El refugio en Mar del Plata de un criminal de guerra croata que simpatizaba con Hitler y asombró hasta los mismos SS
Calle Lamadrid 2472, a pocas cuadras de la playa y a escasos 300 metros de la Avenida Colón. Hoy, cruzar por ese espacio es encontrarse con un lote vacío, enmarcado por dos edificios. Pero en 1936, ahí se levantó uno de los tradicionales chalets marplatenses con muros robustos, piedras a la vista y muchas ventanas. La historia la llevó a no ser una casa más, ya que ella resguardó a quien se mostró y actuó como uno de los mayores genocidas de la historia: Ante Pavelić.
Su nombre evocaba un búnker recóndito cerca de Bariloche, un sitio que también sirvió de escondite para un criminal de guerra: Josef Mengele. Años después, Villa Tacul de Mar del Plata recibiría a un huésped que también escondía un pasado oscuro: Ante Pavelić, el líder croata que había gobernado bajo la sombra nazi. Un refugio insospechado para alguien que buscaba borrar su rastro.
Cruzar el umbral de Villa Tacul era como adentrarse en un laberinto. Un corredor largo, casi interminable, se abría a un sinfín de habitaciones, una tras otra. Cada vuelta revelaba un nuevo espacio: salones que alguna vez vieron reuniones silenciosas, cuartos discretos que guardaron secretos, rincones oscuros. La casa misma parecía respirar un misterio, como si siempre estuviera a punto de revelar algo.
Previa a su demolición, fue llevada a remate. Esto permitió que muchos pudieran acceder al interior de esta joya arquitectónica de la ciudad. Las crónicas de los últimos en visitarla, como la fotógrafa Melina Araldi, manifiestan que, entre el polvo y el abandono, los objetos contaban su propia historia. Había libros desparramados junto a muebles desvencijados. Un árbol de Navidad colgado fuera de estación, armarios abiertos sin nada, así como inodoros y piletas apilados en lo que fue el comedor. También, viejos juegos de mesa cubiertos por tierra y escaleras, muchas escaleras sin barandas que desafiaban cualquier intento por subir a la planta alta.
Muchas alacenas y botellas vacías, muebles rotos y paredes despintadas, persianas sin ventanas y baños a media luz, así como algunas camas y cortinados, eran los últimos testigos del pasado de aquel chalet y de quienes pasaron por él.
Villa Tacul resguardó la huella de alguien que se mostró y actuó como uno de los mayores genocidas de la historia: Ante Pavelić. Según aseguran, sus estadías fueron por trabajo y para cumplir contratos de su empresa constructora en la ciudad. Pero también es cierto que la tranquilidad de una ciudad costera del interior de la provincia de Buenos Aires era un punto de escape y anonimato. Sin embargo, el pasado se niega a desaparecer.
¿Quién fue Ante Pavelić?
La historia de Ante Pavelić no comienza bajo el ala de contactos políticos o relaciones de poder, sino en el impulso de un nacionalismo extremo.
Desde su juventud, Pavelić abrazó las ideas ultranacionalistas de Ante Starčević y Josip Frank, pilares del Partido de los Derechos croata. Pero él iría más allá, creando una visión aún más oscura. Fundó la Ustacha, un partido político ultracatólico, conservador y fervientemente anticomunista. Su intención era una Croacia independiente y "pura", libre de cualquier "raza impura" que pudiera contaminar su ideal católico.
Su tiempo llegó en 1941, cuando la Alemania de Hitler, con la que los Ustacha simpatizaban, desmembró Yugoslavia. Así, el 10 de abril de ese año, Pavelić ascendió a Poglavnik (caudillo) de la recién nacida Croacia independiente. Lo que siguió fue una ola de violencia. Los Ustacha desataron un programa de aniquilación sin precedentes, inaugurando campos de concentración y exterminio, iniciando una brutal "limpieza étnica". Se estima que 32.000 judíos, 40.000 romaníes y 250.000 serbios ortodoxos perecieron bajo su régimen. Incluso oficiales de las SS, acostumbrados al espanto, se "horrorizaron" ante la barbarie croata en campos como Jasenovac, donde se calcula que más de 700.000 personas encontraron su fin. Las leyes antijudías y antiserbias impuestas por Pavelić sellaron el destino de miles.
El exilio y el silencio final
Pero el rumbo de la guerra cambió. En mayo de 1945, con el suicidio de Hitler y la rendición alemana, los Ustacha quedaron a la deriva. Con el avance soviético y la sombra de los partisanos de Tito, Pavelić y sus cómplices comenzaron a organizar su fuga, llevándose consigo gran parte del oro y las divisas que robaron a sus víctimas. Tras un paso por París y Roma, el 11 de noviembre de 1948, el arquitecto del horror croata desembarcó en Argentina. Entró con un pasaporte de la Cruz Roja bajo el nombre falso de Antonio Sedar, aunque otro documento lo identificaba como Pablo Aranjos.
En 1950, bajo un velo de amnistía, Pavelić y otros 34.000 croatas, incluidos colaboradores nazis, pudieron permanecer en el país. Regresó a su nombre falso de Sedar y, sorprendentemente, de obrero de la construcción, pronto se convirtió en dueño de una empresa constructora gracias a sus contactos políticos locales. Entre las obras que llevó adelante se mencionan la construcción del edificio Alas y del barrio para la Fuerza Aérea en El Palomar.
Desde su exilio, Pavelić se mantuvo políticamente activo, publicando artículos y discursos, reorganizando a los ustashas dispersos por el mundo e insistiendo en que el régimen yugoslavo era una fachada de la hegemonía serbia. Incluso, en 1956, fundó el Movimiento de Liberación de Croacia (HOP), buscando, una vez más, resucitar el espíritu nazi.
El 10 de abril de 1957, en el dieciseisavo aniversario de su Estado Independiente de Croacia, mientras salía de un micro en El Palomar, Buenos Aires, Blagoje Jovović, un exoficial real yugoslavo, le disparó en la espalda y la clavícula. Pavelić fue trasladado a un hospital, donde su verdadera identidad fue finalmente expuesta. Aquel atentado lo obligó a huir de nuevo, esta vez a la España franquista, un refugio donde encontraba ideologías afines. Allí, en Madrid, el 28 de diciembre de 1959, Ante Pavelić murió a los 70 años, a causa de las complicaciones de los disparos recibidos en Argentina. Su muerte en el exilio, sin un juicio formal por las atrocidades que orquestó y por el genocidio que llevó adelante, sigue siendo un recordatorio doloroso de la impunidad que a veces acompaña a los grandes criminales.
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