Después de vivir 20 años invisibilizado, un gesto de amor lo sacó de las calles

La indiferencia lo relegó a Jeremías a sobrevivir entre cartones, hasta que se cruzó con Carlos y Silvana. Dueños de un restaurante, le dieron trabajo y lo cobijaron en su propia casa. "Lo que hicieron ellos no lo hizo nadie", confiesa agradecido.

7 de Junio de 2020 18:14

Invisibilizado. Así pasó sus primeros dos años Jeremías, arrinconado en la esquina de Falucho y Sarmiento, a pocos metros de la vieja terminal de Mar del Plata. Entre tanto destrato y rechazo, encontró en Carlos y Silvana un gesto de amor inigualable. La pareja a cargo del restaurante Etruria decidió darle un trabajo en la cocina y un lugar en su departamento para que saliera de la situación de calle.

"Él llegó un buen día y se acomodó con cartones. Empezó a dormir a la intemperie. Al principio, nosotros, el vecindario -me incluyo yo también-, lo rechazábamos. El sentimiento era rechazo total, no queríamos una persona en esa situación por su forma de vida, vivía tirado", confiesa Carlos, en diálogo con 0223.

Jeremías tiene 38 años. Comenzó a patear la calle cuando se alejó de su familia, a los 18. Atravesado por conflictos de violencia familiar, abandonó su La Plata natal en busca de mejores destinos. "Vengo de una familia re castigada, las pasé todas", asegura. Rumbeando de norte a sur de la Argentina, siempre conseguía alguna changa para sobrevivir. En los 2000 comenzó a venir a Mar del Plata para las temporadas de verano, hasta que en 2017 se quedó de manera definitiva. Desde entonces, se las arregla a su manera con su compañero fiel: su perro Firulais.

En esos 24 meses, las vidas de Carlos, Silvana y Jeremías prácticamente ni se cruzaron. "No teníamos contacto con él, ni siquiera quería que viniera. Pasábamos y no nos dábamos cuenta de que había una persona. Fueron dos años en los que no le prestamos atención", recuerda. La estadía sin techo ni refugio de Jeremías y Firulais cargó con todos los prejuicios posibles. Los vecinos de la zona lo denunciaron por portación de cara. El trato con la gente del barrio no era bueno, pero a partir de que empezó a trabajar eso fue cambiando.

Después de observarlo día y noche, cada vez que entraban o salían del local, Carlos y Silvana decidieron darle una mano. "Uno llegaba a casa y los sentimientos se transmitían. Mientras yo tenía agua caliente para bañarme y una cama para acostarme, este muchacho no tenía para taparse. Esto lo hicimos con mi familia, no fui solo yo el que tomó la decisión de ayudar a esta persona", cuenta.

Para octubre de 2019 comenzaron a tener un vínculo más fluido. "Traté de tener contactos verbales y conocer por qué estaba en situación de calle. Un montón de veces me había pedido que lo ayudara, pero en aquel momento le decía que no podía. Y la verdad es que sí lo podía ayudar. Cuando en nuestro interior nos dimos cuenta que podíamos hacer algo, cambiamos. Apareció nuestra sinceridad", recuerda.

Así fue que en enero de este año, Jeremías se acomodó en la bacha de la cocina y empezó a lavar platos y cubiertos. Las responsabilidades fueron creciendo de a poco para no agobiarlo. "Nadie lo quería hasta que empezó a trabajar acá. Le tuvimos que dar tiempo, con él fue diferente, no era un empleado. Trabajaba y se iba un rato afuera. Lo hacía muy bien", reconoce Carlos.

Y a pesar de que tenía una fuente de ingreso, Jeremías y Firulais seguían durmiendo en la calle. Carlos y Silvana decidieron dar un paso más: le abrieron las puertas de su vivienda. Le entregaron una llave de la casa para que pasaran la noche en una habitación. El único pedido fue que no llevara visitas y que no fumara. "La idea era que no estuviera más en situación de calle y que pudiera insertarse", remarca Carlos.

En 20 años de situación de calle, Jeremías nunca recibió un gesto igual. "Lo que hicieron Carlos y Silvana no lo hizo nadie. Es un gesto espectacular. Nadie me había dado una mano como me la dieron ellos. Estoy re agradecido", expresa sentado en el interior del restaurante, después de frenar sus tareasen la calle para conversar un momento.

Pero la llegada de Jeremías trajo aparejado conflictos y disputas en el edificio en el que vivían. En una asamblea, el consorcio planteó el ingreso de una persona "rara, drogadicta y alcohólica". Silvana tuvo que lidiar con los prejuicios y cuando pudo hablar aclaró que vivía en su departamento. "Él no es nada de todo eso. Tiene la llave de mi casa y va a entrar y salir cuando quiera", les marcó a sus vecinos.

El amor y el gesto cálido de la familia le dio a Jeremías la posibilidad de darse un baño con agua caliente y dormir entre sábanas y colchas. El trato del día a día que se fundó en la cocina de Etruria les permitió conocerse más. "Jeremías es una persona que tiene un gran corazón, es muy honesto. En casa nunca me faltó nada, no le faltó el respeto a mi señora, ni a mis dos hijas. Le tomamos un cariño especial", se sincera Carlos.

Llegó marzo y el fin de la temporada de verano trajo con ello la terminación del vínculo laboral. Si bien su desempeño en la bacha le permitió ahorrar algo de dinero, Jeremías regresó a la esquina de Falucho y Sarmiento por decisión propia. Carlos y Silvana no querían verlo más en la calle, así que encabezaron la misión para alquilar un espacio en el que no pasara frío y tuviera las mínimas comodidades. Así fue que, por medio de Silvana, directora de un colegio estatal, consiguieron una habitación en el barrio Playa Serena acorde a sus ingresos. Jeremías sufrió la pérdida de un ojo y percibe una mínima pensión por discapacidad, que a la vez le impidió cobrar los 10 mil pesos del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que lanzó el Gobierno en medio de la pandemia de coronavirus.

Hoy, Jeremías y Firulais viven tranquilos en su habitación. La experiencia en la cocina del restaurante "estuvo muy buena". Sus changas le permiten afrontar la crisis, pero no son suficientes. Por eso busca algún empleo y asegura que está dispuesto a aceptar "cualquier cosa, lo que pinte".

Carlos reconoce que desde que Jeremías se fue, los vecinos del barrio "lo extrañan" porque de noche vigilaba los locales de la zona. Y a pesar de que vive lejos del restaurante, Jeremías se acerca todos los días para lavar y cuidar los autos estacionados. Carlos le entregó la llave de una cochera ubicada en las inmediaciones para que pueda llenar los baldes con agua y asearse. Hoy los vecinos se acercan a saludarlo. "Estamos contentos porque ya no duerme en la calle. Es una persona que trabaja y se la rebusca, no anda pidiendo", afirma.

"No sé si lo nuestro terminó, porque siempre vamos a estar en contacto con él. Pero creo que de a poco llega a su fin. Igual, en el verano seguramente vuelva. Hicimos lo que teníamos que hacer. Ya tiene su lugar donde dormir, logramos sacarlo de la calle. Uno siempre quiere ayudar y a veces no sabe cómo hacerlo. Lo teníamos acá y no nos dábamos cuenta. Yo le pedí disculpas, estuve dos años viéndolo tirado y nunca le llevé el apunte", reflexiona Carlos.