Un cuerpo, un alma, la poesía de Delmira Agustini

Tres libros le bastaron a Delmira Agustini para ocupar un lugar privilegiado en las letras hispanoamericanas. Modernista y elogiada por el propio Rubén Darío, la poeta fue asesinada por su ex marido en 1914. Tenía 27 años y, tanto en sus versos como en su vida, desafió el universo patriarcal.

5 de Julio de 2020 10:39

“En esta pieza de alquiler fue citada por el hombre que había sido su marido; y queriendo tenerla, queriendo quedársela, él la amó y la mató, matándose él después. Publican los diarios uruguayos la foto del cuerpo que yace tumbado junto a la cama, Delmira abatida por dos tiros de revólver, desnuda como sus poemas, las medias caídas, toda desvestida de rojo…”, cuenta Eduardo Galeano el caso  de esta enorme poeta uruguaya, Delmira Agustini.

El 6 de julio de 1914, su ex marido, Enrique Job Reyes, le disparó dos tiros en la cabeza y luego se suicidó. Al otro día, los diarios mostraron los hechos de aquel suceso como nunca habían mostrado sus poemas. Sin respeto para la poetisa, pero con mucho sensacionalismo para sus lectores.

La vida breve de Delmira (tenía apenas 27 años) y su muerte trágica la colocaron en el lugar del mito. Esos últimos meses de su vida fueron realmente intensos, pero también fuertemente creativos.

Sigue Galeano, “Vamos más lejos en la noche, vamos...Delmira Agustini escribía en trance. Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino. En el Uruguay marchan las leyes por delante de la gente, que todavía separa el alma del cuerpo como si fueran la Bella y la Bestia…”

Pura poesía. Puro erotismo. Fueron tres libros en apenas seis años de su breve vida de poeta: El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913). Todos cargados de sentimientos y de  sueños. Todos plenos de cuerpo, piel y alma. El crítico Alberto Zum Felde asegura que “Su erotismo arde y se consume en sí mismo. Todo su erotismo es sueño; por eso, quizás, es poesía”.

Delmira Agustini, con sus poemas y con su vida, desafió el universo patriarcal y a la sociedad con que tuvo que convivir. Expresó así, maravillosamente, su derecho al deseo. Su poesía es lucha constante y renovada. Su biografía breve interfiere en el goce de su obra y en la posibilidad de conocer a alguien con una intensidad plena.

“He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!”, le dijo a Darío en una carta. Pero no fue así. A poco de cumplir los dos meses de casada, Delmira decidió regresar a la casas de sus padre. Dejó escrito por ahí que se debió a estar “harta de tanta vulgaridad”. Pocos meses después, estaba ya divorciada gracias a la flamante ley sancionada en Uruguay. Fueron cinco años de noviazgo con alguien que,  para muchos, “no estaba a la altura del refinamiento cultural de la novia” y casi dos meses de matrimonio. Pero la pareja continuó la relación en forma de citas secretas.

Ella había nacido el 24 de octubre de 1886. Perteneciente a una clase media alta, Delmira se educó en un hogar donde recibió clases de francés, piano y dibujo. Fue sobreprotegida por sus padres y le costaba mucho la interacción y la relación con otros niños de su edad. Su interés estaba puesto en el conocimiento y las lecturas. Lectora precoz (aprendió a los cinco años) a los diez ya escribía sus primeros versos.  De espíritu sensible, melancólico y de una brillante inteligencia, sus primeros poemas aparecen al púbico a sus trece años en revistas literarias de la época. Se iniciaba así, mientras surgía el modernismo de Martí y Darío, una carrera literaria que sería interrumpida por la muerte.

A lo largo de todo ese tiempo hubo muchos amigos.  También muchos escritores e intelectuales que se le acercaban a rendirle pleitesía a aquella de quien Darío había dicho: “De todas cuantas mujeres hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor”

Pero solo uno era constante en el sentir de Delmira, un argentino de nombre Manuel Ugarte. Escritor, político y militante, Ugarte fue la figura más cercana a la poeta. Y fue también él, el primero en leer la tragedia desde una perspectiva de género.

Ana Inés Larre Borges, en un número dedicado a Delmira Agustini de la revista El intérprete (Unsam – 2006),  asegura que “se ha logrado un reduccionismo de la figura de Manuel Ugarte  en el drama de la poeta. Fue su testigo de boda. Es sabido que la esposa de Ugarte destruyó en un ataque de celos cartas de Delmira, pero las que se conservaron alcanzan para dar cuenta de la peculiar relación que los unió. Hay un juego de seducción epistolar potente hasta que las confesiones llegan con una belleza que compite con sus pomas: ‘Yo sabía que usted venía para irse dejándome la tristeza del recuerdo y nada más. Y yo prefería eso, y prefiero el sueño de lo que pudo ser  a todas las realidades en que usted no vibre’ ”.

En los meses previos a la tragedia, el cruce de cartas entre Ugarte y Delmira se intensificó. En cantidad y en intimidad. Hasta existió la posibilidad de un encuentro en Montevideo o en Buenos Aires, pero que no llega a concretarse.

Larre Borges concluye: “Y sin embargo, él supo ver con lucidez el drama de Delmira. Dijo: ‘El origen de la catástrofe hay que buscarlo en ese choque de un temperamento nervioso y audaz con un medio cerrado y tímido. Porque no fue solamente en la ciudad. Fue en el seno de su familia que la rodeaba de cuanto podía apetecer, donde encontró las resistencias más dolorosas… despistados los padres frente a lo que había de extraordinario en aquel ser, solo atinaron a ahogar las inquietudes en el matrimonio. Pretendieron resolver lo excepcional dentro de lo ordinario, como si se pudiera encerrar un alma desorbitada y magnífica en los moldes exiguos de las costumbres y de las convenciones sociales.  De ellos padres nació la tragedia, sin que esto importe discutir las purezas de las intenciones, ni el cruel dolor que les amargó después la vida’ ”.

Una tragedia hecha en forma colectiva. Ella, una avanzada para su época, fue demasiado para su sociedad, con una familia sobreprotectora y un marido que nunca aceptó su arte y quien consideraba aquel talento literario como una preocupación más que como una virtud. Él esperaba que ella abandonara su pasión por las letras a través del casamiento. Pero no fue así.

Delmira dejó la casa de sus padres para ir a su casa de casada junto a Reyes, pero el espíritu es más fuerte y a los 45 días recorrió  el camino inverso. La ley de divorcio recién se había aprobado en aquel país y Agustini es una de las primeras en solicitarlo. Entre sus argumentos figuran “hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación”, así como la denuncia de amenazas sufridas.

Femicidio, en clave de hoy. Tremenda pérdida y tremendo el dolor. Una obra construida en soledad, pero una tragedia empujada en forma colectiva.

Sus poemas son sus sueños y sentires en su cuerpo que  llegan hasta nosotros. La crueldad coexistiendo con la belleza, es más, siendo parte de ella. Sensación de urgencia que invade cuerpos y espíritus y que latiendo dentro de nuestro tiempo está en cada parte de lo que estamos hecho.

Concluye Galeano, “… De modo que ante el cadáver de Delmira se derraman lágrimas y frases a propósito de tan sensible pérdida de las letras nacionales, pero en el fondo los dolientes suspiran con alivio: la muerta, muerta está, y más vale así. Pero, ¿muerta está? ¿No serán sombra de su voz y ecos de su cuerpo todos los amantes que en las noches del mundo ardan? ¿No le harán un lugarcito en las noches del mundo para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?"