La belleza de la crueldad en La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik

En 1971 aparece La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik. El relato en realidad son una serie de apuntes que la propia Alejandra va tomando mientras lee la biografía que escribe Valentine Penrose de Erzsébet Báthory. Entre lo poético y el ensayo, Pizarnik narra la crueldad humana.

9 de Diciembre de 2018 08:59

Dicen que las primeras noticias que tuvo Alejandra Pizarnik sobre La condesa sangrienta fueron a la orilla del Sena, en París, en aquellos puestos de les bouquinistes, frente a la Catedral  de Notre Dame, donde encontró unos suplementos literarios que hablaban de la obra de  Valentine Penrose sobre la condesa Erzsébet Báthory. Dicen,  también,  que allí comenzó su fascinación por el personaje que luego daría lugar a su propio texto, el cual escribe como apuntes de la lectura del libro de Penrose.

La condensa sangrienta existió. Y cada vez que hacemos una lectura sobre ella, no solo revive, sino que lo hace también el horror, lo macabro y el padecimiento de sus víctimas.

La obra de Pizarnik se publicó por primera vez en la revista Testigo, año 1, número 1, en enero de 1966. Pero en forma de libro apareció recién en el año 1971 por la editorial Aquarius. Así resume la propia autora la historia que encierran estos apuntes: “Resumo: el castillo medieval; la sala de torturas; las tiernas muchachas; las viejas y horrendas sirvientas; la hermosa alucinada riendo desde su maldito éxtasis provocado por el sufrimiento ajeno”.

Cuentan que la condesa Erzsébet Báthory se bañaba en sangre de jóvenes doncellas para mantener su juventud. En su final llegó a encontrarse junto a ella un cuadernillo donde, con su letra, había anotado los nombres de las 610 víctimas, así como sus señas particulares. La muerte llegaba luego de las torturas y el terror nos llega a través de lo literario.

 

La obra de Pizarnik cuenta con un trabajo de escritura que permanentemente expone al lenguaje poético a ese juego de narrar bellamente el horror. Manifiesta el poder del lenguaje de convencerte de que estás dentro de una historia que no te gustaría protagonizar. Nos encontramos con una historia que logra contrariar al lector,  dado que se relata la tortura con belleza. Se trata realmente de una poética de lo macabro, de la crueldad.

En latín crueldad se decía crudelitas. Significaba lo inhumano ya que derivaba de crudus, lo sangrante en oposición a lo cocido. La gran distinción, en realidad, responde a la forma de alimentarse: si comías la carne cocida ya habías perdido esa cuota de animalidad, de inhumanidad, no así si comías crudo, sangrante. Lo cruel señalaba, en realidad, tu parte animal.

Para los griegos no era muy diferente, cruel significaba también lo inhumano, lo insensible, pero al darle un carácter un tanto abstracto, lo relacionaban más con lo moral.

 

La condesa sangrienta es cruel, no cabe ninguna duda. Hay algo de inhumana en ella, hay una parte insensible, de gozo a la hora de la tortura y del dolor, de la sangre de sus víctimas. “Sus últimas palabras, antes de deslizarse en el desfallecimiento concluyente, eran: ¡Más. Todavía más, más fuerte!”

Esa parte deshumanizada, esa sed de sangre de Erzsébet es lo más tentador de la historia para nosotros los lectores. Esos hechos  en sí mismo nos van haciendo parte, nos van interpelando  hasta recomponer y descifrar el texto, descifrar la parte humana de todo.

La historia es cruenta y melancólica, ¿o es sangrienta por la melancolía que conlleva? Tal vez esa melancolía que aquejaba a la Condesa sea la misma que  también aquejaba a la propia Pizarnik. Melancolía generada por el paso del tiempo, por el acoso de este que todo lo devora, que todo lo refleja, que todo lo espeja.

A Alejandra le gustaban los espejos también. En La condesa Sangrienta por supuesto hay uno que la propia Erzsébet había diseñado. Espejo que, como todos, reflejaba ojos fríos y melancólicos. Así, no sólo estaban ella y su melancolía por duplicado en aquella sala, sino también sus torturadas víctimas, sus donantes de juventud. La Condesa miraba el espectáculo tanto o igual a como se miraba al espejo. Buscaba un yo, buscaba su yo en el reflejo, quería verlo, quería encontrarlo también en sus víctimas, en el otro.

Ilustración de Santiago Caruso.

Pizarnik logra en los apuntes reflejar, como en un espejo, una historia de lectura fluida, cuadros fijos e interminables de una pesadilla. Se trata de una escritura brillante, precisa. Cuenta con imágenes potentes, extrañas,  que nos sacan permanentemente de lo real, aunque mucho de la historia de la humanidad nos cuente luego, que es posible que algunos quieran disponer así del cuerpo de los otros.

Termina y a la Condesa no la sentencian a muerte. Ella disfrutaba con la muerte, ese no podía ser un final a su altura. Así, la historia pedía que fuese el encierro. “Nunca demostró arrepentimiento. Nunca comprendió por qué la condenaron. El 21 de agosto de 1614, una cronista de la época escribía: Murió hacia el anochecer; abandonada de todos”, anota Pizarnik.

Estos apuntes inclasificables dejan una pregunta final. Alejandra nos cuestiona en el cierre, se cuestiona antes del último punto: “Ella es una prueba más de que la libertad absoluta en la criatura humana es horrible”. Frase muy fuerte que abre más que cerrar. ¿Hasta dónde nos puede llevar la libertad absoluta? ¿Qué se le puede ocurrir al ser humano si la posee? ¿Será horrible, como dice Pizarnik? ¿Es el ser humano alguien lleno de maldad? Responde NietzscheVer sufrir sienta bien, hacer sufrir todavía mejor: esta es afirmación dura, un viejo y poderosos principio fundamental humano-demasiado humano… Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más vieja y más larga historia del hombre…”

La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik. Apuntes en lenguaje poético de una lectura de la autora, mezcla de ensayo sobre la condición humana y ficción gótica. La literatura como instrumento para entendernos un poco mejor a nosotros mismos y al resto del mundo. Hay algunas zonas donde solo la literatura puede penetrar y permitirnos tomar conciencia de ellas. La literatura y un lenguaje bellísimo que, sin dejar de serlo, nos narra lo más cruel, lo más inhumano. De la forma más bella, Pizarnik, y sin quitarle negatividad, logra salvar lo distinto y resistirse a dejar la historia cruel de la Condesa sólo en un presente. Lamentablemente esa crueldad, esa deshumanización, no se puede leer hoy como un estado de excepción. El ser humano se encargará de contar y recrear la misma historia vista desde otros momentos.