Los rincones del Nacional Mar del Plata, un colegio a punto de cumplir 100 años que se sostiene por el aporte de los exalumnos

El edificio de Alberti y Mitre fue fundado en 1919 y aunque se lo declaró Patrimonio Cultural de la Provincia, “cada vez está peor”. El director Walter Catansaro busca crear un museo y archivo histórico para preservar objetos de valor

El pintor Juan Carlos Castagnino realizó una obra en la escuela que permanece intacta.
29 de Septiembre de 2018 20:12

El disyuntor estaba puenteado y nadie lo había notado, hasta ese miércoles que lo descubrieron. Parece que un Dios aparte protege a todos en El Nacional de Mar del Plata, porque cualquier electricista sabe que en esas condiciones podría ocurrir una tragedia. Las térmicas habían saltado hace unos minutos y como siempre que hay un problema con la energía, Walter lo llamó a Mario -el marido de una de las preceptoras- para que lo solucione. Justo en el momento en que volvió la luz, sonó el celular del director. Todavía no sabía que ese llamado le solucionaría tantos problemas de infraestructura que tiene la escuela desde que fue fundada en 1919.

-Estamos muy preocupados por la situación que atraviesa el colegio, queremos ayudar.

Walter Catansaro, el director de El Nacional "Manuel Belgrano", no recuerda si esas fueron exactamente las palabras de Norma, una exalumna que lo llamó desde Nueva Jersey, Estados Unidos. Con ella había caminado por los rincones del colegio hace 40 años y su llamado estuvo acompañado de una propuesta que muestra lo que significan esas paredes para aquellos que pasaron por allí.

-Walter, queremos poner 100 dólares cada uno y vos lo destinás adonde más se necesite. 

Su voz representa a los egresados del ‘79, un grupo unos 60 exalumnos que vive en Francia, España y otras ciudades del mundo, y enterados por los medios de comunicación sobre la precaria situación que atraviesa el edificio de Alberti y Mitre crearon un grupo de Whatsapp con el objetivo de juntar fondos.

"No es la única comisión que está interesada en dar una mano", cuenta Catansaro mientras busca la llave para abrir la escuela y recibir a 0223. Es feriado y las aulas están vacías. La lista de arreglos pendientes es larga, pero el compromiso de los que alguna vez ocuparon esos asientos ya está hecho. "Prometieron colaborar activamente para la poda de árboles, la compra de una caldera nueva y el arreglo de techos, persianas y fachada”, explica el responsable de la que hoy es secundaria Nº 24. En el edificio también funcionan la Nº 22 "Mariano Moreno" y parte del establecimiento es utilizado por el Instituto del Profesorado de Arte (IPA) y la Escuela Municipal N°9. En total asisten unos 2200 alumnos.

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En 2006 el edificio ubicado en Mitre 2579 fue declarado Patrimonio Cultural de la Provincia de Buenos Aires. Pero parece que ha sido sólo una formalidad, porque "cada vez está peor". "En invierno les tenemos que decir a los estudiantes que vengan bien abrigados", dice el director con vergüenza y bronca al mismo tiempo. Hay días que los chicos no tienen agua, se pierden clases por aulas inundadas o se deja de tener actividad porque se electrificó una pared.

El espacio techado donde se realizan las prácticas deportivas, también reuniones y algunos actos, queda justo enfrente de la puerta principal, está custodiado por un busto de Moreno y otro de Belgrano, sin embargo ningún prócer pudo salvarlo del agua que entró más de una vez cuando diluvió. La cooperadora, los alumnos, los padres, los profesores, los directivos, los ex alumnos pusieron tanto el dinero como la mano de obra para comprar latas de pintura y renovar las paredes. Todos menos los verdaderos responsables.

“Si no fuera por el aporte de los ex alumnos sería imposible mantener la escuela”, sostiene Catansaro y explica que “ellos resolvieron lo del tanque”. “Desde el Consejo Escolar querían tirarlo abajo y construir otro, cuando el tema era el flotante y se cambió en una tarde nomás”, reclama. Hace tres años que no deja de escribir notas para que se reparen las cosas, pero las respuestas siempre tardan en llegar. 

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Los rastros del siglo pasado pueden verse en las aulas, que en total son 32 y mantienen los pisos de parqué "impecables gracias al potencial de los auxiliares que le pasan gasoil con frecuencia".  

La historia también queda expuesta en el laboratorio, la sala de física y la biblioteca, espacios en los que cuando uno pasa por la puerta parece trasladarse en el tiempo. 

Las piletas de mosaicos amarillos y un microscopio que pesa más que cualquier otro elemento del espacio dedicado a la química son muestras de ello; al igual que los bancos en la sala de lectura que parecen sacados de un libro de Harry Potter. “Es increíble todo lo que hay en esta escuela”, dice Catansaro y mira a su alrededor como buscando que la declaración de Patrimonio no sea solo un papel. Es de esos directores que sienten a la escuela como suya y disfruta de un domingo a la tarde ir a pintar una pared, arreglar un baño o lo que sea que haya que hacer. 

Un oasis en el desierto

El sótano es una de las partes más lúgubres. Allí funcionaba tiempo atrás la sala de dactilografía. Ahora es el depósito de lo que parecieran cachivaches, pero el valor histórico que se oculta entre las telarañas es incalculable.

Entre monitores de los ‘90 aparecen escondidas máquinas de escribir del siglo pasado, tubos de ensayo que parecen de cuando Fleming descubrió la penicilina en el 1928 y herramientas de trabajo de los tiempos en los que había talleres en las escuelas que servían para trabajar cuando uno egresaba. 

En vitrinas que seguramente fueron talladas a mano se muestra una decena de lámparas en forma de esfera. Años atrás iluminaban el patio, que como otros espacios, quedó sin luz cuando fueron retiradas y no se reemplazaron con nada. También hay balanzas antiguas, y en un rincón del fondo, sobre los estantes de un mueble que casi ni logra verse hay decenas de carpetas y papeles. Son legajos de ex alumnos que estudiaban hace más de 80 años. Contienen certificados de antecedentes penales, calificaciones firmadas por escribanos, exámenes escritos con tinta china con una prolijidad tal que parece recién impresos.

En ese espacio y con todo eso, Catansaro proyecta crear un Museo y Archivo Histórico Escolar que ya cuenta con el apoyo de la Biblioteca Nacional de Maestros y de la Universidad Nacional de Mar del Plata, a través de referentes e investigadores del Conicet.

"Plata no hay, pero lo vamos a hacer igual", dice convencido y con la misma convicción que sostiene la escuela, exclama: "Vamos a salir adelante".

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"Por acá pasaron marplatenses que hoy son reconocidos o cumplen cargos importantes en la ciudad", cuenta el director Walter Catansaro mientras señala con su mano una lista de ex alumnos que cuelga en la pared sobre una placa de bronce. Catalina Daprotis, Juan Héctor Jara, Pascuala Mugaburu, Fermín Errea, Antonio Mir, Ezequiel Callejas, José Lucio Martínez, Noemí Pedrerol de Bigi, María Teresa Ruibal, J.Campos Rivero, fueron algunos dirigentes sociales, políticos, profesionales y personalidades de renombre en el ámbito local, nacional e internacional que estudiaron en las aulas de la escuela de Alberti y Mitre. 

"La escuela va a salir adelante", repite como un mantra el responsable de los alumnos y apunta a otra pared donde cuelgan recortes periodísticos. "Fuimos primeros en las  olimpíadas de Lengua y Literatura, y también en Matemáticas", menciona contento. Otro panfleto  informa que en unos días los alumnos participarán del Simulacro de la ONU.

"Esta escuela no la cierran, te aseguro que no la cierran", dice mientras gira la llave y se despide. 

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