosas fue como una bisagra de la historia argentina.

Tenía una vida íntima, privada muy rica; de mucho esplendor y con muchas personas atractivas de las que contar: su madre, sus hermanos, su padre, los padres de Encarnación y su hermana; ese hijo que no es tal. Es una familia llena de secretos y un amor bastante tormentoso, potente, con dos protagonistas intempestivos, vehementes, apasionados. Era interesante.

Mencionabas a la madre de Rosas, Encarnación y su hermana, que tiene un hijo con su amante. Ninguna de ellas parece ocupar el lugar de sumisión que uno creería que tenían esas mujeres; por el contrario, son mujeres con mucho carácter.

Eran unas mujeres atrevidas, temerarias. Josefa, la hermana de Encarnación, a la que su padre había obligado a terminar su relación con Manuel Belgrano y aún casada con otro hombre, toma un carruaje y se va al norte –en ese momento, zona de guerra- para encontrarse con Belgrano. Con él vive un romance tan intenso como sólo podía vivirlo una mujer descocada. Incluso, tiene un hijo de esa relación, lo que prácticamente la valió que para su padre estuviera muerta.

Volver, entregar ese hijo y armar todo tipo de estrategias para seguir adelante con su vida y no entrar en una depresión… Uno se pregunta si hoy se podría aguantar tanto, pero esas mujeres seguían y seguían; algunas un poco más retiradas y otras más al frente, como Encarnación.

¿Cuál es el rasgo que define a Encarnación?

La lealtad, en eso no hay nadie como ella. Era una mujer de una lealtad infinita con su hombre, tal es así que termina poniendo el cuerpo, muriendo por él. Ella entrega su vida a la construcción del mito de Juan Manuel de Rosas y se quema como un bonzo. Se muere muy joven –tenía 44 años-, pese a tener una salud de hierro. Algo pasó. Creo en lo no dicho, en la furia, en los raptos de locura. Me parece que todo eso termina detonando en ese ataque que termina con su vida.

¿Cómo continúa la vida de Rosas tras la muerte de su esposa?

Ese fue uno de los argumentos que planteé en la editorial cuando empecé a pensar en la novela. Me pareció poco una novela para contar todo sobre este hombre, esta mujer y todo lo demás –de hecho este es el primer libro de una trilogía- porque pasa de todo cuando muere Encarnación: empieza el segundo mandato de Rosas, viene Caseros, el exilio.

Creo que él pierde a su aliada más fiel, más leal. Empieza su segundo mandato, que es el más potente, el más sanguinario y él ya no tiene en quién confiar. Ahí empieza con sus paranoias más absolutas. Ella decía a quién sí y a quién no, lo cuidaba para que no lo envenenaran. Es decir, digitaba y él confiaba ciegamente en ella, entonces, cuando la pierde, la cosa se empieza a poner más pesada. Y si bien está su hija Manuelita, la princesa de las Pampas, a quien él usa mucho de señuelo, no llega a ocupar ese lugar.

Él pierde con Encarnación su confidente, las cuatro paredes en las que podía aflojarse; el lugar donde podía ser honesto.

¿Es posible pensar en Rosas, el prócer, sin Encarnación?

No, de ninguna manera. Si Encarnación no hubiera existido en su vida, hubiera sido Juan Manuel Ortiz de Rosas, un estanciero poderoso, guapo, importante y punto. Encarnación pasaba las horas pensando en que nada obstaculizara esa carrera que estaba emprendiendo su hombre, sin importar hijos, familia, nada. Tampoco hay que quitarle mérito a Agustina, esa mujer que vivía para su príncipe, su hijo predilecto.

El matrimonio Rosas – Ezcurra se concreta tras a una mentira… (N. del E.: sin el aval de doña Agustina para casarse, la pareja le hace creer a la mujer que Encarnación estaba embarazada, lo que apresura la unión)

Una estratagema vil, ideada por Encarnación.

-Con semejante comienzo, ¿cómo es la relación entre la suegra y la nuera?

Horrenda, como todas. Además, cuando Agustina ve que esta era la mujer que indefectiblemente elegía su hijo, le hizo la guerra sin cuartel. Claro, cómo no iba a hacérsela si era igual a ella; eran espejos. Dos mujeres fortísimas, tironeándose al mismo hombre. Pienso que no fue fácil para ella, sobre todo porque después de casarse se va a vivir a la casa de los Ortiz de Rosas, sin ese parapeto que era su marido, con esa mentira del embarazo. Sin embargo, fue una contrincante digna porque pudo con Agustina.

Si Encarnación no hubiera existido en su vida, hubiera sido Juan Manuel Ortiz de Rosas, un estanciero poderoso, guapo, importante y punto.

¿La historia le hizo justicia a Encarnación?

No. A partir de cierto momento empiezan a aparecer las voces de las mujeres en la historia argentina. Encarnación, además de ser la mujer de Rosas, fue una política impresionante. Lo que sucede es que como Rosas ha sido una persona tan controversial, se la ha denostado enormemente. Me parece que todavía hay mucho que revelar y relevar de esta mujer tan impresionante, que cuando su marido se fue a la campaña del desierto, se quedó a cargo del territorio y con armas en la casa, diciendo a quién había que amedrentar y si hacía falta pegarle un tiro a algún salvaje unitario. Viva la santa federación, abajo los salvajes unitarios. Ella estaba cargo de todo esto. Era una mujer bastante pequeña en comparación con Agustina López Osornio, que era bastante más importante en cuanto al porte y al estilo. Se había quedado huérfana a los 15 años y se había dedicado a sus hermanos más pequeños, de la casa; ella la que mantenía la casa y manejaba la peonada. Encarnación, en cambio, parecía una muchacha más desdibujada pero que no te tocara el fuego que tenía dentro.

Pero en esa época, ¿sí fue reconocida? Los historiadores hablan de un cortejo multitudinario tras su muerte, de dos años de luto...

Absolutamente. Yo diría que ese duelo, ese cajón llevado por todos vestidos de negro, esa ciudad con los crespones punzó en las paredes, fue la muerte como espectáculo. Además, ellos son los primeros que usan eso con un fin político, la famosa propaganda. Ellos son los impulsores, ellos crean todo. Eran realmente brillantes y de avanzada.

Cuando Rosas vuelve de la campaña del desierto, un año después, le piden por favor que la corran porque había tomado demasiada preponderancia, demasiado protagonismo y ya casi tenía el poder en el puño. Ella ya estaba enferma, muy flaquita y él le pide que dé un paso al costado, no sólo desde un lugar de competencia, sino para que se cuidara un poco.

¿Similar a lo que ocurrió más tarde con Juan Perón y Eva Duarte?

Puede ser, pero por lo pronto, ellos son los creadores, entonces tienen todo a su favor. Después todos fueron copias de copias e intentaron apropiarse de esas personalidades, de esos actos.

Juan Manuel de Rosas era un hombre de clase alta y él es el primero que intenta que las masas empiecen a ocupar otro lugar; Perón no es un hombre de clase alta. Encarnación no busca el protagonismo, sino que vive y respira en función de la construcción de su marido; Eva sí buscaba el protagonismo.

Me parece que Eva per se tiene una figura preponderante. Es más, está lleno de gente que prefiere y defiende a Eva antes que a Perón. Encarnación hacía todo a pura intuición, no es política pero sí hace política.

Pese a no tener ningún tipo de formación.

No, de ninguna formación. Ella, a diferencia de las otras mujeres, le manejaba la economía a su marido, a su padre y a Quiroga; cosas que no ocurrían. Seguramente, muchísimas tenían mucho poder en el micromundo de sus casas, pero esta era una mujer tan despierta, con inquietudes y con tantas ganas de aprender, que su padre le enseña a hacer libros contables.

Cuando comenzaste este proyecto, ¿pensante que te ibas a encontrar con estos entretelones?

No. El germen apareció cuando escribí Amores Prohibidos y surgió el asunto de Pepa entregando su bebé a su hermana Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas. Este chico se entera a los veintipico que no era hijo de Rosas, sino de Belgrano; que su madre no era su madre, sino su tía y su tía, en realidad, era la madre. Ahí dije ay, dios mío. Esa fue la patada inicial para entender que había algo. Pero a medida que uno va leyendo e investigando, aparecen detalles diminutos con los que yo después construyo mundos. Nuestra historia está llena de culebrones.

Culebrones que humanizan a próceres.

Justamente. Además, al humanizarlos, lo hace más inmensos. Un hombre común y silvestre, que no era una estatua ni un semidiós ni un tocado por la varita, puede, a pesar de todas estas contingencias, llevar adelante la independencia de América. Eso realmente los hace más humanos y por eso mismo, mucho más grandes. Inmensos, infinitos, diría. Imaginate un hombre que es capaz de tener de esa mirada macro a pesar de las contingencias absurdas de lo cotidiano. Nada de la rutina va a opacar ese destino, ese designio que ellos tienen entre ceja y ceja.

¿En el siglo veinte hay personajes con estas características?

No, cada vez menos. Sí hay algunos, pero me parece que el presente empieza a transformar todo más en pedestre, más chato, menos grandilocuente. Y el siglo veintiuno, ni qué hablar. Tal vez me sorprenda y de acá a un tiempo diga uy, dios mío, pero me parece que lo heroico, lo romántico y lo intempestivo del siglo diecinueve quedó ahí.

¿Cómo es tu relación con el público? ¿Por qué eligen tus novelas?

Tengo un vínculo muy estrecho. Entiendo que les interesen estas historias, porque me despiertan interés a mí. Cómo no nos va a despertar interés saber de dónde venimos, tratar de encontrar respuestas a la infinidad de preguntas que tenemos. La vida es una eterna pregunta, una eterna búsqueda de respuestas que multiplican las preguntas. Saber sobre nuestros próceres, cómo vivían, intenta apaciguar esa angustia, esa ansiedad de saber quiénes somos.

De todos los personajes sobre los que estudiaste e investigaste, ¿cuál es el que más te conmovió?

Me voy enamorando y desenamorando a medida que voy escribiendo. Por supuesto que cuando escribí Pasión y Traición San Martín me voló la cabeza, me pareció impresionante y me enamoré perdidamente. Pero también me enamoré de Remedios, entonces no quise valorar ni desvalorizar a ninguno de los dos. Después apareció Belgrano y me pareció descomunal. Y ahora aparece Rosas –de hecho, se viene una segunda parte, por lo que voy a tener un rato largo con él- y yo sigo muy impresionada con ese tipo que provocó pasiones tan encendidas; esos odios tan viscerales y tan enceguecidos. Uno cuando lee las dos historiografías de la época, es casi gracioso, es como un chiste. Por momentos él casi es un ángel caído del cielo, el salvador y de la otra punta es el diablo…

Rosas el restaurador o el tirano.

Claro, entonces todavía estoy muy imbuida de esa figura, estoy avasallada por la figura de Rosas.

Antes decías que no querías juzgar pero, ¿no es difícil no hacerlo con el diario del lunes?

Es difícil pero yo me recuerdo e intento recordarle a los lectores que no tiene ningún sentido hacer un análisis desde el siglo veintiuno sobre los hechos ocurridos en el diecinueve. Era otro mundo, otra vida, otros vínculos, otros tiempos, otras necesidades. Puedo pensar qué maldito o abusivo lo que hizo le hizo, y causarme cierta empatía ella, pero trato todo el tiempo de no prejuzgar. Nosotros estamos llenos de preconceptos y sobre todo con estos tipos, de los que en colegio nos enseñan una mirada muy sesgada.

Trato de tener una postura más compasiva y menos dedo levantado. Trato de entender, de buscarle el porqué. Seguramente el psicoanálisis ha abonado a que uno pueda a partir del siglo veinte entender algunas cosas, pero en esos tiempos nada de esto existía y era todo bastante animal. Trato de sacarme todas esas capas de prejuicios o de ideales que yo armé con el tiempo.

Saber sobre nuestros próceres, cómo vivían, intenta apaciguar esa angustia, esa ansiedad de saber quiénes somos.

¿Hubo algún personaje que realmente detestaras? ¿Podrías escribir sobre él?

Sí, seguramente.

¿Pero con la misma compasión?

Sí, creo que sí. Por ejemplo, con San Martín me pasó que yo lo amé y pensé que estaba escribiendo sobre un hombre fabuloso y muchas mujeres lo odiaron. A veces escribo y los lectores vuelven a escribir su propia novela y eso me parece genial.

Por supuesto que ese es mi Rosas, mi Encarnación. Yo los pienso y los imagino de tal modo, sobre todo con estos personajes que están tan en el límite.

Se viene Sangre y Deseo 2 ¿y 3?

Síiii, ¡hay Rosas para rato! (risas). La segunda parte será el segundo mandato, todas las amantes y los hijos que tuvo; Manuelita que empieza a crecer. La tercera parte será el exilio, el derrumbe del héroe y la aparición de Manuelita como la princesa de las Pampas, vital y potente.

La última: sos marplatense, ¿tenés pensado escribir sobre la historia local?

Mar del Plata, en algún momento va a llegar porque cada vez que vengo es una fuente de inspiración, es un mimo al alma. Es una ciudad que yo amo, es mi infancia, mi adolescencia, la felicidad. No podría describirlo de otra manera. Las casas donde anduve están repleta de historia y de historias y seguramente llegará su momento.