Nombres vacíos en Desarticulaciones de Sylvia Molloy

La narradora visita a ML que padece mal de Alzheimer. Del resultado de todas  aquellas reuniones surge un diario donde se reconstruyen los fragmentos de su memoria y lo que queda de la relación. Conmovedor relato que busca, desde la escritura, posibilitar que alguien no se nos pierda del todo. 

30 de Junio de 2019 18:05

Para los antiguos griegos, Lete, el olvido, era la hija de la discordia, hermana del sueño y de la muerte.  En el inframundo un río lleva su nombre, Leteo. Por otro lado  Mnemosyne, la memoria, era la madre de todas las musas, ya que ella es la que sabe todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será. Es la que dicta la palabra más convincente, las más adecuadas para establecer la paz entre los seres humanos y la que confiere el don de la dulzura, también, para que a uno lo sigan.

El olvido y la memoria. Lo que nos forma, lo que nos trae hasta acá. Todo aquello que nos da identidad y nos reencuentra con los que amamos. ¿Qué sería de cualquiera de nosotros sin una de ellas? ¿Qué pasaría con todos aquellos que nos acompañaron durante nuestro camino y de aquellos, también, que fueron quedando a la vera de él?

Una mañana el amigo Sebastián Chilano, todo un artista en recomendar libros, me cita el libro de Sylvia Molloy, Desarticulaciones (Eterna Cadencia, 2010). Inmediatamente me remite a los mitos griegos. Inmediatamente, también, me hago de uno para su lectura, sin saber que me encontraría con una historia hermosa donde el protagonista es el deseo de rescatar a Mnemosyne del río Leteo.

 

Desarticulaciones es una suerte de cuaderno de bitácora o diario de la narradora durante sus visitas a ML, su amiga y amante en otro tiempo, quien padece mal de Alzheimer.

Un hermosos texto, triste, conmovedor, donde la narradora apunta todo. Los recuerdos que fueron de ambas, los que se están formando, palabras sueltas, miradas, impresiones, conexiones. Todo queda registrado ya que ella sabe que el próximo encuentro será totalmente distinto.

ML no puede dejar de olvidar a lo largo de todo el texto y la narradora tampoco puede dejar de intentar recordar todo. Instancia previa a toda nostalgia del mañana. Ella busca hacer durar la relación entre ambas, lo intenta permanentemente sabiendo que ya una de las partes se quedó sin los nombres de mucho de lo compartido. Ahora bien, uno se ve en los recuerdos de otro y  el hecho de ir desapareciendo de ellos, de ir sintiendo que  uno va siendo borrado  es generador de angustia y de nostalgia. Hay solo un recuerdo que es mío únicamente y el no tener con quien compartirlo instala la duda sobre qué queda de nosotros. Dice Molloy, “¿Qué va a quedar de nosotras cuando tu memoria nos haya olvidado?”

 

Solo el hoy es mediador de la relación entre ambas. Para ML solo existe la información del presente, mas para la autora solo existe la acción de recordar. Aun cuando no quiere hacerlo para no dejarla afuera de esto a ella. Aquí las palabras son las articuladoras  de la relación, de los encuentros y de este presente. ML inventa palabras, traduce del inglés su propio diagnóstico, crea versos, recita a Darío y a Borges, juega con el lenguaje. Mnemosyne no se rinde fácilmente.

Pero ¿Molloy quiere hablar del olvido o de la memoria en esta historia íntima? ¿Sirve el escribir y fijar así los hechos para no olvidarlos? No sé. Pero seguro que esas casi 80 páginas  sirven de consuelo ante lo perdido de todo aquello que nos trajo hasta acá.

 

 Desarticulaciones nos pone en alerta. Nos da una señal. Todo tiene que contar con un nombre para que exista. ¿Vivimos desarticulando cuando olvidamos o cuando recordamos todo? La ausencia de la palabra, escrita u oral,  es señal de olvido. Ese es el ánima de la memoria. Y también de la literatura.

Cada entrada del libro es un recomenzar, casi como un eterno retorno, en cada encuentro, a aquellas que fueron. Pero no faltan algunos chispazos de luz en medio de la oscuridad, demostrando fragmentos de lo que están hechas. Como aquella anécdota de la gata que muere y que ML cree todo el tiempo en la otra habitación de la casa porque no recuerda cuando fue la última vez que la vio. O aquella de las cajas de alfajores que buscan trazar el camino de su recuerdo más inocente.

 

Mi recomendador oficial de libros no se equivocó, de nuevo. Desarticulaciones te mete de lleno en la búsqueda por olvidar el olvido. Se trata de una hermosa experiencia de lectura, de vida, de anticipación. Porque todos hemos sido olvidados por alguien. Todos seremos olvidados también en algún momento. Ya la sola idea me sugiere la frase final de Elena en Hablar solos de Andrés Neuman (Alfaguara, 2012),  “Hasta olvidarte me recuerda a ti”.

El estar / no estar de alguien  que nos importa, como dijo alguien por ahí, nos “ayuda a hacer inventario de nosotros mismos”. Desarticulaciones de Sylvia Molloy nos ayuda a sentir quienes subsisten en nosotros, aunque sea en palabras.