La Ilíada aún tiene mucho para decirnos

Los clásicos no tienen tiempo de lectura, siempre cuentan con algo más para decirnos de nosotros mismos. La Ilíada de Homero, con sus más de 2500 años y siendo aquella que dio por iniciada la literatura occidental, aun hoy, con su final, nos muestra los ecos de las necesidades humana.

24 de Mayo de 2020 08:45

Según Ítalo Calvino un texto clásico es aquel que siempre tiene algo que decir. En tiempos de relecturas y de la necesidad de una compasión más protagónica, aparece la Ilíada de Homero con muchas más palabras antiguas que aún intentan decirnos algo.

El poema más antiguo de occidente y el que abre  la puerta a la literatura occidental. Su fecha de composición  no es definida dado que algunos hablan del siglo VIII y otros del siglo VI a. de C como fecha de creación. La Ilíada pertenecería a una colección de relatos sobre la guerra de Troya, de los cuales solo han sobrevivido dos: la propia Ilíada y la Odisea.

La Ilíada narra la cólera del héroe Aquiles, lo que lo conduce a matar al príncipe troyano Héctor, y los sucesos de unos pocos días del décimo año de la guerra. Toda la obra narra en total 51 días.

Recordemos: Helena, reina de Esparta y la más bella de todas, huye con el príncipe troyano Paris, dejando a su marido Menelao. Esto empuja a los griegos a marchar sobre Troya a pedir por ella y tomar la ciudad nunca conquistada. El Rey Agamenón, hermano de Menelao,  desafía a Aquiles y este decide no participar más de la guerra. Pero su amado Patroclo toma sus ropas y va a la batalla donde encuentra la muerte en manos de Héctor. La cólera en Aquiles lo lleva a buscar venganza, mata a Héctor y profana su cuerpo. En la guerra, que dura diez años, también intervienen los dioses, quienes buscarán que uno de los bandos gane.  

Hasta el último de los cantos de la obra, el número 24, la obra se caracteriza por personajes fuertes que sólo vivían para la guerra. Pero, con los hechos de este final, notamos que el gran Homero tenía como intención no solo narrar lo belicoso y lo más sanguinario que se puede hacer,  sino también hablarnos de motivos bien humanos y de eterno interés como la compasión, la hospitalidad y del amor y sus riesgos. En el final de la obra no se resalta el triunfo de la venganza, sino la victoria definitiva de la compasión sobre el rencor y la crueldad.

En ese último canto, en una de sus últimas escenas, el rey de Troya, Príamo, y el héroe Aquiles se enfrentan cara a cara. Acción inolvidable, con diálogos potentes y humanos, entre el sanguinario vengador de Patroclo y el viejo monarca, cargan de dramatismo todo lo narrado hasta ese momento. El Rey cruzó todo el campo de batalla para humillarse ante el guerrero, quien asesinó a casi todos sus hijos, para solicitarle la devolución del cuerpo de Héctor. Este lo levanta y lo abraza entre lágrimas antes de devolverle a su hijo muerto.

Dice Albin Lesky que en aquella escena, después de todo lo violento de la guerra y del sufrimiento y de la crueldad de una venganza, la Ilíada encuentra su culminación justa en ese reconocimiento cruzado de los protagonistas del diálogo. Y que en dicha acción, también, se marca el comienzo de la senda del humanismo occidental.

Mientras tanto, en el Olimpo los dioses trataban el destino del cadáver de Héctor. Apolo, del lado de los troyanos, recuerda su nobleza y  exige que tenga un final digno de su heroísmo y reciba los honores merecidos. Ellos podrían haberlo hecho de la nada, pero otros dioses alegaban que eso podría tomarse como un gesto ultrajante sobre Aquiles, que es también el hijo de una diosa, Tetis. Por otro lado, las divinidades griegas siempre buscaban que los seres humanos hicieron lo suyo sin ser forzados. Por lo tanto, había que convencer a Aquiles para que renunciara a su furor vengativo.

Es así que su propia madre es la encargada por Zeus para que convenciera a Aquiles de no ultrajar el cuerpo y devolverlo a su padre. Mientras tanto, el rey Príamo, con la compañía de Hermes,  recorre todo el campo de batalla hasta llegar al campamento y enfrentar al Pélida con solo su pedido y su alma desnuda de ser humano.

Carlos García Gual resalta “El cuidado con que el poeta ha preparado y construido esa entrevista decisiva, en el fondo, para nuestra comprensión del sentido del poema”. Solo basta leerlo. Dicen aquellos versos: “Avanza el gran Príamo sin que Aquiles y los suyos lo advirtieran, se detuvo ante él y abrazó las rodillas de Aquiles, y besaba las manos terribles y asesinas que a tantos hijos suyos habían dado muerte”. Y agrega Príamo suplicando, “Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene mi edad y está en el triste umbral de la vejez…”.

Está claro que la Ilíada podría haber terminado de otro modo. Queda claro también que su lectura y sus implicancias hubiesen sido otras también. Aquiles tenía dos opciones, matarlo ahí nomás o salvarlo sólo por compasión humana. Y él actúa con nobleza. Es hospitalario con su enemigo y honra a los dioses cumpliendo los designios.

Príamo desnuda más su alma dolorida y lastimada. Nada de lo que tenía o había hecho alcanza para pagar el precio de la pérdida. Solo queda su dignidad de ser humano y la entrega.  “Me he atrevido a hacer lo que ningún humano hizo hasta ahora: llevar a mi boca la mano del matador de mi hijo” sostiene.

Aquiles responde con actitud, con gestos más que con palabras. Lo sostiene entre sus manos y el recuerdo de su propio padre hace que llore junto al viejo Rey. Uno llora por su hijo muerto, el otro por su padre y su amado muerto también. “Su ira cede ante un sentimiento superior: la compasión ante el dolor del viejo Príamo, que desarma su feroz ansia de una extremada venganza” argumenta García Gual en Encuentros heroicos (Fondo de cultura económica  - 2009). Y agrega que “Sin el último canto de la Ilíada nuestra visión del destino de Héctor y la del mismo Aquiles sería muy distinta. El encuentro del viejo Príamo y el sanguinario hijo de Tetis ofrece una nueva perspectiva no solo sobre la humanidad de ambos héroes, sino también sobre la misma concepción de la epopeya. La épica avanza en una dimensión trágica, ahondando en la psicología de los héroes, y abre el camino a un humanismo de amplio horizonte”.

Allí, Aquiles, sin importarle nada del resto, decide una tregua por diez días para que puedan llevar adelante los ritos funerarios correspondientes, mientras lo intenta consolar recordándole que los dioses distribuyen gloria y desdicha al azar en lo más profundo de la condición humana.

¿Qué deja, entonces, el final de la Ilíada? Podríamos decir que un triunfo de la compasión por encima del odio y la venganza. Podríamos decir, también, que se impone la imagen del enemigo como un ser humano y que, en este caso en particular, cada uno ve a su ser más querido (Aquiles ve en Príamo a su padre y Príamo ve en Aquiles a su hijo) mientras se admiran mutuamente y se asemejan en sus dolores.

La Ilíada es una historia contada por los vencedores, pero, como dice Alessandro Baricco (quien tiene una maravillosa reescritura de la obra), la fuerza está en “la compasión con que nos son referidas las razones de los vencidos. La cuentan los que ganan, pero nuestra memoria y nuestra empatía se queda con las figuras troyanas”.

Sabido es que un texto no es un objeto fijo, más bien una serie de lecturas posibles a lo largo del tiempo. Leo a Borges, que leyó muy bien y admiró también a Homero, al decir en la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz que “…cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento. El momento en que el hombre sabe para siempre quien es”.

Vuelvo a Aquiles, quien sabe que el destino de los seres humanos es el sufrir y la muerte. En su caso, eso da grandeza, pero en aquel encuentro con el viejo Rey, lloroso y dolido, él, sin duda el mejor guerrero, el que combina con un equilibrio más preciso la fuerza, la velocidad y la inteligencia, muestra más su interés por lo humano y lo ético por sobre lo belicoso y primitivo. Aquí él decide separarse de las divinidades, de su madre, de su genealogía divina. Los dioses tienen rasgos humanos, pero están separados de los seres humanos por algo incalculable: el saber que se va a morir y aquello que hace que un instante sepa a la eternidad. En esos instantes, como lo hizo Aquiles, uno sabe para siempre quién es.